27 marzo 1919

Preocupación a en la Europa occidental en el que el modelo de Rusia, que ahora alcanza a Hungría, pueda seguir avanzando

Se establece una dictadura comunista en Hungria dirigida por Bela Kun, que anuncia la nacionalización de la banca e industrias

Hechos

El 21 de marzo de 1919, se proclamó la República Soviética Húngara

Lecturas

Después de que en noviembre de 1917 se estableciera una dictadura comunista en Rusia con Lenin, algo sin precedentes en la historia de la humanidad, el segundo país en instaurar un régimen comunista va a ser Hungría.

El 24 de marzo de 1919 un antiguo oficial del ejército rojo, Bela Kun, se ha adueñado del poder en Hungría (separada desde el final de la Primera Guerra Mundial del imperio de Austria), al frente de los consejos obreros de Budapest.

Bela Kun ha anunciado la inauguración en Hungría de una dictadura del proletariado similar a la vigente en Rusia con su Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los enviados especiales afirman que Bela Kun pretende declarar la guerra a los checos a fin de recuperar Eslovaquia (zona antes en el imperio de Austria-Hungría que ahora pretenden estar integrada en la nueva Checoslovaquia). Se sabe también que el gobierno de Rumanía considero el nuevo régimen comunista de Hungría un peligro y que no dudará en enviar sus tropas para acabar con él. El ejército popular reclutado por los nuevos gobernantes no parece suficiente para despreocuparse de esas amenazas.

El régimen de Bela Kun durará hasta agosto de 1919. 

El Análisis

Hungría: el segundo experimento comunista

JF Lamata

El 21 de marzo de 1919, Europa asistió con asombro a un segundo estallido revolucionario: Hungría, una nación recién amputada del imperio austrohúngaro derrotado en la Gran Guerra, proclamaba una república soviética bajo el liderazgo de Béla Kun, un joven agitador formado en el fuego de la revolución bolchevique rusa. En una Europa aún tambaleante por los efectos del conflicto mundial y del colapso de antiguos imperios, el comunismo dejaba de ser una rareza exclusivamente rusa para convertirse en una amenaza potencial en pleno corazón del continente. El caso húngaro fue el primer intento serio de reproducir el modelo de Lenin fuera de las fronteras del antiguo zarismo.

El ascenso de Kun fue tan repentino como el colapso del orden anterior. La descomposición del ejército, el hambre, el caos económico y el temor al reparto del país en el Tratado de Paz fueron el combustible perfecto para un discurso de justicia social y radical transformación. La alianza táctica entre socialistas moderados y comunistas radicales permitió una toma del poder casi incruenta. Pero una vez instalado, el régimen de Béla Kun mostró su rostro autoritario: represión, tribunales revolucionarios, nacionalización forzada de tierras y fábricas. El ideal comunista pronto se tornó en un sistema de violencia ideológica que alienó a campesinos, burgueses y antiguos aliados. Y mientras tanto, las potencias vecinas y los países vencedores de la guerra observaban con creciente preocupación este nuevo foco de insurrección.

El experimento húngaro apenas sobreviviría unos meses. En agosto de ese mismo año, el régimen fue barrido por fuerzas rumanas con la aprobación tácita de las potencias occidentales, y Béla Kun huiría a la Unión Soviética, donde años después moriría víctima de las purgas de Stalin. Pero su breve república soviética dejó una señal de alarma: el comunismo no era un fenómeno exclusivamente ruso, sino un virus político con capacidad de propagación allí donde existieran hambre, desesperanza y humillación nacional. Hungría pasó de ser parte de un imperio milenario a un laboratorio fallido de revolución. El precio lo pagaría durante décadas.

J. F. Lamata