7 agosto 1976

Desde octubre podrán volver a impartir clase

El Gobierno Suárez ordena que sean readmitidos en sus cátedras los profesores Tierno Galván, López Aranguren y García Calvo

Hechos

El BOE del 7 de agosto de 1976 inofrmó que el Consejo de Ministros presidido por el Sr. Suárez ordenaba la  incorporan al cuerpo de catedráticos Universidad los profesores D. Agustín García Calvo, D. Enrique Tierno Galván y D. José Luis López Aranguren.

Lecturas

Estos tres catedráticos fueron expulsados de la Universidad en el año 1965, por encabezar y solidarizarse con una manifestación de estudiantes en pro de la democratización de la Universidad.

D. Enrique Tierno Galván, el ‘viejo profesor’, no obstante, no parece que vaya a volver a centrar su vida en el mundo universitario, al liderar un partido político, el Partido Socialista Popular (PSP) con el que se presentará a las elecciones democráticas previstas para el año 1977.

03 Agosto 1976

Los depurados

Francisco Umbral

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A otros les depuraron más tarde: Tierno Galván, Aranguren, García Calvo, José María Valverde, que me parece que se autodepuró. Tierno ha dicho que no quisiera incurrir en la soberbia de rechazar la vuelta a la cátedra, si se la ofrecen. Aranguren ha explicado sutilmente que él no ha cometido delito y por lo tanto no necesita amnistía. A García Calvo le vi una vez en París, con coleta, y a José María Valverde lo he abrazado en su vuelta. ¿Y cómo cabía depurar a estos hombres que eran la pureza misma?

Como no quiero politizar este diario, pues no voy a hablar de los rojos que salen ni de los rojos que se quedan, con motivo de la amnistía. Voy a hablar de los depurados, que tienen más interés humano. (Los reporteros de los años sesenta, como no podíamos hablar de nada, fuimos educados en la mística periodística del interés humano.)-¿Entonces no va usted a pedir que salgan los que faltan ni nada?

-Todo se andará, señora. Ya le digo que hoy quiero hablar de los depurados.

El depurado, el separado de su cargo o empleo, de su oficina o cátedra por haber sido republicante o así, el hombre, es un español que no ha estado dentro ni fuera: ha estado depurado. O sea al margen. Sin trabajo, sin quinquenios, sin derecho a nada, sin fe ni yerba de ayer secándose al sol. Una especie de ciudadano puesto en salazón política o metido en la horma para que se curase el humo durante cuarenta años, como los chorizos. Ahora, la amnistía ha venido a depurarle de su depuración. La amnistía es un biodetergente y biodegradante que lava más blanco a los españoles culposos.

En el Gijón tomaba yo café con un depurado, el escultor Víctor González-Gil, que había tenido a Miguel Hernández en su casa, aquí en Madrid:

-Miguel salía al patio por la mañana, se subía a la parra y allí estaba hasta la hora de comer.

Hermosa imagen de Miguel Hernández refugiándose del gigantismo de Madrid entre las ramas de una parra.

-¿Y por eso te depuraron a tí?

No, no creo que fuera por eso. Víctor era profesor de dibujo, en Bellas Artes y Oficios. Le costó muchos años de papeles conseguir el reingreso después de su depuración. Mientras tanto, fumaba en pipa, restauraba santos e inventaba una filosofía para oponer al existencialismo de Sastre: la mortencia. Gran personaje y gran artista. Víctor anda por ahí sin haber resuelto la más metafísica de sus preguntas:

-¿Es el bargueño una derivación del arca?

-Pues no lo sé, Víctor.

Pienso y sé que muchos de los depurados por aquella postguerra policíaca e implacable eran, son seres tan puros como ven ustedes que es Víctor González-Gil. Ahora, ya digo, les han depurado de su depuración. Iba yo a comprar el pan y me encontré a otro depurado que tose mucho por el barrio:

-¿Y cómo va usted de los bronquios?

-Fatal, hijo, fatal.

-Pues parece mentira, con tanta depuración.

Del depurado han hecho un ser sin sexo político, una mojama ideológica, algo quizá no tan dramático como el preso, pero sí más patético, más literario. ¿Qué es un español medio y republicano de toda la vida sin su oficina, sin su cátedra, sin su trabajo, sin su República? La depuración no ha sido tan dura como la cárcel, pero sí más sutil y satánica. El depurado que tose por mi barrio parece unpersonaje del Dante con guayabera, un condenado a girar en torno de su propio vacío y comprar el pan.

A otros les depuraron más tarde: Tierno Galván, Aranguren, García Calvo, José María Valverde, que me parece que se autodepuró. Tierno ha dicho que no quisiera incurrir en la soberbia de rechazar la vuelta a la cátedra, si se la ofrecen. Aranguren ha explicado sutilmente que él no ha cometido delito y por lo tanto no necesita amnistía. A García Calvo le vi una vez en París, con coleta, y a José María Valverde lo he abrazado en su vuelta. ¿Y cómo cabía depurar a estos hombres que eran la pureza misma?

La otra noche, unos locos y místicos de madrugada han depurado la sala de fiestas Alazán por el acreditado procedimiento de prender fuego a tan pecaminoso lugar. Cuando se levanta el fondo inquisitorial de la raza y los españoles nos ponemos a depurarnos unos a otros la sangre o las ideas, aquí puede pasar todo. Hablo con Aurora de Albornoz sobre el fallecimiento del poeta Juan Rejano en el exilio de Méjico:

-A ése le depuró la muerte, Aurora.

24 Octubre 1976

Un día histórico para la Universidad

Ricardo de la Cierva Hoces

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Todos, sin excepción alguna, nos sentíamos satisfechos, e incluso orgullosos de contar otra vez con la presencia activa de hombres-símbolo como Aranguren y Tierno; todos, incluso los que estamos en absoluto desacuerdo con la teoría de Aranguren sobre la explosiva simbiosis de política y Universidad.

No, no se trata de aludir al bienvenido retorno de los profesores sancionados, sobre el que, por cierto, convendría puntualizar algunas cosas que flotaban en el delicado ambiente universitario al comenzar el curso. Todos, sin excepción alguna, nos sentíamos satisfechos, e incluso orgullosos de contar otra vez con la presencia activa de hombres-símbolo como Aranguren y Tierno; todos, incluso los que estamos en absoluto desacuerdo con la teoría de Aranguren sobre la explosiva simbiosis de política y Universidad. Ya sé que hay que comprender la frase dentro del contexto; y que Aranguren esbozó un apunte comunicativo, y no una técnica revolucionaria. Pero este es un país de frases más que de contextos; y los sociólogos de la comunicación lo saben mejor que nadie. Con toda sinceridad pienso que incluso los profesores políticos sólo podemos ir a la Universidad para hacer ciencia; para comunicar e intercomunicar saberes; para hacer y rehacer universidad. La derivación política se nos impone, abrumadoramente, desde el indeseable factum de la masificación. Que puede encauzarse y paliarse, pero no aceptarse como un hecho normal so pena de incursión en la demagogia.Este comentario no se refiere, como venimos diciendo, a tan grato retorno, sino a lo que estaba sucediendo casi a la vez en dos Universidades de Madrid sin que nadie se en terase. El título -Un día histórico para la Universidad española- fue una frase pronunciada desde un tribunal de tesis por un científico tan poco propenso al ditirambo como el profesor José María Jover Zamora. Con toda la razón del mundo. El profesor Jover participó ese día en cuatro tribunales de tesis doctoral; dos, por la mañana, en la Complutense; dos, por la tarde, en la Autónoma. Tuve el honor de acompañarle en tres de esos tribunales; y asistí, como apasionado espectador, a los trabajos del cuarto.

Abrió la jornada el doctor Manuel Coma con una minuciosa tesis sobre la vida política y las elecciones de 1930-1931 en Galicia. El estudio analítico del caci quismo, tan brillantemente iniciado por el profesor Javier Tusell en tesis tan reciente como célebre, cuaja ya hasta extremos. casi inverosímiles de análisis y penetración en la vida política de una región descono cida; en los entresijos del país real, con la plena incorporación metodológica de la prensa como fuente. Una suave ventolera oxoniana invadía después el helado salón de grados del edificio B -en trance de discutida ruina física- cuando José Varela Ortega, nieto de don José Ortega y Gasset, nos ofrecía, en la defensa de su espléndida tesis, las primicias de un decisivo libro sobre la restauración, concebido entre los principales archivos de España y Europa. Como la reciente revelación de Juán Pablo Fusi, la tesis-libro de Varela Ortega confirmaba el inmenso servicio de Raymond Carr a la joven historiografía española. Después de las incertidumbres metodológicas y las interferencias políticas que describió magistralmente Jover en el ensayo que abre los doce estudios contemporáneos por él dirigidos y editados, una nueva generación de historiadores está ya en plena marcha; esta es la confirmación que afloraba en el día histórico.

Por la tarde, en la Autónoma, y en precaria saleta prestada -aquí la ruina no es sólo presunta- el doctor Manuel Pérez Ledesma defendía su definitiva historia del período original de la Unión General de Trabajadores; el profesor Maravall consumió, en su luminoso comentario, un turno equivalente a una clase entera. Pilar Castillo, bibliotecaria del Estado Mayor de la Armada, nos presentaba después la figura gigante de Vázquez Figueroa; el organizador de la Marina sutil, en la guerra de la Independencia, el hombre que se negó al chanchullo de la camarilla fernandina con motivo de la compra de una escuadra rusa podrida; el político que salva, con su dignidad y su quehacer, el honor de la Administración española en tiempos degenerados.

Cada una de estas tesis es noticia; pero juntas suponen un acontecimiento. Se leyeron entre los tiznajos inciviles que flanquean las grietas de la Complutense; y a la vera de los cascotes recién caídos de la nueva Autónoma. Las dos facultades aherrojadas, más que otras, por la helada burocracia ministerial, que retribuye -porque es la ley, claro- dedicaciones exclusivas con gratificaciones irrisorias; que ha vegetado durante décadas sobre la romántica generosidad de quienes jamás desertarán de la Universidad desmantelada; porque creen en su transfiguración y en su resurrección, sólo posible cuando la Universidad se libere, a la vez, de la chusma extrauniversitarla y de la impersonalidad centralizadora.

La romántica y absurda generosidad de quienes han hecho posible, con su presencia callada de todos estos años, que unos centenares de alumnos y profesores -ellos también- recibieran, con ovación merecidísima, a sus colegas expulsados antaño. Porque gracias al diario sacrificio de los que permanecieron, los sancionados han podido volver a algo que a pesar de todo se llama todavía Universidad. Y a veces lo es, plenamente, históricamente.