30 enero 1981

El Rey concede al dimitido el título de 'Duque de Suárez'

Adolfo Suárez dimite como Presidente del Gobierno y como Presidente de la UCD ‘me voy sin que nadie me lo haya pedido»

Hechos

El 29 de enero de 1981 D. Adolfo Suárez dimitió como Presidente del Gobierno y anunció su deseo de dejar la Presidencia de la UCD.

Lecturas

El 29 de enero de 1981 D. Adolfo Suárez González anunció al país su dimisión como presidente del Gobierno de España y su decisión de abandonar la presidencia de su partido político, la Unión de Centro Democrática (UCD).

Con la elección del portavoz del grupo parlamentario del pasado 14 de octubre de 1981 (en el que sólo 40 diputados respaldaron al candidato propuesto por el Sr. Suárez González) quedó de manifiesto que el presidente del Gobierno se había quedado en minoría en su propio partido. Ante una oposición que solicitaba su dimisión desde hacía meses y habiendo perdido el respaldo incluso del Rey Juan Carlos I, el Sr. Suárez González ha optado por presentar su dimisión.

Él y su último gobierno, formado en septiembre de 1980, seguirán como presidente y ministros en funciones hasta que el Congreso de los diputados designe a un nuevo presidente del Gobierno que, presumiblemente será el vicepresidente D. Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo.

CALVO SOTELO DESIGNADO COMO CANDIDATO DE UCD A LA PRESIDENCIA EN AUSENCIA DE LOS CRÍTICOS

El vicepresidente segundo D. Leopoldo Calvo Sotelo es el candidato propuesto por el aún presidente de UCD, D. Adolfo Suárez González para sustituirle.  En la Ejecutiva de la UCD se eligió a D. Leopoldo Calvo Sotelo como ‘candidato de la UCD a la presidencia del Gobierno’ por 26 votos a favor (suaristas, socialdemócratas, martinvillistas e independientes) y una abstención, la de D. Landelino Lavilla Alsina (democristiano), presidente del congreso.

Siete miembros de la ejecutiva abandonaron la reunión antes de la votación mostrando así su rechazo al candidato: D. Óscar Alzaga (democristiano), D. Antonio Fontán (liberal), D. Ignacio Camuñas (liberal), D. Fernando Álvarez de Miranda (democristiano), D. Alonso Castrillo, D. Luis de Grandes (democristiano) y D. Miguel Herrero Rodríguez de Miñón (liberal), cuya ausencia resulta especialmente tensa por ser el portavoz del grupo parlamentario de la UCD.

30 Enero 1981

La Crisis que nadie esperó

José Ramón Alonso

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Tras cinco años de poder de Suárez, hay Corona con prestigio, hay Constitución, hay partidos políticos afianzados. Mañana, la historia hará el balance de Suárez y este será positivo, por encima del amarillismo periodístico.

La bomba política que estalló ayer poco después de las tres de la tarde, cuando comenzaron a correr los primeros rumores de la dimisión de Adolfo Suárez, es la mayor sorpresa que han experimentado los españoles desde aquel día de julio de 1976 – y parece que ha transcurrido un siglo – en que Arias Navarro dimitió de su cargo ante el Rey. Concluía entonces la vigencia del viejo régimen, y se abrió con Suárez como presidente, otra de cambio en la cual íbamos a pasar del sistema autoritario a la democracia, de las leyes antiguas a la nueva Constitución. Nacía la democracia con todos sus problemas de parto, pero también en su amplísima realidad, y esto es algo que forma parte de la tarea del presidente dimitido, porque nadie podrá negarle, razones pasionales aparte, la enorme labor que realizó. Heredó Suárez un sistema que por su propia naturaleza se desmoronaba y que en realidad había muerto en el mismo día en que Franco pasó del poder al Valle de los caídos, porque aquel pasado no tenía posible continuación. ¡Cuántos éxitos, cuantos problemas, cuantas inquietudes han transcurrido desde entonces, hasta llegar a esta nueva España constitucional! ‘Quien no sepa tragarse un par de sapos en ayunas no sirve para esto de la política’ decía el viejo marqués del Muni, largos años embajador en París y sostenía Canovas del Castillo – que en matería de ingratitudes las sufrió todas, hasta la misma muerte – que ‘quién espere gratitud inmediata por sus servicios reales y posibles no merece llamarse hombre de Estado’. Suárez ha dimitod ayer en momentos especialmente cruciales de ingratitud, y no podríamos decir que haya sido derribado por sus enemigos, sino por algunos de sus propios amigos cuando iba a celebrarse, en un clima pasional, el II Congreso de la UCD. Su puntilla ha sido, acaso hiriéndole moralmente, el congreso que no se realizó. Ha sido el abandonado de los amigos lo que ha provocado en el que ha sido presidente un posible desplome moral. ‘Que gobiernen los que no dejan gobernar’, como en diversas circusntancias y refiriéndose a otras personas dijo Maura en otra ocasión histórica del Pueblo español.

Ayer han opinado todos los líderes políticos, los unos con ecuanimidas, otros con pasión y hasta se ha visto salir de la Moncloa con las lágrimas en los ojos a quienes hasta horas antes eran críticos implacables de Adolfo Suárez y de su forma de gobernar. ¡Claro que no todo han sido aciertos, y que se han registrado horas bajas, inevitables en cualquier corazon! Podrá reprocharse a SUárez haberse refugiado en la Moncloa, pero jamás el vano exhibicionismo de quien busca en el pueblo satisfacciones personales de egolatría o de vanidad. Nada es perfecto en la historia política de un hombre, pero el balance de Suárez parece positivo, porque a él se debe en abrumadora parte la eclosión de la democracia, la superación de bastantes traumas y la fe en que el futuro podría ser mejor que el pasado que murió. Como un Gulliver amenazado unas veces por los gigantes, otras encadenado por los pigmeos, ha resistido en el Poder más que otro político democrático español en los últimos ciento cincuenta años, y se ha retirado con un discruso sereno y con enorme dignidad. ‘De una manera emotiva y digna’, como ayer proclamaba Garaicoechea. Fue De Gaulle, sin duda, el mejor político francés de este siglo, quien proclamó que ‘hay que dejar las cosas antes de que las cosas le dejen a uno’ y Suárez dejó las cosas antes de que se acentuase demasiado la conmoción interna de la UCD. Porque, sin duda, ha sido la propia UCD quien motivó la inesperada dimisión de Suárez. Sus declarados adversarios se vieron ayer no menos sorprendidos que la opinión. Y. ¿Qué va a hacer en el futuro esa opinión nacional? Que no crezca el desencanto será un prioritaria necesidad.

¿Y ahora qué va a suceder? Ni más ni menos que aquello que traza la senda constitucional. Dice el artículo 99 de la Constitución que dimitido el presidente ‘el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos… y a través del presidente del Congreso propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno’. Es, por tanto, Landelino Lavillla quien tiene en sus manos los hilos sutiles de la Constitución y la UCD quien debe nombrar – hasta su próximo congreso – al líder que como representante de tal partido comparezca ante el Rey. Después será el Congreso de los Diputados por mayoría absoluta, primero, por mayoría relativa, después, quien designe al nuevo presidente, y si así no lo hiciere en el plazo de dos meses ‘ el Rey disolvería ambas Cámaras y convocará nuevas elecciones con el refrendo del presidente del Congreso’ Notese que SUárez no ha pedido la disolución de las Cámaras al Rey. Así y en forma muy aguda, se plantea el funcionamiento de la mecánica constitucional. Ni los partidos, ni el pueblo se encuentran ante el vacío. Ese vacío es, solamente y por ahora, el de la sorprendida UCD.

Por fortuna y tras cinco años de poder de Suárez, hay Corona con prestigio, hay Constitución, hay partidos políticos afianzados – ¿Quién no tiene una crisis interna antes del congreso, como antaño el PSOE y mañana el PC? – y existe cada vez mejor informada una auténtica aunque no siempre firme opinión del electorado español. Como decía Espartero en los tiempos de crisis, ‘cumplase la voluntad nacional’ y esa voluntad será expresada por el Congreso cuando ante él comparezca el candidato a la Presidencia designado por el Rey. Hay hombres en la UCD que pueden tomar la antorcha de Suárez, y continuar por el tiempo que sea preciso o posible en la tarea de gobernar. Y hay oposición de relevo, que en caso de crisis extrema podría también hacerse cargo de ese inevitable deber. No estamos constitucionalmente con el vientre abierto, como un caballo en la corrida, como sucedía en el verano de 1976. Mañana, la historia hará el balance de Suárez y este balance será positivo, por encima del amarillismo periodístico y del catastrofismo de algún sector de opinión. A través de la Constitución, el Rey y el Congreso tendrán la última palabra en esta crisis. El sistema va a permitir el relevo sin trauma. Es virtud de la democracia que nadie sea indispensable. España ‘fara da se’.

José Ramón Alonso

30 Enero 1981

Adolfo Suárez, el otro perfil

Luis Herrero

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La historia no le podrá hurtar el mérito de haber sido el capitán del tránsito político, de la Constitución y de la normalización democrática de este viejo y querido país al que llamamos España. Sencillamente hizo lo que creyó. Sin cicatería nunca. Con la entrega del político que lleva en su escudo de armas el emblema de la honestidad.

Adolfo Suárez ha dimitido. La noticia ha saltado, como una bomba, por sorpresa, poco antes de las cinco de la tarde. Adolfo Suárez se va. Y las primeras palabras, recogidas a través de su mujer, eran de serenísima preocupación por España. España ha primado, en su jerarquía de valores, y el hombre al que todos, alguna vez, habíamos acusado de excesivo apego al poder, tomaba la decisión de abandonar la Presidencia del Gobierno.

Si los dedos no me resbalan por el teclado de la máquina, y – por qué no decirlo – la emoción, tímida, encorsetada por el recuerdo de un afecto estrecho, no se me agolpara en la garganta como un nudo fuerte, quizá pudiera acertar a transmitir la semblanza del hombre, del presidente hombre, de la persona. Adolfo Suárez es un hombre leal. Hay, sin duda, plumas más autorizadas para escribir el balance de su gestión política, pero pocas, muy pocas, en mejor disposición que la mía para retratar la humanidad de su condición. No hace falta, en Castellón, ir al cementerio para ver la rosa que, diariamente, aún coloca, casi seis años después, en la tumba de mi padre, que fue, también el suyo en política. Durante todo ese tiempo ha mantenido encendida la todo ese tiempo ha mantenido encendida la llama de un recuerdo que, objetivamente quizá no fuera para él beneficioso desde el punto de vista de la rentabilidad política. Asumió el riesgo con gallardía. Como, siempre, asumió con gallardía, también, la preocupación por humanizar su relación familiar, la relación con sus amigos. Adolfo Suárez no se había quedado sin amigos, como alguien, alguna vez, ha podido pensar. Doy testimonio de primera mano. Nunca, jamás, su preocupación política llegó a anular su vertiente sencillamente humana. Y no es, ni bajo el apremio del tiempo, una concesión al recuerdo agradecido. Empeño en ello mi honor.

Probablemente, como político, cometió errores. Y eso, que es humano también, ha podido oscurecer a menudo el juicio de su magistratura. Los errores son connaturales al hombre. Sin embargo, la historia – que siempre se escribe con trazos de distancia, de perspectiva, no le podrá hurtar el mérito de haber sido el capitán del tránsito político, de la Constitución, y de la normalización democrática de este viejo y querido país al que llamamos España. Nadie podrá negar, si aspira a ser objetivo y veraz, que en amor a España no iba a la zaga de nadie. Sencillamente, hizo lo que creyó  mejor. Sin cicatería nunca. Con la entrega del político que lleva, en su escudo de armas, el emblema de la honestidad.

Luis Herrero

30 Enero 1981

Otra puerta se abre

Editorial (Director: Pedro J. Ramírez)

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Ha fallado Suárez, no la democracia. Ha caído un Gobierno, perdura el sistema. La caída de Suárez viene a desbloquear el pleno desarrollo de esas fructíferas expectativas.

Ha fallado Suárez, no la democracia. Ha caído un Gobierno, perdura el sistema. Era la apática continuidad del presidente lo que nos preocupaba; precisamente por eso, de su dimisión lo que extraemos son estímulos de firmeza y esperanza.

Firmeza en nuestra convicción de que el vigente modelo de libertades, sancionando por la Constitución, es el más idóneo para satisfacer las ansias de felicidad y bienestar de los ciudadanos. Esperanza en la posibilidad de que la caída de Suárez venga a desbloquear el pleno desarrollo de esas fructíferas expectativas.

Ninguna tragedia se cierne, pues, sobre nosotros. Anhelábamos el cambio y hoy se abre una nueva puerta para que el cambio siga produciéndose.

En la hora de su despedida Suárez ha recuperado súbitamente la lucidez comunicativa de sus primeros y más esplendoros días. Tal y como dijo a través de la televisión, su marcha es, efectivamente, más beneficiosa que su permanencia.

Con mayor generosidad y menor sangre fría de lo que a menudo hemos supuesto, él mismo ha terminado por aceptar lo que todo el país se gritaba a voces hacía tiempo: los mecanismos que sirvieron para desmontar de manera tan eficaz el franquismo estaban fracasando estrepitosamente a la hora de construir un nuevo Estado.

Unas tenazas raras veces sirven para apuntalar de una manera sólida un nuevo clavo, en el lugar del que acaban de arrancar, Suárez ha tirado la toalla justo en el momento en que empezaban a pesar más los errores recientes que los aciertos primeros.

Se ha marchado con dignidad, con la cabeza alta – aunque sin explicar muchas cosas – pero ni el país ni su partido deben pedirle que vuelva, remedando así el proceso de canonización iniciado con Felipe González durante el XXVIII Congreso socialista.

El joven líder del PSOE es aún una incógnita y merece todo el beneficio de la duda. De Suárez ya sabemos lo que puede dar de sí: sus cualidades constribuyeron decisivamente a que la siembra de la ilusión democrática no conllevara excesivos traumas; sus defectos impedían ahora que la planta germinara y diese frutos.

Como él mismo ha dicho, es tiempo de agruparse en torno a la fe en la libertad que a casi todos nos une. Su gesto de ayer al echarse a un lado, permite el advenimiento de un nuevo liderazgo – no imprescindiblemente carismático – capaz  de movilizar todas esas voluntades bien dispuestas que él ni siqueira intentó seriamente movilizar.

Y es que el gran fracaso de Suárez queda resumido en dos elementales postulados. Primero: no supo seleccionar unos cuantos objetivos básicos, vertebradores de un auténtico proyecto político. Segundo: no tuvo la grandeza suficiente como para convocar a la nación en su defensa.

La vida política da muchas vueltas y Suárez es aún un hombre muy joven. No vemos que a corto plazo, mientras las circunstancias españolas sigan siendo éstas, sea beneficioso barajar, sin embargo, la hipótesis de su reinstalación en el poder.

Se precisan otros modos, otras voces y otros rostros. UCD va a tener que aprender a caminar por sí misma y he aquí su primer gran reto: la renovación del liderazgo ahora vacío. Tras cualquiera de los cuatro o cinco hombres más en el ánimo de todos,  puede haber un buen jefe de Gobierno. Lo importante es que el elegido tenga la legitimación que emana de una selección democrática y que, escarmentado en cabeza ajena, soslaye las equivocaciones de planteamiento que anegaban hasta ayer las cañerías del poder.

Suárez ha sido injusto al sugerir que los medios de comunicación estábamos siendo injustos con él. Por espacio de meses y meses tuvo más apoyo del que ningún gobernante recibe en un país democrático. Sus éxitos eran los de España entera y así lo subrayábamos, presentando su figura como personificación del salto hacia adelante. Luego nos tocó cumplir nuestra misión de cancerberos de las libertades públicas y tuvimos que denunciar que su política nos deslizaba hacia el fatalismo y el hastío.

No están viciados, pues, ni los cimientos de nuestra democracia – hoy más que nunca el buen Rey Juan Carlos es una luminaria de esperanza – ni tampoco su andamiaje externo. Todos estamos prestos para arrimar el hombro y atender así, ilusionadamente, el postrer llamamiento que acaba de hacer un hombre triste en defensa del proyecto que él no ha sabido culminar.

04 Febrero 1981

¿Solución en el Parlamento o elecciones generales?

Editorial (Director: Juan Luis Cebrián)

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Si la dimisión se debe exclusivamente a la falta de capacidad del propio Suárez, habrá que convenir que la irresponsabilidad suya a la hora de presentarse a las elecciones resultará memorable

Minimizar la importancia de la dimisión del presidente del Gobierno en un momento de grave ruptura interna en su partido y cuando paradójicamente parecían hacerse esfuerzos cotidianos por resolver la construcción del Estado de las autonomías y enderezar -con la colaboración de las fuerzas sindicales- la situación económica no conduce a nada. Este es el hecho político más grave de los sucedidos después de la muerte de Franco, y lo es, sobre todo, porque no ha sido explicado suficientemente, porque aumenta las sospechas sobre las, presiones involucionistas y porque rompe el proceso de normalización política español. La debilidad del presidente, dimitiendo antes del congreso de su partido -aun si la dimisión le ha sido solicitada, cosa que se desmiente por repetidas fuentes oficiales-, revela además la flaqueza del liderazgo político de UCD y hace suponer la entidad de las presiones recibidas.¿Cuáles son las verdaderas razones de la dimisión? Esta es la pregunta inicial, y la más comprometida, de cuantas puedan hacerse. Si es cierto, como algunos rumores que corrieron el miércoles por Madrid insinuaban, que se habían registrado tensiones militares, habría que añadir que la situación adquiriría perfiles preocupantes. En cualquier caso, aunque estas tensiones no sean ciertas -y se han desmentido profusamente-, la sola posibilidad de los rumores indica que la sociedad española no ha sabido despojarse de viejos fantasmas. Si el Rey hubira tenido que intervenir -y para nadie es un secreto que el nombramiento inicial de Suárez se debe en realidad de manera casi exclusiva al Monarca-, la gravedad apuntada sería aún mayor. No se conocen, sin embargo, motivos suficientes que justificaran una involucración del Trono de este género, pero es sabido que el propio Suárez ha declarado a sus íntimos que si se mantenía en el poder podía acabar cercenando a la Corona. Si ha sido la presión de los sectores reaccionarios de UCD y la derecha española, amparados en la llamada ala crítica, habrá que felicitar a estos demócratas de nuevo y viejo cuño que, con sus apetencias inusitadas y sus querencias inconfesables, han logrado abrir una crisis profunda para nadie beneficiosa. Y si se debe exclusivamente a la falta de capacidad del propio Suárez, a su derrumbe psicológico y a sus pocas defensas políticas, habrá que convenir que la irresponsabilidad suya y de su equipo a la hora de presentarse a las elecciones resultará memorable.

Por lo demás, resultan ridículas algunas tesis que corrían ayer por los pasillos de UCD, según las cuales el presidente intentaba una maniobra a lo Felipe -irse para luego volver-. No puede volver quien de manera sorpresiva y sin explicaciones razonables ha puesto al país al borde del vértigo. Así no se gobierna una nación en democracia.

Una palabra sobre el vértigo. Hemos dicho muchas veces que era necesario para garantizar la estabilidad política española cara al futuro que se mantuviera el actual período legislativo hasta su fin natural. Y que las torpezas y errores de la derecha ucedista en el poder se podían y debían medir ante las urnas en unas elecciones generales. Por poco o mucho que nos gustara Suárez como presidente del Gobierno, es preciso y necesario recordar que lo era después de encabezar la lista ganadora en unas elecciones generales libres y democráticas, expresión de la voluntad popular. Y a esas elecciones UCD acudió potenciando, explotando y mitificando la imagen del presidente dimisionario.

Las tensiones surgidas en el Gobierno y su partido a partir de marzo de 1979 han sido originadas fundamentalmente por la presión de sectores tradicionales de la gran derecha sobre lo que consideran una política no coherente con el electorado ucedista en lo que se refiere al derecho de la familia, la economía y la enseñanza, así como en la construcción del Estado, de las autonomías.

La Iglesia en los temas morales, amplias zonas militares en el autonómico y sectores de la oligarquía financiera respecto a la fiscalidad y a la política económica se han mostrado crecientemente descontentos a lo largo de los dos últimos meses. Suárez se esforzó en septiembre del año pasado, con lo que ha sido el último de sus Gobiernos posibles, en restaurar la coalición de tendencias e ideologías que configuraron UCD a la muerte del dictador. La impresión primera que percibimos ahora es la incapacidad permanente del partido en el poder para ofrecer una alternativa democrática, sin dada por la identificación de los intereses que priman en UCD con los representados tradicionalmente por el apara lo burocrático y político del anterior régimen.

Durante los últimos meses hemos venido manteniendo la tesis de que, pese a los numerosos errores gubernamentales, la crisis del poder y su erosión ante la opinión pública radicaba fundamentalmente en los ataques contra las libertades y las instituciones democráticas. El secretismo permanente que en torno a los asuntos de Estado ha rodeado, y sigue rodeando, a este país es impropio de una nación civilizada que ha dado ejemplo de serenidad popular y de capacidad de autogobiemo en los más recientes y difíciles momentos de su historia. La sospecha de que sólo una presión fortísima y ajena a la propia UCD ha podido hacer tomar la grave decisión al presidente Suárez va a ser difícil de disipar. Pero, en cualquier caso, es sencillamente un insulto al pueblo español irse como Suárez se ha ido, dando una espantada digna de la famosa e histórica de El Gallo. Es una vergüenza que el primer partido del Parlamento no sea capaz de explicar la dimisión de su propio presidente. Y es una lástima que se rompa así el periodo de necesaria normalización política. UCD está descalificada ante la opinión pública para sucederse a sí misma mediante el mecanismo de los acuerdos parlamentarios y las mayorías ficticias. No es una crisis de Gobierno ante lo que nos hallamos, sino una escalada permanente de las fuerzas reaccionarias de este país.

El Rey ha de comenzar ahora las consultas para la formación de un nuevo Gabinete. Desde el punto de vista de la normalidad constitucional, lo deseable sería que se pudiera crear un Gobierno capaz de acabar el actual período legislativo. Pero las dudas sobre la propia dimisión de Suárez, las tensiones experimentadas en el seno de UCD, la precariedad de la situación del partido aconsejan la convocatoria, cuanto antes, de unas elecciones generales. Lo decimos con desgana, porque esta no es una buena noticia, y porque hubiéramos querido un final más digno para esta etapa, en la que el propio Suárez ha hecho mucho por este país. Pero es la voluntad de los españoles, y no el deteriorado prestigio de la clase política gobernante, la que puede y debe dar respuesta a la crisis planteada.

30 Enero 1981

UCD busca un general

Antonio Izquierdo

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“Mi marcha es beneficiosa para España”. Creo que es la primera vez en que coincido en una apreciación de valor político con Adolfo Suárez, cuyo mandato se ha visto interrumpido antes de los dos años de la legislatura. ¿Podrá ser resuelta esta crisis con el repuesto? Temo que no

El presidente del Gobierno ha dimitido. Y aunque de su mensaje no puede deducirse la causa última de esa grave decisión, en sus palabras existe una declaración de parte que a mi ver resulta perfecta: «He llegado al convencimiento de que mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en el Gobierno». Creo que es la primera vez en que coincido en una apreciación de valor político con Adolfo Suárez, cuyo mandato se ha visto interrumpido antes de que se cumplieran los dos años de la Legislatura.

Decir que está abierta una crisis de Gobierno resulta una simpleza. El problema es bastante más grave: de menor a mayor, diríase que la descomposición política se ha instalado en todos los partidos y que esa descomposición afecta en particular a Unión de Centro Democrático, porque la diferencia entre UCD y el reso de los partidos reside en que Unión de Centro Democrático no es un partido, ni sus afiliados mantienen un nexo vinculante en cuanto a ideología se refiere. Existe después la crisis provocada, a nivel de Gabinete, por la caída de la cabeza del Ejecutivo, y existe, por último, una crisis profunda generalizada, que afecta a lo político, a lo económico, a lo social, ¡a todo! ¡absolutamente a todo! ¿Podrá ser resuelta esta crisis con el respuesto de la Presidencia? Me temo que no.

Desde que se hizo pública la información de que Adolfo Suárez había quedado fuera de combate, tras la suspensión sine die del congreso de UCD se han barajado diversos nombres para la sustitución, entre ellos, el de los señores Calvo Sotelo, López de Letona… ¿Y Landelino Lavilla? Hace tiempo que en estas páginas se advertía al llamado grupo azul de UCD – ¡que también es humor! – de lo que se les venía encima: habían sido utilizados para el desmantelamiento del Régimen de Franco y para la puesta en marcha del sistema democrático. Fueron el colchón amortiguador. Ya no interesan.

Desde mi punto de vista de observador político, creo que la verdadera crisis o mejor dicho que la clave para la resolución de la crisis no está en la figura del preesidente, sino, en la del vicepresidente para Asuntos de la Defensa ¿Estará algún general dispuesto a pasar a la reserva para sustituir a don Manuel Gutiérrez Mellado? Esta es, a mi juicio, la clave. Tengo mi opinión al respecto. Hecho el tránsito de la dictadura a la demcoracia, es hora de mantener a las Fuerzas Armadas alejadas de la clase política. La presencia de un general en el Gabinete – aunque ese general sea, en razón constitucional, un general dimisionario – no beneficiaría en absoluto a las Fuerzas Armadas. Hay políticos que desean embarcarlas otra vez, que buscan apresuradamente a un general. Pero ya no existe justificación alguna. Se hizo la transición. Es la hora de los políticos. Es la hora, mejor dicho, de que los políticos asuman su responsabilidad.

Antonio Izquierdo

04 Febrero 1981

Ordago a la Grande

José María Castaño

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Es el estilo de Suárez, un órdago político. Quedan tantas heridas abiertas en la UCD que el maestro se va por la puerta grande cuando todavía en la enfermería están atendiendo las cornadas que sufrió su cuadrilla. Esta España no necesita cambiar a un político por otro político, sino a un político por un estadista. Porque aquí sí que nos jugamos un “órdago”.

Estas líneas van dirigidas al señor candidato, sea quien sea, de UCD, de otro partido, un independiente, el nombre que designe el Rey, que todo es posible en el marco de la Constitución española. Aunque ‘la noche triste’ de UCD nos haya alumbrado el impávido rostro de Leopoldo Calvo-Sotelo, estas meditaciones del hombre de la calle no tienen todavía un soporte de personalidad, sino una especie de sorpresivo gesto de enterarse que Suárez se marcha sin decirnos por qué. Dicen que el expresidente Suárez es un gran jugador de mus y que sus pocos ratos de ocio los ha matado pasando a la chica, envidiando a la media y sobre todo echándole el órdago a la grande. Precisamente ésta es la frase que se oyo a las cuatro y cuarto de la madrugada en la reunión del comité ejecutivo de la UCD: ‘Nos imponen ustedes un candidato con una política de hechos consumados, como si se tratara de un ‘órdago político’. Es el estilo de Suárez. Tan buen jugador que hasta ha escogido terreno. Cuando la mesa para la partida estaba preparada en Mallorca, él dice que la partida se juega en la Moncloa y que el órdago es que se marcha, poniendo rostro dramático en las situaciones que él mismo había dicho que deberían ser desdramatizadas. Antes nadie le había observado ni una seña, ni siquiera un fruncimiento de las cejas, ni una ocnfidencia respecto a esa determinación tan grave como es abandonar el ejecutivo y dejar un partido en la encrucijada de su propia crítica. Nadie sabe a estas horas qué pasó en su conversación con Amparo el domingo, en su entrevista con el Rey el martes, enmarcada en eso que se llama contactos habituales, ni en su mutismo impenetrable con sus más íntimos colaboradores, incluidos los ministros, algunos de los cuales atravesaron el umbral de la Moncloa atendiendo a una llamada telefónica urgente pero sin dar crédito a los rumores de la dimisión. Existe ahí un paréntesis de cuarenta y ocho horas que pertenece a la historia que por ahora sólo conocen el Rey, Suárez y quizá cierto sectr cívico-militar.

Esta es la gran servidumbre de la democracia, cuya mayor tragedia será no el desgaste natural de los hombres, sino el desgaste de los partidos políticos. Quedan tantas heridas abiertas en la UCD, que el maestro se va por la puerta grande cuando todavía en la enfemermería están atendiendo las cornadas que sufrió su cuadrilla. Más importante que la desaparición en escena del político es la posible desaparición del partido que presentó, que le llevó al poder y que hoy queda todavía escindido a la espera de una nueva alternativa en la plaza de Mallorca. Y ya surgen las dos grandes hipótesis del futuro ucedista: 1) Con Calvo-Sotelo o sin él. UCD dará un timonazo a la derecha hasta unos techos tolerables que le permitan un pacto parlamentario con la derecha moderada y la burguesía catalana y vasca, con los ojos puestos en occidente, del que provienen unos vientos muy distintos a los del Este. 2) Los socialdemócratas y los socialistas pueden forzar, por el contrario un modelo de izquierdización, todo lo moderado que se quiera para que el ventilador de la Casa Blanco no sople con tanta fuerza.

Por lo pronto, este termómetro de la fiebre económica que es la Bolsa se ha alineado con la sinsonrisa de Leopoldo Calvo-Sotelo, saltando en Bilbao a 1,90 en Madrid, a 1,37, Valencia. 1,22 y en Barcelona 1,01. Existe un olfato especial en el mundo de la economía en las situaciones límite de la política. Pero la incógnita sigue en pie porque está Espña no necesita cambiar a un político por otro político, sino a un político por un estadista, porque aquí sí que nos la jugamos todos en un ‘órdago impresivisble’.

José María Castaño

"Los críticos de UCD no respaldaron a Adolfo Suárez"

Rodolfo Martín Villa

Memorias: "Al servicio del Estado"

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Suárez  se desahogó con nosotros. Vi a un hombre fatigado, harto de casi todo y de casi todos. Fue muy crítico con los socialistas, a quienes en aquel entonces no podía perdonar el trato que de ellos había recibido, y que fue mucho más duro que la propia oposición política. Nos dijo que se sentía sólo. Estuvo dura contra los poderes fácticos de las finanzas y de la Iglesia y el Opus Dei en su campaña contra la Ley del Divorcio a través de sus antiguos amigos. Creo que no tenía ánimo para la normalidad y era necesario entrar en normalidad.

El presidente comenzó su intervención comunicando al comité ejecutivo su deseo de dimitir y proponiendo a Leopoldo Calvo Sotelo como su sucesor en la presidencia del Gobierno. Pío Cabanillas intentó que no se plantease un análisis de personas, y dijo al presidente que lo lógico era que nuestro papel se limitase al de albaceas testamentarios, porque a él le correpsondía nombrar sucesor.

Ante la propuesta del presidente, Fontán haciéndose portavoz de los críticos, declaró que no tenía nada contra el candidato, pero sí contra el método de selección. Óscar Alzaga, después de elogiar al presidente apoyó las palabras de Fontán. Luego llegaron las intervenciones calientes, por no decir impertinentes, de otros compañeros, algunas de las cuales provocaron la salida de la sala de Rodríguez Sahagún y de lepoldo Calvo Sotelo.

Cuando llegó la hora de la votación siete miembros del sector crítico se ausentaron: Óscar Alzaga, Antonio Fontán, Ignacio Camuñas, Álvarez de Miranda, Alonso Castrillo, Luis de Grandes y Miguel Herrero. El candidato Calvo-Sotelo obtuvo 26 votos a favor y una abstención, la de Landelino Lavilla.

El Análisis

MENOS ROLLOS DE CONSPIRACIONES

JF Lamata

«Un militar se dirigió al despacho y puso una pistola encima de la mesa»…, «El Rey Juan Carlos traicionó a Suárez y forzó su marcha…», bla bla bla. La gente puede señalar todas las conspiraciones que quier. Seguramente la tensión militar estaba en el ambiente como seguramente la pérdida de la confianza entre el presidente y el Duque era muy relevante en el contexto político de entonces.

Pero la realidad pura y dura era mucho más simple: en un sistema parlamentario el Gobierno se sostiene mientras mantenga el apoyo de un número suficiente de diputados. El Duque de Suárez se encontró con que más de 40 diputados de su propio partido, la UCD, se negaban a respaldarle (y habían evidenciado su soledad votando contra su candidato para portavoz de UCD y eligiendo al Sr. Herrero de Miñón). Ante eso el Duque de Suárez sólo podía hacer dos cosas o dimitir – y se arriesgaba a una derrota centrista frente a los socialistas-  o ceder su asiento a otro miembro de UCD que sí contara con el apoyo de todo el grupo parlamentario. Ese era el Sr. Calvo Sotelo. No hace falta más.

J. F. Lamata