8 agosto 2024

Sobre Puigdemont aún pesa una orden de detención al considerar el Tribunal Supremo que algunos de los delitos que se le atribuyen no están afectados por la amnistía

Carles Puigdemont eclipsa la investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat apareciendo fugazmente en España y volviendo a desaparecer antes de ser detenido

Hechos

El 8 de agosto de 2024, el mismo día en el que D. Salvador Illa era investido en el parlament como presidente de la Generalitat, D. Carles Puigdemont desafiaba a las fuerzas de seguridad del Estado apareciendo en Barcelona durante unos minutos de manera pública para, acto seguido, volver a desaparecer.

Lecturas

Las últimas elecciones autonómicas en Catalunya abrieron el paso a un Gobierno del PSC presidido por D. Salvador Illa y respaldado por ERC y los Comunes.

El líder de Junts, D. Carlos Puigdemont, principal derrotado por ese pacto, que sigue siendo un prófugo de la justicia española decidió tener un gesto de rebeldía al presentarse en Barcelona por 5 minutos y volver a fugarse. Era su primera aparición en territorio nacional desde octubre de 2017.

El discurso de D. Carles Puigdemont el 8 de agosto de 2024:

La investidura de D. Salvador Illa (PSC) como presidente de la Generalitat mientras D. Carles Puigdemont volvía a desaparecer ese 8 de agosto de 2024.


Las excusas del Mayor de los Mossos y el consejero de Interior de la Generalitat sobre la nueva fuga de Puigdemont el 9 de agosto de 2024.

09 Agosto 2024

El hombre más ridículo regresa y desaparece

Antonio Lucas

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COMO el asunto es de absoluta gravedad planteo preguntas y reflexiones robustas sobre el regreso de Carles Puigdemont a Cataluña. ¿Dónde y qué desayunó? ¿Dejó pactada el momento de la detención? ¿Le permitieron pasar por Girona sin más? ¿A qué hora salió de Waterloo y quién se enteró primero, Josep Rull o el CNI? ¿A qué ha venido? ¿Tendrá huevos a fugarse de nuevo? Son preguntas metafísicas. En medio mundo alucinan con el caso perdido de este hombre. Yo también. Es una pena que su mamarrachada desplace la atención de lo que hoy importa: los deportistas españoles en París. Ellos y ellas sí que trabajan duro cuatro años para eso.

Como Puigdemont no es nadie -ni lo fue, ni lo será- sólo podemos esperar de él naderías. Es un ciudadano ridículo y siempre huyendo. El pasacalles sonrojante dejó ver a Artur Mas, el David Cameron de este gatillazo de risa, y a los demás comparsas. El independentismo ha llegado hasta aquí: degenerando y con un tufo a película quinqui: de El Vaquilla a la gloriosa Deprisa, deprisa. Puigdemont anda suelto por ahí. Houdini, dicen. Ya quisiera: un raterillo.

La presunta fuga de Puigdemont es uno de los entremeses más divertidos del año. Parece un chiste de Gila. Un hombre que viene dispuesto a escenificar su calvario (que incluye un servicio temporal de cárcel) y se fuga delante de los Mossos d’Esquadra: un espectáculo apoteósico. Queda la certeza de que ya nunca más volverá a la política. Al menos por las urnas.

Importa mucho más la comedia de la huida momentánea de Puigdemont que la visita de Puigdemont. Y que el discurso de Puigdemont, tan flojeras. Siete años de exilio para aparecer y desovar por la boca tanto lugar común es un fracaso grandísimo. Conviene tener en cuenta, además, que es un hombre en paralelo a los hombres. A los hombres y a las mujeres, quiero decir. Su mundo psíquico esponja en la maldad del mediocre, en el delirio. Desea ser mártir y no pasa de vietnamita de matorral. Todo lo que promete lo incumple: llevar a Cataluña a la independencia, hacer de Cataluña un país reconocido por la UE, dejar la política si no ganaba las últimas elecciones, figurar de cuerpo presente en la toma de posesión de Salvador Illa como president. No ha dado ni una, el tío marrullero.

Pues esto es lo que hay. Lo digo por Pedro Sánchez y por el PSOE. A ver cómo venden ahora la amistía. Este es vuestro socio. Tomad y comed todos de él porque su nuevo escaqueo es parte del circo con el que se está descojonando de vosotros. Hacía jueves que no lo pasábamos tan bien.

09 Agosto 2024

LA BUTIFARRA

Arcadi Espada

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Desde la gloriosa de Albert Boadella, burlando la vigilancia de los policías que lo custodiaban y deslizándose por la fachada del Hospital Clínico con la ayuda de una sábana, como si se deslizara por una viñeta de tebeo, desde aquella tarde feliz y estupefacta del 26 de febrero de 1978 no había habido una butifarra, un tal apoteósico corte de mangas, como el que Carles Puigdemont protagonizó en Barcelona. Una butifarra de múltiples menudillos, dirigida, en primer lugar, al pueblo soberano de Cataluña.

Como es cierto, aunque ni público ni notorio, no fueron los dirigentes del Proceso los que traicionaron al pueblo sino al revés exactamente. El pueblo procesista fue el que nunca más volvió a las calles después de que le rompieran la ceja a una viejecita el 1 de octubre. Y no fueron más de tres mil los que apoyaron desde las afueras del Parlament la declaración interrumpida de independencia. Los mismos, aproximadamente, en filiación y número, que se reunieron ayer en el Arco del Triunfo (sic) para recibir al que consideran el único presidente legítimo de Cataluña. Siete años después, tras innumerables peripecias, resumidas en un exilio duradero y ciclotímico y habiendo sido, con ayuda del azar de siete votos, el responsable de que una criminal amnistía cubriera las actividades del Proceso, solo tres mil le dieron bienvenida y homenaje. Sobre el estrado que le prepararon, y desde el que pronunció un discurso mediocre, apresurado y nervioso, es fácil imaginar la desolación del héroe y su quimera ante los cuatro jubilados de la vida que le estaban gritando presidente.

A un kilómetro de donde hablaba iba a celebrarse en una hora una ceremonia singular. La elección de un nuevo presidente de la Generalidad. El elegido era Salvador Illa, miembro de uno de los partidos que había apoyado la aplicación del artículo 155 y, por lo tanto, responsable de la destitución de Puigdemont, de su procesamiento y de su exilio. Pero ni siquiera era eso lo más singular. La proclamación de Illa iba a ser posible por el apoyo del otro partido independentista, cuyos dirigentes habían compartido con Puigdemont cárcel y exilio. ¿Era imaginable, desde un leve rastro de dignidad independentista, o de dignidad a secas, que Esquerra Republicana respaldara la elección de un nuevo presidente, mientras Puigdemont iba camino de la cárcel? Siete años después, por fin cobra sentido aquel célebre tuit con el que Gabriel Rufián había salido al paso de la intención de Puigdemont de suspender la declaración unilateral de independencia: «155 monedas de plata» había escrito entonces el ocurrente charnego. El corte de mangas a Esquerra Republicana tiene, pues, 155 movimientos pautados.

Aun con todo, la más retorcida, densa y sangrante butifarra la ha dirigido contra el Estado. Puigdemont se marchó de España en 2017 sin mayor problema. Para consolarse, un tipo de españolitos fracasados empezaron a decir que se había ido en el maletero de un coche. Pero lo cierto es que abandonó el país, erguido y con traje y corbata. Durante estos años la Justicia española lo persiguió sin éxito alguno, gracias a la labor indiferente cuando no obstructiva de la Justicia europea. Hasta que sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez decidieron extender sobre sus actos primero el indulto y luego la amnistía. Es decir, primero el perdón y luego el borrado de sus crímenes. Todo ello sucedió sin que mediara arrepentimiento de su parte, sino todo lo contrario: una y mil veces subrayó su voluntad de volverlo a hacer en cuanto la ocasión se presentase. Su huida renovada desmiente de un tajo que la llamada pacificación de Cataluña haya sido una contrapartida real del independentismo. Puigdemont no solo sigue en pie de guerra, sino que ha infligido al Estado la mayor burla de que se tiene noticia. La respuesta al socialismo gobernante en España ante su pacto con Esquerra va mucho más allá de la retirada del apoyo parlamentario. La respuesta ha sido decirle a Pedro Sánchez: mira hasta qué punto eres un tipo ridículo y tu poder es frágil. Pero no solo a él, obviamente. Hay que examinar con frío detalle el escenario.

El prófugo más célebre de la Justicia española advierte desde hace un mes que volverá a Cataluña para asistir al pleno de investidura, tanto si es el candidato como si no. A pocas horas de que este pleno comience, el partido del prófugo convoca a los ciudadanos. El Ayuntamiento de Barcelona, que gestiona el espacio público de la ciudad, no pone objeción al acto. Ni tampoco la autoridad gubernativa. Es un prófugo, pero no debe de haber mayor problema. Al fin y al cabo es el prófugo al que una improbable vicepresidenta del Gobierno fue a rendir pleitesía a Bruselas. Los mozos de escuadra, la policía nacional y los espías españoles están al cabo de la calle de estos planes. El prófugo no solo llega sin problemas a la tarima, no solo pronuncia su previsto discurso insultante contra el Estado. Es que cuando acaba el discurso se esfuma por detrás del escenario y desaparece. De-sa-pa-re-ce. Hasta el momento no he logrado ver una sola imagen suya saliendo del escenario, lo que en esta época es una proeza sin cuento. Pasan algunos minutos. La comitiva de diputados de Junts enfila el camino hacia el parlamento. 900 metros. No se ve a Puigdemont, pero debe de estar engullido por la multitud y los afectos. Humm… pero no, no parece que vaya en la comitiva. Alguien entonces, cualquiera, en cualquier televisión o radio o esquina, es el primero que pregunta: «¿Pero dónde está Puigdemont?». Ningún cuerpo policial da respuesta. ¡La Policía no sabe dónde está el prófugo! El paso de las horas acelera las teorías conspiratorias. Todo es fruto de un pacto. ¡De un pacto con Sánchez! Creer en esas teorías es consolador. Presupone una autoridad mágica y consciente, cuando solo hay desidia, torpeza e irresponsabilidad. El apoteósico corte de mangas al Estado abarca desde el presidente del Gobierno hasta el último mozo de escuadra, ese cuerpo infectado de traición y fracaso.

Y por último. Su corte de mangas ante el espejo. Solo me queda saber dónde se ha producido. Si ya a salvo, en el Vallespir, o en Valonia, o aún oculto en un piso franco del Collsacabra, donde esperará que la tormenta pase y dejen de venir mal dadas. La gran butifarra al político Carles Puigdemont i Casamajó. Un perdedor. Never surrender? No me hagas reír, loser. Hasta Illa, el gran sepulturero, ha sido capaz de vencerte. Aquí acabó su carrera. No volverá a ser presidente de la Generalidad. Al fin el verdadero héroe de la retirada: la suya. Ahí te quedas, le habrá dicho mientras le apartaba el flequillo y le doblaba el brazo. A ver si crees que pasaré una sola noche en Estremera por tu mísera derrota.

Albert Boadella huyó cuando el hombre se impuso al símbolo y a la máscara, aquella carita de la libertad de expresión tachada con una gruesa línea roja. Puigdemont ha hecho lo mismo mientras los burócratas y los 155 orinados se encargaban de diseñar el futuro. También están las cosas prácticas, desde luego. Boadella huyó porque ya no soportaba estar un día más sin follar con su mujer. Y estas cosas nunca deben descartarse.

10 Agosto 2024

Fracaso injustificable de los Mossos

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

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La lamentable actuación de los agentes que permitió la fuga de Puigdemont obliga a tomar medidas para una renovación del cuerpo

La segunda fuga de Carles Puigdemont, tras su efímera aparición en Barcelona este jueves, no solo no ha aportado nada al nuevo clima político que se respira en Cataluña. Lo que ha provocado, sobre todo, es un grave problema de credibilidad de una de las instituciones más importantes sobre las que se basa el autogobierno catalán, como son los Mossos d’Esquadra. La incapacidad del cuerpo para detener al expresidente, sobre quien pesa una orden de búsqueda y captura nacional, ha despertado los viejos temores sobre la politización del cuerpo, unos temores abonados, sobre todo, porque los tres detenidos por su presunta colaboración en la huida son, precisamente, agentes de este cuerpo.

Este viernes, el consejero de Interior en funciones, Joan Ignasi Elena, de ERC, ofreció una conferencia de prensa de más de dos horas y media de duración para dar cuenta de lo ocurrido y tratar de justificar lo que parece injustificable: que Puigdemont pudiera huir tras pronunciar un discurso ante más de 3.000 personas en pleno centro de Barcelona y con un dispositivo de nada menos que 602 agentes. Elena, rodeado de toda la cúpula policial, evitó asumir errores en el dispositivo, culpó de toda la situación al comportamiento “impropio” de Carles Puigdemont y admitió que el operativo no estaba “preparado” para la maniobra de escapismo del expresidente.

Los Mossos d’Esquadra erraron al confiar en los mensajes del entorno del expresidente en el sentido de que pretendía dar un discurso para luego dirigirse al Parlament de Cataluña donde, en teoría, no opondría resistencia a su detención. El plan podía tener sentido para evitar un arresto ante una masa de centenares de fervientes seguidores que hubiesen provocado previsiblemente un problema de seguridad. Pero nadie había previsto que Puigdemont decidiera marcharse en un coche tras el mitin. Ni los agentes dispuestos en los alrededores, ni los medios técnicos con drones y un helicóptero evitaron la fuga. El bochorno acompañará el historial del cuerpo policial por mucho tiempo.

LA CRÍTICA DEL TERTULIANO CATALÁN GONZALO BERNARDOS

El Análisis

TRIUNFOS MORALES ANTE DERROTAS POLÍTICAS

JF Lamata

El acuerdo que convierte a D. Salvador Illa (PSC) en presidente de la Generalitat es una derrota política para D. Carles Puigdemont que, si la tensión se rebaja, se verá desdibujado. Más aún que, con el apoyo de ERC, se ha disuelto oficialmente el bloque ERC-Junts que venía funcionando desde que dio el inicio el ‘procés’. Y, a pesar de haber logrado la Amnistía, de momento – gracias al Tribunal Supremo – Puigdemont sigue siendo prófugo de la justicia española.

Eso sí, su derrota política no ha impedido al Sr. Puigdemont marcarse un triunfo moral el día de la investidura de Illa al aparecer dentro del Estado y poder presumir ante sus fieles de haber burlado, una segunda vez, a la policía española.

J. F. Lamata