9 junio 1977

Pilar Brabo está considerada 'la niña de los ojos' del líder del PCE, Santiago Carrillo

Pilar Brabo, dirigente del Partido Comunista, replica a un editorial del diario EL PAÍS sobre su partido

Hechos

El 26.05.1977 el diario EL PAÍS publicó un editorial sobre el viraje del Partido Comunista de España.

26 Mayo 1977

El viraje del PCE

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Las nuevas orientaciones que ha introducido en su línea política el PCE, después de su legalización el pasado mes de abril, han causado desconcierto tanto a los que piensan que los comunistas son una avanzadilla de las hordas tártaras como a quienes atribuyen un carácter sagrado a las palabras de sus dirigentes. Los cambios afectan a tres aspectos tácticos: la actitud frente a la amnistía total y la legalización de todos los partidos políticos, la aceptación de la bandera bicolor y de la institución monárquica, y la reacción frente a la presentación del señor Suárez como candidato en las elecciones de junio.Ciertos sectores de la izquierda reprochan al PCE su progresivo enfriamiento en la lucha por la excarcelación de los presos y la inscripción en el registro de los grupos situados a su izquierda. Para algunos, las protestas puramente verbales de los comunistas a este respecto son una simple forma de salvar la cara; su deber sería participar activamente en los movimientos huelguísticos y las movilizaciones de calle. No parece que esas críticas sean justas en un momento en el que las alteraciones de orden público pueden brindar el pretexto a quienes desean interrumpir el proceso democrático.

El reconocimiento de la bandera bicolor y la aceptación de la forma de Estado, condicionada a su contenido democrático, también son criticadas a la derecha y a la izquierda del PCE. Sin embargo, son opciones razonables. Tal vez el motivo mayor de sorpresa sea la exasperación e insistencia con las que los máximos dirigentes del PCE explican esa decisión. Ciertamente el celo del converso suele llevar a multiplicar inútilmente o a simplificar indebidamente los argumentos. La renuncia a la bandera tricolor no exige sumarlas e injustas condenas de la II República y menos aún identificar a ésta con el Gobierno que, entre noviembre de 1933 y febrero de 1936, hizo la contra-reforma agraria, sofocó el levantamiento de Asturias y encarceló a militantes socialistas (entre otros, al señor Carrillo), comunistas y cenetistas. Tampoco es aceptable que arbolar banderas republicanas, en mítines públicos y abiertos del PCE, dé lugar a tan enérgicas intervenciones del servicio de orden; bastaría con que los oradores advirtieran que esa enseña no compromete a los organizadores del acto.

Por último, se echa de menos en las explicaciones la inclusión de una autocrítica de los dirigentes que, antes del 20 de noviembre de 1975, descartaron simplificadora y dogmáticamente la posibilidad histórica y política de que la Corona rompiera las ataduras del franquismo y se convirtiera en el motor del cambio. El grave error de análisis implícito en las desgraciadas declaraciones del señor Carrillo a Oriana Fallaci, en vísperas de la muerte de Franco, sobre la inviabilidad de la salida monárquica, quedará como una prueba más de que el método para estudiar la realidad del PCE o es deficiente en sí mismo o está mal aplicado por quienes lo utilizan.

Finalmente, el PCE ha mantenido una ambigua postura a la hora de juzgar la irrupción del presidente Suárez en la arena electoral. Por un lado, el señor Carrillo declaró en RTV E que la decisión del señor Suárez entraba en la «lógica de la política», expresión que en labios de un dirigente político suena más a valoración positiva que a simple explicación; porque la «lógica de la política» puede también dar cuenta de la permanencia en el poder durante cuarenta años del general Franco. Por otro, el señor Tamames, en el mitin de San Blas, y otros candidatos comunistas han criticado a la UCD en términos indistinguibles de los que emplean el señor González o el señor Gil Robles.

Pero, a menos que estas últimas actitudes sean el anuncio de una rectificación de la postura inicial del PCE, las palabras de su secretario general tienen mayor autoridad que los discursos de otros militantes. El señor Carrillo, al escatimar las críticas a la UCD y exagerar al máximo las posibilidades electorales de Alianza Popular, refuerza el argumento básico de los defensores de la candidatura del señor Suárez. De esta forma, el PCE se separa ostensiblemente de la Federación Demócrata Cristiana, del PSOE y de los partidos no legalizados, los cuales, aun considerando también a Alianza Popular como su «enemigo principal», se muestran escépticos respecto a su éxito en las urnas, temen que el apoyo gubernamental a la UCD ensucie las elecciones y en ningún caso admiten que la derrota del neofranquismo justifique la utilización de cuñas de la misma madera. La UCD gubernamental morderá indudablemente sobre la clientela electoral del centro y del centro-izquierda, arrebatando votos a democristianos y socialistas y no incidiendo apenas sobre el electorado comunista. El PCE nada pierde en esa operación; y gana incluso la posibilidad de constituirse en el futuro como la fuerza hegemónica de la izquierda, en un modelo más cercano al italiano que al francés.

Por lo demás, las intervenciones públicas de la señora Ibárruri tras su regreso a España arrojan ciertas interrogantes acerca de la unanimidad del grupo dirigente sobre dos importantes virajes anteriormente dados por el PCE.

Por un lado, la revisión «eurocomunista» de algunos postulados básicos del leninismo, que hace no muchos años hubiera supuesto la fulminante expulsión del militante que se hubiera atrevido a proponerla, no parece compatible con la «unidad de la doctrina» preconizada por la señora Ibárruri. Por otro, los estereotipados elogios de la Unión Soviética pronunciados por la presidenta del PCE tampoco encajan muy bien con la nueva valoración que hacen los comunistas españoles de los llamados países socialistas

El afloramiento de estas discrepancias no es sorprendente. Al fin y al cabo, la profunda revisión de la teoría y la estrategia del PCE está siendo llevada a cabo por el mismo grupo dirigente -procedente en su mayoría de las Juventudes Socialistas Unificadas-, que a lo largo de varias décadas defendió con idéntico celo y aplomo posiciones diferentes y aún opuestas. No sólo el equipo político de las clases dirigentes cambia de doctrina para mantenerse en el poder. Y si bien esa especial combinación de solidaridad y disciplina que mantiene unidos a quienes combatieron durante tantos años contra el franquismo ayuda a explicar su aceptación de tesis anteriormente heterodoxas, tampoco puede extrañar que se produzcan resistencias o simples desfases en quienes no terminan de comprender cómo lo que ayer era una traición al marxismo, hoy es una aplicación creadora del mismo.

11 Junio 1976

A propósito de la política del PCE

Pilar Brabo Castells

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Si las recientes posiciones adoptadas por el PC después de su legalización han causado desconcierto a determinados sectores, según analiza un reciente editorial de EL PAIS, y una escasa comprensión en otros, añado yo, los comunistas nos sentimos más obligados a explicar las razones de fondo que marcan nuestra línea de conducta.

En los innumerables mítines, en los que he intervenido en esta apasionante campaña electoral en la provincia de Alicante, he explicado que el Partido Comunista ha jugado un papel fundamental en la historia de este país durante los últimos cuarenta años. En primer lugar porque ha sido el primer partido en tender la mano a todas las fuerzas políticas y todos los hombres que independientemente del bando en que estuvieran en la guerra civil pudieran coincidir en la lucha por la libertad y la democracia, en la lucha contra la. dictadura, que como era previsible, aunque no todos lo previeran, se impuso al país como resultado de los tres años de lucha fratricida. Este esfuerzo tardó mucho en cuajar en realidades concretas. De la elaboración de la política de reconciliación, 1956, a la creación de la junta democrática, 1974, transcurrieron dieciocho años y no por culpa de los comunistas. La junta, y no me detengo ahora en argumentar los porqués concretos, permitió la creación de la Plataforma Democrática y su posterior fusión en Coordinación Democrática y, con el andar del tiempo, la creación de «La Comisión de los diez», sin cuya existencia y presión continua sobre el Poder éste hubiera tenido las manos libres para fraguar una política reformista aún menos democrática de la que ahora existe, y difícilmente hubiera podido resistir la presión que en un sentido contrario ejercía Alianza Popular.

Otro aspecto fundamental con el que el PC ha contribuido a la lucha del pueblo español por la democracia es con sus nuevas concepciones sobre los movimientos de masas y, en concreto, con su concepción de las Comisiones Obreras. Es difícil concebir la lucha de la clase obrera bajo la dictadura sin la existencia de Comisiones Obreras. Una de las pruebas palpables de la originalidad de esta experiencia y de su adaptación a lo que el pueblo necesitaba la estoy constatando hoy aquí en Alicante, provincia que, según los sondeos de EL PAIS, da un tanto por ciento muy bajo al voto comunista, donde el número de afiliados a CCOO supera en varias veces al de afiliados a USO y UGT juntos.

Esta profunda influencia del PC sobre la situación del país ha sido mayor en el período que va de la muerte de Franco a esta campana electoral.

Porque en este período el PC ha contribuido en dos aspectos que yo creo esenciales. El primero es la clarificación de cuál es el objetivo fundamental para las fuerzas democráticas en el período que concretamos, y, en consecuencia, quién es el enemigo principal que se opone a esa tarea. El objetivo fundamental no es otro que el logro de la democracia, cuya consecución peligra todavía, a pesar de que algunos parecen moverse como si ya viviéramos una situación de libertades políticas consolidadas. Y el enemigo principal para lograr ese objetivo es el búnker, concretado políticamente. en Alianza Popular. El búnker no es un tigre de papel y en los últimos meses han sido patentes sus esfuerzos por colocar al país al borde la intervención militar, al bordedel golpe de Estado. En los dos tema! clave que definían la efectividad o no del proceso de mocrático, la legalización del PC y la amnistía total, el búnker, Alianza Popular, han puesto en pie todos los recursos con que cuentan en el aparato del Estado; desde la incitación al Ejército y a la Magistratura a la rebelión contra el Gobierno, hasta el manejo de los oscuros hilos de la provocación, para impedir que ambos temas se resolvieran en un sentido democrático. Todavía hoy el PC no descarta nuevas provocaciones antes de las elecciones, porque Alianza Popular teme cada vez más los resultados electorales, y si va a las urnas es porque aún confía en el voto del miedo, en el voto de la ignorancia, en la actuación de sus propios caciques especializados en los manejos seudoelectorales de los referendums bajo la dictadura.

El segundo tema en el que el partido ha contribuido con una aportación decisiva es lo que yo llamaría la transformación de la reforma, tal y como fue concebida por Suárez, en un proceso viable hacia la democracia.

No es afán de autopropaganda decir que ha existido esa transformación y que en ella el PC ha jugado un papel decisivo. Basta recordar que la re forma, apenas elaborada por Suárez, fue aplaudida por todas las fuerzas políticas que hoy se escandalizan de que el PC no critique: el que Suárez se presente a las elecciones. Cuando la reforma fue elaborada, Coordinación Democrática y la recién nacida Plataforma de Organismos Democráticos defendían un proyecto que contemplaba entre otros puntos la posibilidad de la creación de un Gobierno de amplio consenso democrático, que presidiera unas elecciones libres. No es culpa de los comunistas que el Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español se apresurara a abandonar esa perspectiva para apoyar públicamente, y en principio, la ley de Reforma. No es culpa nuestra que algún dirigente del PSOE calificara públicamente nuestra perspectiva del Gobierno provisional de utópica. No es culpa del PC si esa perspectiva resultó inviable por falta del consenso de otras fuerzas.

Pese a todas las dificultades iniciales, el PC no se resignó a aceptar la reforma tal y como Suárez la preveía. Y en la previsión de Suárez no entraba la legalización del PC ni tampoco la amnistía total, ni estaba claro lo que iba a ocurrir con las centrales sindicales ni con otros muchos temas. El PC ha luchado con toda su energía y su inteligencia y ha impulsado al máximo la presión de la «Comisión de los diez» en torno a estos temas. Unos se han logrado antes de las elecciones, otros sólo se conquistarán después. El PC ha tenido que atemperar el ritmo de las manifestaciones y las huelgas a la gravedad de la situación política creada por Alianza Popular después de la legalización del PC. Pero en ningún momento ha dejado de desarrollar aquellas iniciativas políticas que permitieran tanto la legalización de los partidos como la amnistía total, como en definitiva el llegar a unas elecciones que pese a no ser total mente libres, sí pueden representar el primer paso hacia una nueva Constitución libre y democrática.

No se puede decir lo mismo de todas las fuerzas. Cuando el expediente del PC pasó al Tribunal Supremo, junto a fuerzas políticas que exigieron con fuerza nuestra legalización y que incluso la plantearon como condición sine qua non para ir ellos a las elecciones, y por cierto algunos de esos partidos forman hoy parte de la Unión del Centro Democrático, otras fuerzas situadas mucho más a la izquierda guardaron un silencio tan significativo como asombroso, y afirmaron públicamente que su decisión de ir a las elecciones no variaba si el PC era legalizado o no. Lo menos que puede decirse es que poco podía confiar en ellas el PC a la hora de transformar la reforma en ese proceso viable hacia la democracia.

Uno de los puntos que han transformado cualitativamente la reforma es, precisamente, la legalización del PC, y no sólo porque el PC sea una fuerza real, sino porque el pueblo español no hubiera votado libremente sin el PC legalizado, porque entonces el miedo hubiera sido mayor y todo el espectro político se hubiera inclinado forzosamente a la derecha y hacia Alianza Popular.

No habrá libertad plena hasta que todos los partidos políticos sean legalizados y todos los prisioneros políticos sean puestos en libertad y se paseen libremente por las calles de su patria. Esta realidad describe la insuficiencia de las libertades arrancadas antes de las elecciones. Pero hay que preguntarse sobre quién recae la responsabilidad, quién controla hoy más resortes fundamentales del aparato del Estado. Olvidar que salimos de una dictadura que ha durado cuarenta años y que su armazón jurídico-administrativo-militar continúa intacto, sólo conduce a la irresponsabilidad, y en las actuales circunstancias, la irresponsabilidad puede salir muy cara a todo el pueblo.

Al PC se le ha acusado de no autocrítico en las mismas páginas de EL PAIS porque el 20 de noviembre de 1975 no adoptó, respecto a la Monarquía, las posiciones que adoptó el 15 de abril de 1977. La autocrítica es sana y es costumbre en nuestro partido practicarla, más de puertas adentro todavía que cara al exterior, lo cual es, dicho sea de paso, una secuela de la clandestinidad a superar. Pero creo que en este caso EL PAIS no tiene razón al pedirnos directamente una autocrítica. Porque si el PC hubiera dicho en 1975 lo que decimos en 1977 hubiéramos impedido lo que ha sido una evolución real de las posiciones de la Monarquía respecto a la democracia en ese período. Evolución en la que ha jugado un papel fundamental la voluntad democrática mayoritariamente expresada en todo ese período por nuestro pueblo, y la actitud de lucha incansable por la democracia de los partidos políticos democráticos, entre ellos el nuestro. Dar un cheque en blanco a la Monarquía el 20 de noviembre de 1975, cuando ningún indicio existía de una voluntad democratizadora en el titular de la Corona hubiera sido un error histórico que hubiera puesto la hegemonía del proceso democratizador en las manos del franquismo. Con lo cual lo más probable hubiera sido que el proceso democratizador no llegara a iniciarse.

Sí don Juan ha esperado casi dos años en renuncia, a la sucesión monárquica en favor de su hijo, ¿cómo puede pedírsele al PC que depositara su confianza en la Corona el día de la muerte del dictador?

Las decisiones del CC del 15 de abril del 77 no suponen que el PC renuncie a su republicanismo ni que depositemos nuestra confianza en la Corona. Las resoluciones del CC y los discursos de Santiago Carrillo están ahí para quien quiera leerlos. Lo que decimos está dicho en el más puro estilo condicional: «si en el proceso de paso de la dictadura a la democracia, la Monarquía continúa obrando de una manera decidida para establecer en nuestro país la democracia, estimamos que en unas futuras Cortes nuestro partido y las fuerzas democráticas podrían considerar la Monarquía como un régimen constitucional y democrático, en el cual sería posible ventilar las diferencias políticas y sociales que cruzan a la sociedad española. Naturalmente, si no fuera así, nosotros no tendríamos ningún compromiso que nos atara en ese sentido».

El PC no es pro suarista. Cara a las próximas elecciones decimos que nuestro primer objetivo es que triunfen las candidaturas democráticas desde el centro hasta los comunistas. ¿Qué queremos decir? Que lo fundamental hoy es borrar de este país el fantasma de la dictadura, el espectro del pasado y que cada cual ocupe el espacio político que le corresponde. Que cada partido pueda encontrar su electorado libremente. Hay sitio para todos. Los más desfavorecidos para ese encuentro con nuestro país somos los comunistas, después de cuarenta años de ataques sistemáticos que han deformado nuestra imagen. Y sin embargo somos optimistas por la simpatía, el aprecio y la atención que apreciamos en todos nuestros mítines. Aquí, en Alicante, por ejemplo, son 70.000 las personas que ha pasado ya por nuestros actos, es decir, más del 10 % del censo electoral, sin que, por cierto, esto se haya reflejado en una sola línea en EL PAIS.

Para conseguir que triunfe la democracia tenemos que atacar en nuestros actos al enemigo principal de ella: a Alianza Popular. Para conseguir votos para el PC no tenernos que atacar especialmente a nadie, basta con explicar nuestro programa y nuestra estrategia. Nuestro espacio político es claro. Pero si nos atacan otros partidos democráticos no pondremos la otra mejilla. Nos defenderemos.

Para terminar, quiero explicar algo sobre el equipo dirigente del partido al que pertenezco, como su miembro más joven, desde hace siete años. Es cierto que muchos hombres de este equipo proceden de la Juventud Socialista Unificada. Esa es nuestra suerte. Elaborar política desde una concepción marxista es una de las tareas más complejas, difíciles y apasionantes en las que se puede participar. Porque pretendemos transformarla realidad y cuan do reflexiono sobre estos. siete años y sobre los años anteriores no puedo por menos que reconocer que nuestro partido ha transformado profundamente la realidad española. En 1956 éramos aún un pueblo dividido, hoy hemos unido en el mismo haz todo lo unificable en aras a conquistar la democracia. Ningún acontecimiento internacional, como en Grecia, o institucional, como fue el papel jugado por el ejército en Portugal el 25 de abril, ha contado en nuestro país a la hora de superar la dictadura. Ha sido la labor del pueblo, de las fuerzas políticas y con un peso decisivo la combatividad, la energía y la inteligencia de un partido creador: el Partido Comunista. Partido que para continuar dando una aportación decisiva a la lucha democrática en este país necesita la crítica y la autocrítica.

Pilar Brabo