25 octubre 1945
Robert Ley, uno de los acusados alemanes en el juicio de Nüremberg, logra suicidarse en su celda con una toalla

Hechos
El 25.10.1945 el Dr. Robert Ley, jefe del Frente de Trabajo y uno de los acusados en el juicio de Nüremberg, se suicidó en su celda ahorcándose con una toalla.
Lecturas
El Dr. Robert Ley, antiguo jefe del Frente de Trabajo de Alemania con Adolf Hitler, se suicidó en su celda de la cárcel de Nürenberg. Los guardias de la prisión habían cruzado cinco veces ante la puerta de su celda antes de comprobar su muerte.
Robert Ley dejó una nota de suicidio que decía lo siguiente:
«No puedo aguantar más esta vergüenza. Físicamente nada me falta. La comida es buena, hay buena temperatura en mi celda, los americanos son correctos y amables conmigo. Espiritualmente también tengo distracciones. Puedo leer y escribir lo que quiero. Los guardianes me proporcionan papel y lapiz y hacen por mi salud y bienestar más de lo necesario. Puedo incluso fumar y me dan tabaco y café. Me conceden también por lo menos veinte minutos de paseo cada día. En este sentido, todo está bien, pero el que me consideren como un criminal, no lo puedo aguantar por más tiempo».
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El Análisis
El suicidio de Robert Ley en su celda de Núremberg, apenas semanas antes del inicio del juicio histórico que debía sentar a los principales jerarcas del Tercer Reich ante la justicia internacional, deja una amarga y reveladora nota al pie del capítulo más oscuro del siglo XX. Ley, antiguo jefe del Frente Alemán del Trabajo y uno de los más fanáticos servidores de Adolf Hitler, eligió quitarse la vida con una toalla en un acto que parecía más de desesperación que de valentía. En su nota, escrita con trazo ordenado y sin muestras de descomposición emocional, dice no soportar la “vergüenza” de ser tratado como un criminal, aun cuando reconoce recibir un trato correcto por parte de sus carceleros aliados. Es esa negación del crimen, ese autoengaño o cinismo que asombra por su ceguera moral, lo que convierte su muerte no en un gesto trágico, sino en una última huida de la responsabilidad.
Ley no fue un burócrata sin rostro ni un simple ejecutor obediente. Como jefe del Frente de Trabajo Alemán tras la disolución de los sindicatos, fue uno de los principales arquitectos del sistema laboral esclavista del régimen nazi. Bajo su administración, millones de trabajadores forzados —muchos deportados de países ocupados— fueron explotados hasta la extenuación en condiciones infrahumanas para sostener el esfuerzo de guerra alemán. Su cargo no fue accesorio: fue central en la maquinaria del Reich. Como muchos otros altos mandos nazis, su fidelidad al Führer era ciega y su participación activa. Su negativa a reconocerse como criminal refleja el mismo espíritu que alimentó el régimen: la convicción de que la voluntad del poder justifica cualquier atrocidad.
El hecho de que Ley haya podido suicidarse bajo vigilancia aliada —pese a las rondas de los guardias que cruzaron su celda cinco veces sin intervenir— es, sin duda, un fallo de seguridad, pero también una advertencia sobre la profundidad del fanatismo que aún anida en estos hombres. El juicio de Núremberg, que ya había pedido a Hitler, a Goebbels y a Himmler, y tiene otro vacante en Martin Bormann (que es juzgado en rebeldía dado que nunca apareció su cadáver, aunque presumiblemente está muerto), ahora ha sumado otras dos vacantes la de Robert Ley, al suicidarse y la del empresario Gustav Krupp por su senilidad y parálisis. Aún así el juicio aún tiene a jerarcas de la talla de Goeing, Hess o Ribentropp.
J. F. Lamata