23 febrero 1996

Para el filósofo el columnista EL MUNDO es al periodismo 'lo que los golfos apandadores a los tebeos de Mickey Mouse'

Fernando Savater acusa al periodista Pablo Sebastián de ‘golfo’ y ‘chantajista’ y este le acusa de tener las manos manchadas de sangre

Hechos

  • D. Fernando Savater aludió a D. Pablo Sebastián en un artículo del diario EL PAÍS el 23 de febrero, el Sr. Sebastián le aludió en otro artículo de EL MUNDO el 25 de febrero, lo que llevó al escritor a dedicarle íntegramente un artículo en EL PAÍS.

Lecturas

La mala relación de D. Pablo Sebastián (columnista de EL MUNDO y portavoz de la asociación de periodistas antifelipistas AEPI, ‘El Sindicato del Crimen’, fundado en agosto de 1994) con el Grupo PRISA era notoria desde que esta empresa le demandó por considerarse injuriada.

De entre sus firmas una con la que más parecía tener diferencias el Sr. Sebastián era con D. Fernando Savater, que el año pasado le calificó de ‘bribón e imbécil’ o a decir que en un átomo de D. Felipe González había más decencia que en un grupo de periodistas entre lo que volvía a incluir al Sr. Sebastián.

En febrero de 1996 se produjo una fuerte polémica entre ambos, por una nueva referencia despectiva del Sr. Savater contra D. Pablo Sebastián en un artículo dedicado a valorar a la Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI):

«la AEPI se presenta también como un poder, aunque sea un poder contrapoder; es decir, un poder contra el poder de otros, como todos los poderes. Quizá hubiera sido más sincero, aunque menos eufónico, denominar este compendio ‘Contra el Gobierno socialista’ o ‘Contra manipulaciones informativas favorables al Gobierno socialista'». (…)

«En la AEPI, como es lógico en una agrupación de figuras tan diversas, hay de todo: desde (…) buenos periodistas de investigación hasta Pablo Sebastián, que es al periodismo hispano lo que los golfos apandadores a los tebeos de Mickey Mouse».

«A algún miembro de la AEPI le he oído yo por radió a la hora del desayuno, le he leído a media mañana, le he visto en televisión a mediodía, en la radio otra vez por la tarde y de nuevo en televisión por la noche, siempre denunciando con el mismo brío la mordaza que el felipismo ha impuesto a las voces disidentes».

El tertuliano de la AEPI al que, según el Sr. Savater, había visto denunciar mordaza a la vez que participaba en multitud de programas de televisión, bien podría ser D. Federico Jiménez Losantos, que era tertuliano en ‘La Mañana’ de la COPE, en el programa del Sr. Ónega de TELECINCO o en el programa ‘La Linterna’, también de la COPE. Pero el caso es que a la hora de criticar a la AEPI, el único nombre que citaba el Sr. Savater era el de D. Pablo Sebastián, que era el portavoz de la AEPI.

El portavoz de la mencionada AEPI replicó en EL MUNDO y no se templó mucho a la hora de responder a D. Fernando Savater, al que, prácticamente acusó de asesinato al decir que tenía las manos manchadas de sangre por, según el Sr. Sebastián haber apoyado los GAL.

El Sr. Savater tampoco se contuvo ni un pelo y dedicó un artículo de EL PAÍS íntegro a responder al Sr. Sebastián titulado ‘el perfil de un chantajista’. En él el Sr. Savater desvelaba que D. Pablo Sebastián ya le atacó en su etapa de director de EL INDEPENDIENTE en 1988 después de que él rechazara dejar de colaborar en EL PAÍS para publicar en el citado medio.

 

23 Febrero 1996

MONDO KANE

Fernando Savater

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En la AEPI hay de todo: desde columnistas cuyo nombre ya está ligado para siempre a la historia del género, como Umbral, hasta Pablo Sebastián, que es al periodismo hispano lo que los golfos apandadores a los tebeos de Mickey Mouse

Dos personajes cinematográficos tienen el privilegio de emblematizar por encima de tantos otros (el séptimo arte se ha ocupado con frecuencia del cuarto poder) el coraje y la arrogancia del periodismo. Uno de ellos es Dutton Peabody, el periodista borrachín magistralmente interpretado por Edmond O’Brien en El hombre que mató a Liberty Valance, al que los pistoleros le destrozan el diario y le dan una paliza de muerte. Caído y maltrecho, aún proclama con la boca partida a los amigos que acuden para socorrerle: «¡Le he hablado a ese Liberty Valance de la libertad de prensa! «. Su contrafigura la constituye el ciudadano Kane de Orson Welles, ambicioso, dominante y manipulador, que utiliza sus periódicos con toda desvergüenza para desacreditar a sus rivales políticos y alcanzar el máximo de poder personal. La luz y la sombra de la enorme influencia que los medios informativos han ido alcanzando en las sociedades modernas incluso desde antes de que éstas llegaran a ser plausiblemente democráticas.Supongo que no hay periodista que no se crea a ratos llamado a un destino heroico a lo Dutton Peabody, aunque no se imagine ese edificante ideal ambientado en un bronco decorado del Far West, sino más bien en la redacción de The Washington Post durante el asunto Watergate… y, por supuesto, renuncie gustoso al paso por traumatología del viejo héroe. Quizá hoy los únicos émulos de Peabody que están padeciendo peor martirio que él sean los compañeros de la prensa argelina, y, si Dios y la Ertzairtza no lo remedian, algunos profesionales corajudos del País Vasco: en ambos casos afrontan a brutos desalmados que dejan en mantillas a Liberty Valance y sus muchachos.

Sin embargo, también la sombra denostada de Kane tiene partidarios que no se atreverían a confesar su admiración por él en público, quizá ni siquiera a sí mismos en la intimidad de su conciencia. Y no pocas veces Ios émulos de Dutton Peabody y los de Kane son los mismos, pues dentro de ellos se declaran cómplices ambos arquetipos, simbiosis que se justifica más o menos secretamente razonando que hoy en día no se puede luchar eficazmente contra Liberty Valance sino aceptando en buena parte las estrategias poco limpias del magnate sin escrúpulos. Y quizá esa actitud no sea mera hipocresía. El aumento exponencial de la importancia de la información en la sociedad actual, cuya complejidad es inabarcable, y la multiplicación universal de noticias imponen seleccionar, orientar, subrayar y, en último término, manipular siempre en cierta medida la atención del cliente que lee, oye o contempla. El antiguo ideal educativo del humanismo, que hoy parece elitista y por tanto descartable, pretendía fraguar en cada cual la capacidad de crearse una opinión personal a partir de la tradición y la experiencia; de lo que ahora se trata es de configurar una opinión pública, maremoto populista sobre cuyas olas puedan viajar los caudillos de masas que gobiernan las grandes democracias. Una de las pensadoras imprescindibles de la modernidad, Hannah Arendt, propugnó sin demasiado éxito la urgencia de delimitar el espacio público en el que debían afrontarse las opiniones propias de cada cual. Pero lo que cuenta actualmente más bien es promocionar un espacio de unanimidad masiva que vuelva irrelevantes o excéntricos los criterios personales. Para lograr esta mentalidad coral que no tiene por qué ser mala en sí misma, pues lo mismo puede convenir en lo reactivo y persecutorio que en el humanitarismo solidario- parecen ser imprescindibles los manejos de Kane, y no basta ya con el simpático coraje individual de Dutton Peabody.

Los medios de comunicación son una forma de poder: eso es indudable. Como todo poder, entra en colisión con otros, se mide con ellos, busca su propio espacio de dominio y puede ejercer una influencia emancipadora o esclavizante sobre la autonomía de los individuos de la democracia masificada. Como también ocurre en el terreno de la educación, lo liberador y lo avasallador son a veces difíciles de discernir y aún más de separar. La denuncia mediática sobre tal o cual aspecto social oficialmente maquillado casi siempre es útil, pero nunca inocente: el mismo paladín que nos abre los ojos sobre ciertas cosas puede contribuir simultáneamente a cerrárnoslos para otras no menos importantes. No enturbian estas perplejidades, desde luego, el triunfalismo polémico que caracteriza las aportaciones de Contra el poder (Ed. Temas de Hoy), el libro que sirve de plataforma a un grupo de profesionales de la información reunidos en la AEPI (Asociación de Escritores y Periodistas Independientes). El propio título ya se presta al equívoco, pues desde la contraportada, corroborada luego por varios de los autores, la AEPI se presenta también como un poder, aunque sea un poder contrapoder; es decir, un poder contra el poder de otros, como todos los poderes. Quizá hubiera sido más sincero, aunque menos eufónico, denominar este compendio Contra el Gobierno socialista o Contra manipulaciones informativas favorables al Gobierno socialista.Nada hay que reprochar en principio a este objetivo, de cuya utilidad pública se han dado en los últimos años notables pruebas, salvo la autosatisfacción carente de cualquier matiz crítico con que se ofrece. En la AEPI, como es lógico en una agrupación de figuras tan diversas, hay de todo: desde columnistas cuyo nombre ya está ligado para siempre a la historia del género, como Umbral, o buenos periodistas de investigación hasta Pablo Sebastián, que es al periodismo hispano lo que los golfos apandadores a los tebeos de Mickey Mouse, ciertos peristas de dossieres robados o la aportación mediterránea de algún ximplet, como diría Pujol. Preside el conjunto la denostación permanente de la concordancia informativa de los medios rivales y la entusiasta promoción de la propia. A algún miembro de la AEPI le he oído yo por radió a la hora del desayuno, le he leído a media mañana, le he visto en televisión a mediodía, en la radio otra vez por la tarde y de nuevo en televisión por la noche, siempre denunciando con el mismo brío la mordaza que el felipismo ha impuesto a las voces disidentes y la insoportable concentración de medios periodísticos en unas pocas manos. Observa Gibbon que, leyendo a Tito Livio, uno podría suponer que el Imperio Romano conquistó el mundo en defensa propia. De igual forma, la lectura de Contra el poder parece sugerir que los miembros de la AEPI llevan a cabo su inquisición periodística movidos exclusivamente por el terrible agobio de la autocracia informativa gubernamental y sin ninguna ambición propia, sin ningún afán de revancha contra otros medios un día amados o sin el propósito de ganar preeminencia sobre ellos en el favor público y sobre todo sin que nuevos intereses económico-políticos respalden una tarea de demolición a veces muy oportuna pero en otros casos bastante sectaria. ¿Independientes? Bueno, eso depende.

Los que leemos más por vocación que por oficio cuatro o cinco periódicos al día (uno más si cuento el Sporting Life en temporada hípica) disfrutamos con las buenas polémicas como cada quisque, pero sentimos cierta amargura cuando da la impresión de que los enfrentamientos tienen el objetivo de ampliar el mercado y no de ampliar el campo de la verdad. ¿Es imprescindible que la honestidad propia se reafirme primordialmente poniendo en cuestión la ajena? ¿Sale ganando el público con tales intercambios de chismorreos ácidos o sólo logramos la promoción de unos cuantos títeres de cachiporra que estragan su paladar en lugar de formarlo? No sé, me gustaría poder preguntarle su opinión a Dutton Peabody sobre todo esto.

Fernando Savater

25 Febrero 1996

FERNANDO SAVATER, EL GALLO DEL MORÓN

Pablo Sebastián

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Savater tiene las palmas de blanco cal viva, pero para tapar las manchas de rojo sangre y verde dólar que dejaron, en sus manos trinconas de subvención, los continuos saludos y apretones de sus amigos, los grandes jefes de los GAL.

El felipismo tiene un mal perder. Quieren morir matando, y las ratas bizcas que abandonan el barco echan por la borda su última vomitona antes de saltar. Se van nadando por los desagües desde el búnker de La Moncloa hasta la sentina del buque insignia del régimen, el diario gubernamental, donde Sito Polanco, o «Jesusito del Gran» poder, o el «Tío Gilito» de los fondos FAD, que diría el filósofo felipista Fernando Savater, da munición a los cuatreros para que ejerzan su nuevo empleo de francotiradores serbios.

¡Pobre Savater, intelectual de la OTAN y los bombardeos infames de los B-52 sobre los puentes del Tigris en Bagdad! ¿Te llegó la foto dedicada del general Schwarkopf? En aquella guerra, el Séneca -más bien el Pemán- de cabecera de González fue nombrado piloto de honor y «gallo de Morón» de la base secreta de los B-52. Pero, ¿cómo tiene este pajarraco la desfachatez de dar clase de Etica en la Universidad donde los jóvenes llevan las manos pintadas de blanco de paz?

Savater tiene las palmas de blanco cal viva, pero para tapar las manchas de rojo sangre y verde dólar que dejaron, en sus manos trinconas de subvención, los continuos saludos y apretones de sus amigos, los grandes jefes de los GAL y la corrupción. ¿Quién era el gran asesino y ladrón jefe de los GAL? Dígalo, dígalo, profesor.

Se han quitado la careta en la recta final, y el núcleo duro del felipismo, con González a la cabeza, insulta a la Prensa que los derrotó y los dejó en evidencia. Esa es su peculiar manera de rendir homenaje a quienes dijeron la verdad. A los que denunciaron el crimen y la corrupción que fomentaban y cobijaban estos intelectuales de La Bodeguilla a cambio de unas monedas, honores, cargos y medallas, el «sindicato del premio», caído a los pies del ‘Sindicato del Crimen’.

Aurora Pavón

27 Febrero 1996

PERFIL DE UN CHANTAJISTA

Fernando Savater

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¿Qué les parece lo de acusar a alguien de tener las manos cubiertas de cal viva y señalarle en su trabajo universitario, una semana después de que en las aulas fuera asesinado otro profesor al que también la maledicencia había inventado culpables complicidades gubernamentales?

El primer aviso sobre la catadura moral (en su caso, caradura inmoral) de Pablo Sebastián lo tuve cuando me llamó para colaborar en  EL INDEPENDIENTE, aquel periódico de andadura falaz y final infeliz para todos salvo para quien afanó los cien millones que todo golfo que se precie sabe llevarse de cada naufragio. Por entonces, Javier Pradera y yo éramos las dos incorruptibles lumbreras que a toda costa Pablo Sebastián quería arrebatar a EL PAÍS para enriquecer las páginas de su nuevo diario, es decir para enriquecerse. Como ni Pradera ni yo cedimos a sus halagos de entonces, espontáneamente abyectos como cuanto proviene de ese personaje, nos advirtió que si no colaborábamos «nos meteremos con vosotros». El persuasivo lenguaje de Al Capone vuelven a reinventarlo los caponcillos en cada ocasión en que creen tener vara alta. Pronto tuve ocasión de experimentar personalmente las consecuencias de no haber cedido al chantaje. En el programa que Fernando Tola tenía por entonces en televisión mantuvimos un debate bastante duro Javier Sádaba y yo sobre la violencia terrorista en el País Vasco. La discusión fue importante en su día, porque por primera vez se rompió cierto tabú que desde la intelectualidad de izquierdas, si no justificaba, al menos comprendía y «contextualizaba» la violencia terrorista etarra por sus virtudes anti-sistema. Naturalmente, mi posición en aquella efeméride no dejaba de presentar ciertas obvias incomodidades para mí, que era profesor de la Universidad del País Vasco y convivía diariamente con los protagonistas de un drama del que otros hablaban desde lejos. Pero esas consideraciones no frenaron a Pablo Sebastián, que, con frustración de chantajista que quiere hacer un escarmiento para que otras posibles víctimas no crean poder rebelarse impunemente, publicó un editorial en EL INDEPENDIENTE, titulado «La derrota de Savater», donde se me regañaba por haber alzado la voz con una vehemencia que el bribón consideraba de mal gusto. Seguro que si antes hubiera aceptado escribir para él me habría concedido la corona de héroe nacional.

A continuación, tanto Javier Pradera como yo seguimos siendo periódicamente insultados (junto a personas de todo tipo, desde señoras que, por lo visto, se le habían resistido hasta Juan Benet, al que ofendió incluso el día de su muerte, Jesús Polanco o más recientemente Alberto Ruiz Gallardón) en una columna de calumnias a tanto la línea, amparada por los beneficios de la elipsis chistosa y la sacrosanta libertad de expresión, que el golfo apandador firmaba y firma (en EL INDEPENDIENTE, en ABC y ahora en EL MUNDO) como Aurora Pavón. Características técnicas de este escuerzo: la peor de las intenciones aliviada, menos mal, por la nulidad literaria.

Semejantes títeres de cachiporra viven de escupir vitriolo contra todo y contra todos, pero no admiten que nadie se atreva a infligirles el menor rasguño. Como su negocio es amedrentar, no toleran que se les responda, porque eso podría desencadenar una reacción en cadena que zapara su prestigio de matasietes. De modo que la referencia a Pablo Sebastián en mi artículo- Mondo Kane (EL PAÍS, 23 de febrero) ha desatado la bilis del golfo en su página de Aurora Pavón (EL MUNDO, 25 de febrero). Era de esperar y, por tanto, no cabe hacer mayores aspavientos: sería como quejarse de que un retrete recién usado no oliese a violetas. Pero vean el tono de la invectiva, porque lleva moraleja: «¿Cómo tiene ese pajarraco la desfachatez de dar clase de Ética en la Universidad donde los jóvenes llevan las manos pintadas de blanco de paz? Savater tiene las palmas de blanco cal viva, pero para tapar las manchas de rojo sangre y verde dólar que dejaron, en sus manos trinconas de subvención, los continuos saludos y apretones de sus amigos, los grandes jefes del GAL y la corrupción». Dejemos de lado la majadería sobre la subvención, relleno necesario del calumniador a sueldo que repite su falsilla sabiéndose impune; apartemos también que, aun antes de haberme ganado la reconvención de Pablo Sebastián por mi debate con Sádaba, mi repudio del GAL en otro programa de Tola me había ya valido la patriótica censura de Jiménez Losantos en DIARIO16. Pero ¿qué les parece lo de acusar a alguien de tener las manos cubiertas de cal viva y señalarle en su trabajo universitario, una semana después de que en las aulas fuera asesinado otro profesor al que también la maledicencia había inventado culpables complicidades gubernamentales? Pues bien, ahí lo tienen ustedes: caiga quien caiga. Pero no hablemos de revancha de chantajista o de incitación al crimen, porque lo políticamente correcto hoy es llamarlo «periodismo independiente».

Fernando Savater

El Análisis

CUANDO UN ENFRENTAMIENTO SE VUELVE OPORTUNO

JF Lamata

EL PAÍS, al menos oficialmente, no había sido un periódico de grandes polémicas macarras. El Sr. Savater había participado en dos reseñables: la que mantuvo con D. Federico Jiménez Losantos en 1979 y la que mantuvo con los Sádaba en 1988. Pero en ambos casos las polémicas se habían realizado íntegramente en las páginas de EL PAÍS. Pero ahora el columnista de EL PAÍS estaba polemizando con un columnista de EL MUNDO, cuando lo habitual de EL PAÍS con el enemigo era ignorarlo para no darle publicidad. Pero desde enero de 1996 – desde el tema de Eductrade y los FAD y demás – las cosas habían cambiado el diario de PRISA con respecto a EL MUNDO. Ahora se estaba en guerra total. Los columnistas de EL PAÍS podían dedicar columnas enteras a rajas contra EL MUNDO, era el momento de descender al barro.

J. F. Lamata