30 septiembre 1979

Tras renuncias a seguir siendo Secretario General del partido en el congreso de junio, Felipe González vuelve a su puesto de líder aclamado

Congreso Extraordinario del PSOE 1979 – Felipe González y Alfonso Guerra recuperan el liderazgo del PSOE y barren a los marxistas

Hechos

Resultados de la votación:

  • Lista encabezada por D. Ramún Rubial y D. Felipe González  –  86.880 votos (85,9%)
  • Lista encabezada por el Sr. Mtnez Amutio y D. Luis Gómez Llorente –  6.968 votos (6,9%)

Lecturas

La dirección del PSOE estaba vacante desde el XXVIII  celebrado en mayo de 1979 cuando D. Felipe González renunció al liderazgo por su rechazo al marxismo, convocándose un congreso para resolver la disputa entre el sector renovador que representaba él y el sector marxista.

En el Congreso Extraordinario del PSOE celebrado el 29 de septiembre de 1979 se presentaron dos candidaturas para el comité ejecutivo, una nuevamente encabezada por D. Felipe González Márquez (‘renovadora’) y otra la de D. Luis Gómez Llorente (‘marxista’):

  • Lista de D. Felipe González Márquez:
  • ramonrubial Presidente – D. Ramón Rubial Cavia.
  • FelipeGonzalez01 Secretario general – D. Felipe González Márquez.
  • Vicesecretario – D. Alfonso Guerra González.
  • Organización – Dña. Carmen García Bloisé.
  • Prensa y propaganda – D. Guillermo Galeote Jiménez.
  • Administración – D. Emilio Alonso.
  • Formación – D. José María Maravall Herrero.
  • Estudio y programación – D. Javier Solana Madariaga.
  • Sectorial – D. Ciriaco de Vicente Martín.
  • Cultura – D. Ignacio Sotelo Martínez.
  • Autonomías – Dña. María Izquierdo Rojo.
  • Sindical – D. Joaquín Almunia Amann.
  • Municipal – D. Luis Fajardo.
  • Emigración – D. Francisco López del Real.
  • Juventud – D. Juan Antonio Barragán.
  • Relaciones Políticas – D. Enrique Múgica Herzog.
  • Secretarios vocales – D. Federico de Carvajal Pérez, D. José María Benegas Haddad ‘Txiki Benegas’, D. José María Obiols Germà ‘Raimon Obiols’, D. Carlos Cigarrán, D. Gregorio Peces-Barba Martínez, D. Pedro Bofill, D. Donato Fuejo Lago y D. José Ángel Fernández Villa.
  • Lista de D. Luis Gómez Llorente:
  • Presidente – D. Justo Martínez Amutio.
  • LuisGomezLlorente Secretario general – D. Luis Gómez Llorente.
  • Vicesecretario – D. Francisco Bustelo García del Real.
  • Organización – D. Jerónimo Saavedra Acevedo.
  • Administración – D. Enrique Moral Sandoval.
  • Formación – Dña. María Paz Fernández Flegueroso.
  • Estudios y Programas – D. Manuel Sánchez Ayuso.
  • Sectorial – D. Néstor Padrón.
  • Prensa y Propaganda – D. Manuel Abejón.
  • Municipal – D. Juan Párez.
  • Relaciones Políticas – D. Fernando Morán López.
  • Juventudes – D. Modesto Nolla Estrada.
  • Autonomías – D. Josep Font.
  • Sindical – D. Pablo Castellano Cardalliaget.
  • Cultura – D. Joaquín Martínez Bkjorman.
  • Secretarios vocales – D. Antonio Torres Salvador, D. Antonio Carro, D. Joan Pastor, D. Carlos López Riaño, D. Joan Garcés, Sr. Moreno de Arcos, D. J. Giráldez, D. Eusebio Cano y D. Rafael Zorraquino.

El resultado de la votación fue el siguiente:

  • FelipeGonzalez02 Lista de D. Felipe González Márquez – 86.880 votos (85,9%).
  • llorente Lista de D. Luis Gómez Llorente – 6.968 votos (5,7%).

Ante esta situación D. Felipe González Márquez recuperaba el cargo de secretario general del PSOE y abolía el término ‘marxista’ de la definición ideológica del PSOE.

El sector marxista derrotado creará la corriente crítica ‘Izquierda Socialista’ para defender sus posiciones como minoría.


La crisis del PSOE comenzada en el XXVIII Congreso, con la renuncia entonces de D. Felipe González a  seguir como Secretario General, terminó en el congreso extraordinario de septiembre de 1979 – apodado como el congreso 28,5 – se produjo el triunfo de don Felipe González y don Alfonso Guerra por goleada, con un 86% de los votos frente al 7% de los marxistas. Así pues, el “marxismo”  se  borra de la línea del partido y se impone su liderazgo personal, aunque el control del partido lo tendrá el Sr. Guerra. En esta ocasión no sólo DIARIO16, sino hasta el ABC o INFORMACIONES llaman al dirigente político por su nombre de pila ‘Felipe’. Acaba de nacer el felipismo como nuevo concepto político.

ALFONSO GUERRA ¿UN NÚMERO DOS O ‘OTRO’ NÚMERO UNO?

AlfonsoGuerra1979 Tras este Congreso Extraordinario D. Alfonso Guerra ha ascendido al cargo de ‘Vicesecretario General’ del partido, cargo hasta ahora inexistente. En la práctica más que un ‘número 2’, D. Alfonso Guerra dispondrá de plenos poderes en la ejecutiva del PSOE (de los que en parte ya demostró que tenía en su preparación del congreso desde la gestora) y actuará más bien como un co-secretario general dentro del tandem Felipe-Guerra que controlará el partido.

LA DERROTA DE TIERNO GALVÁN 

tierno_alcalde El alcalde de Madrid D. Enrique Tierno Galván fue otro de los grandes derrotados del congreso socialista, puesto que apoyó a los marxistas, el triunfo de D. Felipe González significó una derrota también para él. El ‘Viejo Profesor’ dejaría de ser ‘Presidente de Honor de PSOE’ tras aquel congreso.

Triunfo de González

Francisco Bustelo

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El triunfo de González fue sonado, pues los críticos, a quienes esta vez nos encabezaba Luis Gómez Llorente – ya que yo estaba ‘quemado’ – sufrimos una derrota monumental, pues sólo sacamos el 7% de los votos de los delegados frente al 85% que obtuvo la candidatura de González. Los partidarios de Felipe González bajo la dirección de Alfonso Guerra se habían preparado muy bien, en una labor silenciosa y eficaz. Se habían modificado notablemente las circunstancias. Hasta entonces en todos los congresos cada agrupación local designaba a su delegado o delegados. El número de agrupaciones llegaba al medio millar. Pero en el XXVIII COngreso, Alfonso Guerra aduciendo que el número de agrupaciones locales estaba creciendo logró que se aceptara que a partir de entonces las delegaciones a los congresos fuesen por federación y no por agrupación. En el congreso ordinario de mayo había un millar de delegados de cerca de 400 agrupaciones, cada una con derecho a voto, el cual valía tanto como el número de militantes de esa agrupación. Así, en promedio, cada voto expresado en aquel congreso, habida cuenta de que el PSOE tenía entonces unos 100.000 militantes, se computaba por 250. En cambio, tras las modificaciones de los Estatutos, en el congreso extraordinario de septiembre sólo hubo poco más de 400 delegados, reunidos en 67 delegaciones, cada una de ellas con un peso de mil quinientos militantes portérmino medio. No obstante, en este último aspecto se registraban grandes diferencias, pues la Federación Andaluza, que encabezaba Alfonso Guerra y que era la más numerosa englobaba a casi treinta mil militantes. Por lo tanto cuando Guerra levantaba su tarjeta de voto decidía en un 30% el resultado de la votación. Los socialistas andaluces con opiniones minoritarias no tenían posibilidad alguna de hacerlas valer.

Los militantes querían tener a González como secretario general, pero no en la proporción del noventa por ciento que se manifestó en la votación de septiembre, poco representativa por la concentración de voto ya señalada, pero sí en una relación de dos tercios o más.

Ni Enrique Tierno, ni Gómez Llorente, ni yo mismo acertamos a ofrecer buena imagen ni, llegada la hora de la verdad, atinamos a encontrar una salida viable que reforzada nuestra posición, aunque fuera como minoría. Salimos no sólo ampliamente derrotados, sino también con mala prensa. Ni un sólo periódico importante dejó de hacernos duras críticas y de apoyar fervorosamente a González. DIARIO16 me dedicó todo un editorial plagado de descalificaciones e inexactitudes, aunque luego publicara destacada una carta mía de rectificación. Más comedido, EL PAÍS se cebó en nuestra pobreza teórica, si bien también criticó la de nuestros adversarios. Del ABC no hablemos.

02 Junio 1979

El postcongreso del PSOE

Luis Gómez Llorente

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El gesto de Felipe, tan elogiado por casi toda la prensa produce un paréntesis delicadísimo en la vida del PSOE. No sólo se iba Felipe, sino que, además, sus más allegados amigos se disponían a hacer la vida imposible a cualquiera que lo sustituyese. Reformar la ideología del PSOE es un modo «discreto» de iniciar la renuncia a la transformación en profundidad de la sociedad.

El insólito desenlace del XXVIII Congreso del PSOE, provocado por la negativa rotunda de Felipe González a aceptar su reelección como secretario general del partido, ha abierto una crisis cuyas consecuencias son difíciles de prever en estos momentos.

El gesto de Felipe, tan elogiado por casi toda la prensa, y en particular por las editoriales de algunos periódicos, con todo lo que tenga de valor moral, produce de forma inexorable un paréntesis delicadísimo en la vida del PSOE. La polémica se hace inevitable. Tengamos al menos la dignidad suficiente para que no degenere. Por ejemplo, decir de los oponentes que son socialdemócratas, o que tienden a la socialdemocracia, puede ser un error, pero no es un insulto. Decir, por el contrario, de compañeros con los que se ha compartido responsabilidades, que son demagogos y criptocomunistas es -por lo menos- una impertinencia. Conservemos la serenidad y apliquemos la inteligencia.

Para evitar esta situación proclive a las pasiones, algunos aconsejamos hasta el último momento a Felipe que no se fuera, que renovase su mandato. Había otras formas menos quirúrgicas de resolver los supuestos desaciertos de la ponencia política. Todo el congreso hubiera aceptado con entusiasmo que una ejecutiva con Felipe González a la cabeza convocase en plazo prudente una convención ideológica, o incluso ese mismo congreso extraordinario, al que se hubiera llegado sin crispación alguna, evitando además la impresión de crisis producida.

Creo sinceramente que Felipe se equivocó planteando con sus desafortunadas declaraciones de Barcelona, y las más recientes de Gijón, el tema del marxismo, y que se ha vuelto a equivocar declarándose moralmente incompatible con la resolución aprobada por el XXVIII Congreso. Cuando se está tan alto, cuando el partido ha edificado una figura que suscita tales entusiasmos, es preciso medir muy bien las consecuencias objetivas de cada paso, y no dejarse llevar sólo por criterios de exigencia individual. Al fin y al cabo, el texto aprobado ahora no difiere en lo esencial del aprobado por el XXVII Congreso hace dos años, y nadie se rasgó entonces las vestiduras.

Por todo ello, cuando ya en la mañana del domingo, último día del congreso, Felipe nos ratificó su decisión firme de no ir a la reelección, algunos intentamos promover otra candidatura. Iniciar ese intento y correr por los pasillos entre los seguidores más caracterizados de Alfonso Guerra y de Felipe González la consigna de abstención fue todo uno. Tal cosa, que no puede negar ningún testigo presencial, hacía, presagiar que la nueva ejecutiva contaría de antemano con el boicot y la hostilidad sistemática de un importante sector del partido. No sólo se iba Felipe, sino que, además, sus más allegados amigos se disponían a hacer la vida imposible a cualquiera que lo sustituyese. Puestas las cosas de este modo, se imponía optar por la gestora como mal menor. Unos cuantos compañeros dignísimos, que merecen la confianza de todos, han asumido el ingrato papel.

Ya estamos en ese período de reflexión previo al congreso extraordinario, y cada cual tiene que manifestar en forma diáfana y comprensible sus posturas. Ante problema tan complejo no se puede hacer de un sólo golpe, y menos en un artículo, pero es preciso comenzar.

Para algunos es bien claro el punto de partida: me cuento entre quienes se identifican con las ideas del texto aprobado por el XXVIII Congreso, que perfecciona el ya aprobado en diciembre de 1976. («El PSOE es un partido de clase, y por tanto de masas, marxista y democrático.»)

La redacción del conjunto de la ponencia podrá ser en algunos pasajes desafortunada. Mas entraña una línea política clara que yo entiendo coincidente con la trayectoria histórica del PSOE. Eso es lo que vamos a defender frente a quienes pretendan reformarla. Lo que se ha de reformar no es la ideología del PSOE, sino la sociedad española.

Reformar la ideología del PSOE es un modo «discreto» de iniciar la renuncia a la transformación en profundidad de la sociedad.

En la línea de la trayectoria histórica del PSOE nos esforzaremos por contribuir a mejorar y profundizar lo ya establecido, pero sin adulterarlo.

Ahora, los que pretenden que es un error lo aprobado por el congreso, tienen la palabra. Que formulen su alternativa. Veremos si es tan distinta como para justificar la situación que se ha precipitado.

Por último, en este primer artículo del postcongreso, que es a la vez un precongreso ya, quisiera puntualizar bien algunos otros aspectos.

No está sólo en juego la línea ideológica del partido. No sólo nos movemos para evitar que el próximo congreso sea el Bad Godesberg español. También subyacen concepciones del partido relativamente diferentes, en la mecánica de la organización y en la praxis de susbases y de sus dirigentes. Es el problema de la democracia interna, y del qué hacer. A qué se dedican los fondos del partido, y cómo llegar a nuevos sectores de la sociedad en los que todavía no hemos calado. Ya se hablará en estos meses de todo ello.

Por otra parte, conviene deshacer infundios. Creo que no es el momento de promover candidaturas a la futura dirección del PSOE. No empecemos la casa por el tejado. Primero las ideas. Luego, cuando el congreso haya decidido, y según la línea que decida, los delegados sabrán concretar una lista de hombres que crean en esas ideas y sepan ponerlas en práctica. Si es preciso, ya se promoverán equipos a su debido tiempo.

Con los companeros Pablo Castellano y Francisco Bustelo, como con tantos otros, me unen profundos lazos de fraternal amistad. Con ellos compartí luchas de la clandestinidad. A Bustelo le conozco desde los tiempos ya lejanos de Agrupación Socialista Universitaria, allá por 1957. Pero no hay clan, ni candidatura de alternativa a Felipe. No trivialicemos las cosas. Seremos millares de compañeros en todo el Estado, cada cual a su modo y manera, con sus propios matices, para defender que el PSOE siga siendo socialista de inspiración marxista. Si puede seguir siendo con Felipe González, mejor todavía.

Las cosas claras: no me considero cabeza de nada. Siempre he tenido puestos de vice y estoy tan contento. No me considero con cualidades para ser secretario general. Mis aspiraciones personales han sido sobrepasadas. He sido dos veces candidato a presidente de las Cortes por el PSOE, y acabo de dimitir como vicepresidente del Congreso de los Diputados. Para seguir en la ejecutiva me hubiera bastado estar quieto y callado. Las consecuencias personales me despreocupan. Sean las que fueren sumaré con decisión. mi esfuerzo a la defensa de la línea clásica del PSOE.

Lo más deseable es que en este proceso de clarificación y reflexión vayan, convergiendo las ideas, y si no es así, que resolvamos con democrática limpieza.

Luis Gómez Llorente

02 Octubre 1979

El Congreso del PSOE

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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EL CONGRESO Extraordinario del PSOE ha proporcionado a la línea de Felipe González una rotunda victoria. Aunque ese triunfo se daba por descontado, no eran tan seguros ni los amplios márgenes obtenidos por los mayoritarios ni la prudencia y el espíritu de concordia -el buen ganar, en suma- mostrados por los ganadores.El nuevo sistema de designación de los delegados -elegidos por las federaciones y no por las agrupaciones- y de votación y derecho a la intervención de los jefes de las delegaciones, aprobado por el 28.º Congreso, permitía un grado mucho más elevado de control que las antiguas normas de procedimiento. El bullicio y el ambiente de asamblea universitaria antifranquista de la reunión de mayo ha sido sustituido por el orden y la eficacia de los pactos entre los portavoces y la disciplina de las delegaciones. Probablemente exista un camino intermedio, y tiempo tendrá el PSOE de buscar y encontrar una fórmula de equilibrio entre uno y otro extremo.

Por lo demás, nada de eso invalida el resultado final del litigio pendiente desde hace cuatro meses. El liderazgo de Felipe González es para los socialistas una partida de su activo electoral y político demasiado importante como para desplazarlo de la secretaría general. De otro lado, los mayoritarios se han esforzado en lograr puntos de convergencia en un triple terreno -ideológico, estratégico y organizativo- con las bases que seguían al llamado sector crítico. Las cuestiones realmente conflictivas han recibido una solución de transacción adecuada. Se trata, en suma, del debate sobre el marxismo, de la política de alianzas y la eventual entrada en un Gobierno de coalición, y de la «legalización» de las corrientes de opinión dentro de la organización.

La polémica sobre la definición del PSOE como partido marxista estaba ya sentenciada desde que los propios críticos, entrado el verano, comenzaron a acumular matizaciones y a quitar hierro a su propuesta. No ha habido, ciertamente, un Bad Godesberg a la española, pero tampoco ha prosperado la pretensión de adjetivar doctrinariamente a la organización socialista. La declaración del congreso confirma que las concepciones, las ideas y los valores del PSOE se alimentan de la tradición marxiana;

pero no sólo del marxismo y no de todo lo que, con mayor o menor razón, invoca esa matriz de pensamiento.

Las formulaciones en torno a la política de alianzas y una posible entrada en el Gobierno al lado de UCD son lo suficientemente ambiguas como para que cada quién haga la lectura que le resulte más conveniente. El compromiso de mantener el pacto municipal con el PCE no desemboca en la perspectiva más amplia de la «unidad de la izquierda» -rechazada, por lo demás, incluso por el llamado sector crítico- ni es concebido verbalmente como contradictorio, aunque en la práctica lo sea irremediablemente, con otras eventuales alianzas que aconseje la autonomía del proyecto socialista.

¿Y los rumoreados deseos de una coalición de Gobierno a plazo medio con UCD? La pretensión de los minoritarios de que esa decisión pudiera sólo ser adoptada por un congreso extraordinario iba contra cualquier criterio sensato. La fórmula de que sea el consejo federal el órgano competente parece razonable. La «cláusula de salvaguardia» continúa siendo, no obstante, lo suficientemente vaga como para que los suspicaces no pierdan sus recelos, si bien la decisión de que el PSOE no entre en posición subordinada en esa eventual combinación puede garantizar, al menos, que los socialistas no perderán su primogenitura como partido de oposición por el plato de lentejas de unas cuantas carteras de segunda categoría.

El reconocimiento de las «corrientes de opinión» dentro del PSOE constituye una resolución enteramente positiva y elogiable, con la sola salvedad de que la reglamentación posterior de ese derecho a la discrepancia pueda adoptar formas demasiado rígidas. Sin embargo, el principio ha quedado ya establecido, y la evidente y ruidosa realidad de la existencia de esas tendencias que los estatutos negaban seguramente bastará para imponerlo en los hechos.

¿Para qué, entonces, se preguntarán algunos, ese verano de los cuchillos largos y esa peligrosa interinidad del PSOE a lo largo de cuatro meses? ¿No hubiera sido posible alcanzar esos acuerdos en mayo o a lo largo del debate posterior? La respuesta a esa pregunta se encuentra seguramente en el terreno de la organización y de la correlación de fuerzas dentro del grupo dirigente.

La lucha política en el 28.º Congreso tuvo como protagonistas a los dirigentes «históricos» del PSOE renovado, a falta de los líderes del exilio desbancados después de Suresnes. Gómez Llorente, Castellano y Bustelo pertenecen al reducido núcleo, formado a finales de la década de los cincuenta y en la década de los sesenta, que, protagonizó la ruptura con Llopis y el relanzamiento del Partido Socialista. En una organización estrechamente controlada desde arriba y temerosa de un posible desbordamiento de sus estructuras después de la legalización, los títulos «históricos» son un documento que no puede faltar para aspirar a un cargo dirigente. Los tres líderes del llamado sector crítico eran, pues, los únicos con capacidad para expresar las inquietudes y las preocupaciones de las bases descontentas. Pero al convertirse en portavoces de esas corrientes de opinión se constituían, al tiempo, en una alternativa de poder dentro de la dirección. Siguiendo una vieja tradición de las formaciones partidistas de estructura oligárquica, los vencedores han recogido parte de las ideas de los derrotados y han exiliado a éstos de los puestos de responsabilidad. A la vez han renovado en una corta medida la composición del grupo dirigente, descartando a los veteranos menos eficaces y cooptando a hombres que traen consigo aire fresco. En este sentido, la inclusión en el comité ejecutivo de dos intelectuales de tan reconocido prestigio y competencia teórica como Sotelo y Maravall refuerza considerablemente la capacidad de elaboración ideológica y política del grupo dirigente y sustituye con gran ventaja a los líderes de los críticos.

La renovación se ha orientado en el sentido de la competencia intelectual y no de la representatividad de las bases. Cataluña y Euskadi tienen tan sólo dos vocalías, y otras importantes organizaciones territoriales están ausentes o infrarrepresentadas. Este es un sistema que obtendrá, sin duda, sus críticas, pero probablemente es la única manera de construir a corto plazo un partido capaz de enfrentarse con esperanzas de triunfo a las próximas legislativas.

01 Octubre 1979

Las Cosas Claras

Emilio Romero

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No son iguales: Felipe González es la expresión nueva del socialismo español, el de Pablo Iglesias, mientras que Adolfo Suárez es el resultado de una improvisación histórica, puesto que no militaba en otra parte que en las instituciones y principios del viejo régimen demolido

Mi compañero Luis Apostua, comentarista político de YA decía recientemente en su columna esto: ‘En el tema específico de Felipe González existe, a mi juicio, una gran similitud con el caso del presidente del Gobierno y de UCD. Si Adolfo Suárez representa el ‘centro’ desde una procedencia de la derecha, Felipe González cumple el mismo papel histórico con los orígenes en la izquierda’. Esto es ciertamente parecido, y forma parte de mi preocupación de análisis de la realidad política’.

El tiempo no pasa en balde y la historia se encarga de acercar posiciones, en otro tiempo antagónicas, y de asumir no pocas de las afirmaciones que en su tiempo fueran ‘revolucionarias’. Los Estados modernos aparecidos después de la primera guerra mundial comenzaron a incluir vivazmente, y a gran escala, una buena parte de las demandas del obrerismo revolucionario de finales de siglo. El término de ‘justicia social’ empezó a aparecer en todos los programas políticos. La reducción de la jornada laboral, la percepción de un salario decoroso, la participación en beneficios, la Seguridad Social para tantas cosas en los avatares del hombre como la enfermedad, los accidentes, la vejez o la muerte. Los grandes protagonistas del cambio fueron los Sindicaos, especialmente aquellos que se integraron en la sociedad, y pugnaron en ella pacíficamente por el logro de todas esas cosas relacionadas con las condiciones del trabajo. Tampoco conviene excluir el estímulo de la Revolución rusa, aunque no fuera más que a título de recordatorio de esa enérgica demanda de los desheredados o de los proletarios. Por su parte la Iglesia, a partir de León XIII tiene una sensibilidad social más acusada y que incluye como exigencia en los modos cristianos de la sociedad burguesa. El aire. El aire nuevo el cambio es indudable que lo trajo a España el socialismo, cierto grupo de intelectuales progresistas de vanguardia y, finalmente, la II República. A partir de entonces, la derecha ya no se atreve a comparecer en la vida política sin una proclamación de ‘justicia social’, compatible con la empresa libre y la propiedad privada. Lo que únicamente rechaza es la solución dogmática del marxismo, referida a la colectivización de los medios de producción. Todo lo demás – planificación y reforma de la empresa – lo acepta la derecha más avanzada.

La izquierda socialista se partiría en dos mitades: la comunista – con Marx y Lenin como patronos, conductores e inspiradores – y el socialismo reformista, que no es otra cosa que la aceptación de las libertades de una sociedad burguesa liberal, el sistema liberal capitalista y el propósito de dirigirse hacia el cambio de esta sociedad, de una manera gradual tratando de condenar sus abusos antisociales, intentando introducir reformas de gran contenido popular y rechazando el patrón socialista estatista y autoritario del comunismo. Y este es el cuadro. Adolfo Suárez, en función de acontecimientos imprevisibles de la Historia, encabeza hoy esa derecha moderna y avanzada que aquí se ha titulado ‘Centro’ y que es una denominación desafortunada, y Felipe González le gustan las libertades de la sociedad burguesa; es partidario de las democracias de la Europa occidental y su único nexo con los comunistas es el de la defensa de los intereses de los obreros, aunque con distintos métodos. Felipe González está emparentado con el socialismo europeo actual y Adolfo Suárez resulta avalado por el conjunto de lo que son hoy las democracias de Occidente.

Hasta aquí el análisis se corresponde con la realidad específica de cada cual, y con la imagen para las homologaciones internacionales. Pero lo que hace falta ahora es que el pueblo español sepa exactamente diferenciarlos. La gente empieza a decir de ellos que son iguales, y que uno está a la derecha y otro a la izquierda. La gente se refiere al modo de operar, a los temperamentos, y a las características personales. Sin embargo, los dos ‘centros’ que dice Luis Apostua, no son verdaderamente iguales, puesto que en este caso serían como dos zapatos del mismo pie. Es necesario, para encontrar la diferencia, que los dos grandes Partidos de la stiaución digan claramente  sus programas, y anuncien escuetamente sus objetivos respecto a la España de ahora mismo. Adolfo Suárez es el resultado de una improvisación histórica, puesto que no militaba en otra parte que en las instituciones y principios del viejo régimen demolido; pero ha asumido el liderazgo de un partido político inventando en la transición para ser representativo de esa derecha progresista y liberal, a la que nos referíamos al principio. Felipe González es la expresión nueva del socialismo español, el de Pablo Iglesias, que tiene cien años de existencia, y el político sevillano ha sido proclamado líder en tres congresos democráticos del partido. El primero, celebrado en el exilio, en Francia, y los dos últimos en Madrid. Felipe González es quien ha archivado al marxismo como dogma, utilizándolo solamente como método y como reliquia, al lado de otras valiosas aportaciones socialistas a lo largo de más de un siglo. Pero en España hay que fabricar ahora en un Estado, y el proceso constituyente de todo esto que se ha llamado equivocadamente ‘ruptura’ exige también asumir los cambios sociales. Se necesita, pues, una presentación ‘centrisa’ de Suárez, y una presentación socialista de Felipe González.

Tenemos el suceso del terrorismo ligado a las autonomías, especialmente a una de ellas, y procede saber el pronunciamiento de uno y otro sobre los límites de esas autonomías respecto a la Constitución y a la tradición histórica de España. Y por último, acaso el aspecto principal, es el de los asuntos económicos y sociales en donde tienen que diferenciarse sustancialmente, la derecha centrista, y el moderno socialismo español.

Todo esto no se sabe bien. A esa ignorancia de los españoles sobre lo que son, y los que no son, las dos grandes alternativas del Poder, se une el descrédito parlamentario de estos dos años. Ciertamente no ha habido un Gobierno claro, en posiciones políticas claras, ha estado juzgando a todo; ni ha habido una oposición sería a la dinámica política y legislativa del Gobierno. El tiempo se les ha ido en consensos, en negociaciones, en pactos y en hacer una Constitución. Finalmente, el Parlamento, en el asunto de las autonomías, llegó a su situación límite de inoperancia y descrédito. Los Estatutos vasco y catalán tuvieron que hacerse a puerta cerrada en el palacio de la Moncloa. Las soluciones políticas y económicas de 1977 tuvieron que hacerse también en el palacio del Poder ejecutivo, a espaldas del Parlamento. Por eso, cuando Luis Apostua, periodista y diputado de UCD, dice que los dos grandes partidos representan al ‘centro’ – uno desde la derecha  y otro desde la izquierda – acierta en cuanto a lo que podríamos llamar moderación de los viejos radicalismos políticos pero esta declaración programática, para saber quién es quién. Aquí no podemos ya vivir permanentemente con el ingenio de los señores diputados, ni con esas paradojas que, por un lado, acercan. Hasta la confidencia a los dos líderes – a Adolfo Suárez y a Felipe González – y después uno de los más caracterizados representantes del socialismo de Felipe González proclama la sospecha de que Adolfo Suárez podría subirse al caballo de Pavía, si alguna vez irrumpiera en el Parlamento para acabar con la democracia. O herramos o quitamos el banco. Lo que no puede hacerse en entenderse por bajo y fustigarse fuera. Es de esperar que después de este último congreso socialista y en el próximo congreso de UCD, nos aclaren ambos partidos lo que son y lo que quieren y que comience a funcionar en España una democracia que se sostenga, esencialmente, entre uno que gobierna y otro que fiscaliza los actos del Gobierno y controla el Poder. A ver si aclaramos el horizonte.

Emilio Romero

28 Septiembre 1979

Colera en el PSOE

Francisco Umbral

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El cólera morbo asiático/marxista ha pasado por el PSOE como una diarrea estival.En el verano que acabamos de abandonar o que acaba de abandonarnos, los amagos de cólera han sido quizá un delicado envío deHassan para irnos metiendo el miedo en el cuerpo por donde ha podido. Con Franco, estas cosas se quedaban en diarreas estivales. Era lo que se llamaba nuestra tradicional diarrea con los países árabes. Pero la democracia consiste en llamarle al pan, pan, y a lo otro, otro, de modo que se ha hablado de cólera directamente, en los comunicados sanitarios, pero la gente no ha ido a la cola de la vacuna, como cuando el Régimen, quizá porque las colas, como los Coros y Danzas y las demostraciones sindicales en plan Bernabéu, eran folklore privativo y distintivo del franquismo ése que ahora quiere volver y ennegrecía ayer por la tarde la zona nacional con pintadas que decían: «Pasionaria, Miss Rusia.»

El PSOE, como partido de amplia base popular, no ha dejado de sufrir y disfrutar las delicias diarreicas (Ludolfo Paramio ha dado buena cuenta de ellas aquí, en las páginas amarillas) de un cólera asiático/marxista, ya digo, en que Marx era y es el agente infeccioso o bacilo a eliminar, y contra el que había que vacunar a las bases.

Felipe dio ejemplo vacunándose el primero.

Cuando allá en la primavera se detectaron los primeros síntomas de cólera en los alrededores de García Morato y las poblaciones infantiles de la periferia preautonómica y desasistida, Felipe tuvo, como digo, el gesto de vacunarse el primero, para no contaminar a la Europa socialdemócrata que nos quiere, y esta simple vacunación (que en algún otro artículo he llamado circuncisión) fue muy bien acogida por la derecha civilizada y de pago, como «un arranque moral en tiempos de políticos inmorales». La derecha de pago, e incluso la derecha gratuita, siempre se pasa, porque es como si cuando viene a casa Conchita, la enfermera, a ponerme una inyección reconstituyente en el culo, se llenase esto de fotógrafos de prensa y editorialistas que ensalzasen luego mi gesto moral, mi arranque ético y sanitario de ponerme una inyección.

Pero Castellano, Bustelo, Gómez Llorente y así, llevan con diarrea estival todo el verano y han entrado en el otoño en cuclillas, y hasta se teme que el inmediato Congreso PSOE sea un Congreso en cuclillas.

Ayer mismo, almorzando con Joaquín Garrigues, me decía:

-Yo soy un ministro sin poder, pero por lo menos lo sé.

Felipe González es el jefe de una oposición leal (la «leal oposición» británica), pero no sabemos si lo sabe. Felipe es una alternativa de poder sin alternativa, y tampoco sabemos si lo sabe. El ha hecho lo que ha podido, o sea, vacunarse contra el cólera asiático/marxista, para que el relevo, si llegase, no le coja en cuclillas. Y en cuanto a los demás, para eso van a hacer hoy mismo su Congreso: para decidir si se vacunan todos o van a ir ya siempre por la vida de coléricos encolerizados, como si fueran rojos, cuando muchos de ellos, o algunos, no quieren pasar de infrarrojos. De paso, que les vacunen de la polio.

Sabemos, empero, que en este fin de siglo con cementerios nucleares y retorno de los dirigibles de Julio Verne, ni el bacilo del cólera ni el bacilo de Marx permiten otra cosa que morir de ellos y por ellos o tomarlos como una diarrea ideológico/estival, una locura de juventud, un mal rollo.Carmen Rico-Godoy ha dicho que donde tiene que estar Marx es en una vitrina. Algo así como el homínido de Grossetto. Los rusos hicieron una momia de Lenin y los capitalistas quieren hacer una momia de Marx.El dinero es faraónico y momifica a su delatores. Por salvarse de momia y cólera, Felipe se ha vacunado. Y ha hecho bien.

El Análisis

NACE EL FELIPISMO

JF Lamata

D. Felipe González era líder del PSOE de 1974, pero fue en aquel momento cuando pasó a ser ‘Felipe’ ante todo los medios. Se granjeó el aplauso de la izquierda que lo vio como un ‘renovador’ frente a los ‘viejos ultramontanos’ y el aplauso de la derecha por ser un ‘moderador’ frente al ‘radicalismo marxista’. Entraba, pues, en el terreno de los estadistas. Había igualado en prestigio a D. Adolfo Suárez, pero con la diferencia de que al contrario que este, con la ayuda de D. Alfonso Guerra (un número 2, que cada vez parecía más un segundo número 1) tenía una estructura de partido estable respaldándole.

J. F. Lamata