7 diciembre 1941

Alemania e Italia declaran la guerra a Estados Unidos

Nuevo foco de la Segunda Guerra Mundial estalla en el Pacífico: Japón bombardea a los Estados Unidos en Pearl Harvor (Hawai)

Hechos

El 8.12.1941 los Estados Unidos declararon la guerra a Japón, después del bombardeo nipón a su flota en Pearl Harvor (Hawai) el día 7. Los japoneses a su vez se declararon ‘en guerra’ con Estados Unidos y Gran Bretaña. El 9.12.1941 Alemania e Italia, aliados de Japón declararon la guerra a Estados Unidos.

Lecturas

Franklin D. Roosevelt declaró la guerra a Japón:

Franklin_delano_001 El presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, no había ocultado su simpatía hacia los aliados (a Reino Unido), pero había preferido mantenerse al margen de la contienda hasta ese ataque. Ahora ofrecerá todo su apoyo a Reino Unido y a la Unión Soviética para destruir a Alemania, Italia y Japón.

Tojo El primer ministro japones, general Hideki Tojo, ordenó el bombardeo de Pearl Harvor. Como ministro de Defensa logró que las tropas de Japón invadieran las colonias de Indochina (hasta ese momento de Francia), Hong Kong (de los británicos), Singapur (a los holandeses) y Filipinas (a los Estados Unidos).

Alemania y aliados declaran la guerra a Estados Unidos

En cumplimiento de lo firmado. Todos los países que estaban alineados en el Pacto del Eje declararon la guerra a Estados Unidos. Es decir, que no sólo el dictador de Alemania declaró la guerra a los norteamericanos, en cumplimiento a su alianza con Japón, sino que también lo hicieron los gobiernos de Italia, Rumanía, Bulgaria, Hungría y Eslovaquia.

No, en cambio, países como Finlandia o España, que a pesar su amistad con Alemania (básicamente por su hostilidad común hacia la URSS) no quisieron involucrarse en una guerra contra Estados Unidos.

10 Diciembre 1941

Los japoneses han ocupado la capital de Thailandia

ABC (Director: José Losada e la Torre)

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La lucha del Japón contra las potencias anglosajonas es una nueva transposición de la guerra social sobre el terreno internacional, es decir, que continúa y prolonga en el Pacífico el conflicto entre el Eje y las potencias capitalistas. El Japón es un país hermosísimo, pero pobre en primeras meterias, e incluso víveres tiene que importar. Como el achipiélago resulta demasiado estrecho para sus casi cien millones de habitantes, según un dicho “el Japón tiene que importar arroz o exportar hombres”. Si los anglosajones hubiesen comprendido mejor las necesidades vitales del pueblo nipón (y la expresión no es exagerada) el actual conflicto hubiera podido ser evitado. El pueblo japonés es proverbialmente frugal; sin embargo, puede aspirar a cierto nivel de vida. Pero excluido de todas partes por severas leyes prohibitivas, es natural que haya aspiraod a crearse un espacio vital en la misma Asia oriental. Si los anglosajones no fueran protectores de la China izquierdista de Chiang, hubiera podido establecerse una estrecha cooperación económica entre chinos y japoneses. Y si no fuesen amigos de los rusos, la expansión japonesa hubiera podido realizarse a costa de Rusia, hacia Mongolia y la Siberia oriental. A alguna parte tenían que ir los japoneses. Australia es un continente casi vacío con sus sólo siete millones de habitantes; pero existe un lema inmutable y excluyente. Y lo mismo California. EL Japón no dispone en su propio territorio de combustible ni primera materias. ¿Dónde conseguirlos? Los anglosajones establecieron el cerco económico con la esperanza de verlo capitular. Fue una nueva equivocación añadida a una cadena de equivocaciones. Se puede decir que a cambio de concesiones políticas – por ejemplo su alejamiento del Eje – el Japón hubiera obtenido facilidades económicas. Pero el pueblo nipón prefiere la solución heroica a la cómoda. Estilo fascista: vivir peligrosamente. Aceptar los mayores sacrificios para realizar una vez para siempre  el supremo anhelo nacional.

La posición geográfica de los Estados Unidos ha sido inmejorable hasta el desarrollo de la aviación. Nunca en su historia han tenido que luchar contra una gran potencia bien pertrechada, si prescindimos de su guerra de independencia contra la Gran Bretaña. Sus vecinos son, en parte, pequeños; en parte desunidos, y el triunfo de las armas norteamericanas ha sido siempre fácil. Demasiado fácil y sin costas. Por primera vez tendrá que luchar contra una gran potencia de primera categoría, y pronto veremos si les grandes preparativos y el voto de sesenta y ocho mil millones de dólares para la defensa nacional los ponen al nivel del Japón, infinitamente más pobre. Veremos, pues, si el oro prevalece sobre la voluntad férrea de una nación de grandes virtudes guerreras y de impresionante espíritu de sacrificio, que aspira a vivir y que quiere la vida para todos sus hijos.

08 Enero 1942

La Valoración de la guerra presente

Jesús Evaristo Casariego

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Este tópico que corre por ahí calificando de totalitario la guerra presente, es una de las más auténticas y hondas verdades de nuestro tiempo. La guerra que atormenta con cárdenas trallazos de carne lívida de la humanidad, es total y absoluta en todos sus aspectos y dimensiones: en lo geográfico, porque abarca todos los mares y todos los Continentes; en lo histórico, porque es broche cruel que cierra un ciclo histórico (el liberal-romántico del XIX) y pórtico difícil y arriesgado que abre el camino de un orden nuevo; en lo económico, porque tiene como objetivo trastocar las riquezas del mundo y hacer que los ricos sean menos ricos y menos pobres los pobres.

Las naciones que portan y representan las viejas culturas cristianas de Occidente – Italia, Alemania, Hungría, Finlandia, Rumanía y otras – y el Imperio que guarda las más gentiles y bellas realidades del Oriente – el Japón – luchan contra los Estados que encarnan la ruina de las viejas tradiciones, sobre cuyas ruinas el materialismo y el marxismo pudieron construir los más formidables tinglados de riqueza sin espíritu: Inglaterra y sus dos aliados. A un lado están los que representan la Tradición y el Porvenir de los dos continentes; a otro un gigantesco Frente Popular de intereses económicos y de ambiciones inconfesables: la burguersía capitalista de las democracias de banqueros y la Unión Soviética de las bestializadas multitudes marxistas ‘sin Dios’.

Tal es la valoración y significación de estos dos años de guerra que asolan al mundo; casi, casi, se podría decir que es nuestra propia cruzada del 36 al 39 proyectada en lo internacional.

¿Estadísticas? ¿Pronósticos? ¿comparaciones? ¿Semblanzas? Para qué? Ahí está, ante nuestros ojos atónitos, el hecho inconmensurable de la guerra misma, de la guerra universal, de las guerra técnica que mueve innumerables muchedumbres de soldados, enjambres de máquinas complicadas, intereses cuyo alcance no llegamos, en muchos casos a comprender.

Ahí está vibrante, sangrienta, escueta y entera la realidad tremenda de la guerra. Las mismas sirenas broncas estremecen a la madre que corre loca con su hijucto en demanda del refugio, igual en Singapur, que en Londres, en San Francisco que en Berlín, en El Cairo que en Moscú. Y de idéntica manera el campesino de Australia que el pescador del Japón, que el obrero de Sajonia y el vaquero de Arizona, abandona hogar y afectos, trabajo y familia, para convertirse en una pieccecilla más de la inmensa maquinaria del dios Marte contemporáneo.

Acaba de morir 1941 t al morir deja a su sucesor bien preñado para un parto fecundo. Si sigue la guerra ¿Qué nuevos horrores nos deparará, Dios mío? Si trae la paz. ¿Cómo será esa paz’

Sólo Dios lo sabe: pero, ¿qué importa eso para encauzar nuestros sentimientos y fijar nuestra posición? Cuando se es hijo de una patria y miembro de una raza y heredero de una Tradición y soporte de una Historia y de un honor colectivo, nacional que es inestimable tesoro de todos, eso y únicamente eso es lo que debe regir nuestro juicio.

Dos frases hay en el refranero universal portadoras de una cierta verdad. Son estas: LOS MUERTOS MANDAN y NOBLEZA OBLIGA. Pues a nosotros, hijos de España, depositarios de la Historia, nos mandan nuestros muertos y nuestra nobleza nos obliga. Nos lo mandan desde la diestra de Dios de los ejércitos, los soldados imperiales caídos de Nápoles a Flandes, de Lepante a Lima, de Acapulco a Manila, por defender la unidad católica del género humano, y los sumergidos en todos los mares bajo agresión del Gran Pirata Hereje y los que murieron cara al sol de los Trópicos en otros Hemisferios, cuando el Imperio se resquebrajada de Ayacucho a Cavite con el virus y los instrumentos del Enemigo, y nos lo mandan, por último, con la inexorable mirada de sus ojos vidriosos, los camaradas caídos bajo el plomo marxista y democrática en las crudas jornadas de nuestra guerra interior.

Ellos nos lo mandan y nuestra lealtad y nuestra altivez y nobleza nos obligan a obedecerlos.

¿Para qué más valoraciones ni donosuras literarias?

Jesús Evaristo Casariego.