18 marzo 1993

Gonzalo Santonja, Javier Tusell o García Montero cargan contra Luca de Tena, mientras que Ricardo de la Cierva le secunda

Torcuato Luca de Tena Brunet acusa al poeta Rafael Alberti Merello de crímenes durante la Guerra Civil en su libro premio Espejo de España

Hechos

  • El 18.03.1993 D. Rafael Alberti mandó una nota a las agencias de noticias desmintiendo las referencias a su persona publicadas en el libro ‘Franco sí, pero…’ de D. Torcuato Luca de Tena y Brunet publicado por la editorial Planeta.

Lecturas

La publicación de un libro de D. Torcuato Luca de Tena Brunet acusando a D. Rafael Alberti de crímenes durante la Guerra Civil española, afirmación que secunda D. Ricardo de la Cierva Hoces desde ABC, lleva a que tanto El País, El Mundo como Diario16 publiquen artículos y editoriales a favor de Alberti y contra D. Torcuato Luca de Tena y D. Ricardo de la Cierva Hoces. El ABC publicó artículos de Luca de Tena y De la Cierva Hoces defendiendo su postura, así como de D. Javier Tusell Gómez y D. Gonzalo Santoja rebatiéndoles pero editorialmente no tomó partido más que para pedir el fin de la polémica asegura do que a los lectores jóvenes de ABC no les interesaba al a Guerra Civil.

El nombre de Torcuato Luca de Tena Brunet volvería a meterse en una polémica de medios en 1993 cuando en sus memorias, que lograron el premio Espejo de España, incluyó un párrafo en el que acusaba a Rafael Alberti Merello de crímenes durante la Guerra Civil, lo que llevó a ser atacado por artículos de historiadores como Gonzalo Santoja Gómez- Agero o Javier Tusell Gómez en un enfrentamiento en el que tanto El País, como Diario16 o El Mundo se posicionaron en contra de él; y el ABC, esta vez, se mantenía en una posición neutral. Su último enfrentamiento mediático reseñable fue con Francisco Umbral que desde el plató de Telecinco acusó el 21 de febrero de 1994 a Torcuato Luca de Tena Brunet de complicidad en asesinatos durante la dictadura franquista. Aunque ABC no se posicionó en defensa de su expropietario, si permitió a Torcuato Luca de Tena publicar una amplia tribuna para negar las acusaciones de Umbral y acusarle de escribir solo para el resentimiento   y la venganza.   Fue   su última batalla mediática. Fallecería 5 años después.


LA REFERENCIA A ALBERTI EN EL LIBRO DE TORCUATO LUCA DE TENA:

«…en la Cheka del Círculo de Bellas Artes de Madrid dictaba las sentencias de muerte el dulce poeta gaditano Rafael Alberti…»

«…Alberti formó parte de los tribunales populares en la checa de intelectuales establecida en el palacio de Bellas Artes de Madrid, que mandó al paredón a tanta gente…» (D. Torcuato Luca de Tena en el libro ‘Franco sí, pero…’)

REACCIONES (recogidas en un reportaje del diario EL PAÍS el 20-3-1993):

JAVIER TUSELL: «El libro de Luca de Tena tiene el gravísimo inconveniente de que narra cosas que no ha vivido ni conoce, a través de fuentes de segunda y tercera mano. Lo más interesante, su experiencia con la censura cuando fue director de ABC, no ocupa ni siquiera una décima parte del libro; lo otro son historietas absurdas o de tercera mano. Ya en el primer tomo de sus memorias decía cosas impresentables desde el punto de vista histórico, basándose muchas veces en libros de extrema derecha muy poco solventes desde el punto de vista científico. La afirmación que Luca de Tena deja caer sobre Alberti no se basa en ninguna prueba y tal suposición me parece extremadamente improbable. Alberti estaba ocupado en otras cosas, como el salvamento del patrimonio. Se le podrán reprochar sus versos de compromiso, pero que participase en la represión no tiene ningún sentido».

GONZALO SANTONJA: «He recorrido todos los archivos sin haber encontrado ni el más leve rastro de la participación de Alberti en condenas a muerte. Me gustaría saber de dónde saca ese tipo de afirmaciones. He tirado de los expedientes de Alberti, en los que se acumulan sus canciones, arengas, artículos, es decir, pruebas testimoniales para procesarle si lo detienen, pero nada más. La responsabilidad de esta infamia es del irresponsable Torcuato Luca de Tena, escritor orgánico del franquismo y, en cuanto tal, cómplice, cuando no Instigador, de innumerables disparates. Alberti pasó los primeros meses de la guerra escondido en Ibiza, donde el estallido lo sorprendió mientras veraneaba. Entonces se cometieron en Madrid muchos excesos, pero Alberti no estaba en la ciudad».

LUIS GARCÍA MONTERO: «Puede que las acusaciones hacia Alberti sean más bien algo propio de una campaña editorial para vender más libros, porque si no es así, no se comprende. Salvo los insultos y las infamias, no hay nada que justifique unos hechos como éstos, ya que Alberti nunca tuvo responsabilidades militares o políticas como para ordenar un fusilamiento. Lo que sí nos consta, a través de numerosos testimonios y pruebas, es que él se dedicó a la labor cultural en el frente y a salvar el patrimonio nacional del Museo del Prado, manteniendo siempre una actitud muy humanitaria, como lo pueden probar gentes de uno y otro bando».

18 Marzo 1993

Rafael Alberti replica a Torcuato Luca de Tena

Rafael Alberti

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He leído con indignación y sorpresa las acusaciones que en su reciente libro me hace don Torcuato Luca de Tena atribuyéndome una profunda participación en la llamada ‘checa de Bellas Artes’ (de la que, por cierto, nunca he oído hablar) y haber firmado numerosas penas de muerte.

Es bien sabido que mis actividades durante la guerra se desarrollaron siempre en el ámbito cívico cultural, y las únicas armas con las que defendí fervorosamente la legalidad republicana fueron mi pluma y mi palabra, por lo que jamás tuve relación con las actividades que se me atribuyen.

Es lamentable que cincuenta años después y frente al gran ejemplo de convivencia que hemos dado los españoles, todavía queden personas que, con sus calumnias, sigan removiendo un pasado que, afortunadamente, no queremos que se repita nunca más en España.

Mis abogados estudiarán el alcance y responsabilidad de esas terribles acusaciones que, a su vez, son una incitación a la violencia, y que en un Estado de Derecho, no pueden o no deben quedar impunes.

Rafael Alberti

21 Marzo 1993

Rafael Alberti

Jaime Campmany

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In Nilo Tempore, década de los cincuenta, escribía yo crónicas de fútbol en el periódico ARRIBA. Ensayaba entonces un periodismo deportivo con algunos pujos literarios y ponía a mis crónicas títulos como ‘El encaje de Bruselas’, ‘La derrota de los pedantes’, ‘La conjura de los necios’ y cosas así, y algunos futbolistas terminarían de leerme acordándose malamente de mi padre. Fui testigo y cronista de las cinco Copas de Europa del Real Madrid cuando, entre nosotros, el único europeísta con buen éxito era don Santiago Bernabeu. Un partido del Real Madrid contra el Vasas me llevó a Budapest, un par de años después de que los tanques rusos entraran en la ciudad y la sangre llegara al Danubio. Estaban a la vista las huellas de aquello. Los palacios enseñaban la lepra de los bombazos y los violines húngaros destilaban todavía la tristeza de la derrota y del castigo.

Comía en el restaurante del hotel con otros periodistas españoles. En otra mesa no muy cercana descubrí un perfil inconfundible, gran cabeza, nariz montuosa y enorme papada. Apenas cabía una duda. Sí, era el perfil de Rafael Alberti. Estaba con María Teresa León y con Aitana, todavía niña frágil y linda niña. Me acerqué, claro. “En España no se me reconoce ni se conocen mis libros”, me dijo Alberti con su voz doliente, casi de plañidera. (Neruda y Alberti recitan sus versos plañendo).

En España, los libros de Alberti se vendían como contrabando. Eran un elixir de rebótica, y los libreros los tenían escondidos en la trastienda. Al periódico los llevaba un proveedor de libros prohibidos, muy dentón, al que naturalmente llamábamos ‘El Dientes’. Empecé a recitarle de memoria poemas suyos, no sólo los poemas virginales de ‘Marinero en Tierra’ o ‘El alba del alhelí’, sino alguno de su cruento poemario de guerra, quizás el soneto ‘a ciertos poetas congregantes’. Alberti torció el gesto. ‘Esos versos de la guerra son para olvidar. Son versos malos de circunstancias malas’. En este punto, se aproximó Matías Prats: ‘Alberti, hace una semana estuve en el Puerto de Santa María’. Se le caían las lágrimas a Rafae. ‘¿Dice usted que sólo una semana?’ Quisimos saber cómo le iba económicamente en el exilio. “El Partido no es muy generoso conmigo. María Teresa traduce y cuando venimos a estos países se compra un abrigo de pieles y luego lo vende más caro en Buenos Aires. Ya se sabe que la poesía no da para mucho’. Le hablamos de la posibilidad de regresar a España. Hizo un gesto de escepticismo, y la propuesta soliviantó a María Teresa. “Tú no vuelvas a España mientras viva Franco”. Le anuncié: “Rafael, en la crónica de esta noche diré que le he encontrado a usted aquí”. Me preguntó: “¿En qué periódico escribe?” “En ARRIBA, respondí. Hizo un gesto ambiguo, quizá para expresar su duda de que se cumpliera mi anuncio.

He deseado siempre la reconciliación, el abrazo y el olvido a aquellas dos Españas de la posguerra, pero sobre todo a las dos Españas de los poetas. Ellos fueron víctimas de la borrachera de la guerra civil, y escribían poemas de odio y triunfo, de venganza y de ira. Y también fueron víctimas en us carne. Federico, enterrado bajo un olivo en Viznar; Miguel Hernández, tuberculoso en una celda, Muñoz-Seca, fusilado al amanecer; Rafael Alberti, huido y desterrado; Antonio Machado sepultado en tierra francesa. De todos los poetas de mi lengua sólo quiero recordar los versos de paz, de amor, de luz, de ángeles, de estrellas, de ausencia, de melancolía y de esperanza. Reucerdo ahora un artículo de José María Pemán, gaditano también. Guardo en la memoria algo así: “Me gustaría entrar un día en palacio a ver al Rey de España del brazo de Rafael Alberti”. Dice otro poeta, Manolo Alcántara: “Lo mejor del recuerdo es el olvido”. Pues eso.

Jaime Campmany

22 Marzo 1993

Depuraciones

Ricardo de la Cierva

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Es explicable que al señor Alberti le falle la memoria, por su edad; voy a refrescársela. En la segunda parte de ‘La arboleda perdida’ (p. 69 y ss) el señor Alberti nos cuenta que la guerra civil le sorprendió en Ibiza, dominada por los nacionales hasta que el 8 de agosto pudo salir de la isla cuando fue conquistada por la escuadra republicana del capitán Bayo. Entonces, dice, fue a Valencia y a Madrid, que fue su base hasta el fin de la guerra. Pero nada nos dice sobre sus actividades en Madrid hasta 1937.

Nos lo dicen, en cambio, dos jóvenes y documentados historiadores, Matilde Vázquez y Javier Valero, en su libro ‘La Guerra Civil en Madrid’, publicado por Tebas en 1978, p. 106 y siguientes, bajo el epígrafe ‘Las depuraciones estatales’ (Ni los autores ni la editorial son franquistas). ¿Qué significa depurar en los primeros meses de la guerra civil? Lo explicó entonces la diputada socialista Margarita Nelken: “Liquidar a los enemigos que ocupan cargos en los Ministerios”. Pero la propia diputada añade que eso no basta. Por eso se crearon comités de depuración por el Frente Popular. Uno de ellos se formó en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, a la que se acusaba de blanda porque no había actuado “contra los miembros de la Academia de la Lengua en su mayoría derechistas”. Entonces fue cuando se cre´el comité de depuración en el seno de la Alianza; para corregir esa blandura.

“El 23 de agosto se celebró una asamblea – dicen esos autores sobre datos de Prensa – en la Alianza donde fue constituido el comité de depuración formado por Maroto, Luengo, Abril y Alberti. A pesar de las iniciadas depuraciones la Prensa continuó los ataques contra la A. I. A. hasta el 21, en que la asociación publicó un manifiesto de adhesión a la República con una larga lista de firmantes. Los decretos gubernamentales de depuración venían casi siempre a sancionar las decisiones tomadas por los órganos populares”.

Por tanto, el señor Alberti tuvo al menos una actividad fuera del “ámbito cívico cultural” al que haoraquiere circunscribirse. Depurar es liquidar, sugería la diputada Nelken. Estoy a disposición de los señores Alberti y Tusell para continuar con muchos más datos esta puntualización. Espero que mediten bien si les conviene.

Ricardo de la Cierva

24 Marzo 1993

Don Cierva

Francisco Umbral

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Don Cierva puso huevos en la herida. Como la muerte cantada por García Lorca. Don Cierva acude siempre, con su negra puntualidad, a todos los saraos de la carroña, a todas las lapidaciones públicas, para tirar su última y amarga piedra de traición a sí mismo. Don Ricardo de la Cierva, o sea. Lo cual que hacía mucho tiempo, años, que no me ocupaba yo de don Cierva, desde que tal le nombré, aunque tengo oído que él se ocupaba confusamente, profusamente, de mí. Don Cierva es el gran cigarrón nacional que se posa, como las moscas machadianas, sobre los párpados yertos de los muertos, y ha entendido la Historia como un sistema de difamaciones y tiene un concepto delincuente de la erudición. Don Cierva está en todas las causas peores y de la peor parte, y siempre saca una ficha sangrienta de su fichero de cadáveres vivos para añadir confusión a la confusión y amenaza blanda y mala a quienes no le dan por bueno. Ahora, coño, precisamente ahora, hombre, ha encontrado la ocasión, que ganas no le faltaban, de echar un poco de luto y rabia, de mierda y documento, sobre la cabeza blanca de Alberti, y ha acudido con la puntualidad de los ladrones, con la formalidad de los buenos asesinos, siquiera sea mediante carta al director, para poner su pie de página, como un arañazo histérico, al infolio que vuela estos días por Madrid. Don Cierva, historiador que todos los días se folla la Historia (él es muy dionisíaco, ya lo dijo una vez), golilla en todos los duelos nocturnos de España, ayuda a malmorir a quienes gozan de buena salud, y añade siempre un matiz de hermenéutica y vileza al proceso que se sigue, a cualquier proceso, pues que Don Cierva es el gran archivero nacional del resentimiento, el bibliotecario supremo y caótico de todos los códices e incunables de la calumnia, el perjurio, la frustración (propia) y la gloria ajena. Cómo iba a faltar Don Cierva, coño, en este auto de fe que se le ha montado a Rafael Alberti, a partir de las memorias de un señor que cuenta la feria de la sangre según le va en ella, como todos. La postura de uno está clara al respecto, pero lo que quisiéramos reseñar aquí es la puntualidad siniestra, el turbio oraje por el que se mueve y rige Don Cierva, su tributo de muerte a los muertos y su alto oficio de empalador en vida de los vivos. Don Cierva con un fichero es como el Dioni con su furgoneta de millones: nunca se sabe hasta dónde puede llegar. Don Cierva bizquea de codicia, como el Dioni, y quiere el prestigio, las academias, la gloria in excelsis Dei, y como nada de eso le llega, Don Cierva sigue haciendo de su sabiduría inversa una herramienta de comisaría de putas y pasados. Ahora, como suele, se amachambra en la erudición verde de unos jóvenes cualquiera, anónimos o inocentes, para cargar de pólvora mojada sus peligrosos requiebros a Rafael Alberti. Cuánto le he visto repetir sus mañas a este mañoso de su personal archivo de Simancas, unas Simancas apócifas del insulto con fecha y la revancha incunable. Qué alegría, hombre, en la pena de este proceso literario, malo para todos, doliente para ambos, encontrarse uno de nuevo con el viejo Don Cierva, o sea Ricardo de la cosa, con su corazón de león innoble, que es lo único que no son los leones. Pasan los años y Don Cierva vuelve donde solía, fijo en sus envidias, pasan los años y el viejo amigo, el querido enemigo, forzando el dato, torciendo su mala prosa de mal historiador, de historiador de comisaría, sigue en su bizarro oficio de salvar la verdad de España siempre que eso sirva para colgar a alguien. Qué tío, Don Cierva, qué carrera inversa ha hecho desde que fuera ministro. Con toda su erudición del rencor puesta en limpio podría ser útil en alguna biblioteca municipal de Manoteras, pero le sobra rabia, mordisco, trampa, eso que él llama su «espíritu dionisíaco». Porque encima es un cursi.

Francisco Umbral

25 Marzo 1993

La Indignación Sospechosa

Torcuato Luca de Tena Brunet

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Al regresar de una corta estancia fuera de Madrid, aislado como suelo y sin periódicos, descubro que, durante mi ausencia, se ha producido una suerte de conmoción periodística con visos de escándalo por unas alusiones mías referidas a la conducta del poeta Rafael Alberti durante a guerra civil española y los años inmediatos que la precedieron. Los textos que han provocado el escándalo están contenidos en mi libro más reciente “Franco sí, pero…” Y si de algo he de lamentarme es de no haber leído las invectivas que me lanzaban, hasta mi regreso, por aquello de que alguien piense que quien calla otorga. Pero ni otorgo, ni callo.

Para responder, he de hacerlo pasando de lo general a lo particular y ya en este terreno – ¡tantas han sido y tan virulentas las voces alzadas contra mí! – que he de determe previamente en las adherencias o superfluidades del tema antes que abortar el meollo de la cuestión.

Mi libro consta de 462 páginas (aproximadamente 21.714 líneas) y el revuelo lo han producido dos líneas del prólogo (página 16) y cuadro de texto (página 124). ‘Franco sí, pero…’ contiene entre setecientos y setecientos cincuenta nombres de personajes de muy variada índole, agavillados en el índice onomástico. Sobre muchos de ellos, recaen juicos muy duros, que considero justos. Nadie lo menciona, nadie los defiende, nadie los discute, nadie los cita. El rasgado de vestiduras sólo lo producen los datos y juicios emitidos acerca de uno de ellos, que ni es protagonista, ni antagonista, ni comparsa siquiera del tema de mi libro: Rafael Alberti, como individuo particular, en tanto que poeta de la Revolución o en el ejercicio del puesto que ocupaba durante el pavoroso verano y otoño madrileño de 1936.

Concluyo la exposición general con unas palabras extraídas del prólogo de ‘Franco sí, pero…’ que dicen así:

“Un escrúpulo me desasosiega: el que algunos de mis juicios puedan herir u ofender al que me lo inspiró o a sus deudos o amigos. Anticipo que mi intención no fue nunca la de ofender por dañar, aunque haya podido herir al enjuiciar. Pero todo hombre público acepta al hacerse ‘público’ la controversia acerca de sus actos’.

Y este desasosiego lo mantengo. ¿Qué más hubiese querido yo que un poeta tan insigne y admirado en mi juventud no hubiese manchado su pluma incitando de manera expresa al asesinato de personas concretas y con sus nombres (página 132 de mi libro) o formando parte de uno de los infinitos comités de depuración de aquellos meses terribles?

Más he aquí que al regreso del aislamiento que dije leo los escritos o declaraciones de Rafael Alberti, en ABC, de Francisco Umbral, en EL MUNDO, y en EL PAÍS los de Javier Tusell, Gonzalo Santoja (‘autor de libros sobre el mundo intelectual de la República, según dice el periódico citado), Luis García Montero, biógrafo de Alberti (según la misma fuente) y Carmelo Ciria, ‘representante de Alberti en El Puerto de Santamaría’, según especifica el redactor de EL PAÍS, Andrés F. Rubio, recopilador de todos ellos. Como se ve, gente imparcial y sin compromisos…

Estos caballeros imparciales y sin compromisos, tachan mi libro de ‘infamia’ y a mi persona de ‘irresponsable’, ‘intolerante’, ‘cómplice, cuando no instigador de innumerables disparates’, ‘escritor orgánico del franquismo’ (lo que me demuestra de manera indubitable que quien lo dice no ha leído) ‘cuyas fuentes son (exclusivamente) de extrema derecha y aluden a ‘insultos’ que jamás he proferido’.

¡Nunca seis líneas de un libro que contiene casi veintidós mil y cuyo tema y contenido se refieren a asuntos ajenos y lejanísimos a los que se me replica, merecieron tanta literatura ni tan sospechosa concentración! Mas si los autores de los epítetos más arriba citados anhelan reivindicar el honor en entredicho de Rafael Alberti, a mí me urge defender ante todo mi probidad intelectual, mi rigor documental, la seriedad y minuciosidad que pongo en mi trabajo. De aquí que haya de referirme antes que a ningún otro a Javier Tusell, historiador bajo su propia palabra de honor quien llega a afirmar, sin sonrojare – y cito textualmente que “los libros de extrema derecha son muy poco solventes desde el punto de vista científico”. ¿Es que, acaso, tiene la izquierda el monopolio de la infalibilidad?, ¿el monopolio de la opinión? ¿El monopolio – dicho sea sin ánimo de hacer reír – de la ecuanimidad? De aquí el título de este artículo: porque la indignación despertada por las seis líneas antedichas hacen sospechar que lo que no tolera esa tendencia es que de pronto un escritor profesional (título que espero no me regatee el señor Tusell) conocedor de la Historia contemporánea, porque la ha vivido desde el burladero del ruedo ibérico, y de la antigua, porque la ha estudiado más concienzudamente que muchos, escriba con santa libertad y sin cortapisas ni mordazas, lo que a ese grupo ,delicadamente sectario, no le interesa que se diga, no le interesa que se le recuerde, no le interesa que se sepa. ¡Escándalo, escándalo, un escritor que no es de izquierdas se ha atrevido a opinar, a decir lo que callábamos, a contar lo que silenciábamos, a descubrir lo que tapábamos! He aquí la clave de la sospechosa indignación.

En las 462 páginas de ‘Franco sí, pero…’ he cometido algún error en la designación de algún organismo y en las personas que eran responsables del mismo, de las que hablaré en su momento, y cuyas correcciones ya han sido hechas para sucesivas ediciones. Aconsejo al señor Tusell que haga lo propio con su recientísima obra ‘Franco en la Guerra Civil’. Porque dicho militar no pudo ser rebajado de general de División en los dos primeros años de la República – como él afirma – por la supina razón de que sólo fue ascendido a ese grado cuando sólo faltaba un mes para entrar en el cuarto año republicano: concretamente en marzo de 1934, como podrá comprobar en la página 268 del tomo I de la obra monumental del profesor Suárez Fernández, titulada ‘Franco y su tiempo’, en los plúteos del Archivo Histórico Nacional, en los del Histórico Militar y en el Boletín Oficial del Estado, por no humillarle diciendo que hasta en las enciclopedias. También le aconsejo con total humildad, que no repita ni en voz baja, para no ponerse más en ridículo, el gran dislate de que Franco intervino en la Revolución de Asturias como jefe de Estado Mayor, porque ésta tuvo lugar en octubre de 1934, cuando el tal jefe del Estado Mayor Central era el azañista general Masquelet, en tanto que Franco no ocupó el cargo hasta el 20 de mayo de 1935. Y no doy al señor Tusell referencia bibliográfica porque el dato está en las más humildes hemerotecas. Pero tampoco vuelva a repetir como afirma en su libro con gran desenvoltura que fue don Diego Hidalgo, como ministro de la Guerra quien nombró a Francisco Franco, jefe del Estado Mayor, porque cuando fue designado, ni don Diego era ministro de la Guerra, ni formaba parte del Gobierno desde seis meses antes, como lo cuenta el interesado, y muy bien por cierto, en su libro autobiográfico “Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra”. Bien se ve que Dios puso gran enemistad entre el calendario y don Javier Tusell. Mas no la puso entre este autodenominado historiador y las tentaciones de cierto maestro con nombre de fruta, porque refiriéndose a mis ‘Papeles para la pequeña y la gran historia” (primera parte o antecedente temático y cronológico de ‘Franco sí, pero…’) afirma – sin citarlas – que digo ‘cosas impresentables desde el punto de vista histórico’ porque me baso en libros de derecha ‘muy poco solvente (como ya cité) desde el punto de vista científico’. Pues si hubiese leído con menos altanería ese libro ‘impresentable’ y tan poco solvente’ hubiera aprendido, al menos 8página 178 de ‘Papeles’) que el jefe del Estado Mayor durante la sublevación de octubre no era el general Franco, que Diego Hidalgo lo tuvo a su lado exclusivamente como asesor, que Diego Hidalgo ya no formaba parte del Gobierno, cuando nuestro maestro frutal atribuye que ese señor le designó para tal cargo y que quien , al fin, le nombró (aquí sonó la flauta) era en efecto un ministro de la Guerra, pero, mire usted que cosas, no se apellidaba Hidalgo, sino Gil Robles. Javier Tusell: éste es uno de mis vilipendiadores.

No estoy escurriendo el bulto del tema principal. Ya llegaremos a él, cuando haya desbrozado el camino de las injurias y puesto en el lugar que les corresponde a mis audaces contradictores.

Torcuato Luca de Tena y Brunet

26 Marzo 2015

Perplejidad y extrañeza

Gonzalo Santonja

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Aparte de otras muchas sensaciones, desde luego secundarias, suscita ante todo una muy acusada de perplejidad y extrañeza el estupor que, según dice él mismo dice, a Torcuato Luca de Tena ha causado el ‘revuelo’ levantado por la pedrada que, a las malas, y sin venir a cuento, ha tenido a peor lanzar contra Rafael Alberti en su último libro. Razona el estupendo agresor que su ya famosísimo ‘Franco sí, pero…’ contiene varios centenares de páginas y que esa acusación, impura calumnia, apenas si ocupa seis contadas líneas. Bueno ¿y qué? Que yo sepa, aquí no se discute la extensión de nada. La gravedad de una agresión nunca ha dependido de eso y, desde luego, atribuir a alguien la firma de numerosas sentencias de muerte precisando además, el lugar de los hechos, no es algo que deba dejarse pasar de largo.

¿Qué nadie se ha ocupado todavía de otros de su premiado (¿?) libro? Pues hombre, el dato en sí mismo resulta revelador: será que no interesa. Y es que, si para muestra vale un botón, ¿cómo esperar rigor histórico de quien en un tema tan peliagudo procede con tan anti ejemplar desparpajo? ¿Qué algunos de quienes hemos intervenido contestando a las preguntas que un periodista de EL PAÍS tuvo a bien formularnos, somos, por amistad, parciales? Bueno – repetiré – ¿y qué?

El asunto, en síntesis, es éste: ¿tiene o no Luca de Tena documentos para justificar sus afirmaciones? Pues como no los tiene, porque no existen, que proceda como es debido. Entonces, con mucho gusto, quienes a nuestro pesar nos hemos visto envueltos en este penoso asunto volveremos a despreocuparnos de su persona, mucho más prescindible, aquí y ahora, de lo que él cree. Se lo aseguro. Sería un placer.

Gonzalo Santonja

27 Marzo 1993

Alberti y la caverna

Editorial de EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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Hace meses hubo que soportar la desfachatez de quienes, reinventando la historia, alardeaban de haber sentado las bases de la transición democrática desde el Consejo de Ministros del dictador. Ahora asistimos a una nueva andanada; en esta ocasión, contra Rafael Alberti, al que le acusan (quienes son de la misma familia ideológica que los anteriores) de haber participado -directa o indirectamente- en la firma de varias sentencias de muerte en el transcurso de la guerra civil. Acusación que se ha realizado sin mostrar la mínima prueba documental o de cualquier otro tipo, y que, por otra parte, fue inmediata y absolutamente desmentida por el poeta.El análisis histórico es, en ocasiones, asumido, manipulado y utilizado como parte de un discurso político ultrarreaccionario en el que el rigor es sustituido por los deseos y añoranzas de quienes se sorprenden de quedar arrumbados a un papel minúsculo, tras haber formado parte del bando de los vencedores en la gloriosa cruzada. Tras la muy grave e indemostrada acusación de Torcuato Luca de Tena en un libro sobre Franco, y rechazada rotundamente por falsa por biógrafos e historiadores serios, además de por el propio Alberti, se suma a la controversia Ricardo de la Cierva. Acabáramos. Sólo podemos; añadir que con ello la que vuelve a resultar perjudicada es, lamentablemente, la historia, al intentar ser incluida -afortunadamente con escaso éxito y nula fiabilidad- en el ámbito del puro panfleto.

27 Marzo 1993

La Escritura de la Memoria

Javier Tusell

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El libro ha causado polémica pro el hecho de acusar, como de pasada a Alberti de haber dictado sentencias de muerte en la cheka del círculo de Bellas Artes de Madrid durante la guerra civil. Esa afirmación, que no se argumenta ni menos aun documenta, está dejada caer como de pasada sin que el autor parezca sentir la necesidad nada más que dedicarle unas líneas. Eso es muy típico de la forma poco escrupulosa que tiene Torcuato Luca de Tena de escribrir sus memorias.

Luego ha afirmado que tal afirmación la ha encontrado en la Causa General y en La Historia de la Cruzada, pero esas dos fuentes son libros de dudosa veracidad escritos en un momento en que ese rasgo no era precísamente característico de las publicaciones oficiales. Pero hay todavía más, ni siquiera tal afirmación se contiene en esos libros ni tampoco en los historiadores actuales de extrema derecha, que son los únicos que parece haber leído el memorialista.

Luca de Tena, que tiene el mérito de haber aguantado la embestida de la censura en tiempos difíciles, comete una tremenda e indefendible metedura de pata.

La interpretación más favorable a su persona quizá sea que le oyó tal información a alguien en algún momento y que la suelta porque sí, a la buena de Dios, sin detenerse en confirmarla ni tan siquiera darle importancia. Aparte de su fondo derechista, hay una descontrolada vertiente peligrosamente fabuladora en Luca de Tena, la misma que le hizo pensar que era posible que Beria estuviera en España después de su cese, lo que motivó el por completo injustificado suyo de la dirección de ABC, que le hace no distinguir la realidad de la ficción.

Pero ése es un pésimo rasgo para un redactor de memorias. No se comprende cómo el jurado que le dio el Premio no advirtió de lo peligroso de esa afirmación o cómo la Editorial lo ha dejado pasar al imprimir el libro.

27 Marzo 1993

Los Responsables

Torcuato Luca de Tena Brunet

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En ninguno de los dos primeros tomos de mi trilogía histórica –“Papeles para la pequeña y la gran histria” y “Franco sí, pero…” Alberti es protagonista, ni antagonista, ni siquiera tercero en discordia, del relato. El tema de ambas obras es otro. A él se le cita de pasada como a los más de mil quinientos nombres que figuran en los índices onomásticos de ambas obras. Más he aquí que en una maniobra, perfectamente orquestada, se le extrae como con pinzas de la riada del relato para urdir – amén de injurias, mentiras, deformaciones de la Historia y descalificaciones y menosprecios contra mi persona – la gran patraña de que le acuso falsamente y sin pruebas de su particular peripecia en la retaguardia del Madrid rojo. Y como, ante mi silencio, esta creencia se ha extendido a personas y órganos de opinión de buena fe, que me son muy gratos, he de lamentar que mis acusaciones me obliguen, por defender mi probidad intelectual y mi honorabilidad personal – bien alejadas por cierto de toda suerte de resentimientos y rencores – a lo que nunca hubiera querido: contradecir a mis contradictores probando las responsabilidades del gran poeta – gloria de las letras españolas – en unos años en que la ofuscación y el odio turbaron tantas conciencias, pero muy particular y ostensiblemente la suya. Las insidias de los que se dejaron convocar para formar la orquesta me obligan a hacerlo. Ellos son los responsables.

Al referirme a uno de estos últimos y a sus afirmaciones hubiese querido emplear términos más suaves como que ‘yerra’, ‘comete un error’, ‘tal vez, inadvertidamente falte a la verdad’ u otros eufemismos semejantes. Pero el señor Santoja (autor de unas declaraciones en EL PAÍS del 20 de marzo y de una carta abierta al ABC el 26 del mismo mes), no me deja opción a ello. He de decir, sencillamente que miente. Refiriéndose, este señor, en EL PAÍS, a los primeros meses de la Guerra Civil, acierta al decir que ‘entonces se cometieron en Madrid muchos excesos’. Pero miente cuando a continuación afirma: “Pero Alberti no estaba en la ciudad”. No soy yo, sino el propio Alberti quien le contradice, puesto que en su libro autobiográfico ‘La arboleda perdida’ afirma que el 8 de agosto de 1936, al lograr huir de Ibiza, se trasladó a Valencia y desde allí a Madrid. ¿En qué fecha? Desde luego, antes de cumplirse un mes del Alzamiento, porque el 21 de agosto – compruébelo el señor Santoja y compruébenlo cuantos lo deseen – hay una carta suya publicada en la página 7 del periódico comunista CLARIDAD, y firmada conjuntamente por José Bergamín, como presidente de la Alianza de Escritores Antifascistas, y por el propio Alberti como secretario. Pero la carta era anterior, incluso a la víspera de esta fecha – compruébelo el señor Santoja – porque el director del periódico, en una entradilla en cursivas, se disculpa de su retraso en publicarla. Quedamos, por tanto, dicho sea como pura localización geográfica, y cronológica, que no sólo contradice a Alberti, a José Bergamín, al director de CLARIDAD, a la geografía y al calendario, sino a la realidad comprobada de los hechos. ¿Por qué miente don Gonzalo Santoja, al querer alejar a nuestro poeta del lugar en que tales excesos se produjeron? ¡Él lo sabrá! (Por cierto, que la palabreja ‘excesos no deja de ser harto delicada para referirse a los 85.946 asesinatos de varones y 617 de mujeres cometidos en Madrid en aquellos meses terribles por citar sólo los comprobados y documentados en la ‘Causa General’, obra que seguramente habrá consultado el señor Santoja al calibrar la cuantía de los excesos a que alude.

En la página 124 de mi libro cometo un error – que, curiosamente nadie me ha señalado – al confundir el nombre de la cheka en la que actuó Rafael Alberti con la del Círculo de Bellas Artes.

Y no me señalan, por una de estas dos razones: o por no haber leído, ni por el forro, el libro ‘Franco sí, pero…’ al que con tantas falsedades combaten, o para evitar la divulgación del nombre exacto en la que el eximio  poeta, en efecto, actuó. Ésta no era otra que la de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, otras veces denominada de Escritores, de la que don Rafael no era un socio cualquiera, sino secretario y miembro del Comité Ejecutivo, como consta – compruébelo el señor Santoja – precediendo a su propia firma, en la página y fecha del órgano comunista CLARIDAD, antes citado. Pero aún hay más y de no poca enjundia. Esta Alianza careció de un órgano específicamente represivo hasta el 23 de agosto de 1936, en que se fundó el Comité de Depuración, formado por los señores Luengo, Abril, Maroto y Alberti, como consta – compruébelo el señor Santoja – en la obra, publicada por Editorial Tebas, en 1978, bajo el título de ‘La Guerra Civil en Madrid’, firmada por los señores Vázquez y Valero, y que nadie ha contradicho. Luego Alberti no sólo era miembro de la ‘cheka’ de intelectuales cuando mi contradictor afirma, mintiendo, que estaba ausente de Madrid, sino que era miembro – nada menos – que de su Comité de Depuración, palabra de la que hago gracia explicar al señor Santoja lo que significaba en el pavoroso otoño de 1936.

Este Comité de Depuración tenía su sede en unas dependencias de la citada Alianza en Marqués del Duero 5, casa incautada a los Heredia Spínola (del mismo modo que la ‘cheka’ denominada ‘Comité Regional de Defensa de la CNT la tenía en Serrano 111, casa incautada a mi padre), y en ella (en las dependencias del Marqués del Duero) se celebraban juicios, por una parodia de Tribunal que, sin atenerse a Códigos, Leyes y Procedimientos, y sin opción superior alguna, disponía libremente de la vida, hacienda, libertad de los acusados. Vuelve a mentir el señor Santoja al afirmar que yo he hablado de ‘firmas’ de sentencias, que me piden que exhiba. Yo no empleo la palabra firmar, sino la correcta ‘dictar’, que según el diccionario refiriéndose a sentencias significa ‘darlas, pronunciarlas’. Ni las sentencias de muerte ni ninguna otra fueron jamás firmadas. Los juicios eran orales. No existen sentencias escritas de Maeztu, Muñoz Seca, Alfonso Rodríguez Santamaría (subdirector de ABC), Alfredo Miralles (secretario particular de mi padre), Andrés Travesí (administrador de Prensa Española y cuya detención figura en el citado CLARIDAD del mes de agosto del 36) ni de Melquiades Álvarez, presidente del Partido Reformista al que perteneció Manuel Azaña, ni de los ex ministros de la República Álvarez Valdés, Rico Avelló, almirante Salas Salazar Alonso o Martínez de Velasco; ni de los cerca de los otros cien mil fusilados en la capital de España, de los que sabemos indubitablemente, sin la menor vacilación, que fueron depurados, sin que haya una sola sentencia escrita que lo atestigüe salvo, quizá, la de los militares sublevados en el Cuartel del a Montaña. ¡esa era la ‘legalidad republicana’ de la que dice Alberti (ABC, 18 de marzo) que defendió fervorosamente con las únicas armas de su pluma y su palabra. No es poco decir, si nos atenemos a que las sentencias eran orales.

Resumo lo que hasta ahora queda probado documentalmente. Que Alberti sí estaba en Madrid, aunque lo niegue el señor Santoja; que Alberti pertenecía, no sólo como un simple socio, sino como secretario y miembro del Comité Ejecutivo a la Alianza de Intelectuales Antifascistas; que la tal Alianza tenía un Comité de Depuración, que Alberti formaba parte de dicho Comité depurados y que la sede del mismo estaba en Marqués del Duero, 5. Lo que no es poco probar. Entre todas las mentiras y ocultaciones formuladas por el señor Santoja sonó de pronto la flauta y salió una deslumbrante verdad. Y este curioso fenómeno se produce cuando dice: “¿Qué algunos de quienes hemos intervenido, contestando a las preguntas de un periodista de EL PAÍS tuvo a bien formularnos somos, por amistad, parciales? Bueno, ¿y qué?” Gracias por la confesión. Gonzalo Santoja, dixit.

Torcuato Luca de Tena y Brunet

27 Marzo 1993

El segundo miedo

Eduardo Haro Tecglen

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Se hace duro (para un espíritu francamente rojo como el mío) leer el libro de Torcuato Luca de Tena a continuación del de Foxá. El de Foxá (Madrid de corte a cheka, Planeta) tenía una calidad de prosa y de organización. Sobre todo combatía cuando escribía, en una guerra suya que podía perder; no sé si la perdió por dentro como otros. El de L. de T. (Franco sí, pero…, premio Espejo de España 1993, también en Editorial Planeta) es más áspero, busca sus odios en aquella misma época, pero para prolongarlos ahora; también sospecho, está más próximo a una derecha de ahora, de la que tuvo voz muy específica como director de ABC (dos veces) y en su propaganda para ser diputado en el Parlamento (perdió y eligió el exilio). EL libro se ha hecho famoso en tres días con una frase: “La Cheka de Bellas Artes donde dictaba las sentencias de muerte el dulce poeta gaditano Rafael Alberti”. Qué tontería: ni hubo checa de Bellas Artes, ni Alberti dictó muertes; hasta Ricardo de la Cierva, la misma ideología que Torcuato, se anda con vaguedades y con esas miserables amenazas que se profieren en España: podrá sacar “Muchos más datos”, “espero”, les dice a Alberti y a Tusell, pobre Tusell, “que mediten bien si les conviene” (ABC, 22 de marzo). Oigo mucho a los que tienen un dossier de alguien y me repugnan: izquierda o derecha.

Al decir ideología es porque encuentro parecida la de Ricardo de la Cierva y la de Torcuato Luca de Tena y me parece muy antigua y muy moderna: no corresponde exactamente al franquismo, ni al falangismo; no es estrictamente monárquica (no parece que la monarquía de hoy y su herencia piense así) ni se debe adscribir a la nueva derecha que dicen algunos: neonazi o neofascista. Es peor: la de la clase media previa a la guerra civil y ganadora de ella; burguesía con miedo y odio al enemigo. Todavía cree Luca de Tena que España estaba a punto de ser sovietizada; lo creyó cuando se moría Franco y cuando vio a Suárez, del Rey, legalizar al Partido Comunista. Son personas que emergen después del segundo miedo, o después de formar parte de lo que creyeron inmensos errores, y no consiguen borrar de su mente historias de asesinatos, sangre de su sangre derramada, como pasó, por el otro odio. Y no ven llegar nunca la hora de vengarse, sobre todo porque no les parecieron suficientes los cuarenta años o las presas no estaban a su alcance. No tendría mucho éxito si las derechas parlamentarias actuales (Fraga, olvidado) pudieran ganar las elecciones, pero nunca se sabe. POd´rian tenerlo como un golpe; no se ve. Pero si se quiere saber qué piensa la derecha profunda, la gran derecha española, conviene leer este libro. El de Foxa, para postre.

Eduardo Haro Tecglen

30 Marzo 1993

Alberti

Javier Tusell

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Torcuato Luca de Tena escribe en el segundo tomo de sus memorias que Rafael Alberti ‘formó parte de los tribunales populares en la checa de intelectuales que mandó al paredón a tanta gente”. Es una afirmación grave, precisa y rotunda. Preguntado por un diario al respecto, yo expresé mi opinión de que eso era “extremadamente improbable”. Todo lo demás – incluido atribuirme afirmaciones que son lo exactamente contrario a lo que he dicho – sobra por completo.

Leídos los dos artículos de Torcuato Luca de Tena, trato de sacar la conclusión más favorable a él afirmando que a fin de cuentas rectifica, aunque sea de forma elíptica y sin compunción ninguna, lo que había escrito en su libro. La cuestión está cerrada por él mismo y es bueno que así sea. Por mi parte no voy a escribir una línea más sobre el asunto.

Pero mentiría si dijera que incluso esta conclusión tiene algo de grato para mí. Inevitablemente, Torcuato Luca de Tena ha despertado los peores fantasmas del a guerra civil. ¿Imagina qué iba a suceder si se empleaban idénticos criterios a los suyos por parte de los del otro lado para emitir juicios parecidos respecto de adversarios, vivos o muertos?

Pero, además, Torcuato Luca de Tena tiene a su favor experiencias biográficas que merecían ser relatadas: las relacionadas con su fidelidad a Don Juan y con su dirección de ABC en tiempos difíciles. De eso hubiera debido escribir más y mejor en vez de lanzarse a un terreno en dónde se ha hecho daño triste, gratuito e imperecedero así mismo. Si algún día se decide a hacerlo con precisión tan sólo sobre lo que él vivió con mucho gusto le puedo proporcionar indicación del archivo público donde están los expedientes con que el general Franco obsequió a ABC durante la época en que él fue su director.

Javier Tusell

03 Abril 1993

Adiós

Gonzalo Santoja

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Cuando una polémica se enreda lo mejor es retornar a su desenlace, sobre todo si el enredador, como ahora sucede, da inequívocas muestras de necesitar el galimatías para osurecer la memoria de lo que se dijo.

Pues bien, o sea, pues mal, en el génesis, que también es su sustancia, de esta inoportuna y lamentable historieta hay un par de frases de don Torcuato Luca de Tena que, sin quitar ni poner, rezan (es un decir) de esta calumniosa manera: «La cheka de intelectuales instalada en Bellas Artes, donde dictaba las sentencias de muerte el dulce poeta gaditano Rafael Alberti», estampada en el corto pero pésimamente bien aprovechado prólogo y «…Alberti formó parte de los tribunales populares en la cheka de intelectuales establecida en el Palacio de Bellas Artes de Madrid, que mandó al paredón a tanta gente’, colocada por las bravas, en la página 124. Rotundas e inequívocas ambas, carecen del menor atisbo de soporte documental y en ello radica el quid de la cuestión. Lo demás son zarandajas, ganas de marear.

Lleno de ingenio y alardeando de capacidad de investigación, con gesto de haber encontrado la piedra filosofal, que Alberti ocupó un cargo destacado en el secretariado de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y que dicha asociación abría su sede central en la madrileña calle Marqués del Duero, número 5, datos, como él diría, que constan hasta en las enciclopedias. Por ese camino tan sensacional, Luca de Tena averiguará cualquier día que Rafael Alberti nació en El Puerto de Santa María o que entre sus libros se cuenta uno que responde al sospechosísimo título de ‘Sobre los ángeles’.

En fin, no menospreciemos sus descubrimientos. Resulta que el mentado poeta estaba en Madrid, más o menos, desde mediados de aquel calamitoso mes de agosto por treinta y seis. Se trata, vaya por Dios, de otro dato mostrenco y ninguna importancia tiene que, trascribiendo una conversación telefónica, un redactor de EL PAÍS entendiese «primeros meses» donde dije «primeros momentos» (no hay error, sino errata, como prueba el hecho de que yo mismo y ya en la década de los setenta, reseñase alguna de sus actividades a lo largo del referido mes). No se discute el donde; el motivo de la polémica, señor marqués, lo constituyen sus afirmaciones, las de su libro.

Y respecto al derrote solidario que le ha lanzado La Cierva, el de que en el seno de la alianza se formó un comité depurador integrado por Eusebio García Luengo, Xavier Abril, Gabriel García Maroto y Rafael Alberti, con mucho gusto quedo a la espera de que documente la gravedad de sus actividades. Nunca lo podrá hacer. Y no lo conseguirá porque ese comité fue un mero señuelo, sus actividades mínimas y, desde luego, de poca trascendencia. Remueva legajos, que los papeles existen, y ya verá como por ese lado tampoco encuentra hilo del que tira.

Si ni siquiera a los celosos fiscales del franquismo rampante se les ocurrió agitar esa especie fantasma de Alberti dictando sentencias de muerte en las chekas (nada se indica al respecto en la celebérrima ‘Causa general’, a su nombre ni se alude en el capítulo dedicado a la del Bellas Artes), a qué viene ahora, tan a destiempo, urdir tamaña calumnia sin el menor fundamento. Las autoridades de marras, y con ellas el actual denunciante, se hubiesen dado al unísono con un canto en los dientes para celebrar la imposible lotería del hallazgo de un papelito que les permitiera sostener, aun de lejos, la sombra de tal hipótesis, destinada sin duda a ser utilizada hasta la saciedad para contrarrestar en su peculiar balanza los efectos del asesinato de Federico García Lorca.

Es repugnante la carroñera exhibición de muertos. La guerra fue un fracaso de la sociedad española en su conjunto y, por eso mismo, se impuso superarla, asignatura aprobada con sobresaliente durante estos últimos años por la mayor parte de nuestra sociedad. Y ello, entre otros aspectos, ha puesto el necesario punto final a la utilización de los cadáveres como armas arrojadizas. Habita en la inactualidad de sus pesadillas quien así no lo entienda. El asesinato de Ramiro de Maeztu, por poner un ejemplo, nos empobreció a todos, y no sólo a sus correligionarios. De ahí que hayan levantado tanto revuelo estas afirmaciones. Instaladas en el rencor, significan volver a un mal sueño. Calumnias y delaciones ya, por fortuna, carecen de sentido.

Si su autor se empeña – sería lamentable – quédese ensimismado en el espejo de los rencores. Hace años se decía completando el reclamo de un anuncio, «cuando un bosque se quema algo suyo se quema, señor conde». Ojalá se incendie de un modo definitivo y lleguen a borrarse hasta las cenizas de esa nada envidiable arboleda llena de malas hierbas cainitas cuya maleza acaba de asomarle a Luca de Tena por las puntas de la pluma. Adiós.

03 Abril 1993

El contexto de la Depuración

Ricardo de la Cierva

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En su carta del 27 de marzo don Gonzalo Santoja me acusa de no emplear el verbo depurar de acuerdo con el Diccionario ¡al hablar de agosto de 1936 en Madrid! y de utilizar una frase ‘descontextualizada’ de Margarita Nelken.

¿De qué diccionario sacó el señor Santoja tal participio? Voy pues a citar varios testimonios y documentos en su contexto preciso para cerrar por mi parte el caso. Creo que las interpretaciones de los términos usados en la represión son de tipo histórico y no filosófico; de lo contrario ‘pasear’ significaría en aquellas circunstancias ‘ir andando, por distracción o por higiene’. Señor Santoja, por favor.

-1. En su artículo-imprecasión. «La garantías indispensables» la diputada socialista Margarita Nelken escribía: «No, no basta para darnos garantías con liquidar a los enemigos que ocupaban cargos en los Ministerios. Para tener estas garantías indispensables, para que nuestros combatientes del frente sientan las espaldas protegidas, para que no tengan el temor de que les apuñalan por detrás es preciso ir a fondo del asunto» (Fuente: CLARIDAD, 11 de agosto de 1936, p.4. ¿Cuál sería el fondo del asunto después de liquidar?).

-2. Título en bandera: «Esperemos un discurso que diga: ‘No hay un traidor en los servicios públicos'». (Fuente: CLARIDAD, 12  de agosto de 1936, p.1).

-3. «La CNT y la UGT han constituido… los consejos de obreros y soldados’. (Traducción del término ruso soviet). (Fuente: CLARIDAD, 14 de agosto de 1936).

-4. Un miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas reclama en su artículo «¡Cuidado con los náufragos!: La Alianza de Escritores Antifascista debería decidirse de una vez a la acción revolucionaria. Sería un buen principio tomar alguna medida renovadora o aniquiladora, con la llamada Academia española, institución propia de una época, el siglo XVIII,  en que se tenía una concepción antipopular de la cultura (Fuente: CLARIDAD, 19 de agosto de 1936).

-5. No consta que Rafael Alberti estuviera en Madrid. F. Carmona socio de la Alianza, ataca al día siguiente al presidente de la Alianza, Bergamín, por flojo (luego justificaría Bergamín como justicia popular el asesinato de obispos y sacerdotes); llama a Unamuno ‘bellaco’ y se declara autor del artículo anterior. (Fuente: CLARIDAD, 20 de agosto de 1936).

-6. Pero el 20 d agosto Rafael Alberti ya está en Madrid. Porque el día 21 publica, junto con Bergamín, una carta de réplica al artículo señalado con el número 5, en protesta total; afirman que la actuación de la Alianza es clarísima rechazan la acusación de blandura, afirman que la actitud del Comité Ejecutivo es de rígida vigilancia y que en la Alianza ‘lejos de entorpecer toda actuación o iniciativa’, se ‘espera y se solicita constantemente de quienes la forman’. Firma Bergamín como presidente y Rafael Alberti en funciones de secretario político (Insisto: secretario político, que no parece una actividad cívico-cultural, como ahora alega el interesado). (Fuente: CLARIDAD, el 21 de agosto de 1936 bajo el título: «Una carta de José Bergamín y Rafael Alberti)».

-7. La carta del número 7 no debió de parecer suficientemente dura a los que exigían más energía en la depuración porque el 23 se celebró una asamblea en la Alianza donde fue constituido el comité de depuración, formado por Maroto, Luengo, Abril y Alberti. A pesar de las iniciadas depuraciones la Prensa continuó sus ataques hasta el 31. (Fuente: M. Vázquez y J. Valero, ‘La guerra civil en Madrid’, Madrid, Tebas, 1978, p.109). Y añade ese estudio: «Los decretos gubernamentales de depuración venían casi siempre a sancionar las decisiones tomadas por los órganos populares’.

-8. Los verdugos como hemos visto en el punto 1 identificaban depurar como liquidar o algo peor. ¿Consultaban los comités de depuración el Diccionario de la Academia institución que alguien proponía aniquilar, a la hora de saber lo que hacían cuando depuraban? No opinaba así uno de los más insignes intelectuales españoles de este siglo, el profesor Manuel García Morente, que logró escapar a duras penas de la depuración y la explica así en carta desde París el 23 de octubre de 1936:

«Recluido en mi domicilio aguardaba con impaciencia el término de la dramática contienda, cuando empezaron a desatarse contra mi persona y mi familia las iras y las hostilidades del llamado Gobierno de Madrid y de las hordas marxistas. Primeramente un decreto de Instrucción Pública me destituyó del cargo de Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, lo que considero nulo, no solamente porque no reconozco a ese Gobierno que lo dictó por que el referido decanato lo recibí legalmente en 1932 por elección unánime del claustro de la Facultad. Más tarde, el 28 de agosto, fue villana y cobardemente asesinado mi vecino (y yerno) don Emilio Bonelli, ingeniero geógrafo, violentamente arrancado a su familia. A poco supe confidencialmente que se había constituido… una comisión de depuración (tal era la palabra usada) al profesorado de la universidad. Esa comisión propuso la cesantía de varios catedráticos de la Facultad de Filosofía y Letras. La lista iba encabezada con mi nombre. Los comisionados consideraban urgente el sacrificio de mi persona… En virtud de la comisión llamada depuradora mi nombre iba a ser publicado como cesante y mi persona entregada a las ruines pasiones de los asesinos; hube de pensar en la necesidad de abandonar Madrid» (Fuente: M. de Iriarte, ‘El Profesor García  Morente, sacerdote’. Madrid, Espasa Calpe, 1956, p. 36).

En resolución, creo que está claro lo que significaba depurar en el Madrid de agosto de 1936. Creo probado que cuanto el señor alberti afirma en ABC y otros medios que ‘Mis actividades durante la guerra se desarrollaron siempre en el ámbito cívico cultural’ sufre un fallo de memoria. Y que cuando los editorialistas del diario oficioso [EL PAÍS] me incluyen en la caverna es porque seguramente ignoran que según Platón las ideas eternas y universales sólo pueden comprenderse por el hombre cuando se reflejan en el fondo de la caverna. Aunque dado el conocido nivel cultural de los editorialistas oficiosos, que asumen dogmáticamente el desmentido del señor Alberti, tal vez crean que Platón es el nombre de una película sobre Vietnam.