22 junio 2008

Ningún dirigente del Partido Popular quiso presentar una candidatura alternativa a la del Presidente

16º Congreso del PP (2008)- Rajoy cierra la crisis al ser reelegido Presidente y colocar a Dolores Cospedal como Secretaria General

Hechos

El XVI Congreso del PP celebrado en valencia reeligió a D. Mariano Rajoy como su Presidente y a eligió a Dña. Dolores Cospedal como nueva Secretaria General.

Lecturas

El 21 de junio de 2008 D. Mariano Rajoy Brey es ratificado como nuevo presidente del Partido Popular con 2.187 votos a favor (84%) y 409 en blanco (16%). El Sr. Rajoy Brey ha sido el único candidato a pesar de que durante semanas se especuló con una candidatura crítica respaldada por Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma (la federación de Madrid que ella preside es la principal rival del Sr. Rajoy dentro del PP) y o del dirigente crítico D. Juan Costa Climent. Pero ninguno llegó a presentarse.

Los medios de comunicación más afínes a la Sra. Aguirre encabezados por su amigo, el locutor de radio D. Federico Jiménez Losantos (Libertad Digital), han hecho estos meses una intensa campaña contra D. Mariano Rajoy no criticada por la Sra. Aguirre, para crear un ambiente favorable a que no se presente a reelección que no tuvo éxito.

En la nueva ejecutiva Dña. Dolores Cospedal es la nueva secretaria general y D. Luis Bárcenas Gutiérrez es el nuevo tesorero en sustitución del veterano D. Álvaro Lapuerta Quintero.

Presidente – D. Mariano Rajoy Brey.

Presidente Fundador – D. Manuel Fraga Iribarne.

Presidente de Honor – D. José María Aznar López.

Secretaria General – Dña. María Dolores de Cospedal García.

Tesorero – D. Luis Bárcenas Gutiérrez.

Vicesecretarios – D. Esteban González Ponz, D. Javier Arenas Bocanegra y Dña. Ana Mato Adrover.

Comité de Dirección – Dña. Soraya Sáenz de Santamaría Anton (Portavoz en el Congreso), D. Pío García Escudero (Portavoz en el senado), D. Alberto Ruiz Gallardón (alcalde de Madrid) y D. Jaime Mayor Oreja (eurodiputado).

Coordinadores – D. Juan Manuel Moreno Bonilla, D. J. Antonio Bermúdez, D. Jorge Moragas, Dña. Ana Pastor Julián, D. Federico Trillo-Figueroa Martínez Conde, D. Cristbal Montoro Romero y D. Juan Carlos Vera Pro.

En la ejecutiva figurarán entre otros D. Manuel Cobo Vega, D. Juan José Güemes, D. Alfredo Prada Presa, D. Manuel Lamela Fernández y el eurodiputado D. Gerardo Galeote Quecedo, vinculado al empresario D. Francisco Correa Sánchez.

Fuera de la ejecutiva: D. Mariano Rajoy Brey ha dejado fuera de la ejecutiva a algunos de los dirigentes que se posicionaron en contra de su continuidad: el vicepresidente de Madrid D. Ignacio González González (mano derecha de Dña. Esperanza Aguirre Gil de Biedma), el exsecretario de comunicación D. Gabriel Elorriaga Pisarik y D. Juan Costa Climent).

Cospedal_Secretaria_general El diario EL PAÍS, dirigido por D. Javier Moreno, definió a Dña. Dolores Cospedal en su portada como ‘una mujer enfrentada a la Iglesia’

LOS DERROTADOS EN EL CONGRESO

Ignacio_Gonzalez_Esperanza_Aguirre D. Ignacio González (pro-Esperanza Aguirre) fue apartado de la Ejecutiva, mientras que en su lugar entraba D. Manuel Cobo (pro-Alberto Ruiz Gallardón), era el símbolo de la derrota de la Sra. Aguirre por haber fracasado su intento de descabalgar al Sr. Rajoy.

gabriel_elorriaga D. Gabriel Elorriaga fue uno de los grandes derrotados, puesto que fue apartado de la ejecutiva tras intentar que cayera el Sr. Rajoy de la presidencia.

juan_costa D. Juan Costa, que se planteó la posibilidad de encabezar una candidatura rival al Sr. Rajoy y le echó en cara públicamente que no generaba ilusión, fue igualmente apartado de la ejecutiva.

Nuevo tesorero del PP

barcenas_cospedal Coincidiendo con la llegada de Dña. Dolores Cospedal como nueva Secretaria General del PP, se nombró nuevo tesorero a D. Luis Bárcenas, que reemplazaba así al veterano D. Álvaro Lapuerta, tesorero del PP desde 1990. La elección supone ‘continuismo’ puesto que el Sr. Bárcenas era como gerente, la mano derecha del Sr. Lapuerta.

22 Junio 2008

Rajoy después de Rajoy

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El XVI Congreso del Partido Popular que concluye hoy en Valencia ha conseguido transmitir el mensaje de que, esta vez sí, el viaje al centro podría haber comenzado. No deja de resultar paradójico que este giro hacia posiciones que son beneficiosas para el sistema democrático en su conjunto, y seguramente para el propio Partido Popular, haya sido pilotado por un líder como Mariano Rajoy, que encabezó la estrategia de la crispación durante la pasada legislatura, y lo haga apoyado por Manuel Fraga, el veterano fundador de Alianza Popular, antecedente del actual PP. La dureza de la contienda con los sectores más extremistas, a los que el presidente de honor, José María Aznar, ha alentado desde la sombra, ha otorgado sin pretenderlo el suplemento de credibilidad que Rajoy necesitaba para convencer de que este nuevo intento de centrar el partido podría ir en serio.

Tal vez Rajoy haya llegado hasta aquí porque, en los duros momentos previos al congreso, su cálculo fue más personal que político. Sus discursos y gestos desde la derrota electoral no dieron tanto la impresión de que quería seguir presidiendo el PP como la de que se negaba a dejar de serlo cediendo a la presión y las malas artes de sus adversarios, dentro y fuera del partido. El resultado es que el mismo Rajoy que obtuvo la presidencia del PP por designación de Aznar es hoy un líder libre de hipotecas con su antiguo mentor, la prensa sensacionalista y los sectores integristas de la Conferencia Episcopal. La razón es sencilla: Rajoy ha logrado mantener la presidencia del PP por encima de su manifiesta hostilidad.

El nuevo equipo de dirección del PP parece estar compuesto por dos círculos netamente diferenciados. El primero y más próximo a Rajoy, y del que formarían parte la secretaria general y los tres vicepresidentes, además de la portavoz parlamentaria, parecen hechos a su medida, por más que contenga nombres como los de Javier Arenas y Ana Mato, dos dirigentes rescatados de épocas anteriores y que no siempre estuvieron en las posiciones que hoy parece adoptar el PP. Es en el segundo círculo, en el de la ejecutiva, donde Rajoy ha administrado premios y castigos en función de las posiciones y lealtades antes y después de las elecciones, al tiempo que ha buscado un equilibrio entre los diversos sectores del partido con el fin de afianzar la unidad.

En el discurso de presentación de su candidatura, Rajoy empezó por reiterar la independencia del Partido Popular, en clara referencia a los grupos de presión que pretendieron interferir en el congreso, y a continuación se empleó en desmentir las acusaciones que han repetido sus adversarios y que Aznar retomó en su intervención de la mañana. Rajoy reiteró su compromiso con los principios, pero anunció su propósito de cambiar los procedimientos y, en particular, el trato con los nacionalistas. El hecho de que el PP considere innegociables algunas materias relativas al concepto de nación o a la soberanía no impediría, según dijo Rajoy, que se pudieran alcanzar acuerdos en otros asuntos. También habló de la necesidad de abandonar el terrorismo o la unidad de España como temas preferentes de oposición, defendiendo la opción de apoyar al Gobierno una vez que éste ha abandonado las estrategias de la legislatura anterior.

Rajoy ha conservado la presidencia del PP tomando distancia del aznarismo: la prueba es que, en su discurso, no citó al antiguo presidente del Gobierno. Tampoco éste estuvo presente en el auditorio cuando el renovado líder del PP exponía las razones de su candidatura. Es difícil evaluar si los dirigentes molestos con este giro tendrán fuerza suficiente para impedir que Rajoy lo consolide. Pero, de momento, el reelecto presidente del PP ha ganado tres años de plazo y un inédito margen de maniobra para sus futuras decisiones.

03 Julio 2008

Rajoy y el PP se desperezan

Manuel Martín Ferrand

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Cuando José Luis Rodríguez Zapatero tiene un problema, si es que no le falla el instinto democrático, en lo primero que debiera pensar es en cómo lo resolvería Mariano Rajoy. No parece que sea así y por eso va decayendo en las tablas de popularidad y aceptación que dan de comer a las empresas demoscópicas. A los políticos, generalizando, conviene mirarlos antes por lo que les sobra que por aquello que pudiera faltarles. A Rajoy, durante los últimos cinco años, le hemos tomado la medida por su falta de decisión y diligencia, por su escasez comunicadora y su cortedad carismática; pero, pienso, estábamos equivocados. El líder del PP es ya un hombre distinto. No por haber remediado sus carencias, sino por haberse sacudido el lastre que tanto le disminuía.
Rajoy ha tenido el valor de, aún sabiéndose fruto del dedo de José María Aznar, prescindir de Aznar y toda su herencia. Ahora, ya sin el corsé que le habían colocado sus amigos, es un peligro para sus adversarios. Sin Ángel Acebes -tan bueno, tan inútil-, sin Eduardo Zaplana -tan inquietante, tan manifacero-, sin la inspiración celestial de Federico Jiménez Losantos y la terrenal de Pedro J. Ramírez, el presidente del PP ha ganado estatura política y luce, mejor acompañado, con mayor brillo y más posibilidades de saltar de los proyectos de la oposición a la práctica del ejercicio del poder.
No es un síntoma menor, aunque pudiera serlo mayor la torpeza con la que el PP aborda su Congreso catalán, el hecho de que Rajoy haya recuperado a Manuel Pizarro. Pizarro, cosa rara en la nómina política española, era persona, con cara, ojos y currículo, ante de llegar a personalidad y merecer el trato de señoría. Rajoy, contando con su prestigio en los ámbitos económicos, le llamó a su vera para que le acompañara en las últimas elecciones y después, inopinadamente, despilfarró su presencia partidaria. El turolense, que es recio, no rechistó. Ocupo su escaño y, sin una sola falta de asistencia, cumple de manera ejemplar el compromiso contraído con quienes le votaron. Ahora asume la función de portavoz del PP en la Comisión Constitucional del Congreso. Es un jurista fino, abogado del Estado, y lo hará bien; pero lo importante es, para que crezca la esperanza democrática de la alternancia, que el PP se despereza.
Un Rajoy renovado y un PP fortalecido y sin complejos, firme en las ideas y competente en sus cuadros, es algo imprescindible en el juego democrático. Su primer efecto benéfico será la inevitable mejoría del Gobierno de Zapatero, al que le saldrán más caras las naderías con las que viene capeando la crisis que no reconoce y tanto nos angustia a todos. El más alto nivel de la oposición estimula siempre la acción gubernamental y, además, nos ofrece a los ciudadanos, en nuestra condición de electores, la hipótesis de la rectificación y el cambio.

15 Junio 2008

El sucesor

Isabel Durán

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Dice Alberto Ruiz Gallardón que el futuro empieza el lunes 23 de junio, es decir, al día siguiente de finalizar el XVI Congreso del PP en Valencia. Y no se equivoca. Al alcalde de Madrid tampoco le ha traicionado en este caso el subconsciente. Ha afirmado lo que su principal padrino y mentor ya había puesto encima de la mesa unos días antes: el sucesor de Mariano Rajoy al frente del PP es Ruiz Gallardón.

Y, como no puede ser de otra manera, ambos eligen además como órgano de expresión para canalizar sus centrados mensajes al muy centrado diario EL PAÍS, rotativo que tras perder Rajoy por segunda vez las elecciones generales, se ha convertido en su mayor hincha. El diario polanquista pasa sin solución de continuidad de acusar al gallego de guerracivilista a vitorearle frente a las hordas radicales populares agitadas desde «fuera» del partido. ¿Y todo esto no le da nada que pensar a Rajoy?

Haría bien en echar la vista atrás y situarse en los días posteriores a la victoria electoral de José María Aznar el 3 de marzo de 1996 cuando el diario económico del grupo Prisa publicó que el presidente de la Generalitat no atendía las llamadas telefónicas de Aznar, pero que en cambio sí había encontrado tiempo para felicitar a Ruiz Gallardón y «agradecerle el tono moderado de su discurso». Después entró a la carga EL PAÍS que llegó a proponer un golpe de Estado institucional a través de «un Gobierno de gestión» que no estuviera encabezado por quien legítimamente ganó las elecciones sino por un «independiente que ni siquiera tiene que ser diputado». Huelga decir quién era su candidato.

A Gallardón, como a Fraga y a EL PAÍS, le gusta Obama, asegura que el PP no es de derechas y que, a pesar de amenazar con abandonar la política hace cinco meses porque Rajoy no le llevó en su lista al Congreso, ha continuado por «un ejercicio de responsabilidad». Gallardón, Fraga y EL PAÍS, reconvertidos todos ellos en súbitos ultras del centro radical, se frotan las manos ante los resultados de las próximas elecciones vascas y europeas y están convencidos de que Rajoy ni tan siquiera llega a las municipales de 2011. Por eso, para todos ellos, el futuro empieza el día 23.

25 Junio 2008

De la mano de PRISA

Ignacio Villa

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No se puede ser ingenuo y pensar que todo es una casualidad. Nada más lejos de realidad. Estamos asistiendo a un cambio en la política mediática del Partido Popular, plasmada en el acercamiento de Mariano Rajoy al Grupo Prisa. No tiene vuelta de hoja.

El domingo concedió a Cuatro unas declaraciones sobre el partido de España en la Eurocopa. Su comparecencia en Valencia dejó fuera al resto de televisiones. El lunes, Javier Arenas, nuevo vicesecretario, daba su primera entrevista al diario El País. El martes, el portavoz González Pons advertía a la Conferencia Episcopal que la COPE tenía que portarse bien con el PP. Una advertencia, por cierto, por la que ha pedido perdón el vicesecretario de comunicación. Y este miércoles ha sido el propio Mariano Rajoy quien, en la SER, con Francino, ha hecho gracias sobre la rima de su apellido con el programa Hoy por hoy. Por cierto ha sido tratado con una delicadeza exquisita en esa entrevista en prime time.

No acaba aquí todo, puesto que este jueves estará en la Plaza de Colón, en el estrado de Cuatro, para comentar el partido de España en las semifinales contra Rusia. Esos comentarios los va a realizar junto a Angels Barceló, que no fue precisamente dulce desde Telecincoen los días posteriores a los atentados del 11 de marzo con el Partido Popular. ¡Como cambian las cosas!

De pronto la COPE se ha convertido en la mala y en la enemiga; en cambio los medios de Prisa son los buenos y los amigos. No es una teoría mía, sino una realidad apoyada con datos, gestos y políticas. No hablamos de ambigüedades, estamos ante un partido que ha iniciado una transformación, que parte de la aceptación de los cambios en el modelo de Estado y de sociedad impuestos por el PSOE.

Hay cambios, complejos, bandazos y muchos errores. En el Congreso de Valencia, José María Aznar lo dijo: hay que cuidar a los que nos votan, nadie tiene votos en propiedad. Un mensaje que no parece haber calado en la calle Génova. Más bien lo contrario. La dirección popular está en el cambio. Y en eso están. Ya veremos en que queda. Pero, desde luego, empezar ha empezado.

22 Junio 2008

Ricardo II

Pedro J. Ramírez

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omprendo que comenzar mentando a Eduardo Zaplana garantiza que captaré la atención de los organizadores del Congreso del PP, pero será a costa de ver dibujadas en sus rostros las mismas muecas que Charles Perrault pintó en las caras de los edecanes del bautizo de la Bella Durmiente en el momento de la irrupción en el salón de baile de aquella hada número ocho a la que ni siquiera se habían molestado en invitar, por creerla encerrada a buen recaudo.

¿Pero qué culpa tengo yo si resulta que entre las muchas cosas que pusieron a Valencia en el mapamundi durante los siete años al frente de la Generalitat de ese magnífico presidente autonómico -y hoy incomprensible ausente en los fastos del partido- ocupa un nicho de especial calidad el impulso de las actividades de la Fundación Shakespeare de España, liderada por el intelectual e integral hombre de teatro Miguel Ángel Conejero; si resulta que ello dio pie en 2001, con el copatrocinio del Ayuntamiento de Valencia, a la celebración por primera vez en España del Congreso Mundial sobre el gran bardo; y, sobre todo, si resulta que una de sus secuelas, casi a modo de canto del cisne de una actividad luego interrumpida o en declive, fue precisamente una maravillosa edición, dentro de la serie Obra Mayor, de un drama histórico mucho menos popular y conocido que Julio César, Ricardo III o Enrique V del que, sin embargo, muy bien podría decirse que fue escrito anticipando con bastante exactitud la situación que se vivirá a partir de mañana en el PP?

Me refiero a Ricardo II, la crónica teatral del apogeo, ocaso y caída del último de los Plantagenet, certeramente definida por el gran erudito y crítico Harold Bloom como «un poema metafísico extenso» y como una obra «cuya única acción es una abdicación diferida, con la secuela del asesinato del rey». A quienes estamos convencidos de que se cumplirá la profecía del hada intempestiva, de que quienes perforarán al hoy ungido con el huso envenenado por la pócima del sopor eterno están dentro de la sala y de que lo único diferente será en este caso el orden de los factores porque a Rajoy primero «lo asesinarán» y después «lo abdicarán», no puede por menos que resultarnos fascinante la definición que el propio Bloom hace de ese «político poco competente», de ese «ser humano inadecuado», de esa «víctima de su propia psique» que si bien no llega a ganar del todo nuestra simpatía, sí que genera «nuestra renuente admiración por la cadencia moribunda de su música cognitiva».

Y más fascinante nos parece aún el retrato que de él hace John Julius Norwich -el máximo especialista en las historias de Venecia y de Bizancio- cuando en su obra Shakespeare’s Kings lo dibuja con su «cara sensible» y su «indecisa barba ahorquillada», lo caracteriza por su «exceso de confianza» y su carácter «peligrosamente vengativo» y lo presenta «rodeado de charlatanes y adivinos que le halagaban sin rubor alguno y pronosticaban que alcanzaría los más extraordinarios logros». No especifica, en cambio, si estos palmeros tenían o no contrato de asesoría.

Vayamos con los hechos. El 3 de mayo de 1389, casi 12 años después de que Ricardo hubiera accedido bastante inesperadamente al trono -nadie podía prever las muertes tanto de su padre, el mítico Príncipe Negro, como de su hermano mayor-, quien hasta entonces había ejercido el poder de la corona de forma continuista, manteniendo en puestos clave a los hombres fuertes del reinado anterior, comunicó a su Consejo que había decidido ser él mismo y gobernar con su propio equipo. Poco después comenzó la purga de sus antiguos colaboradores, los llamados Lores Apelantes. A unos los envió al exilio y a otros los entregó directamente al hacha del verdugo. Alrededor del rey se fue creando, entre tanto, una camarilla de advenedizos y aduladores, detestada por el pueblo y objeto de todo tipo de murmuraciones en los cenáculos londinenses.

La primera gran crisis de la nueva situación sobrevino cuando dos de los principales nobles del reino, el primo del rey, Henry Bolingbroke, y Thomas Mowbray duque de Norfolk se enzarzaron en una escalada de acusaciones mutuas sin ocultar sus respectivas pretensiones de medrar en la pirámide del poder. Puesto que la forma en que Ricardo II comunicó a ambos su resolución, aparentemente salomónica, se asemeja bastante a la que Rajoy eligió para transmitir al alcalde de Madrid y a la presidenta de la comunidad el diktat de que ninguno de los dos iría en las listas electorales, no resulta difícil imaginar que son Alberto Ruiz Bolingbroke y Esperanza Mowbray quienes comparecen el día de San Lamberto en el campo de torneos de Coventry. Acuden con las lanzas preparadas para dirimir con sangre su querella, pero tendrán que resignarse a escuchar impotentes el edicto que marcará su suerte. Es en ese momento en el que levantamos el telón.

PRIMER ACTO

Dos por el precio de uno

Antes de que el rey resuelva, Mowbray trata de advertirle sobre el peligro que para él representa el ambicioso Bolingbroke. Ricardo se muestra fatuo y seguro de sí mismo: «Los leones domestican a los leopardos». A lo que Mowbray repone: «Sí, pero no hacen desaparecer sus manchas».

Ricardo advierte que no hay más ley que su palabra: «No hemos nacido para solicitar, sino para mandar». Y poco después llega su veredicto: «Aproximaos y escuchad lo que hemos decidido… Atendiendo que el discorde estruendo de los tambores, el tan terrible y agudo son de los clarines, el rudo choque de vuestras armas de hierro, podría alejar la paz de nuestras fronteras y hacernos verter nuestra sangre en una guerra civil, os expulsamos de este territorio».

Además les impone otra significativa condición, tras la que late el mayor de los temores: «Jurad por el honor y el cielo no reanudar vuestra amistad en el destierro, no volver a miraros cara a cara, no escribiros jamás, no saludaros nunca, no aplacar en la vida la hosca tempestad de vuestros odios domésticos; no formar el proyecto de un encuentro premeditado, sea para preparar una intriga, sea para combinar un asunto, sea para urdir algún punible complot contra Nos, nuestro Estado, nuestros hijos o nuestra patria».

Mientras salen juntos, Mowbray le espeta a Bolingbroke algo parecido a lo que pudo escucharse en el ascensor de Génova al final de aquella humillante convocatoria del 15 de enero: «Tú y yo sabemos quién eres y espero que pronto tendrá el rey la prueba».

Aunque Bolingbroke tiene un poderoso protector, su propio padre el brusco y mercurial Juan de Gante, Ricardo se jacta de que no se chupa el dedo respecto a su actitud y pretensiones: «Hemos notado cuánto se complacía en halagar al populacho, cómo sabía insinuarse en su corazón con humilde y familiar cortesía… ganándose a pobres obreros con el artificio de sus sonrisas, afectando soportar pacientemente su suerte para llevarse su afecto al destierro… ‘¡Gracias, compatriotas, queridos amigos!’, les decía, ¡como si nuestra Inglaterra fuera su patrimonio y él, el próximo heredero ofrecido a la esperanza de nuestros súbditos!».

De repente llega la noticia de que Juan de Gante está agonizando y Ricardo reacciona con la socarronería propia de los pueblos del noroeste: «¡Venid, señores; vamos todos a visitarle! ¡Ojalá lleguemos demasiado tarde, a pesar de nuestra premura!».

ACTO SEGUNDO

La perorata

Pero no llegan «demasiado tarde». Antes de que esta leyenda viva del reino exhale su último suspiro, Ricardo tendrá que escuchar la perorata patriótica de Juan de Gante. Durante varios siglos los escolares británicos aprenderán de memoria, generación tras generación, la musical acumulación de sus reiteraciones y la descalificación final de la incompetencia del monarca:

«Este regio trono de reyes, esta isla bajo un cetro, esta tierra de majestad, este asiento de Marte, este nuevo Edén, este semiparaíso, esta fortaleza levantada por la naturaleza para sí misma contra la infección y la mano de la guerra, esta feliz estirpe de hombres, este pequeño mundo, esta preciosa piedra engastada en el mar de plata… este bendito terruño, esta tierra, este reino, esta Inglaterra, esta nodriza, este vientre fecundo de majestuosos reyes… Esta tierra de esas amadas almas, esta amada, amada tierra, amada por su reputación en todo el mundo, está ahora arrendada -muero de pronunciarlo- como un vecindario o una mísera granja… Esa Inglaterra que estaba acostumbrada a conquistar a otros, ha hecho la vergonzosa conquista de sí misma».

Fiel a su carácter indeciso, Ricardo cede a las presiones del viejo buda moribundo -inolvidablemente interpretado para la BBC por John Gielgud- y acorta la proscripción de Bolingbroke, pero a la vez se incauta de su herencia. Entre tanto cunde el descontento por doquier.

Unos reprochan al rey que su dureza con sus vasallos contrasta con la condescendencia que muestra hacia sus ancestrales adversarios. Y lo hacen elogiando la consistencia de su antecesor: «Sólo fruncía el entrecejo a los franceses, nunca a sus amigos… ¡Sus manos no se mancharon nunca con la sangre de los suyos, sino con la de los enemigos de su familia!» (Cascos levantaría gustosamente acta de que esto era así).

Otras críticas son aun más explícitas. «El rey no es otra cosa que el vil esclavo de sus aduladores», alega un noble. «¡Ha condenado a algunos por antiguas querellas, enajenándose por completo sus corazones!», apunta otro. «Ha cedido cobardemente, por medio de compromisos, cuanto sus antepasados habían conquistado combatiendo y la paz le ha costado más cara que la guerra», añade un tercero.

Cunde entonces la noticia de que Bolingbroke ha desembarcado con un ejército y uno de los barones fieles al rey advierte: «¡Se aproxima la hora de la crisis de tantos males como ha amasado él mismo! ¡Ahora podrá poner a prueba a los amigos que le han adulado!».

ACTO TERCERO

La corona hueca

«¡Viejos y jóvenes se han sublevado y todo va de mal en peor!», le advierten a Ricardo tras las primeras escaramuzas bélicas. Para él es sencillamente inconcebible que alguien pretenda «hacer desaparecer el óleo santo de la frente de un rey» y «destronar al elegido de Dios».

Por eso prefiere aferrarse por un momento al diagnóstico del principal de sus barones, el duque de Northumberland, también conocido como «el señor del Norte», pues controlaba los dominios septentrionales con la misma habilidad con que Arenas controla hoy los meridionales. «Su venida no tiene otro objeto que el de reclamar su legítima herencia y pedir de rodillas su inmediata libertad», le dirá taimadamente al aconsejarle un encuentro con Bolingbroke.

Ricardo vacila y termina dejándose llevar por un cierto masoquismo filosófico: «¿Qué debe hacer el Rey por el momento? ¿Debe someterse? Pues se someterá. ¿Debe ser destronado? Pues quedará satisfecho. ¿Debe perder el nombre de rey? Sea, por amor de Dios… Cambiaré mi gran reino, por una modesta tumba, una insignificante tumba, una tumba oscura».

Poco a poco va rindiéndose a la evidencia y acentuando su honda melancolía: «Contemos tristes historias de reyes desaparecidos. Cómo fueron destronados algunos, muertos en la guerra otros, perseguidos otros por el espectro de los que destronaron, envenenados aquellos por sus mujeres, quienes asesinados durante su sueño. Todos asesinados. ¡Dentro de la hueca corona que ciñe las sienes de un rey tiene la muerte su corte!».

Entonces se revuelve contra los barones que le han alentado a resistir: «Malditos seáis por haberme apartado del dulce camino de la desesperación… Odiaré eternamente a quien trate de infundirme valor».

Northumberland le avisa de que la hora del encuentro ha llegado: «Milord, Bolingbroke os espera en la plaza de armas para hablaros. ¿Os dignáis bajar?».

Y Ricardo coge la cruz: «¿En la plaza de armas? Plaza de armas donde los reyes descienden a visitar traidores y concederles su perdón. ¡Plaza de armas! Bajemos. ¡Abajo las armas! ¡Abajo el Rey! ¡Durante la noche, los búhos lanzan graznidos de espanto en las alturas, donde debería cantar la alondra que se remonta al cielo!».

ACTO CUARTO

El espejo

Pusilánime, dubitativo, gallegamente indeciso hasta los tuétanos, Ricardo compara la corona con un pozo con dos baldes -el suyo baja vacío, el de su primo sube lleno- y se pregunta: «¿Por qué me veo obligado a comparecer ante un rey antes de haber alejado de mí el pensamiento de mi realeza?».

Pero Bolingbroke no le da margen alguno: «¿Consentís vos en renunciar a la corona?».

A lo que Ricardo contesta con la expresión de su débil mismidad: «Sí, no; no, sí. No puedo ser nada… Por lo tanto nada de no, pues renuncio a favor vuestro. Ahora mirad cómo me derribo a mí mismo. Entrego este gran peso, quitándolo de mi cabeza y este abultado cetro, de mi mano. El orgullo del poder real, de mi corazón. Con mis propias lágrimas lavo el bálsamo. Con mis propias manos entrego la corona».

El mismo Ricardo que ha sido implacable con aquellos leales que le recordaban sus orígenes se siente incapaz de resistir a aquel a quien identifica con el porvenir. Sólo la voz de un obispo, trasunto del proscrito -o proscrita- Mowbray, se alza con la lúgubre profecía de lo que de hecho será el inicio de la edad oscura de la Guerra de las Rosas: «¡Si le coronáis os predigo que la sangre inglesa fertilizará las tierras y las edades futuras lamentarán este acto criminal; la paz dormirá en territorios de turcos e infieles y, entretanto tumultuosas guerras asolarán aquí familias hermanas!».

Pero Ricardo ya sólo quiere sentir lástima de sí mismo y «ser un ridículo rey de nieve, expuesto al sol de Bolingbroke para deshacerse en gotas de agua». Por eso ya no le queda sino un último deseo: «Buen rey… si mi palabra tiene algún crédito aún en Inglaterra, permitidme que pida un espejo. Quiero ver en él mi rostro después de la quiebra de mi majestad».

Y una vez satisfecho su deseo, Ricardo se encara ante el cristal y lo interpela: «Oh espejo adulador, parecido a mis seguidores en la prosperidad. Me engañas. ¿Fue este rostro el rostro que como el sol hacía parpadear a los que lo miraban…? Una frágil gloria brilla en este rostro. Tan frágil como la gloria es el rostro».

ACTO QUINTO

El caballo

Bolingbroke prepara su coronación y Ricardo es su prisionero. El monarca depuesto analiza lo ocurrido, reprocha al principal de sus barones su traición y le pronostica que probará su propia medicina: «Northumberland, escala que ha servido a Bolingbroke para elevarse hasta mi trono, no envejecerá el tiempo en muchas horas antes de que tu crimen, hoy florecido, caiga podrido. Aunque Bolingbroke dividiera el reino para darte la mitad, tú creerías que era muy poco para el que se lo proporcionó todo. Por su parte Bolingbroke reflexionará que tú, que conoces el medio de implantar reyes ilegítimos, debes poseer también, a la menor provocación, el de derribarlos de un trono usurpado».

El nuevo rey entra en Londres y Ricardo es obligado a formar parte de su cortejo triunfal. Uno de los asistentes describe cómo «sobre su sagrada cabeza arrojaban polvo, que él sacudía con resignado gesto de pesar». Pero a nuestro ecce homo no le importa la ingratitud humana. Sólo se emociona y enfurece cuando su antiguo palafrenero le cuenta «cómo se entristeció mi corazón al contemplar en las calles de Londres, el día de la coronación, a Bolingbroke avanzar sobre Barbary, el caballo que con tanta frecuencia montábais».

«¿Y cómo se portaba Barbary con él?», pregunta Ricardo.

«Orgullosamente, como si desdeñase la tierra», responde el palafrenero.

Entonces Ricardo estalla: «¡Ese corcel comió el pan en mi mano real! ¡Cuando esta mano le acariciaba, él se sentía orgulloso! ¡Y Barbary no se movía! ¡No arrojó a Bolingbroke al suelo, ya que el orgullo debe ser derribado! ¡No rompió el esternón del orgulloso que usurpaba su lomo!».

Pero pronto se da cuenta -«Perdón, caballo mío…»- de que está pidiendo a un ser inferior, a alguien de tan escaso rango y responsabilidad como esos pequeños funcionarios que forman parte del engranaje, del aparato, de la maquinaria del poder el heroísmo de la resistencia que no ha sido capaz de exigirse ni a sí mismo ni a sus barones.

A Bolingbroke ya entronizado como Enrique IV sólo le queda desembarazarse de quien es a la vez víctima e incómodo testigo. Lo hace con su confortable y ominosa doble moral. Tras el asesinato de Ricardo en la torre de Londres exclama: «He deseado su muerte y le amo asesinado, pero odiando al asesino… Os aseguro que mi corazón desborda de pesar al verme salpicado con esta sangre derramada para contribuir a mi prosperidad… Honrad mi duelo llorando por este féretro prematuro».

Y cae el telón.

Palabras del adaptador

Quiero agradecerles en mi primer lugar, señores compromisarios, sus calurosos aplausos. Sus únicos destinatarios deben ser la memoria del inmortal genio de Stratford y el entusiasta esfuerzo de quienes hace seis años editaron en esta misma ciudad, con toda su sensibilidad y mimo, una obra tan conmovedora. En cuanto a mi contribución sólo diré que, aunque he intentado proyectar ante ustedes un horizonte previsible, he de reconocer que la única profecía fiable del futuro es aquella que se hace cuando ya ha sucedido.

De hecho, la representación más célebre de Ricardo II fue la que Shakespeare y su compañía tuvieron que realizar a comienzos de 1601, por encargo del Duque de Southampton que pretendía preparar el terreno de la opinión pública para la famosa rebelión de Essex contra la reina Isabel. En el concienzudo libro que le valió la irónica reprimenda de Aznar y le privó de repetir como presidente del Congreso, el aquí presente Federico Trillo explica que «lo que la audiencia veía en Ricardo II era un rey débil, incapaz de ponerse a la altura de los acontecimientos». La propia Isabel se dio por aludida: «Yo soy Ricardo, ¿no lo sabéis?». Pero ni ella era el último de los Plantagenet, pues se mantuvo en el trono hasta su muerte natural, ni Essex el primero de los Lancaster, pues fracasó en el empeño y fue ejecutado en el cadalso.

¿Será Rajoy Richard o Elizabeth? ¿Será Gallardón Bolingbroke o Essex? Debo de reconocer que hace un mes yo lo tenía más claro que ahora y que, hoy por hoy, en cambio, de lo único que puedo estar razonablemente seguro es de que, pase lo que pase, al menos hasta que haya unas primarias y después probablemente también, seguirá mandando Arenas.

Espero, en todo caso, que si los próximos episodios se corresponden con el itinerario dramático que les he ayudado a recorrer me concedan el don de la clarividencia; y que, si no es así, me tengan, al menos, en su estima por haber añadido a su extenso programa cultural del fin de semana este maravilloso «Shakespeare valenciano».

23 Junio 2008

El congreso del PP y las apariencias

Casimiro García-Abadillo

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Rajoy ha sabido aguantar. Y eso tiene un valor. Desde el 9-M ha resistido presiones internas y externas que hicieron pensar a más de uno que podía tirar la toalla antes del congreso de Valencia.

Un nutrido grupo de parlamentarios -dicen que unos 40- rebelde, el abrupto abandono de la política de Zaplana, la decisión de Acebes de no continuar en la dirección del PP, la dimisión de San Gil, la marcha de Ortega Lara, las críticas de Aznar y Botella, el amago de Aguirre, la carta-bomba de Elorriaga, las duras intervenciones en el último Comité Ejecutivo, el amago de Costa… Por no hablar de la presión que hemos ejercido los que hemos criticado su gestión desde los medios.

En fin, como decía Cela, en este país el que aguanta, gana.

Ahora bien, conviene que no se confundan deseos y realidades. Las apariencias, y más ahora, pueden llevar a perniciosos o calculados engaños.

Vayamos por partes. El congreso de Valencia se anunciaba como el cónclave de la integración. ¡Que se lo digan a los que se atrevieron a criticar a Rajoy en la Ejecutiva! Ni Costa, ni Elorriaga, ni González, ni Aragonés forman ya parte de la dirección del PP.

Es obvio que Rajoy ha preferido quitarse de en medio a los que le criticaron y resulta también evidente que ha apostado más por Ruiz-Gallardón (a quien ha colocado en el nuevo Comité de Dirección) que por Aguirre.

El líder del PP tiene todo el derecho del mundo a hacerlo, pero su modelo no ha sido la integración, sino el apartamiento de los críticos.

Otra de las apariencias que ha circulado con profusión es que Arenas está detrás del nombramiento de Cospedal y Mato.

Es verdad que el jefe del PP en Andalucía (y ahora vicesecretario de Política Autonómica y Local) ha ganado peso en la dirección del partido. Pero Arenas estuvo pujando hasta el último minuto por ser él mismo secretario general. O, en su defecto, Mato. Y fue el nombre de la ahora vicesecretaria de Organización el que puso sobre la mesa en sus reuniones, a solas o acompañado, con Rajoy.

Cospedal -tal vez el nombramiento más acertado de Rajoy- no es una terminal de Arenas, sino todo lo contrario. Tal vez lo que sucederá en un próximo futuro es que, entre ambos, surja una punzante rivalidad.

Hablando de rivalidades, no pierdan de vista el juego que va a dar la pugna entre Sáenz de Santamaría (que hizo un solvente discurso en el congreso) y González Pons. El valenciano, una estrella ascendente en el firmamento popular, estuvo durante semanas esperando a que Rajoy le concretara cuál iba a ser su puesto en la dirección del partido. Él aspiraba a la portavocía en el Congreso, pero no puedo ser. Para dar relevancia al cargo que ahora ostenta (responsable de Comunicación del PP), él quería que llevara implícito el rango de vicesecretario, lo que a Soraya no le gusta, porque le sitúa formalmente por encima de ella en el escalafón interno. Insisto, atentos a la pantalla.

Vayamos ahora a otra apariencia con jugo mediático. Arriola, el ideólogo del cambio en el PP, está encantado de haberse conocido. Las encuestas de dos medios tan distintos y distantes como EL MUNDO y la Cadena Ser, en las que el PP aparecía empatado con el PSOE, demuestran, en su opinión, que la estrategia adoptada por Rajoy, siguiendo sus consejos, claro, ha sido la correcta.

Hay que permanecer impasible ante las críticas de algunos medios (aquí todos citan a la Cope), porque, al final, esgrimen desde Génova, «nuestros votantes nos votan a nosotros».

En ese argumentario autocomplaciente se cita, cómo no, la actitud positiva que está teniendo el Grupo Prisa (sobre todo El País y la Ser) hacia el pretendido giro centrista de Rajoy.

¡Qué gusto da ahora leer los editoriales de los que un día dijeron que el PP llevaba a este país de nuevo al enfrentamiento del 36! ¡Qué placer mirarse en esas páginas y comprobar que el verdadero rostro de Rajoy no es el de ese señor crispado y crispante decidido a ceder ante las presiones de la ultraderecha y que, por cierto, estuvo a punto de ganar las elecciones hace tres meses!

En el Gobierno están preocupados no tanto por el marchamo de legitimidad que está dando el Grupo Prisa a la reencarnación moderada de Rajoy, como por la dureza con la que, desde ese sólido y granítico bloque mediático tradicionalmente aliado, se fustiga sin piedad a Zapatero (dicen).

En los editoriales de El País se habla de crisis y no de desaceleración y en su portada se liga la corrupción de Estepona con la financiación ilegal del PSOE. ¿Qué pasa aquí? ¡El mundo al revés!

Las apariencias, como decía, engañan. La actitud del Grupo Prisa (más vale decir, de Cebrián) tiene que ver con su debilidad financiera. La semana pasada, Prisa prorrogó in extremis un crédito puente de 1.900 millones de euros con el que debe financiar la OPA sobre Sogecable.

Los bancos han empezado a mirar al grupo mediático tradicionalmente más sólido de España con lupa. Su deuda se eleva a casi 6.000 millones de euros. Eso, en un momento de subida de tipos y caída de la publicidad (que nos afecta, por supuesto, a todos).

Cebrián quiere vender la televisión de pago, por la que pide nada menos que 3.100 millones de euros. Esa operación serviría para liquidar una parte importante de la deuda. El problema es que se pretende que sea Telefónica quien pague ese precio, que está muy por encima de la valoración por cliente que se ha realizado en las últimas adquisiciones llevadas a cabo en ese sector en Europa.

¿Qué ha dicho Telefónica? Que a ese precio no compra. ¿Qué opina Cebrián? Que eso forma parte de la venganza de Zapatero.

En cualquier otro país ese razonamiento sería absurdo. Aquí tiene bastante lógica, si miramos nuestra historia reciente.

Por tanto, mientras Prisa esté con el agua al cuello, el Gobierno no puede esperar que le lluevan piropos desde la calle Miguel Yuste o desde la Gran Vía.

Pero que Rajoy no se equivoque. Prisa nunca pedirá el voto para el PP, por mucho que ahora halaguen sus desplantes a Aguirre y sus deseos de romper con el aznarismo.

Pero vayamos a lo fundamental. ¿Ha servido este congreso para cerrar las heridas abiertas?

A la luz de algunas declaraciones, cabría pensar que sí.

Vaya por delante que el líder del PP ha ganado tiempo y eso en política es muy importante. Pero, sobre todo, ha demostrado a sus bases que, hoy por hoy, no hay nadie dispuesto a disputarle el trono (tremendo paralelismo trazó ayer Pedro J. con Ricardo II).

Rajoy (como el Grupo Prisa) ha logrado renovar su crédito puente de legitimidad hasta las elecciones europeas. Si logra saldar con buenos resultados las citas electorales en Galicia y en el País Vasco y alcanza un empate técnico con el PSOE en las europeas, es muy probable que el líder del PP pueda presentarse al próximo congreso como el único candidato para las generales de 2012.

Si no es así, las cañas se volverán lanzas y los que hoy le aplauden a rabiar serán los primeros en clamar por una nueva alternativa.

Rajoy se ha merecido, por su resistencia y por el propio resultado del congreso, que todos pongamos el contador a cero. Pero, como me decía un líder indiscutible del PP, «la vida no acaba el domingo, sino que comienza el lunes. Sobre todo para Rajoy».

El Análisis

MISMO PRESIDENTE, NUEVA ESTRATEGIA Y NUEVO TESORERO

JF Lamata

En congreso de Valencia de 2008 fue, probablemente, el más tenso que vivió el PP desde su cambio de denominación al Partido Popular. En realidad el congreso fue relativamente tranquilo, lo tenso había venido antes. Los enemigos del Sr. Rajoy no quisieron plantarle cara en el Congreso con una lista alternativa, lo que querían era dinamitarle para que renunciara a presentarse a reelección. En una operación en la que participaron destacados dirigentes del PP como D. Juan Costa o D. Gabriel Elorriaga, aznarista de pro como D. Carlos Aragonés, la federación vasca de Dña. María San Gil, y, por encima de todos ellos, los medios de comunicación afines a Doña. Esperanza Aguirre: los programas ‘La Mañana’ y ‘La Linterna’ de la COPE (ambos controlados por miembros del grupo ‘aguirrista-anti-rojo’ LIBERTAD DIGITAL), TELEMADRID y el diario EL MUNDO). Mientras sus amigos mediáticos zurraban de lo lindo al Sr. Rajoy, la presidenta madrileña guardaba un oportuno y calculado silencio esperando ver si caía Rajoy. No cayó. Al respaldo al Sr. Rajoy de la federación valenciana del Sr. Camps y de la andaluza del Sr. Arenas se unió el de la práctica totalidad de las federaciones menos la de Madrid. El Sr. Rajoy había ganado la batalla. Los Sres. Costa, Elorriaga, San Gil y demás eran exterminados por haberse opuesto al jefe, mientras que Dña. Esperanza Aguirre se veía marginada.

En el plano de nombramientos, Dña. Dolores Cospedal se convertía en la nueva Secretaria General del PP, la primera mujer que ocupaba un cargo de tanta relevancia política. A la vez que se producía ese nombramiento, pero de una manera mucho más desapercibida, se  producía otro: D. Luis Bárcenas, nuevo tesorero. Destacados dirigentes del PP encabezados por la propia Sra. Cospedal lamentarían mucho aquel nombramiento.

J. F. Lamata