2 mayo 2011

El terrorista saudí esta considerado el 'cerebro' de la masacre del 11-S en la que acabó con la vida de más de un millar de americanos

El presidente de Estados Unidos, Obama, anuncia al mundo el asesinato exitoso de Osama Bin Laden en Pakistán

Hechos

El 2.05.2011, el presidente de Estados Unidos de América, Barack Obama, anunció en rueda de prensa que había fuerzas norteamericanas habían asesinado en Pakistán a Osama Bin Laden.

Lecturas

El presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, informó de que, en una operación en Pakistán, había sido eliminado Osama Bin Laden. Al contrario que hizo Bush con las muertes de los hijos de Sadam Hussein o con la eliminación de Al Zarquaui, Obama no mostró ningún tipo de fotografía que acreditara la muerte de Bin Laden.

ANÁLISIS EN ESPAÑA:

JAVIER VALENZUELA (TVE): «AL QAEDA YA HABÍA SIDO DERROTADA POLÍTICAMENTE EN EL MUNDO ÁRABE»

valenzuela_qaeda En el programa ‘La Tarde en 24 Horas’ de TVE (Canal 24 Horas), el periodista de EL PAÍS, D. Javier Valenzuela, analizó la derrota de Al Qaueda: «Al Qaeda estaba muy mermada operativamente.   Al Qaeda había sido derrotada políticamente en el mundo árabe (…) Sus objetivos no tienen atractivo para los jóvenes árabes. (…) Bin Laden no logró derrotar a ningún sátraba árabe. Ni Ben Alí ni Mubarak, ni Gadafi, ni Al Assad que estaban en la lista de Al Qaeda, no fueron derrotados por Al Qaeda (…) La gran batalla en las ciudades árabes, donde Bin Laden quería actuar, la tenía perdida.

ALFONSO ROJO: «¡JUNTO AL TIRO EN LA CABEZA TENDRÍAN QUE HABERLE DADO OTRO EN LAS PELOTAS!» 

En el programa ‘El Gato al Agua’ de INTERECONOMÍA, la opinión más vehemente fue la del director del diario PERIODISTA DIGITAL, D. Alfonso Rojo, que expresó su satisfacción en la eliminación física de Bin Laden, pero lamentó que su muerte fuera con un tiro en la cabeza ya que, en su opinión, había que haberle disparado en otra parte del cuerpo, para disgusto de Dña. Cristina Alberdi.

03 Mayo 2011

Un mundo sin Bin Laden

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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La eliminación del profeta del terror islamista es un éxito de Obama que Pakistán debe explicar

La eliminación de Osama bin Laden en su refugio paquistaní por comandos estadounidenses, con orden de detener o matar al cerebro del 11-S, es una gran victoria simbólica para EE UU -que buscaba desde hace más de 10 años a su enemigo público número uno- y para el conjunto del mundo civilizado. Pero no debería significar ningún giro sustancial en la lucha contra Al Qaeda y el terrorismo islamista internacional. Numerosos países están en alerta ante la fundada expectativa de que los fanáticos intenten vengar con alguna acción espectacular e inmediata la muerte de su santón, desde hace tiempo más una figura de referencia para los dinamiteros de la causa que un jefe efectivo capaz de decidir y controlar atentados.

La aniquilación del architerrorista cuyo nombre ha planeado sobre Occidente como sinónimo de apocalipsis representa una gran bocanada de aire para Barack Obama, en tiempos de creciente incertidumbre doméstica e internacional. El presidente ha tenido cuidado en subrayar que la misión era algo cuidadosamente planeado, y supervisado personalmente por él, desde que en agosto pasado se tuvieron certezas suficientes hasta la luz verde definitiva del viernes. Obama, que solemnizó su anuncio informando previamente a George W. Bush, se ha sacudido de un golpe las acusaciones republicanas de pusilanimidad y ha ganado enteros dentro y fuera. El júbilo popular que ha sacado a la calle de noche a miles de americanos ensancha su menguado crédito y apuntala futuras decisiones.

Una tarea como el exterminio de Bin Laden, ejecutada en menos de una hora pero preparada durante años, esconde siempre multitud de claroscuros. Pero su elemento clave, y el de mayores implicaciones, es el papel jugado por el Gobierno paquistaní. Pakistán, aliado nominal de Washington contra el terrorismo, país clave en la guerra de Afganistán y receptor de miles de millones en ayuda militar, ha sido epicentro de la batalla contra Al Qaeda y la yihad global. Islamabad siempre ha negado, contra toda evidencia, vínculos con el fundamentalismo violento y ha pretendido ignorar el paradero de Bin Laden o situarlo oculto en remotas montañas de la frontera con Afganistán. El descubrimiento de que ese inexpugnable escondite era la comodidad de una gran casa fortificada, en un lugar de vacaciones junto a la capital paquistaní, que alberga una academia militar, suscita preguntas obvias que conducen a respuestas obvias en una nación controlada por sus servicios secretos. La operación para matar a Bin Laden, de la que Islamabad fue informado a posteriori, puede sellar un enfriamiento irreversible de las ya precarias relaciones entre los dos países.

Si la muerte de Bin Laden es un enorme revés psicológico para Al Qaeda, ningún Gobierno realista rebajará por ello un ápice su lucha contra el terrorismo islamista. Al Qaeda, cuyo núcleo duro ha sido diezmado por los misiles estadounidenses en suelo paquistaní, no es hoy la red jerarquizada y centralizada que precedió a las masacres del 11-S, sino una franquicia cada vez más autónoma y local. La multiplicidad de atentados en los últimos años en lugares muy dispares ha puesto de relieve que la criatura de Bin Laden se ha transformado en un fragmentario y difuso fervor asesino capaz de golpear con medios relativamente escasos en escenarios diferentes.

Más relevante que la desaparición del profeta de la yihad es el hecho de que su discurso ideológico pierde peso a todas luces en el mundo musulmán. Ni Bin Laden ni Al Qaeda han jugado ningún papel en las revueltas populares triunfantes o en marcha en muchos países árabes. La narrativa islamista ha sido marginada en el despertar de unos pueblos que luchan y mueren ahora por anhelos como la dignidad, la libertad y la democracia, anatema todos ellos para Bin Laden y sus secuaces.

03 Mayo 2011

Una buena noticia para la Humanidad

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LA MUERTE de Osama bin Laden en una audaz operación militar de EEUU en Pakistán es el punto final al pulso que el mayor terrorista del planeta mantenía con este país y con Occidente desde hacía una década. Cuando Bin Laden puso su firma a los atentados contra las Torres Gemelas en una acción que causó cerca de 3.000 muertos y que conmovió a la Humanidad, abrió un nuevo capítulo de la Historia instigando la confrontación entre el Islam y el resto del mundo.

Lo primero que hay que decir es que, aunque no podemos alegrarnos de la muerte de nadie, la desaparición de Bin Laden es una buena noticia, particularmente para la democracia y el sistema de valores que ésta encarna, tanto de respeto a los derechos humanos como de convivencia pacífica. Pocas personas han hecho tanto daño como el terrorista saudí. Además de los atentados que ha dirigido, está su llamada a la guerra santa, que ha llevado la desolación a todos los rincones del mundo.

Su muerte ha sido una acto de guerra autorizado por el presidente Obama dentro de los límites que las leyes de EEUU le conceden. Eso distingue los hechos de cualquier actuación extrajudicial o de terrorismo de Estado, como las que en alguna ocasión han realizado el Mosad o los servicios británicos, o las que tuvieron lugar en España en tiempos de los GAL. Por eso Obama ha salido en televisión para explicar, con orgullo, el valor de la operación.

La muerte de Bin Laden se enmarca en la guerra declarada a Al Qaeda en 2001 por el entonces presidente Bush pocas horas después del 11-S. Hay que recordar que, sólo tres días después de los atentados, el Congreso de EEUU facultaba al presidente para «contraatacar contra cualquier persona, organización o Estado sospechoso de estar envuelto en ataques terroristas». Es muy significativo el gesto de Obama de comunicar a su antecesor la muerte del terrorista antes de hacerlo de forma oficial al resto de la nación. En la lucha contra el terrorismo, Obama representa la continuidad de Bush.

La muerte de Bin Laden ha sido acogida con satisfacción general en todo el mundo. A esas reacciones, el vicepresidente Rubalcaba y la portavoz socialista Elena Valenciano le han puesto una nota interesada uniendo el nombre del terrorista a los atentados del 11-M. No existe ninguna prueba de la intervención de Al Qaeda en los atentados de Madrid, como quedó acreditado en el juicio que absolvió a los falsos cerebros islamistas remotamente conectados con la organización. Y nada aporta que Hillary Clinton le endosara también a Bin Laden esta masacre sin esclarecer.

Es lógico que, desde el punto de vista moral, la muerte de Bin Laden plantee el dilema de la licitud del crimen como forma de defenderse de un terrorista. Por ahora no tenemos elementos de juicio suficientes para saber si se le hubiera podido detener, que hubiera sido lo deseable. «Sólo se le habría capturado vivo si hubiera ondeado una bandera blanca», han justificado fuentes de seguridad de EEUU, lo que equivale a asumir que han ido a por él con todas las consecuencias. En todo caso, estamos ante un claro episodio de legítima defensa. Desde el punto de vista de las relaciones internacionales cabría preguntarse también si no hubiera sido mejor que EEUU coordinara con Pakistán una operación que ha sido efectuada en su territorio. Sin embargo, la infiltración de Al Qaeda en la Administración de este país aconsejaba dirigir la actuación con el máximo secreto. Prueba de que la fidelidad de Pakistán hacia Occidente está más que puesta en duda es que Bin Laden no residía en ninguna cueva recóndita de una montaña perdida, sino en una ciudad militar, rodeado de casas de militares paquistaníes -algunos retirados y otros en activo-, en un edificio perfectamente identificable y rodeado de medidas de seguridad que no pueden haber pasado inadvertidas a las autoridades.

La confusión generada a raíz de unas imágenes falsas del terrorista muerto y el hecho de que fuentes oficiales de EEUU hayan afirmado que el cadáver ha sido arrojado al mar, obliga a Washington a difundir testimonios que aclaren lo sucedido, para no alimentar especulaciones que hagan crecer el mito de Bin Laden. Es una incógnita qué repercusión tendrá su muerte en la capacidad operativa de Al Qaeda, pero lo que es evidente es que estamos ante una victoria de EEUU, un triunfo para su prestigio que refuerza también la confianza en la eficacia del sistema democrático para defenderse de sus enemigos. La presencia periódica de Bin Laden en vídeos y sus llamamientos a la yihad estimulaban el escepticismo sobre la capacidad de Occidente de atrapar a quien ha sido, hasta ayer, su enemigo número uno. Afortunadamente, esta vez se ha hecho realidad la máxima de que el criminal nunca gana.

03 Mayo 2011

Obama ve el fin de la guerra al terror

Antonio Caño

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La guerra contra el terrorismo adquiere una nueva dimensión tras la muerte de Osama bin Laden. Si Estados Unidos no la ha ganado ya, se encuentra en una posición inmejorable para ponerle punto final y cerrar un capítulo que, con menos luces que sombras, ha marcado una era de la política exterior norteamericana y ha afectado profundamente a la seguridad de muchos otros países. «El mundo es más seguro ahora», concluyó ayer Barack Obama al valorar un éxito que, entre otras cosas, le da alas a su presidencia y le devuelve la moral de victoria a una nación todavía sumida en la depresión causada por los ataques del 11 de septiembre.

La venganza ha sido consumada. Con la perseverancia propia de países que tienen fe ciega en su destino histórico, Estados Unidos ha acabado abatiendo al principal responsable de aquellos crímenes y ha descabezado al movimiento terrorista islámico. Sin Bin Laden, a quien no se le vislumbra un sucesor, Al Qaeda y las organizaciones nacidas en su entorno quedan al borde del abismo.

La Administración norteamericana no quiere todavía darlo por hecho. Las primeras reacciones a la muerte de Bin Laden de un tiro en la cabeza han sido prudentes. «La guerra contra Al Qaeda y su sindicato del terror no ha finalizado», advirtió la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Pero es indudable que un nuevo sentimiento de optimismo se ha instalado en el país, si no por haber acabado ya con cualquier riesgo de una nueva acción terrorista, sí por haber demostrado la superioridad de EE UU. Como también dijo Clinton, «ha quedado claro que no pueden vencernos».

El principal asesor de seguridad nacional del presidente, John Brennan, afirmó que «Al Qaeda es un tigre herido al que todavía le queda vida», pero añadió que se «le ha cortado la cabeza a la serpiente» y eso representa «un momento decisivo en la guerra contra el terrorismo».

Ahora será necesario protegerse de una posible revancha por parte de Al Qaeda -se han tomado medidas de emergencia en embajadas y de protección de otros intereses norteamericanos en el mundo- y, sobre todo, trasladar al terreno militar y estratégico el éxito obtenido el domingo por un comando de fuerzas especiales. Es decir, habrá que concluir de forma adecuada la guerra de Afganistán y establecer con Pakistán y otros países musulmanes el grado de cooperación que impida la resurrección de Al Qaeda. Pero el mérito de esta operación, su larga preparación y su impecable ejecución constituyen un revulsivo para la lucha contra el terrorismo y para el papel internacional de Estados Unidos en su conjunto.

15 años buscando a Bin Laden

Washington ha estado detrás de Bin Laden durante 15 años. En una ocasión estuvo cerca de él, en las montañas de Tora Bora, poco después de la invasión de Afganistán. Pero durante la mayor parte de ese tiempo no hubo pistas sobre su paradero. Se especuló con su muerte y se llegó a darle por perdido para siempre. Pero Estados Unidos insistió, convencido de que, sin su cabeza, nunca habría verdadera justicia, y ahora todo ese esfuerzo se ve recompensado y hasta muchos de los errores cometidos durante este tiempo pueden verse ocultados.

El mayor de esos errores, Guantánamo, es paradójicamente la fuente de la que procede la información que llevó a localizar a Bin Laden en una mansión de Abbottabad, a 60 de kilómetros de Islamabad.

Según la versión oficial, uno de los detenidos en esa cárcel reveló en agosto pasado el nombre en clave de un mensajero de Bin Laden, a quien la CIA consiguió identificar después y seguir hasta la residencia en la que finalmente murió.

El asalto fue ejecutado por un comando de la unidad de élite de la Marina SEAL -que corresponde a las iniciales en inglés de tierra, mar y aire-, que opera bajo el mando del Comando Conjunto de Fuerzas Especiales. El ataque duró 40 minutos. Participaron dos helicópteros y, aunque uno de ellos se averió, la misión pudo cumplirse sin pérdidas de vidas norteamericanas.

Operación de EE UU en solitario

Estos son los datos fundamentales de una operación que Estados Unidos realizó en solitario y, según la versión facilitada por Brennan, sin comunicarlo previamente a las autoridades paquistaníes. La Casa Blanca intentó ayer aclarar ese y otros extremos controvertidos de este episodio.

Uno de ellos es, precisamente, el conocimiento que el servicio de inteligencia paquistaní, del que siempre se ha sospechado por sus conexiones con el islamismo, tenía de la presencia de Bin Laden en una población próxima a la capital y habitada principalmente por altos oficiales retirados. Brennan no quiso especular sobre esta materia

Sí descartó, sin embargo, que la operación estuviera concebida exclusivamente para acabar con la vida de Bin Laden. Según Brennan, el comando asaltante estaba preparado para hacer frente a la posibilidad de que el líder de Al Qaeda decidiera rendirse, aunque siempre se consideró como «altamente improbable». En lugar eso, de acuerdo con esta versión, Bin Laden y los hombres que le custodiaban ofrecieron resistencia, y varios de ellos murieron junto a su líder. No se sabe con precisión si el propio Bin Laden utilizó un arma. Tan solo se ha dicho que «estuvo implicado en el tiroteo». La prioridad de la operación, en todo caso, no era la de salvar la vida del líder de Al Qaeda, sino la de poner en el menor riesgo posible a los miembros del comando.

Brennan aseguró que los militares norteamericanos pusieron mucho cuidado en no matar a civiles o inocentes. En este sentido, se ha informado de que en la residencia asaltada vivían familiares de Bin Laden, incluidas varias mujeres tras las que el líder de Al Qaeda trató de esconderse durante el tiroteo, según la versión oficial.

03 Mayo 2011

La CIA: misión cumplida

David Alandete

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En los últimos años, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) no ha recibido muchas alabanzas. La Comisión de Investigación de los atentados de 2001 la responsabilizó de haber ignorado pistas que podrían haber evitado más de 3.000 muertes. Su imagen quedó luego manchada durante la Administración de George Bush por los vuelos secretos para trasladar a presos a cárceles ocultas donde les sometía a técnicas de interrogación extremas. Cuando tomó posesión de su cargo en 2009, Barack Obama se propuso depurar la agencia, dejar atrás las torturas y encargarle un cometido principal: capturar a Osama bin Laden, vivo o muerto. Fue una misión que duró 10 años y que el domingo quedó cumplida.

La operación, ejecutada por una brigada contrainsurgente de la Armada, fue calificada por el propio presidente de éxito de la CIA, agencia fundada en 1947 para el espionaje internacional. Al llegar al Despacho Oval, Obama le confió la dirección de la agencia a Leon Panetta, un veterano político demócrata. «Le encargué que matara o capturara a Bin Laden, la prioridad de nuestra guerra contra Al Qaeda», dijo el presidente el domingo.

En 2007, una minuciosa investigación de la CIA llevó a la identificación de un mensajero cercano a Bin Laden. Dos años después, la agencia tenía un mapa de las localizaciones de Pakistán y Afganistán donde ese mensajero y su hermano operaban. El pasado agosto se identificó su residencia en Abbottabad, en Pakistán. En aquel mismo complejo vivía una familia, que posteriormente se confirmó que era la de Bin Laden.

La operación ha provocado que la CIA reciba alabanzas por parte de políticos de ambos signos, demócratas y republicanos. Son las primeras tras una década de críticas. El exvicepresidente Dick Cheney excedió todos los límites para asegurarse de que la agencia pudiera capturar al líder terrorista. Se saltó los protocolos pertinentes para ordenar la creación secreta de un programa antiterrorista en la CIA para cazarterroristas. Poco se sabe de aquel plan, que Panetta fulminó al enterarse de su existencia en 2009.

En aquellos ocho años, la CIA torturó a prisioneros en cárceles secretas: entre 2002 y 2003 se probaron sobre supuestos terroristas una serie de técnicas que el Departamento de Justicia de Bush recomendó en cuatro memorandos. En ellos se detallaba cómo no cruzar la delgada línea que separa el interrogatorio de la tortura, para evitar problemas legales. Así, se legitimó jurídicamente el ahogamiento fingido, que sobre Jaled Sheij Mohamed, el ideólogo del 11-S, se probó 183 veces.

La orden de matar a Bin Laden es una de las últimas que Panetta habrá dado. El 30 de junio abandonará la agencia para ocupar la secretaría de Defensa. Su cargo lo ocupará el general David Petraeus, hasta ahora responsable de las operaciones contrainsurgentes en Irak y Afganistán.

03 Mayo 2011

'Yes we kill'

David Gistau

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MIENTRAS los votantes de Obama salen a la calle a remedar los festejos que suceden a una victoria deportiva, sus admiradores españoles se han quedado desconsolados por la pérdida de un póster progresista. Como apunta Zabala, habrían preferido que los SEAL descendieran del helicóptero a entregar a Bin Laden una citación para comparecer ante el juez Garzón y que luego se hubieran ido disculpándose por el ruido. Todo un antagonismo psicológico, el de una sociedad cuya cohesión ante el enemigo trasciende complejos y banderías, y otra que, cuando sufrió el 11-M, declaró enemigo a su presidente y casi pidió perdón al yihadismo por haberle obligado con sus malas acciones a castigarla.

Averiguado que lo que podía el Yes We Can era matar, resulta imprevista la acción ejecutiva con la que Obama por fin se vuelve más grande que su retórica y entra en la Historia. En el marco de una guerra global que él asumió, la conmoción por esta muerte es comparable a la de Hitler, de quien no hubo cadáver. Pues en ambos casos formaron parte los EEUU del pelotón spengleriano que acudió para defender la civilización occidental de una amenaza cierta. Y ello, mientras los mismos que se compadecen del trato recibido por Bin Laden ni siquiera son capaces de aceptar que, en esta guerra mundial, los cafés donde se juntan no los asegura la retórica progre, sino el helicóptero de los comandos. Éste es el mensaje que les lanza hasta Obama, de quien ahora hacen apostasía, preguntándose cómo hacer llegar a la yihad un mensaje de yo no he sido. Ha habido tiempo incluso de constatar que muchos de los que trasladaron a Bin Laden el prestigio de azote anti-imperialista que durante muchos años adornó al Che, ahora se aferran a la ocultación del cadáver para propagar una mitología de la presencia del ausente tan friki como la de Elvis Presley. Ya acusan la nostalgia del buen salvaje redentor, hay que ayudarles a encontrar otro porque este golpe moral, sumado al de la caída del Muro, les deja demasiado solos.

En su formidable discurso a la nación, Obama dijo que esto demuestra que EEUU es capaz de toda hazaña. Es decir, que la ejecución de Bin Laden debería ser un catalizador anímico, exactamente como la llegada a la Luna, que confirmó a la URSS su derrota tecnológica. Subir a la Luna o bajar a las cuevas y a las mansiones, defendiendo una misma idealización. Obama es la última representación de esa potencia americana que Whitman vio en los pioneros y Mailer en los pasos lunares de Armstrong: la fuerza del ego. La supervivencia de Bin Laden era algo insoportable para el ego colectivo, además de para toda noción de justicia.

03 Mayo 2011

Un icono del siglo XXI

Enric González

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Algunos grandes personajes, pocos, hacen historia. Con más frecuencia es la historia, es decir, el azar y la lucha de la humanidad, quien hace grandes a ciertos personajes. Osama bin Laden formó parte de los gigantes accidentales. No fue un gran guerrero, ni un gran pensador, ni un gran estratega. Fue un hombre elocuente y minucioso que supo cabalgar sobre las circunstancias, sin que le faltaran las cualidades que suelen caracterizar a la gente más peligrosa: fe en el propio destino, incapacidad para la duda y una considerable dosis de suerte.

Aunque causó terribles matanzas, su muerte habría merecido menos interés informativo sin ese icono fascinante que se confunde con su propio rostro y se repite una y otra vez, como si fuera la etiqueta del siglo XXI: la imagen de las Torres Gemelas devoradas por las llamas. Consiguió que los atentados del 11 de septiembre de 2001 se reprodujeran de forma continua gracias a la industria mediática y que, gracias a ello, el terror permaneciera fresco. Ese es el sueño de cualquier terrorista. En el ámbito del terror no importan tanto los números como el impacto. Y Osama bin Laden lo obtuvo.

Nació en Riad (Arabia Saudí) en 1957, dentro de una familia de humilde origen yemení que había acumulado inmensas cantidades de dinero gracias a la construcción. Dicen que su padre, analfabeto, fue un genio del cálculo y la ingeniería. De su padre recibió la herencia genética, el apellido y poco más, porque se divorció de su madre al poco de nacer él. Circula el rumor de que fue hijo ilegítimo. En cualquier caso, además de ser solo uno entre más de 50 hermanos y hermanastros, Bin Laden fue educado en Jedah por su madre, de origen sirio, y su padrastro, ejecutivo del grupo Bin Laden.

Se han elaborado diversas teorías sobre presuntos sentimientos de marginación y frustración que habrían derivado posteriormente en pulsiones destructivas. No encajan, sin embargo, con el recuerdo de quienes crecieron y jugaron con él. Esos testimonios hablan de un chico muy religioso, callado, tolerante, tímido, de carácter equilibrado, propenso a asumir el papel de organizador, pero no el de líder.

Siguió la tradición de los musulmanes píos y se casó muy joven, a los 17 años, con una mujer de 14: era la forma de evitar pecados carnales. Estudió gestión empresarial, sin llegar a licenciarse, en la Universidad Rey Abdelaziz, que eligió frente a otras más prestigiosas del extranjero para poder permanecer en Arabia Saudí y cerca de su madre.

Comienzos como ‘guerrero santo’

El punto de inflexión en su vida llegó en 1979, con la invasión de Afganistán por la Unión Soviética. El palestino Abdulá Azzam (1941-1989), un teórico de la yihad (guerra santa) que había sido su profesor, le convenció para que se uniera a un grupo de muyahidin, o guerreros santos, y luchara contra los infieles comunistas en territorio afgano. Con el tiempo, Osama bin Laden se aficionó a relatar sus grandes hazañas bélicas y su calma sobrenatural ante el peligro. Pero en Afganistán no destacó como combatiente, sino como financiador y administrador.

Afganistán fue su escuela. Gracias a aquella guerra conoció al egipcio Ayman al Zawahiri, un cirujano políglota que pertenecía a la Yihad Islámica egipcia. Al Zawahiri transmitió a Bin Laden las ideas de Sayyid Qutb (1906- 1966), el gran ideólogo del islamismo integrista, y le ayudó a concebir una nueva forma de «guerra santa».

Para llegar a esa concepción, Bin Laden partió de premisas falsas y alcanzó conclusiones erróneas. Creyó que la derrota soviética en Afganistán se debía al heroísmo de un puñado de guerrilleros, olvidando el apoyo de Estados Unidos y de las potencias árabes y, sobre todo, el colapso interno de la URSS. Y dedujo que los muyahidin que regresaban a sus países de origen se constituirían en algo parecido a un ejército de reservistas que participaría en sucesivas guerras similares a la de Afganistán, hasta la caída de los regímenes infieles y la victoria final del islam. A eso se refería cuando empezó a utilizar la expresión Al Qaeda, «la red».

La siguiente experiencia de Bin Laden fue la guerra del Golfo en 1991. Tras la invasión de Kuwait por Sadam Husein ofreció al Gobierno de su país, Arabia Saudí, el hipotético «ejército de liberación» formado en Afganistán. El príncipe Sultán, que no tenía interés en ver su país anegado de guerrilleros extremistas y confiaba mucho más en la solvencia militar de sus aliados estadounidenses, le despachó con cierta displicencia. La llegada masiva de soldados occidentales a su país, ultrajando el país de Mahoma y La Meca, y el desprecio con que le había tratado su Gobierno, a él, un Bin Laden al fin y al cabo, le convencieron de que su misión en la vida consistía en derribar la dinastía corrupta de los Saud e implantar un nuevo régimen, auténticamente islámico, en Arabia Saudí. Con el tiempo, Al Zawahiri le inculcó que para acabar con los Saud y propiciar el triunfo islámico convenía «aplastar la cabeza de la serpiente», es decir, Estados Unidos.

Bin Laden ya era un hombre conocido. Las grabaciones de sus discursos se vendían en numerosos mercadillos musulmanes. Su voz pausada y suave y su árabe clásico, anticuado, que los oyentes solían definir como «reconfortante» porque les recordaba al de sus abuelos, tenía tanto impacto como el propio mensaje, un batiburrillo de teología, teorías conspirativas y odio hacia Occidente e Israel. Las palabras de Bin Laden caían sobre terreno abonado: la frustración de los árabes era la misma que ahora, en otro contexto, ha estallado en revueltas internas.

Primer atentado

Organizó su primer atentado en el hotel Gold Mihor de Adén (Yemen), en 1992, con el resultado de dos muertos. Como algunos de sus seguidores no se mostraban convencidos de que matar a inocentes fuera realmente piadoso, desarrolló junto a Al Zawahiri una innovación teológica según la cual las víctimas realmente inocentes iban directamente al paraíso, por lo que se les hacía un favor.

Osama bin Laden, privado de la ciudadanía saudí en 1994, se vio obligado a exiliarse en Sudán; en 1998, la presión estadounidense indujo al Gobierno de Jartum a expulsarle y Bin Laden volvió a Afganistán, donde cortejó a un jefe talibán, el mulá Omar, hasta obtener su protección.

Como el «ejército de reservistas» y las guerras de liberación que había ideado Bin Laden no llegaron a existir, se impuso la concepción puramente terrorista, inspirada en las tácticas libanesas, de Al Zawahiri, al que todos los testimonios señalan como auténtico jefe operativo de Al Qaeda. Bin Laden, sin embargo, fue el hombre al que la CIA designó, ya en tiempos de Bill Clinton, como enemigo número uno y cerebro del terrorismo mundial. Eso le ayudó a convertirse en una celebridad y a hacer de la Al Qaeda original, un grupo escaso que intentaba, sin éxito, conseguir armas de destrucción masiva, una «denominación de origen» a la que podían acogerse islamistas violentos de cualquier país, desde escindidos del FIS argelino a guerrilleros indonesios.

Osama bin Laden no fue quien eligió las Torres Gemelas de Manhattan como objetivo emblemático; eso se le ocurrió a Ramzi Yusef, un kuwaití, veterano de Afganistán, que organizó el primer atentado, el de 1993. Tampoco ideó el uso de aviones comerciales como misiles, una opción que ya circulaba por los mentideros cibernéticos del islamismo radical. Lo que aportó Bin Laden fue una planificación minuciosa, de casi dos años, y lo que, de forma perversa, podría llamarse suerte: ni él mismo esperaba que las torres colapsaran por los impactos.

El 11 de septiembre de 2001, Osama bin Laden se convirtió en el hombre que había humillado a la hiperpotencia estadounidense. Eso le proporcionó una estatura mítica entre millones de musulmanes descontentos. Pero fue la reacción del Gobierno de Washington y de la propia sociedad estadounidense, que volcó sobre él todos sus miedos, la que hizo de Osama lo más parecido a un genio supremo del mal. Bastaba invocar su nombre y el de Al Qaeda para infundir terror. ¿Qué mejor paraguas para cualquier terrorista?

03 Mayo 2011

La Inteligencia y el músculo

Miguel Ángel Aguilar

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León Panetta, director de la Agencia Central de Inteligencia, en castellano la CIA, ha ofrecido una traca final como despedida del cargo antes de ocupar el de secretario de Defensa en el Pentágono. Nada menos que la eliminación de Osama Bin Laden, ejecutada a tiro limpio por un comando de la Armada. La noche del domingo, en un mensaje a la nación desde la Casa Blanca, el presidente Barak Obama hizo el primer anuncio de semejante hazaña en términos de victoria contra el maligno, de triunfo sobre el príncipe de las tinieblas terroristas. Un mensaje que concluyó implorando la bendición de Dios para América. De la operación del comando apenas se conocieron detalles, salvo que se había efectuado sin bajas propias, que había durado 40 minutos y que apenas había encontrado resistencia.

En la Red hubo referencias inmediatas a la comprobación del ADN del enemigo número uno y al «traslado del cadáver a Afganistán para enterrarlo en el mar de acuerdo con la práctica musulmana», según informaciones atribuidas a la CNN y a The New York Times. Permaneceremos atentos para saber a cuál de los inexistentes mares afganos, descubiertos ahora para asombro general, ha sido arrojado el cadáver de Osama. Porque desde que se dibujaron los límites cartográficos de Afganistán, sus fronteras se mantuvieron a seco, sin noviazgo alguno con el mar, padeciendo la envidia de las olas, como nuestra María Dolores del bolero. Sus fronteras son todas terrestres y están más o menos deslindadas con Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Irán y Pakistán. En cuanto a lo de la práctica musulmana de las tumbas en el mar, parece más bien una metáfora como la de las rosas en el ídem de Luis Eduardo Aute.

La onda expansiva de la noticia generó enseguida celebraciones públicas ante la Casa Blanca de Washington o en los lugares santos de Nueva York, como Times Square o la Zona Cero. Eran manifestaciones de júbilo popular por la muerte del «bastardo», como tituló el periódico News Day. De todas partes llegaron enseguida felicitaciones a las autoridades americanas por haber matado a Osama Bin Laden, ideador de Al Qaeda, sobre quien se habría cumplido la sentencia dictada hace 10 años por Bush tras la masacre del 11 de septiembre. Además, en sus palabras del domingo noche, el presidente Obama parecía en posesión del criterio inapelable sobre la vida cuando dijo aquello de «se ha hecho justicia». Afirmación que recuerda las de los alcaides de penitenciarías al dar cuenta de la ejecución de una pena de muerte. La analogía se agudiza porque la operación del comando de la Armada para nada ha sido un encuentro fortuito, accidental, donde acabaran desenfundándose las armas, sino el cumplimiento estricto y deliberado de un designio de muerte.

Lo que estaba en juego era el orgullo herido de Estados Unidos, que buscaba de modo incesante reparación desde el mismo día 11 de septiembre de 2001. De ahí el bombardeo de Afganistán, primera demostración de músculo, que confirmaba la conocida inutilidad de dar coces contra el aguijón. De ahí también la invasión de Irak, que fue transmutado en amenaza mediante el malabarismo de asignarle la posesión de unas inexistentes armas de destrucción masiva y de culparle de afinidades íntimas con Al Qaeda. Siendo así que Sadam Husein, que en su día fue abastecido de gases de toxicidad letal, tan útiles que resultaron contra los kurdos del norte, jamás había mostrado connivencia alguna con los terroristas, excluidos de allí por completo.

Otra cosa es que disparar sea un ejercicio situado en las antípodas de las sutiles tareas propias de los servicios de Inteligencia. Andar a tiro limpio reflejaría que manca finezza. Ofrecer un cadáver, que ya ha quedado hundido en el fondo del mar e invocar para ello la conformidad con una práctica musulmana de la nunca hubo noticia, puede suscitar entusiasmo, pero convengamos en que Bin Laden vivo hubiera podido suministrar ayuda decisiva en la ingente tarea de la desarticulación de Al Qaeda, que es de lo que se trataba. A menos que Bin Laden hubiera pasado a ser irrelevante, pero entonces su eliminación también lo sería. Pena da que Estados Unidos derive hacia la elementalidad de las tropas de choque del antiguo KGB soviético, que abandone la sutileza por el músculo, que se aleje del modelo Joseph Conrad, Graham Greene o John Le Carré.

No se trata de «dar una bofetada en la cara del viento dominante», de la que hablaba C. P. Snow, pero esta war on terror, a base de Abu Graib o Guantánamo y de tribunales militares sigue una senda de deshonor. En todo caso, ¿imaginan qué andarían bramando quienes aquí estos días aplauden al comando de EE UU si fuera nuestro?

04 Mayo 2011

El mito que apenas fue leyenda

Alfonso Merlos

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Negar que Ben Laden se erigió durante un tiempo en figura de leyenda en el mundo musulmán es negar la ley de la inercia o el principio de Arquímedes.

Ni años antes ni años después, pero en el lustro que siguió al infame 11-S, segmentos sustantivos de la población, desde el Magreb al sudeste asiático,  elevaron al cofundador de Al Qaida a la categoría de mito. Se le atribuyeron cualidades y excelencias nunca vistas a un seguidor de Mahoma y, desde la clandestinidad, su icono se rodeó de extraordinaria estima.

En países de identidad cultural y referentes históricos tan dispares como Jordania, Egipto, Líbano, Pakistán, Indonesia o Marruecos los apoyos a la violencia de matriz yihadista escalaron por momentos hasta tasas de casi el 50%. Por no hablar de Gaza y Cisjordania. Las cifras llegaron a ser escalofriantes. Pero esa efervescencia y ese tenebroso entusiasmo se ha ido apagando a medida que se ha probado el fracaso de Ben Laden en los dos vectores cardinales del terrorismo: matar y amenazar.

Ni «Al Qaida Central» ha consumado atentados de destrucción masiva en toda una década, ni los mensajes de audio o vídeo difundidos por Al Yazira, Al Arabiya, Abu Dhabi TV o diversos portales salafistas de internet han penetrado en las audiencias a nivel global. Al contrario, soflama a soflama, se han difuminado como un azucarillo en el café.

El hasta hace horas enemigo nº 1 de Estados Unidos declaró en su día que la guerra de la propaganda era hoy el elemento decisivo del combate; y añadió que podía tener una incidencia hasta del 90% en la victoria final. Y esa batalla, la de los medios de comunicación y la calle árabe, hace tiempo se la había ganado Occidente.

Alfonso Merlos

05 Mayo 2011

Era un villano

Alfonso Rojo

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Yo también siento que a Bin Laden le dieran un balazo en el pecho y lo remataran con otro en la cabeza. Y lo siento, porque antes le tenían que haber pegado un tiro en las pelotas.

Los tertulianos que justifican la ejecución del líder de Al Qaida suelen comenzar sus alegatos con eso tan piadoso e hipócrita de que no se puede desear la muerte a nadie. Vale ya de mamonadas.

El tipo era un villano perverso y merecía lo que le han dado y bastante más. Piensen en la española embarazada de siete meses asesinada el 11-S, en los bomberos aplastados bajo las Torres Gemelas, en los mutilados de los trenes del 11-M, en el autobús del 7-J, en Bali y si no les parece bastante, váyanse a freír puñetas.

Puestos a debatir, más interesantes que los que se la agarran con papel de fumar y tratan de justificar lo ocurrido en Abbottabad apelando a las decisiones del Congreso norteamericano o a la supuesta falta de alternativas, me parecen los Aguilar, Casado, Carnicero, Sánchez Dragó, Gurruchaga y quienes sostienen que Obama debería haber ordenado arrestarlo y llevarlo a EE.UU., para ser juzgado.

Podían, porque el facineroso ni cogió un fusil y estaba acurrucado en la cama, pero ¿han pensado en el escenario probable una vez detenido Bin Laden?

¿Imaginan qué hubieran hecho los suyos? Yo sí: entrar armados hasta los dientes en un colegio español, francés, inglés o norteamericano, poner explosivos a granel, exigir la liberación de su jefe, anunciar que cada media hora matarán a un crío si no se cumplen sus exigencias y empezar la faena. Con 500 alumnos, da para más de diez días de horror. Eso o algo peor.

Se abre una colecta para comprar un ramo de flores para mandárselo al SEALS que apioló a Bin Laden en cuanto se sepa el nombre del héroe.

Alfonso Rojo

02 Mayo 2011

Bhutto: Bin Laden fue asesinado en 2007

Shangay Lily

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El 2 de noviembre de 2007, un mes antes de su asesinato, durante una entrevista televisada con David FrostBenazir Bhutto declaró que Bin Laden fué asesinado por Omar Sheikh, un agente secreto del ISI, servicio de inteligencia pakistaní, conectado con la CIA y que como líder de los muyahidines talibanes tenía acceso directo a Bin Laden, como explica X files. El video no deja lugar a dudas a partir del minuto 2:21: «Y también tiene negocios con Omar Sheikh, el hombre que asesinó a Osama Bin Laden«.

http://youtu.be/EXlpbFYCnSo

Aclaro que no estamos hablando de cualquier persona, estamos hablando de la que fue la Primera Ministro de Pakistan 2 veces, la primera mujer elegida para gobernar un estado musulmán, sucesora de un poderoso linaje político (su padre fue Primer Ministro, su marido es Presidente de Pakistan), que creó el partido de izquierdas más importante de Pakistán. La mujer sabía de lo que hablaba. Había nacido en el seno de la política. A esto hay que añadir que un mes más tarde era asesinada. Probablemente a causa de su osada denuncia. Una revelación que reconocía implicitamente que, en realidad, los servicios secretos de los países de la Commonwealth funcionan como meras sucursales de la CIA y del MI6.

Llama la atención cómo David Frost, un tiburón de la noticia, ni pestañea cuando escucha esa impactante declaración y no le pregunta nada al respecto. Ni una pregunta de por qué la ex Primera Ministro del país en el que todos decían que se escondía Osama Bin Laden acaba de afirmar que ya está muerto… ¡y asesinado! Curioso,  ¿eh?

¿Entonces cómo es posible que le vuelvan a asesinar?, se preguntarán. La respuesta es sencilla: Osama Bin Laden fue una creación de los servicios secretos estadounidenses. La CIA le entrenó, le promocionó, le otorgó el poder en los movimientos terroristas musulmanes y el atesoró como un aliado (hasta tal punto que su hermano era socio de Bush en la primera empresa que montó el ex-presidente republicano) cuando les interesaba echar a los rusos de Afganistan. Desde entonces le han utilizado como disculpa para invadir países, revocar derechos constitucionales y saquear arcas públicas. Su imagen como «coco malo frente al que cualquier cosa que hagamos nosotros es menos mala» ha sido increíblemente útil. No interesaba que Bin Laden estuviese muerto. Su figura como enemigo claro, visible, odiable, era una herramienta de manipulación política, justificatoria. Su existencia fue muy útil para desviar la atención sobre la posibilidad (más que apoyada por expertos e investigadores en numerosos ensayos) de que el 11-S fuese un «trabajo interno» del gobierno estadounidense.

La cuestión es por qué Obama ha reventado esa conveniente carta de inmunidad que la maquinaria saqueadora estadounidense venía utilizando para mantener la ciega ira de su pueblo, para justificar todos sus desmanes. ¿Por qué ahora? ¿Quizás a Obama se le esté cayendo la máscara del «cambio», del «Yes We Can», del «yo defiendo al pueblo aunque le esté dando el dinero a Wall Street y con la Sanidad Pública haga una chapuza que enriquece más aún a las aseguradoras»? Puede. ¿Qué golpe monstruoso están preparando que necesite legitimarle con un supuesto «triunfo», una «venganza» por las muertes del 11-S y las guerras que han venido después? ¿Por qué es necesaria la percepción de que Obama ha «cumplido», de que ha hecho algo más que preservar el capitalismo neoliberal más salvaje?

Lo sabremos pronto.

El Análisis

ASESINATO DE UN CRIMINAL, DISPARO CONTRA LA HISTORIA

JF Lamata

Es difícil que occidente pueda dar lecciones de democracia al mundo árabe si elimina a los criminales mediante tiros a la cabeza a sangre fría. Osama Bin Laden estaba considerado responsable de las peores matanzas terroristas de la historia (El 11-S en 2001, el atentado al USS Cole, los atentados de Kenia y Tanzania en el 98), pero tenía derecho a un juicio. Aún en el juicio más amañado que Estados Unidos pudiera haber organizado, Bin Laden al menos habría tenido derecho a tomar la palabra y dar su versión de los hechos, una versión que habría quedado en la historia, aunque luego hubiera sido ejecutado. No fue así. Estados Unidos lo borró de la faz de la tierra sin permitir que constara una versión suya de todo los crímenes que, aparentemente había cometido, a parte de otros que había inspirado. Ninguna lástima por el terrorista, pero sí por un episodio de la historia que era ‘mal cerrado’.

J. F. Lamata