13 mayo 1981

Su abandono del partido le fuerza a renunciar a su cargos de concejal y primer teniente de alcalde en el ayuntamiento de Madrid

Ramón Tamames rompe con el PCE por sus discrepancias con el estilo de liderazgo que ejerce el Secretario General, Santiago Carrillo

Hechos

D. Ramón Tamames se dio de baja en el PCE en mayo de 1981 y fue forzado con ello a dimitir como Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Madrid.

Lecturas

El economista D. Ramón Tamames Gómez, uno de los más populares líderes del Partido Comunista de España (PCE), anunció el 9 de mayo de 1981 su decisión de dimitir de todos sus cargos y darse de baja del partido por discrepancias con el secretario general, D. Santiago Carrillo Solares. El Sr. Tamames Gómez defiende un cambio generacional en el PCE. Como diputado en el Congreso el Sr. Tamames Gómez se pasará al Grupo Mixto.

El Sr. Tamames Gómez sigue así el camino de D. Eugenio Triana García o D. José María Mohedano Fuertes, la nueva generación del PCE que está en contra de la línea del veterano Sr. Carrillo Solares.

JAIME BALLESTEROS, DE LA DIRECCIÓN DEL PCE, SE DESPACHA CONTRA TAMAMES:

jaime_ballesteros  «Su salida no perjudica al PCE, le perjudica fundamentalmente a él; hubiera sido mejor que continuase con nosotros, pero cada cual es muy libre de entrar o salir. No creo que Tamames sea sincero cuando dice que se marcha porque sus enmiendas han sido derrotadas en el último pleno del Comité Central. Han sido derrotadas por mayoría, y eso cualquier demócrata tiene que aceptarlo. Pero ha ocurrido algo curioso: sus primeras propuestas eran votadas por los veintiséis; pero al final se quedó sólo con su voto y uno más». «De todas maneras, para mí todo esto está muy claro. Yo no sé si Tamames es de verdad eurocomunista, porque si lo es no tenía que haber chocado, ideológicamente con el partido. El es más bien un progresista, un hombre valioso, muy ligado a un proyecto político de futuro que nada tiene que ver con el PCE. De lo contrario, hubiera esperado al X Congreso para dar la batalla». «Hace ya mucho tiempo que Tamames intenta buscar un sitio en la política fuera del PCE, y aún digo más: si no se hubiera producido el golpe de Estado, se habría marchado mucho antes. Los sucesos del 23 de febrero interrumpieron ese proyecto político que él compartía con otras personas ajenas al PCE, proyecto previsto para unas elecciones anticipadas. Todo lo que él argumente al margen de esto yo no me lo creo».

11 Enero 1981

Por la renovación del Partido Comunista de España

Ramón Tamames

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El mejor antídoto contra cualquier prosovietismo, prochinismo, etcétera, no es otro que democratizar, descentralizar, organizar mejor el PCE. Para enraizarlo a fondo en nuestra sociedad, para hacer que en él se sientan rellejados los intereses de una proporción creciente de trabajadores españoles, o de simples, dignos y muy atendibles anhelos populares de buen gobierno. Y esto significa llevar al eurocomunismo hasta sus últimas consecuencias en la lucha

Desde hace casi tres meses está abierto el debate en el PCE sobre los objetivos del X Congreso del partido, que se celebrará en julio de 1981. La discusión ya iniciada empezaba a transcurrir en términos bastante claros con el planteamiento, desde diversos ángulos, de la plena renovación del partido, frente a la posición de continuar básicamente en la misma línea anterior, de fuerte concentración de poder en unas estructuras de organización que no se adaptaron a las nuevas necesidades y aspiraciones de los trabajadores, de las clases populares y que han llevado a muchos (anticipando sus deseos a la realidad potencial) a hablar de que el PCE ha tocado techo.Ahora, tras los recientes y conocidos resultados del V Congreso del PSUC, el debate de cara al X Congreso del PCE puede pretender transformarse en dialéctica cerrada; de hecho, con una única y falsa disyuntiva: eurocomunismo o prosovietismo. La consecuencia inmediata sería un llamamiento a «cerrar filas», en base a la idea de la prioridad del eurocomunismo, sin que éste se haya esbozado suficientemente, sin una valoración crítica de las experiencias habidas y, sobre todo, relegando de forma más o menos sutil la cuestión capital de la democratización y renovación del partido. Creo que sería muy sano y conveniente, para todos los comunistas, y para la misma democracia española, evitar esa actitud de simplificación y a la vez de confusión.

No cabe, desde luego, minimizar los peligros que para las ideas de socialismo en libertad y para la independencia de los comunistas de toda España puedan significar determinadas resoluciones del V Congreso del PSUC. Pero me parece que para combatir esos peligros sería lamentable caer ahora en una especie de «santa cruzada» que pudiera oscurecer la realidad de los problemas con que hoy se enfrenta el PCE, lo cual equivaldría a no querer darles solución.

A lo largo de 1981 va a haber -ya ha comenzado- toda una secuencia de congresos de los más diversos partidos. En esa perspectiva de encuentros políticos que van a incidir en las nuevas estrategias para consolidar la democracia, y con la vista puesta en el horizonte 83, sería un error iniciar el X Congreso del PCE desde un pretendido dilema de enfrentar el eurocomunismo sin renovación frente al prosovietismo. Ese dilema, a mi juicio, no existe; porque la inmensa mayoría de los militantes comunistas tenemos claro que en España no se puede ser otra cosa que eurocomunistas y renovadores; es decir, estar por la búsqueda de una vía española al socialismo en un contexto constitucional de libertades públicas, de derechos sociales y humanos, y de pluripartidismo. Pero todo ello sin olvidar que, inexorablemente, la democracia debe llegar en el interior del partido a todos sus órganos y actividades, con el pleno respeto garantizado de las posiciones minoritarias.

Frente a la renovación, las consecuencias de «cerrar filas» no sería otra, a la postre, que mantener y agravar aún más las tendencias oligárquicas y de ineficiencia que, al disminuir la vida política de los comunistas, son precisamente las que crean las condiciones más propicias para el desánimo: haciendo caer la militancia, posibilitando al final -como en cierto modo puede haber sucedido en el PSUC- que una cierta minoría gane una influencia dentro del partido muy superior a lo que representa respecto de una base electoral que a la hora de elegirse los delegados al congreso optó en muy buena parte por el abstencionismo.

El mejor antídoto contra cualquier prosovietismo, prochinismo, etcétera, no es otro que democratizar, descentralizar, organizar mejor el PCE. Para enraizarlo a fondo en nuestra sociedad, para hacer que en él se sientan rellejados los intereses de una proporción creciente de trabajadores españoles, o de simples, dignos y muy atendibles anhelos populares de buen gobierno. Y esto significa llevar al eurocomunismo hasta sus últimas consecuencias en la lucha contra una serie de situaciones concretas que hoy se dan en el PCE. Poniendo fin a la burocratización mediocrizante, creando una malla de auténticas corresponsabilidades, acabando con concepciones patrimoniales del partido, para evitar cualquier veleidad de marca de uso vitalicio. Como igualmente es preciso asumir plenamente la Constitución, no cayendo en tesis estereotipadas, y muy poco democráticas, de que se trata de una Constitución burguesa. No olvidemos, por favor, que ésa es una Constitución que nosotros los comunistas apoyamos con entusiasmo, a pesar de las críticas de detalle que pudiéramos hacer.

Asimismo, la renovación que los eurocomunistas todos hemos de planteamos ha de poner término a los viejos métodos de trabajo, aún impregnados de hábitos de la clandestinidad, de no pocas inercias históricas, y de menosprecio, en ocasiones, de movimientos, populares de interés y de conocimientos técnicos fundamentales a tener en cuenta en nuestra sociedad. O se camina hacia una mayor eficiencia, con mayor formación y más capacidad de irradiación de todos los comunistas en todos los ámbitos en el Parlamento, en los órganos autonómicos, en los ayuntamientos, en el sindicalismo, etcétera-, o el proceso de de clive del partido sería inevitable. Estamos a tiempo de cambiar, pero el plazo no es indefinido. En mi opinión, ya lo he dicho en otras ocasiones, hay que introducir también en el PCE -y en la sociedad española en su conjunto-, de forma explícita y renovada, los valores de regeneracionismo ético, político y cultural, que tan importantes muestras tiene en una parte de nuestro pasado histórico. De cara a los problemas con que se enfrenta nuestra sociedad, hay que relanzar ese regeneracionsimo contra las viejas prácticas del caciquismo que perviven por doquier con nuevas formas, contra el comportamiento de toda una serie de gremialismos y corporativismos que implican un abandono real de cualquier actitud solidaria, incluso en áreas sociales en que difícilmente podrían haberse concebido hace no tanto tiempo. Sólo así los comunistas españoles podremos plantear que se ponga fin al fatalismo de la derecha, que pretende convencernos de que con la democracia todo va a seguir más o menos igual que hasta ahora.

En suma, es indispensable abrir, de cara al décimo congreso, una discusión profunda sobre los problemas concretos de la generalidad de nuestra vida política, no solamente sobre temas internacionales y cuestiones ideológicas. Debemos poner en, un primer plano la preocupación por la transformación de la sociedad española, del camino a seguir si verdaderamente queremos salir de las inercias que nos sitúan hoy en la regresión de la crisis económica, del paro, del terrorismo y de un Estado de las autonomías de perspectivas rodeadas de toda suerte de incertidumbres.

Ese programa de transformaciones pasa por temas específicos, sin perder la visión de globalidad: la reforma agraria en extensas zonas de España para lograr una agricultura moderna y capaz; la reconstrucción del sistema de empresas públicas, para que éstas sean piezas esenciales de un sector público transformador; la mayor atención al escenario del sistema productivo, para evitar que sigamos en la pendiente de un medio ambiente que se deteriora día a día en medio de toda clase de mixtificaciones y paradojas saudoecológicas por parte del Estado; la crítica del proceso ya actual de desindustrialización de España, que está en camino de convertirnos en un país en vías de subdesarrollo. Como también el PCE debe levantar de forma decidida la bandera de la planificación democrática -prevista en nuestra Constitución- frente al derroche vergonzante de la actual política económica y social, que es técnicamente poco imaginativa, socialmente reaccionaria, que estratégicamente conduce a una mayor dependencia y cuyos objetivos últimos para la derecha están en la entrada en la OTAN, aceptando los términos de un imperialismo más sutil que el de antaño, pero no por ello menos determinante de un futuro que no podemos enajenar.

Y para lograr todo eso, para contribuir a todo eso, el PCE debe transformarse, hacerse más democrático en sus sistemas representativos y de decisión, alejándose definitivamente los carismas, de las mayorías más o menos mecánicas, que tienen su origen en sistemas de cooptación ya absolutamente periclitados. Además, hemos de dar nueva vida a las antiguas agrupaciones de los centros de trabajo, de técnicos, de profesionales, y crear para el conjunto del partido una estructura de carácter federal que asegure la personalidad propia de las diferentes organizaciones territoriales en convivencia con una buena coordinación del trabajo.

Todos esos cambios importantes son los que pueden dar la idea real a la inmensa mayoría de los españoles que nos contemplan de que el PCE se renueva, que se pone a punto. Es la única forma, por lo demás, de recuperar a la mayoría de los antiguos camaradas, de reclutar en la senda de una esperanza reconstruida nuevas fuerzas entre la juventud, entre las mujeres, y dentro de lo que ahora es el espacio potencialmente más fuerte de las fuerzas del progreso en España, el enorme territorio, políticamente decepcionado, del abstencionismo.

El PCE, en su renovación, debe dejar claro que un partido político -incluso el comunista- es un medio de lucha política y no un fin en sí mismo. Todo el mundo debe quedar convencido de que no se trata de mantener unos ciertos poderes por unos ciertos dirigentes en el recinto de una estructura política hermética, que por ello mismo podría verse reducida a dimensiones cada vez menores y de incidencia cada vez menos operante. Por el contrario, el PCE debe ser un inmenso lugar de encuentro para trabajar y hacer política. Cada miembro del PCE -y esa es labor de la organización- debe tener una participación efectiva, su propio proyecto de realización personal efectiva dentro de una perspectiva global, dentro del proyecto general de cambiar la sociedad y democratizar el Estado para lograr una vida cotidiana cada vez más completa de posibilidades de trabajo, de cultura, de fraternidad.

Estamos ante la opción histórica de recuperar y engrandecer nuestra fuerza en una importante palanca de transformación de la sociedad española, en la vía de la democratización, de la modernización, del trabajo, de la convivencia. Para promover la unidad de la izquierda con los socialistas y todas las demás fuerzas de progreso. Y ese cúmulo de objetivos no será posible sino con la plena democratización y renovación del PCE, de forma que su imagen y su realidad interna lleguen a ser plenamente coherentes con los propósitos de un socialismo en libertad al nivel de nuestro tiempo.

Ramón Tamames, diputado del PCE y accionista minoritario del diario EL PAÍS

13 Mayo 1981

El adiós de Tamames

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La salida de Ramón Tamames del PCE, pocas semanas después del abandono de Eugenio Triana, también miembro del Comité Ejecutivo y además integrante del secretariado, ilustra el progresivo alejamiento de los profesionales, técnicos e intelectuales de la militancia comunista. Tamames no era sólo una de las figuras públicas más atractivas y de mayor arrastre del PCE, sino que además su gestión como primer teniente de alcalde de Madrid ha sido eficaz y brillante. Su voluntario abandono de la organización comunista lleva aparejada su expulsión del Ayuntamiento, carambola que muestra, una vez más, las perjudiciales consecuencias que tiene para los intereses colectivos el sistema electoral de listas bloqueadas y cerradas, monopolizado por los partidos. Los vecinos de Madrid votaron. a la vez a las siglas del PCE y a Ramón Tamames -elogiosamente presentado por el propio Santiago Carrillo en vísperas de las elecciones como el mejor alcalde posible para esta ciudad- en lo comicios de abril de 1979. Muchos ciudadanos no terminarán de entender las razones por las que una figura pública como Ramón Tamames puede resultar intercambiable por otro, sin más preocupación que exhibir la docilidad en el partido. Pero los problemas del PCE no proceden exclusiva mente de hombres como Tamames, no alineados en las zonas templadas del socialismo y defensores del sistema de libertades. La reagrupación de los comunistas prosoviéticos no sólo en Cataluña, sino también en el resto de España, movimiento en el que se enmarcan las medida disciplinarias contra el ex jesuita Francisco García Salve muestra la persistencia y el vigor de los viejos hábitos y el relativo fracaso de las transformaciones promovidas, desde arriba, por la dirección del PCE, en su línea política y en su estrategia internacional. Estas dos oposiciones pueden llegar a acuerdos tácticos contra el secretario general del PCE, basados en la exigencia de la democracia interna, al igual que sucedió en la Unión Soviética en la época estaliniana, pero sus planteamientos ideológicos y políticos son en sí mismos incompatibles. En cualquier caso, la experiencia eurocomunista de Santiago Carrillo se halla amenazada desde los dos flancos. La dirección del PCE, incapaz de mediar entre ambas corrientes, parece haberse convertido en la tercera fracción, que asume del pasado el legado del rígido centralismo burocrático -común, por lo demás, a otros partidos a su derecha-, pero que trata de romper con algunos planteamientos ideológicos y políticos del marxismo-leninismo. El resentimiento, así, es doble: mientras los prosoviéticos se reconocen en el estilo organizativo pero rechazan la línea política del carrillismo, los renovadores como Eugenio Triana o como Ramón Tamames repudian el corsé asfixiante del aparato, aunque se consideren los principales impulsores de la línea eurocomunista. Desde el punto de,vista de la vieja guardia y de sus reclutas más jóvenes, el temor alas influencias de los prosoviéticos, que se materializarían en cuestiones ideológicas y de estrategia internacional, marcha en paralelo con el recelo ante los profesionales e intelectuales, que reclaman una mayor participación en la adopción de las decisiones y amenazan la estabilidad de un escalafón basado en la antigüedad o en la disciplina. La frustración de esos cuadros ante los pobres resultados electorales del PCE, que le sitúan en un papel subordinado en la Administración local y hacen impensable su acceso a la Administración central, es simétrica a la decepción de la vieja guardia por el escaso fruto que, en términos de votos, ha rendido la incorporación a sus filas de brillantes y conocidos intelectuales. Tal vez en esa doble desilusión, basada en la débil implantación electoral de los comunistas, pueda encontrarse una de las claves de esa crisis, Los profesionales y técnicos no ven futuro para su carrera política como gestores de la cosa pública, hacia el exterior, ni se resignan, hacia el interior, a desempeñar el papel de convidados de piedra en la elaboración de las decisiones. Y los hombres del aparato piensan que esos picos de oro apenas han contribuido a mejorar sus resultados electorales.La designación de dos hombres de la generación intermedia -Jaime Ballesteros y Nicolás Sartorius- para defender, respectivamente, en la última reunión del Comité Central, las ponencias de los estatutos y de las tesis, se halla vinculada con la retirada de Eugenio Triana y de Ramón Tamames. Santiago Carrillo seguramente ha querido mostrar la existencia de oportunidades para el relevo en el PCE y su buena disposición para quienes ingresaron en la organización a finales de los cincuenta o comienzos de los sesenta. Jaime Ballesteros ha desempeñado siempre cargos de confianza en el sancta sanctórum de la organización y es un típico hombre del aparato. Nicolás Sartorius ha desarrollado su actividad militante fundamentalmente en Comisiones Obreras y ofrece una imagen externa casi berlingueriana. Probablemente, la simpatía de la vieja guardia, de los funcionarios del aparato y de las bases comunistas del antiguo estilo le dirija hacia Ballesteros, mientras que Sartorius signifique una esperanza para los sectores más renovadores y modernos de la organización y de su electorado y para amplios sectores del movimiento obrero. Con todo ello, si bien se mantiene en la incertidumbre lo que con humor el propio Carrillo ha denominado la cuestión sucesoria, a partir de ahora el secretario general, líder indiscutible tanto para Ballesteros como para Sartorius, podrá desviar la irritación de las bases hacia sus presuntos herederos.

Memorias

Santiago Carrillo

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La noche del escrutinio se produjo una visible desilusión en alguno de nuestros camaradas, que indudablemente esperaban más. Quien la manifestó claramente fue Ramón Tamames,e l cuarto de nuestra candidatura por la circunscripción capitalina, cuya elección en ese momento era dudosa. Aislándose conmigo en el despacho que yo ocupaba, me planteó que Marcelino Camacho debería renunciar para cederle su escaño si él no salía elegido. Aun comprendiendo las ganas – y sin duda los títulos – qeu Tamames tenía de ser diputado en auellas Cortes que debían ser Constituyentes, la gestión me causó malestar. ¿Cómo iba a plantearle yo en aquel momento a Marcelino Camacho, quien también tenía sus méritos, que probablemente tendría que ceder su puesto? Salí de paso diciéndole a Ramón que estuviera tranquilo, pues en caso necesario yo le cedería mi puesto en el Congreso. Ninguna cesión fue necesraria pues Tamames resultó también elegido.

Ramón Tamames se pronunció por la entrada de algún general en el Gobierno, por dos veces seguidas, a lo que yo contesté desautorizándole públicamente (710).

El Análisis

TAMAMES SALTA A PEOR

JF Lamata

D. Ramón Tamames rompió con el PCE y fue forzado a abandonar el ayuntamiento de Madrid protestando por la falta de democracia interna en la formación comunista en la que D. Santiago Carrillo dominaba con un ‘ordeno y mando’. A partir de allí el Sr. Tamames podía dar un salto a mejor o a peor. El salto a mejor hubiera sido pasarse al PSOE, que le había hecho una oferta formal para que lo hiciera y donde podría haber llegado a ser ministro. No se dio el caso. El Sr. Tamames optaría por ejercer política en solitario, con su Federación Progresista, con lo que optaría por ir a peor.

J. F. Lamata