2 febrero 1971

Claudio Sánchez Albornoz rompe con ‘el Gobierno de la II República en el exilio’ renunciando a su cargo de ‘presidente’

Hechos

En febrero de 1971 D. Claudio Sánchez Albornoz dimitió como presidente del Gobierno de la República en el exilio.

Lecturas

Sánchez Albornoz era Jefe de Gobierno de la República en el exilio desde 1962.

En febrero de 1971 D. Claudio Sánchez Albornoz renuncia a seguir ocupando el fantasmagórico cargo de ‘presidente del Gobierno de la II República en el exilio’. Su sustituto será D. Fernando Varela Aparicio, líder de la Acción Republicana Democrática Española (ARDE).

Sánchez Albornoz volverá a España en 1976.

El Análisis

El ocaso de la República en el exilio

JF Lamata

La dimisión en febrero de 1971 de Claudio Sánchez Albornoz como presidente del llamado Gobierno de la República en el exilio ha supuesto, en realidad, la certificación de una muerte política largamente anunciada. Desde hacía años, aquel organismo sostenido desde México y París apenas era otra cosa que un recuerdo. Su legitimidad, anclada en unas elecciones celebradas en 1936, resultaba ya insostenible después de más de tres décadas de dictadura franquista y de una España que había cambiado por completo.

La llegada de una nueva generación de españoles en los años setenta ha terminado de enterrar cualquier expectativa de continuidad del viejo proyecto republicano. Para los jóvenes que se movilizan en fábricas y universidades, las referencias no están en Martínez Barrio, en Maldonado o en el propio Sánchez Albornoz, sino en Marcelino Camacho y sus Comisiones Obreras, en los universitarios socialistas, o incluso en los grupos radicalizados de la izquierda revolucionaria, desde la Joven Guardia Roja a otras formaciones menores. El Gobierno en el exilio, con sus ceremonias protocolarias y sus títulos sin poder, es sencillamente inexistente para ellos.

En paralelo, otros sectores de la oposición interior, como los moderados del PSOE o de la democracia cristiana, empiezan a confiar en que el relevo en la Jefatura del Estado, con la inminente llegada al trono de don Juan Carlos de Borbón, pueda abrir un camino hacia la democracia. Un camino que, guste o no, poco o nada debe ya a los azañistas del exilio.

La renuncia de Sánchez Albornoz es, pues, un gesto honesto: reconoce que su labor carecía de sentido en una España que mira al futuro y no al pasado. La República en el exilio fue, durante años, un refugio moral para los derrotados, pero en 1971 ya no era más que una sombra, incapaz de hablarle a un país en el que los nuevos protagonistas de la oposición se forjaban en fábricas, universidades y movimientos sociales, y no en los cafés de París o las embajadas de México.

J. F. Lamata