10 noviembre 1989

El cabecilla de la dictadura, Egon Krenz, intenta liberalizar el régimen para intentar, en vano el hundimiento de la República Democrática Alemana

Se derriba el muro de Berlín y nace un ‘efecto dominó’ contra todas las dictaduras comunistas de la Europa del Este

Hechos

  • El 10.11.1989 el dirigente del Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) Günter Schabowski anunció la supresión del Muro de Berlín que separaba el Berlín de la República Democrática Alemana con el de la República Federal Alemana.

Lecturas

El muro que mantenía encerrados a los habitantes de la Alemania oriental para que no pudieran pasarse a la Alemania occidental fue construido en 1961.

La caída del ‘Muro de Berlín’ por manifestaciones populares en las calles de la República Democrática Alemana causó un ‘efecto contagio’ que se tradujo en manifestaciones populares en el resto de países comunistas de la Europa del Este: Bulgaria, Checoslovaquia, Rumanía, Albania y Mongolia.

¿EL DICTADOR EGON KRENZ, CON LAS HORAS CONTADAS?

egon_krenz El Gobierno de Egon Krez, cabecilla de la dictadura comunista de la Alemania del Este (RDA) tras la dimisión de Honecker, es el responsable de la decisión de la apertura de fronteras y demolición del muro, en lo que se ha interpretado como una media desesperada de contestar a una población furiosa contra el régimen rojo. No obstante, la demolición del muro no parece hacer rebajar los ánimos opositores, sino que acrecienta las ganas de la alemanes del este por poner fin al régimen pro-soviético.

Krenz dimitirá en diciembre de 1989 como presidente de la RDA y será expulsado del partido comunista (en un intento del partido de desvincularse del régimen) en 1990. 

GRAN COBERTURA MEDIÁTICA EN ESPAÑA

zap_cierrePinoTelemadrid Todos los principales canales de televisión del mundo dieron la histórica noticia de la caída del muro de Berlín. En el caso de España destacó la gran cobertura de la televisión pública de la Comunidad de Madrid, TELEMADRID, cuyo responsable de informativos D. Fermín Bocos, mandó a Berlín a su principal estrella, D. Hilario Pino, que con gabardina haría sus telediarios desde Alemania.

10 Noviembre 1989

“El último, que apague la luz”

Manuel Blanco Tobio

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La República Democrática de Alemania se incorporó tardíamente a la ventolera del reformismo, o quizá regeneracionismo, de la Europa del Este. Estaban los polacos y los húngaros tirando por la ventana todo su pasado comunista, pero la RDA daba la impresión de que se mantendría fuera del tumulto bajo el patriarcado de Erich Honecker. Ningún líder comunista europeo podría presumir más que él de fidelísimo a la URSS y a la memoria de Stalin, continuando la tradición que había iniciado Walter Ulbricht.

Y, de repente, los alemanes del Este se echaron a la calle, reclamando libertades y elecciones, y ahora mismo, sin un muerto, sin que se oiga una sirena de ambulancias, un millón de ellos, según se calcula, se disponen a abandonar el territorio de la República. El Gobierno, al fin, ha proclamado su política de pasaportes y visados libres, y el que quiera marcharse, que se vaya. Probablemente nos hallamos ante un acontecimiento sin precedentes en la historia. Toda una nación de 17 millones de habitantes ha tirado del tapón de la bañera, y agua abajo comienza a vaciarse. Hace unos días, vimos en un periódico berlinés un dibujo: una multitud estaba evacuando un lugar, y alguien decía: “El último que salga, que no se olvide de pagar la luz”. Por supuesto, el lugar era la República Democrática.

Esa estampida de los alemanes del Este es rara. La gente suele aferrarse al mundo en que nació, por hostil que le sea. Uno se pregunta a veces, como los sudaneses, o los libios, o los afganos, se pueden jugar la vida defendiendo lo que no son más que vastos arenales, o maniguas, o pedernales. Hace años, circulaba por ahí una viñeta en la que un jeque árabe mostraba el desierto a su hijo y poniendo una mano sobre su hombre le decía: “Piensa, hijo mío, que algún día todo esto será tuyo”.

Piensen ustedes, en cambio, en la Alemania del Este, con sus bellísimas ciudades, como Dresden o Leipzig, con sus grandes Universidades, con sus espléndidas orquestas sinfónicas, y un alto nivel de vida ligeramente inferior, en sólo 500 dólares de renta anual per cápita a la República Federal. Y piensen ustedes en las carreras, en las posiciones profesionales, en los derechos adquiridos de todas esas personas que con lo puesto han franqueado mil obstáculos, han viajado cruzando fronteras y se han plantado en la otra Alemania, a enfrentarse con todos los problemas que esperan siempre a un refugiado: conseguir una vivienda, encontrar trabajo y adaptarse a la libertad.

No crean ustedes que es fácil adaptarse a la libertad. Ha habido gentes que después de huir de algún país comunista han regresado a él, porque no sabían vivir en libertad. Recuerdo haber leído un libro, hace muchos años, de un tal Bárbara Grunert-Bronnen, que se titulaba “Soy ciudadana de la RDA y vivo en la RFA”. Era un libro de lamentación de haberse ido de su tierra. Una inadaptada más, pero ciertamente no sola. En la década de los sesenta, tres millones y medio de alemanes del Este huyeron a la del Oeste, pero lo que sabe poca gente es que no menos de medio millón, en ese mismo tiempo, regresó a su origen, a sabiendas de las oportunidades económicas que habían abandonado y de los riesgos políticos.

La huída de los alemanes del Este a la Alemania del Oeste no es cosa de ahora, pues. Esos tres millones y medio sólo para la década de los sesenta, debió de seguir aumentando en años sucesivos, pero por esa época ya las autoridades comunistas comenzaron a sospechar algo increíble: que su República muy bien podría desplobarse, al ritmo que llevaban las fugas. Comenzaron la restricciones, y toda la frontera que recorre el Elba, poco más o menos, fue erizándose de púas, alambre de espino, torres de vigilancia y perros pastores, recibiendo los centinelas órdenes de disparar a matar, y vaya si disparaban y si mataban. Por último, en 1961, de la noche a la mañana, que es lo que por lo visto el demonio tardó en construir el acueducto de Segovia, en Berlín levantaron un regimiento de albañiles el famoso muro, que llamamos de la vergüenza, pero del que hombres como Honecker parecía que estaban más bien orgullosos. Según ellos, el muro lo habían construido no para que los alemanes del Este huyesen al Berlín Oeste, sino para que ¡los alemanes del Oeste no se pasasen al Berlín del Este!

Delante de este muro, desde una tribuna improvisada, los hombres más ilustres de este tiempo han pronunciado discursos memorables. Desde allí, gritando al Este, dijo Kennedy aquello de ‘Ich bin, ein Berliner’, y mucho más recientemente Reagan rogó a Gorbachov: “Por favor, señor Gorbachov, derribe ese muro”. Era, pues, como eso: Como hablar a una pared. No hay sordera comparable a la de un buen comunista. Los Ulbricht, los Honecker y demás camaradas han permanecido absolutamente sordos a lo largo de más de cuarenta años, y sólo ahora parecen haber oído voces, seguramente no saben dónde, todavía.

Como ya dije, se calcula que quizá un millón de alemanes se vaya de la República Democrática en los próximos meses. Pero nadie podría predecir si los huidos se van a pasar en ese número, o si van a continuar buscando refugio en la RDA. Pueden imaginarse ustedes las consecuencias si la estampida continúa hasta los dos, o tres, o cuatro millones. Absorber semejante cantidad de gente que tiene que partir de cero, o casi, no creo que pueda hacerlo ni siquiera un país tan rico con esa RFA, y cuyo genio nacional es la capacidad de organización. El impacto de semejante masa humana podría volcar cualquier otro país europeo. Ahí tenemos a Francia, que no ha podido digerir bien su población norteafricana o a Gran Bretaña, que en cuanto China hizo la pirula de Tiannnammen despachó corriendo a sir Leslie Howe a Hong Kong, para disuadir a aquellas gentes de sus proyectos de establecerse en Inglaterra, cuando China se hiciese cargo de la colonia, en 1997.

Tan catastróficos podrían ser los efectos de una migración alemana en masa que estamos autorizados a pensar que a lo mejor esa generosidad de dar a voleo pasaportes y visados lleva dentro algo más que buenas intenciones. Apenas podría pensarse en algo más perturbador de la vida de Alemania federal, es cierto. Pero si las autoridades (¿) germanas del Este creen que con eso le crean un problema agobiante a sus vecinos del Oeste y que los ciudadanos que opten por quedarse van a seguir siendo dóciles y disciplinados camaradas, han leído mal el mensaje. Esa Alemania que se ha abierto las venas de su población, que se va a quedar sin los más laboriosos y los mejor preparados, como país se ha descalificado. Su breve historia de menos de medio siglo ha llegado a un abrupto final.

El rescate de un país así volcado, que primero ha humillado y castigado a sus gobernantes, y que después se ha vaciado, sólo podría hacerlo, en su día, la reunificación de Alemania, el gran tema que hasta hace un semanas nadie se atrevía a abrir porque era la caja de Pandora de una Europa arrepentida de lo que Quevedo llamaba sus locuras, temorosa siempre de Alemania, pero admiradora siempre de ella, y más necesitada de ella ahora que nunca.

Sigamos, pues, contando, hasta que alguien nos diga algo parecido a esto; “En el día de hoy ha salido de la ex República Democrática Alemana el último ciudadano que quedaba”.

Manuel Blanco Tobio

10 Noviembre 1989

Krenz no convence a la oposición y se enfrenta a la posible rebelión del partido

Alfonso Rojo

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La primera vez que me crucé con él fue en el atrio de la iglesia de Getsemaní, el templo berlinés en el que anoche se reunieron los opositores del Nuevo Foro para decidir si convertían el movimiento en un partido político. Se presentó como militante comunista y explicó educadamente que venía enviado por la Academia de Ciencias para sondear la opinión de la oposición sobre la futura Constitución de la RDA. Hablaba muy bajo, en ese tono sepulcral y reverente que emplean los ateos cuando se ven forzados por las circunstancias a penetrar en el interior de una iglesia. La segunda vez nos encontramos en un pequeño café de la calle Dimitroff, donde vive Olaf Ritter, de 31 años, un hijo, un diminuto apartamento sin teléfono y un brillante empleo como jurista en el Instituto de Teoría del Estado, uno de los «sancta sanctorum» ideológicos del Partido Socialista Unificado (SED, comunista). «Desde hace veinte años soy miembro del partido, y a pesar de lo que está ocurriendo sigo creyendo que el SED puede continuar ejerciendo un papel dirigente en la sociedad alemana», afirma Olaf con una pasión inusitada.

Enseguida baja la voz, mira a las mesas de al lado y comenta jocoso que ojalá el tipo de gafas no sea uno de los 200.000 miembros del servicio secreto. «Estoy convencido de que el partido va a retomar la iniciativa, que seremos capaces de poner en marcha una renovación radical. Es preciso proceder a un cambio profundo de los cuadros dirigentes y del aparato del Estado», dice Olaf. «El Congreso extraordinario convocado hace unas horas por el pleno del Comité Central y que tendrá lugar entre el el 15 y el 17 de diciembre próximos va a ser nuestra última y gran oportunidad». El joven militante comunista habla de una «tercera vía» entre el capitalismo de la RFA y el estalinismo imperante en la RDA. «Debemos abrirnos al pluralismo político, pero sin poner en cuestión los valores fundamentales del socialismo. El camino emprendido por los polacos y los húngaros no es para nosotros la vía a seguir. El problema es que apenas queda tiempo, y si los de arriba se niegan a abrir los ojos, muy pronto será demasiado tarde».

Cuando llega a este punto, hay en las palabras de Olaf un aroma de desesperación, el mismo que parecen inhalar a bocanadas en estos turbulentos días los dos millones de militantes que tiene el partido. Uno de cada ocho alemanes orientales lleva el carnet rojo del SED, y entre los cuadros medios y los militantes como Olaf crece cada día más, la preocupación sobre el papel que jugarían en un sistema democrático. Egon Krenz, quien parece incapaz de convencer a la oposición de su voluntad reformista, se enfrenta también a una posible rebelión en las filas del partido. La convocatoria de un Congreso Extraordinario hecha pública ayer, estuvo precedida de una ácida carta de la Academia de las Ciencias criticando a la cúpula comunista. «La oferta de diálogo con la oposición no puede ser convincente mientras permanezcan en los máximos niveles de dirección camaradas oportunistas» afirma la misiva, en una clara referencia al «camaleonismo» de Krenz, quien ha pasado de ‘ser el «delfín», de Honecker a presentarse como el «decapitador» de la «vieja guardia» y el paladín de las reformas.

Krenz suele salpicar sus discursos con referencias a «die Wende» (el cambio). Es una maniobra para limitar un poco el perjuicio causado a su imagen pública por las declaraciones de apoyo a los dirigentes chinos tras la matanza de Tiananmen, cuando las alturas estaban filtrando el rumor de que el único responsable de la metedura de pata fue el jubilado Honecker. A pesar de sus recientes autos de fe en favor de la «perestroika» de Gorbachov, el dirigente germano sigue sin convencer a sus conciudadanos. Ni a los que están claramente en la oposición, ni a los afiliados al partido comunista, entre los que se rumorea que Krenz podría ser sustituido el próximo diciembre por Hans Modrow, el más reformista de los nuevos miembros del Politburó. El Congreso Extraordinario elige al Comité Central, que a su vez nombra al Politburó. Cediendo ayer, Krenz ha logrado unas semanas de retraso, pero quizá haya sellado definitivamente su futuro político. Si continúa el éxodo hacia Occidente y los opositores siguen lanzándose a la calle exigiendo libertad, Krenz acompañará muy pronto a Honecker.

10 Noviembre 1989

La caída del muro

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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La decisión del nuevo equipo dirigente de la República Democrática Alemana (RDA) al abrir las fronteras con Alemania Occidental equivale a liquidar el muro de Berlín. El valor simbólico que esta edificación ha tenido desde hace 28 años, como separación entre el mundo de la democracia occidental y el del socialismo de cuartel, subraya la trascendencia del viraje que acaba dar el Partido Socialista Unificado de Alemania Oriental. A las tres semanas de la eliminación de Honecker se derrumba también lo que él representaba. El país socialista que más claramente se había opuesto a la perestroika de Gorbachov toma el camino de Hungría, Polonia y de la misma Unión Sovietíca. Y lo hace a paso acelerado, presionado por un éxodo masivo de sus ciudadanos a través de Checoslovaquia que en los últimos días alcanzaba un ritmo de 200 personas por hora.¿Qué efecto tendrá ahora sobre los que se preparaban a emigrar el anuncio hecho por la nueva dirección de la RDA? Ésta piensa sin duda que las consecuencias serán estabilizadoras. Al saber que la frontera está abierta, la tentación de irse debe disminuir o, al menos, aplazarse. El Gobierno de la RFA está asimismo interesado en que cese la riada humana para evitar desestabilizaciones sociales en su propio territorio. Existe, pues, una coincidencia entre los dos Gobiernos alemanes, anuncio quizá de futuras coincidencias en la nueva etapa de transición que se ha abierto.

La tímida reforma inicial de Krenz, el sustituto de Honecker, fue insuficiente, y ha sido la presión popular, animada por las organizaciones de la oposición, la que impuso los cambios anunciados ayer. El más importante de todos ellos, además de la significación de la apertura de fronteras, es el anuncio de elecciones libres, con transparencia en la Prensa y reconocimiento de los movimientos opositores como el Nuevo Foro, Partido Socialdemócrata o Despertar Democrático. Tal era la principal demanda en las últimas y multitudinarias manifestaciones. Al mismo tiempo, el partido comunista, con la eliminación de los dirigentes más veteranos y duros ideológicamente y la colocación de reformistas como Shabowski y Mardow en puestos decisivos, aspira a recuperar un espacio político e influir en la nueva coyuntura que se avecina. Para profundizar en la renovación ha convocado una conferencia especial el 15 de diciembre. A despecho de su pasado, Krenz se ha subido al tren de la reforma y quiere dirigirlo. Los hechos dirán si con ello ayuda o dificulta la nueva imagen que el partido quiere dar de sí mismo.La noticia de la caída del muro (aunque físicamente tarde en derruirse) y la perspectiva de democratización en la RDA obligan a reflexionar sobre algunas consecuencias fundamentales para Europa: entramos en una etapa de política «sin enemigo». La simplificación -y en cierto modo la garantía de estabilidad- que ofrecía el sistema de los dos bloques se está esfumando y, consiguientemente, aumentan las posibilidades de que muchas de las preocupaciones e inversiones concentradas hasta ahora en lo militar se trasladen hacia esferas constructivas en otros ámbitos.

El otro gran asunto es la unificación alemana: concebida hasta ahora en forma teórica, su concreción parece acercarse. Francia se prepara a ello, como dijo Mitterrand en su último viaje a Bonn. Serán necesarias fórmulas de transición, quizá de tipo federativo, para evitar incompatibilidades mientras permanezcan los dos bloques militares. Pero la apertura de las fronteras crea, en todo caso, una realidad física de intercomunicación entre todos los alemanes, sus instituciones y sus partidos, cuyo efecto es difícil medir.

Entramos en una etapa en la que el papel político de la Comunidad Europea se fortalecerá y será decisivo para eliminar, o paliar, los recelos que suscita la idea de la unidad alemana. En todo caso, la Europa de las fronteras interalemanas abiertas es ya una Europa distinta de la de ayer. El mito de toda una generación, el muro de Berlín, ha caído.

11 Noviembre 1989

El muro era Alemania

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Y si el muro se derrumba, ¿qué queda de la RDA? Porque esa línea de cemento y alambre de espino, levantada un 13 de agosto de 1961, raya simbólica aún más que material, es el alma única de una ciudad fantasma, Berlín Este, y, por extensión, de un fantasmal país llamado -aún- República Democrática Alemana. El muro no cerró la RDA, la constituyó. Es, por eso, mucho más que una frontera lo que ahora se ha desplomado. La identidad nacional de la RDA -o su simulacro de identidad, si se prefierequeda pulverizada junto al muro. Hasta el gobierno Gorbachov, pese a su situación de extremo debilitamiento, se ha sentido obligado a recordarlo. Las fronteras de Yalta y Postdam se hallan en peligro. Y eso supondría el fin de una entente, más o menos tensa, que ha mantenido inalterable el equilibrio militar sobre Europa durante cuarenta y cuatro años. No es una línea sola la que se encuentra en juego. Es todo el rompecabezas centroeuropeo. Alemania, conviene no olvidarlo, fue un problema irresuelto tras del 45. Sigue siéndolo. Sin un tratado de paz final. De la recomposiciópn de las tres zonas controladas por los aliados nació, en mayo del 49, la República Federal Alemana. Fue un acto de guerra fría al que los soviéticos respondieron, cinco meses más tarde, con la invención de la RDA. Actos regidos por una lógica que nada sabe de racionalidades fronterizas. Además de arbitrarios, irrevocables. El Este se desploma. Ese es el problema esencial de este final de siglo. La crisis económica, camuflada durante décadas, no deja ya lugar a la menor esperanza. Toda la apuesta gorbachoviana se reduce probablemente a conseguir tan sólo que el derrumbe se efectúe bajo control. Más vale que así sea: la recomposición general de fronteras en Centrouropa, que el hundimiento general de la RDA implicaría, no es asunto que pueda afrontarse sin gravísimos riesgos. Y el control -no nos engañemos- no parece muy garantizado. El caos que la huida desenfrenada de la población germanooriental revela, prefigura una situación insoluble. De confirmarse los datos que preven la salida de más de un millón y medio de ciudadanos, esencialmente situados en la franja de edad que va de los 20 a los 40, la RDA habrá dejado demográficamente de existir. Sin más. Y quienes se precipitan a festejar la reunificación alemana, tal vez debieran reflexionar un momento. ¿Qué Alemania? No han existido jamás fronteras definidas en la zona. Territorios que fueron el Reich hoy son polacos, checos, rusos … No hay mapa que restablecer, porque nunca hubo aquí un mapa previo. ¿Nuevo reparto? Y, ¿es preciso recordar qué argumentos sellaron los «nuevos repartos» de 1919 y 1945? El muro se desploma. Y Centroeuropa vuelve a ser una convención geoestratégica flotando en el vacío.