3 agosto 1923
El Partido Republicano seguirá en el poder
Calvin Coolidge asume la presidencia de los Estados Unidos de América ante la muerte de Warren G. Harding
Hechos
La noche del 2 al 3 de agosto de 1923 falleció Warren Harding.
Lecturas
En la noche del 2 al 3 de agosto de 1923 falleció el presidente de los Estados Unidos de América del Norte, Warren Harding ha muerto súbitamente de una embolia cerebral. Le sucede el vicepresidente Calvin Coolidge, a quien sorprendió la noticia en la granja de su padre en Vermont, donde pasaba las vacaciones. El propio padre del vicepresidente, en su carácter de notario público tomó juramento a su hijo sobre la Biblia familiar, sostenida por la señora Coolidge. Un cuadro que a muchos se les antoja profético.
Harding y Coolidge fueron elegidos presidente y vicepresidente de Estados Unidos en las elecciones de 1920. Ahora Coolidge quedará al frente de la Casa Blanca hasta las elecciones de 1924.
El Análisis
La muerte repentina del presidente Warren G. Harding, el 2 de agosto de 1923, durante una gira por la costa oeste, conmocionó a un país que, aunque no le veneraba, tampoco le detestaba. Fue el único presidente de Estados Unidos en morir por causas naturales durante todo el siglo XX, y lo hizo en un momento en el que aún se desconocía el verdadero alcance de los escándalos que marcarían su legado. Elegido en 1920 con el lema “Vuelta a la Normalidad”, Harding representó el cansancio de una nación harta de guerras, idealismos y sacrificios. Fue, en esencia, un presidente de transición, querido por su estilo afable, pero criticado por su falta de firmeza y visión.
Con su muerte no sólo desaparecía un hombre, sino también la oportunidad de que enfrentara las consecuencias políticas del mayor escándalo de corrupción en la política estadounidense desde los tiempos de Grant: el caso Teapot Dome. Aunque él mismo no fue implicado directamente, varios miembros de su administración vendieron concesiones petrolíferas a intereses privados a cambio de sobornos. La revelación de estos hechos, tras su fallecimiento, tiñó de sospecha toda su presidencia. Harding, confiado y generoso con sus colaboradores, fue víctima de su propia indulgencia hacia un entorno político que entendía el poder como oportunidad de lucro.
Su sucesor, el vicepresidente Calvin Coolidge, asumió la presidencia con un talante sobrio, distante, casi estoico. En contraste con Harding, Coolidge ofrecía rectitud, silencio y orden. Supo contener el daño institucional de los escándalos heredados, pero no los desmontó con estridencias. Bajo su mandato, Estados Unidos continuó su marcha hacia la prosperidad económica de los años 20, sin grandes discursos ni pretensiones. Si Harding simbolizó el deseo de descanso tras la tormenta, Coolidge fue el descanso mismo: un presidente sin ruido, sin sobresaltos, pero también sin reformas profundas. La muerte de Harding dejó una lección amarga: la normalidad no basta cuando se pierde la vigilancia.
J. F. Lamata