17 diciembre 1979

Despejados los rumores que, tras las elecciones de 1979, insinuaban que Fraga iba a retirarse

3º Congreso de AP – Manuel Fraga elegido nuevo presidente de Alianza Popular y Jorge Verstrynge nuevo Secretario General

Hechos

  • A finales de 1979 se celebró el III Congreso de Alianza Popular en el que D. Manuel Fraga Iribarne fue elegido nuevo presidente de Alianza Popular (tanto de la federación de AP, como del partido de AP) y D. Jorge Verstrynge pasó a ser el Secretario General

Lecturas

En el III Congreso de Alianza Popular (congreso simultáneo tanto del partido unido de Alianza Popular como de la Federación de Alianza Popular) el fundador D. Manuel Fraga Iribarne es elegido presidente de ambas entidades con D. Jorge Verstrynge Rojas como su nueva mano derecha el 17 de diciembre de 1979.

  • fraga_82_86_89 Presidente – D. Manuel Fraga Iribarne.
  • Vicepresidentes del partido unido de AP – D. José María Ruiz Gallardón, D. Luis Ortiz Álvarez, D. Manuel García Amigo.
  • Vicepresidente de la Federación de AP – D. Álvaro Lapuerta Quintero, D. Abel Matutes Juan y D. Juan Antonio Montesinos García.
  • verstrynge_2 Secretario general: D. Jorge Verstrynge Rojas
  • Secretarios generales adjuntos: D. Guillermo Kirkpatrick Mendaro, D. Jesús Pérez Bilbao y D. Miguel Ramírez González.
  • Vocales: D. José Manuel González Páramo, Dña. Carmen Llorca Villaplana, D. Antonio Hernández Mancha, D. Rodrigo Rato Figaredo y D. Manuel Gasset Dorado.
  • Nuevas Generaciones – D. Alejandro Francisco Martín Carrero.

D. Manuel Fraga Iribarne asume por tanto la presidencia del partido del que es fundador en sustitución de D. Félix Pastor Ridruejo, que abandona la formación.

JÓVENES EN LA DIRECCIÓN DE AP: RODRIGO RATO Y MANCHA

D. Rodrigo Rato fue uno de los jóvenes fichajes que realizó el Sr. Fraga para la dirección de Alianza Popular,  él, el Secretario General Sr. Vertrynge, otros jóvenes que entraron en 1979 fueron D. Antonio Hernández Mancha.

11 Noviembre 1979

Fraga se lo monta

Francisco Umbral

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O sea que aquella mañana llegó Fraga subido en la formidable y espantosa máquina de Alianza Popular.-Un militante de base, como usted, no debiera utilizar la formidable y espantosa máquina para venir a la oficina -le reprendió Félix Pastor Ridruejo, que todavía era presidente de algo-. Debiera usted venir en autobús.

-Los autobuses, los microbuses, los carrilsólobuses y los medios de comunicación y transporte en general están orquestados por un Ayuntamiento rojo a cuyo carro de fuego jamás me subiré, porque según Donoso y blablablá -se enrollaba don Manuel.

-Le pierde a usted la grandeur, don Manuel, como a De Gaulle, que acaba de quedarse viudo de su viuda. No se trata de venir en carro de fuego a la oficina, para cuatro que somos aquí en Alianza, sino de tomar el bus, que eso hace democrático.

-Es que el bus apesta de pasotas y abortistas. Todos los pasotas venían abortando en el bus, mayormente por los frenazos. La calle es mía, pero tendré que acabar viniendo a esta oficina de salvar España subido en Donoso Cortés.

-Usted no repara en subirse encima de quien sea, don Manuel.

-Y usted me está pareciendo un revisionista, esta mañana. Hale, ya no es usted baranda, Pastor, que me he cansado de jugar a ser base. Ahora voy a ser el presidente interino de usted.

-Bueno -dice Pastor Ridruejo-, la política tiene sus reveses. Me pondré yo ahora de base interina, ya que no tenemos otra, pero le advierto, don Manuel, antes de retirarme a mis bases, que ha dejado usted mal aparcada la formidable y espantosa máquina.

-Que le den las llaves a Areilza, que le tengo uniformado de embajador/ abrecoches (son dos gremios que van casi iguales), y que lo aparque por su sitio.

-El conde dice que si usted le ha tomado por el portero de Bocaccio -redarguye Félix Pastor.

-Pues que me lo aparque Ruiz-Gallardón.

-Está en la guerra civil, de enviado especial.

-Esto es un mal rollo, Pastor. Tendré que ir esta tarde a las Cortes politicastras y caducas, a hablar para los cuarteles.

-Pues vaya usted a los cuarteles directamente, don Fraga.

-No me falte al respeto, Pastor, que parece usted Umbral y yo no soy el de la Cierva.

En estos párrafos estaban, largando cantidad, cuando llegó la grúa de Tierno, llena de grímpolas y gallardetes soviéticos, a multar a don Manuel y llevarse la formidable y espantosa máquina.

-¡Rojos, rojos, la calle es mía! -y don Manuel les daba a los gruarios con el portafolios, macizo de Balmes.

-No se ponga así con el Municipio frentepopulista, don Manuel -templaba gaitas Félix Pastor, desde la base.

-Me pongo como me sale de donde me rasco. Lo dije, lo dije: ya está aquí la horda antiespañola y la canalla moscovita.

-Son sólo los chicos de la grúa, don Manuel.

Fraga (a los reporteros de calle que han acudido a informar del caso): «La Casa de la Villa y el Kremlin han orquestado una campaña contra mi formidable y espantosa máquina de Alianza. Pero me trae flojo la carga y descarga democrática. La calle es mía y aparco donde quiero. Para algo soy presidente interino de mí mismo.» (Y posa napoleónida para nadie.)

14 Diciembre 1979

El espacio político de la derecha

Félix Pastor Ridruejo

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¿Es la derecha política una derecha vergonzante? ¿Padece complejo de inferioridad que la impida definirse como tal? ¿Siente el temor de ser objeto de un rechazo popular de tal alcance que se ve obligada a esconder su propia condición para mendigar unos escasos votos que permitan su subsistencia? Mientras la izquierda siente el orgullo de exhibirse verazmente, la derecha se refugia en definiciones incoloras. Busquemos las razones para ello.

¿Acaso tiene la derecha razones históricas para ocultar su propia condición? Hay motivos para pensar que así sucede. El fundamento por el cual un grupo político, cuya imagen y cuya ideología responde a las definiciones clásicas de la derecha puede esconder tal condición o encubrirá con un pudoroso manto incoloro, nace con frecuencia de la mala conciencia de una derecha sociología que ha aceptado durante muchos años unas reglas no democráticos. ¿Sucede acaso que la derecha tiene la convicción de que su propio espacio político es excesivamente estrecho?

Supuesto que toda definición política implica una limitación del propio electorado podría parecer en este caso razonable no hacer más definiciones que las imprescindibles, o hacerlas tan ambiguas y difusas que nadie pudiera sentirse rechazado u ofendido por la misma definición. En este sentido la derecha política rehuiría toda afirmación que limite de su electorado, insegura acerca de la dimensión de éste. ¿Sucede acaso que en el fondo del rechazo a la idea de la derecha se oculta la convicción de que el centro como ideología y como estrategia es la sola actitud política útil en los actuales momentos? Se trata, en este caso, de la razón más seria y más profunda. Puede suceder que grupos políticos o personas cuya ideología arranque del centro se hayan visto conducidos por los resultados electorales y por los pactos y conciertos establecidos en determinado momento a ocupar el espacio político de la derecha. Nos hallamos ante la más honesta de las posiciones de quienes resisten a aceptar una calificación de derecha. Se trata de las actitudes de aquellos que no están identificados con lo que históricamente constituye el centro político que representa UCD, y que, sin embargo, tampoco se definen cómodamente como gentes de la derecha, por lo que proceden a practicar ofertas alternativas de una política sustancial de centro.

Frente a estas posibles alegaciones voy a exponer las razones por las cuales en los momentos presentes es decisivo que el papel de la derecha, la definición como derecha y el juego político de la derecha deban ser claramente aceptados por un grupo político que no oscurezca su definición, ni niegue el lugar, el espacio político en que está ubicado, y actúe en consecuencia.

1 – La derecha democrática es hoy una urgencia ciudadana y un clamor ante la situación nacional. Muchos españoles, silenciosos durante largo tiempo, reclaman en estos momentos la presencia de una derecha que no niegue su condición. Y lo más importante es que a la voz de estos ciudadanos, que se definen a sí mismos como derecha, se añade el testimonio de los otros situados en posiciones inteligentes de izquierda.

2 – La UCD no es la derecha, aunque recoja una parte importante del voto sociológico de la derecha. Cumple mal su encargo todo aquel que no acepta representarlo. El papel desempeñado hasta ahora por UCD no ha sido el de la derecha. UCD ha hecho en general política de centro, a veces de centro izquierda, y rara vez ha tomado actitudes claras en línea diferente.

3 – Sólo con la presencia clara de una derecha democrática que acepte su espacio y su definición se puede producir el equilibrio de las fuerzas políticas. En las democracias pluralistas la política es el resultante del equilibrio de las fuerzas en presencia. La alteración de contenidos, o de la definición, o de la posición de cualquiera de ellos, afecta al resultado global. Una derecha que se defina y acepte como tal no puede faltar en una democracia moderna sin que se altere el conjunto.

4 – Hacer estas afirmaciones no significa endurecer una línea política o ‘derechizar’ peyorativamente el rumbo de un partido. Este tipo de acusaciones dirigido a quienes pretendemos una definición clara de la derecha implica un juicio negativo de lo que es la misma derecha. Usar la palabra derecha o derechizar como una especie de reproche significa que alguien entiende que las actitudes de la derecha encubren fines y pretensiones poco claras, poco democráticas o poco justas. La derecha moderna está por la democracia, por las libertades y por la justicia, pero tiene sus propias ideas sobre el modo como hay que realizar esto, porque tiene su propio modelo de sociedad. Para conseguirlo ni debe estar ausente del espectro político, ni debe ocultar su condición.

Félix Pastor Ridruejo

11 Diciembre 1979

Derecha y centro

José María de Areilza

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La polémica sobre la derecha y el centro sigue encendida y con aire de subir de punto en las semanas y meses próximos. Se habla y escribe con insistencia sobre la «desunión de la derecha», debida, por lo visto, a los fuertes personalismos e incompatibilidades consiguientes. «Hay que unir la derecha con urgencia», se repite una y otra vez. Pero, ¿qué es la derecha? ¿Dónde está la derecha? Recientemente, uno de sus lideres no parlamentarios, don Federico Silva, señalaba, acertadamente, que en la Europa occidental industrializada la derecha representaba casi un 50% del voto popular. Lo que le permitía gobernar, en estos momentos, en la mayoría de los países comunitarios, por ejemplo.

En España sucede lo mismo. En las últimas elecciones. generales la derecha obtuvo un bloque de votos ligeramente superior a los de la izquierda socialista y comunista, convertidos después en sensiblemente superiores en el Parlamento, a través del sistema electoral proporcional y el artilugio hondtiano. Los votos de la derecha fueron en su inmensa mayoría a parar a las candidaturas del partido del centro. Análogamente a lo que ocurre en Alemania federal, Gran Bretaña, Francia e Italia, los electores de la derecha y los de las izquierdas socialistas se igualan, pues, globalmente, en porcentajes, y es, en última instancia, una mínima porción de ese electorado el que decide en cada elección los resultados parlamentarios finales.

En España es la derecha la que está en el poder y gobierna. desde hace cuarenta años. Los intereses esenciales que defiende -tan legítimos como los que defiende la izquierda- no impiden que la formulación de sus propósitos necesite modificarse drásticamente para hacer frente a las exigencias, aspiraciones y problemas de la sociedad que tiene delante. Cuarenta años son casi medio siglo. ¡Y qué medio siglo! Sin grave error puede afirmarse que no hubo un período de la historia humana con tantas y tan profundas modificaciones como las sucedidas de 1939 acá. El mundo de la electrónica y de la informática, con sus espectaculares incidencias en la existencia cotidiana de todos; la era nuclear instalada en el orden militar y civil con un cúmulo de resultados y condicionamientos positivos y negativos; los cohetes, satélites y estaciones espaciales. El despertar del Tercer Mundo y de los grandes movimientos populares y religiosos de diverso signo. Los 110 nuevos Estados independientes. ¿Qué grupo, partido, ideología política o tendencia social puede limitarse ante esta metamorfosis gigantesca a recitar su cartilla dogmática de los años treinta?

A cada época política corresponde su lenguaje y su mentalidad adecuados. En España tenemos a esos efectos el episodio ilustrativo de los años treinta. La caída de la Monarquía, en unas elecciones municipales, arrastró consigo la práctica totalidad de los partidos políticos del espectro de la derecha que habían funcionado hasta 1923, y unos pocos meses más, desde 1930 hasta el 14 de abril republicano. La derecha se reorganizó, fundamentalmente, con una imagen nueva y un tono doctrinal distinto. Fue la Acción Popular, luego convertida en Confederación Española de Derechas Autónomas, la que proporcionó, con el «cedismo», también llamado populismo o democracia cristiana, el contenido político a la derecha sociológica del país. Su joven líder, José María Gil Robles, diputado y catedrático de Salamanca, fue la gran revelación parlamentaria y política de la derecha durante la República. Acató la Constitución y se declaró neutral ante el problema de las formas de Gobierno. Pudo haber consolidado la República de abril, insertando definitivamente la derecha política en el turno equilibrado de poder. Pero, a partir de la Revolución de Octubre de 1934 y de sus consecuencias, aquel propósito recibió un golpe mortal. Y la convivencia civil no resultó posible. Es interesante recordar que aquella formación de la derecha no brotó por generación espontánea. Tuvo su inspiración doctrinal en eI pensamiento social de don Angel Herrera y en buena parte, sus dirigentes políticos vinieron del fecundo semillero de la ACNP de P y de sus círculos de estudios. Trataba de ser la CEDA un partido moderno, homologado con grupos semejantes de Europa y de Iberoamérica.

Es notorio que una parte de la derecha española no aprobó esa estrategia ni se integró en esa tendencia por considerarla nociva a los intereses nacionales y perjudicial a los valores que entendía defender. Fueron los núcleos de Renovación, del Bloque Nacional, del Tradicionalismo y de las nacientes formaciones del falangismo, juntamente con el círculo doctrinal de Acción Española, quienes capitanearon esa otra derecha, hostil a la República e inclinada abiertamente a las soluciones de autoridad ajenas al parlamentarismo democrático.

También de 1932 a 1936 resonó en ese campo el eslogan insistente de la unión de las derechas. La «unión» se logró en febrero de 1936 y no pudo impedir el triunfo electoral de la izquierda, unida, a su vez, en el Frente Popular. Uno de los factores que decidió ese triunfo fue la insistencia del Gobierno Portela en apoyar candidatos gubernativos propios, de centro-izquierda, que restaron a la derecha los miles de votos necesarios para equilibrar al bloque popular. El resto de la historia es conocido. Su ejemplo ilustrativo es mostrar cómo, la derecha -y la izquierda- saben organizarse bajo diversas apariencias y siglas, sin que ello impida que luchen eficazmente en defensa de lo que consideran esencial para su credo específico. La derecha monárquica, tradicionalista y autoritaria, no tenía bajo la República sino una escasa fuerza electoral que le daba docena y media de diputados a lo sumo, frente a la poderosa minoría «cedista», que gobernaba en coalición con el Partido Republicano Radical, cuyos escaños había nutrido en 1933 la generosa habilidad de Gil Robles. Tenía esa derecha fuerza testimonial y resonancia en importantes «élites» y en decisivos estamentos. Pero nunca hubiera logrado en circunstancias normales disputar electoralmente el mando mayoritario a la otra formación. La CEDA estaba situada en el lenguaje de la derecha moderna democrática y la sociedad española de la época votaba abrumadoramente en esa dirección.

Luego vino la guerra española. Y en 1939 la guerra mundial, con la derrota de los fascismos autoritarios y la victoria de las democracias occidentales aliadas al stalinismo soviético. Desde 1949 se produjo, a su vez, la ruptura ideológica abierta entre esos antiguos aliados, y a partir de ese momento la democracia parlamentaria y liberal se tradujo en el modelo doctrinal del sistema de la vida pública correspondiente a la sociedad abierta del llamado mundo occidental.

Mutatis mutandis, y con un trasfondo sociológico enteramente distinto, escuchamos hoy parecidos reproches y polémicas en el seno de la grey derechista. El centro es repudiado por demasiado inclinado a la izquierda y por estar condicionado por la consensualidad. «No es la verdadera derecha», exclaman voces airadas. «¡Hagamos la unidad de los auténticos derechistas y obtendremos el triunfo!» ¿Qué triunfo?, cabe preguntar. «El que permita que gobierne la derecha y enderece los problemas desbordados o irresueltos.» Pero es que la derecha -y el centro- ya está en el poder y gobierna como sabe o como puede. Y así es posible continuar el diálogo de sordos sin que se altere el hecho de que la mayoría del voto derechista de España siga dando los sufragios al partido del centro.

Será importante clarificar este punto con serenidad y sin violencias verbales, pues ya se sabe que la injuria es la razón del que no la tiene. Hagamos una reflexión en profundidad con los datos que tenemos. Y no equivoquemos los términos del problema. El hecho de que existan trasvases de votos entre los distintos grupos de la derecha, no centrista, no supone necesariamente aumento del número global de los mismos. Y, por consiguiente, la situación relativa entre las fuerzas no habrá cambiado. Tampoco pienso que la radicalización de las actitudes frente a la Constitución; las autonomías o la garantía de las libertades vigentes represente un estímulo suficiente para obtener un vuelco del electorado hacia el conservatismo o en dirección a soluciones autoritarias. La gran mayoría del voto de la derecha sabe que el respeto estricto de la Constitución y la modernización de la sociedad española en todos sus aspectos debe ser su bandera. Y la ley de modernidad se inscribe siempre en el surco de la libertad.

Un Gobierno puede gobernar con más aciertos que errores. O viceversa. Pero el mayor error de los que lo combaten sería convertir las críticas razonables, penetrantes y justas que supongan por sí solas alternativas viables en profecías apocalípticas extendidas a todo el sistema. Si los actores representan mal la función, no hay que pedir que se derribe el teatro. O desear que se incendie el edificio.

«La libertad se ha hecho conservadora», exclamó don Antonio Maura, proclamando su fe en el camino constitucional, al que se oponía la violencia de sus adversarios. Hoy podíamos afirmar que en España el conservatismo, en su acepción contemporánea de acicate del cambio y del progreso y de factor esencial del pensamiento de la derecha, se ha hecho democrático, garante de los derechos humanos y partidario de la soberanía nacional asentada en la voluntad comunitaria y en la libre alternativa del poder. A mí no me produce alergia alguna la palabra «derecha», siempre que signifique también civilización y respeto al que di siente. No conozco ningún socia lista o comunista al que repugne o acobarde llamarse hombre de izquierdas. ¿Por qué habría la derecha de esconder su credo?

Memorias de un maldito

Jorge Verstrynge

1999

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La cúpula de AP – Pastor, Argos, Piera, Barroso, Gallardon – iba lentamente preparando las maletas para el ingreso en la UCD o, en su caso, la disolución. Pastor y Argos se estaban desmoralizando. No contribuyó a levantarles el ánimo que con ocasión de las siguientes elecciones municipales, ni siquiera hubiera candidato de AP a la alcaldía de Madrid, por lo que se pasó a apoyar a José Luis Álvarez de la UCD.

Saltó la noticia radiofónica de la dimisión de Félix Pastor como presidente de AP, a la que siguió una llamada de Fraga en la que me ordenaba: “Vuelva usted para acá a la mayor velocidad posible, usted y yo nos haremos cargo de esta cosa”. En el viaje de vuelta Argos y yo nos enzarzamos en una bronca monumental en la que me comunicó: “Dimitiré en cuanto lleguemos a Madrid”.

Pastor se dirigió a mí para decirme: “Has calentado a Fraga (no era cierto, Fraga se había ido calentando solo) y has hecho mal”. Después, ambos abandonaron la sed en compañía de Isabel Barroso y de Guillermo Piera.

Cuando Fraga anunció la convocatoria de un Congreso Nacional de AP para terminar de racionalizar la situación legal del partido y también su deseo de postularse a la Presidencia, por lo que había que buscar un nuevo secretario general. Fraga se limitó a decirme: “Bien, hay que buscar un nuevo Secretario General. Espero sugerencias”. Cuando bajé a mi despacho, confirmé mi decepción. Dos días después me visitó la entonces presidenta de Ciudad Real, Consuelo García Balaguer para explicarme que la mayoría de los presidentes provinciales apoyaban mi candidatura a la Secretaría General y que se lo comunicarían a Fraga. Una semana después en un despacho rutinario con Fraga éste me dijo: “Han llegado siete cartas pidiendo su candidatura a la Secretaría General, ¿lo está moviendo usted? “No lo estoy moviendo, pero estaba al corriente”.

En definitiva Fraga me tenía que agradecer de alguna forma el no haber cedido a las presiones de Argos y de Pastor y, finalmente porque tampoco abundaban los candidatos, no sólo porque para ocupar este puesto había que trabajar como un negro si se deseaba tener éxito, sino porque ante la opinión pública AP carecía de futuro.

El Análisis

FRAGA SIGUE

JF Lamata

 ‘Al parecer existe una carta de dimisión del Sr. Fraga’, había dicho la prensa tras la derrota electoral de ‘Coalición Democrática’ en las elecciones de 1979. Por un lado el franquista Sr. Fraga había demostrado que tenía una base electoral suficiente como para tener presencia parlamentaria, un apoyo muy superior a la Unión Nacional del Sr. Piñar, donde se agrupaban los franquistas, que, al contrario que los fraguistas, recelaban de la democracia. Pero por otro lado las elecciones habían demostrado que estaba a años luz del franquista Sr. Suárez, que tenía el apoyo de la gran masa de votantes de derecha española.

La pregunta era si tras sus derrotas de 1977 y 1979 el Sr. Fraga tiraría la toalla y lo dejaría o si seguiría intentándolo. El gallego decidió seguir con el objetivo de arrebatarle aquellos votos al ‘suarismo’. Bastarían tres años para que la gran masa de votantes derechiles se decepcionaran de un Suárez más temeroso en contentar a la izquierda que a sus propios votantes y pasarían a confiar en el nuevo Presidente de Alianza Popular.

J. F. Lamata