8 noviembre 1960

Elecciones EEUU 1960 – John F. Kennedy derrota por la mínima a Richard Nixon y se convierte en el primer católico Presidente de USA

Hechos

La candidatura demócrata John F. Kennedy – Lyndon Jhonson  ganó las elecciones con un 0,5% de diferencia de votos a sus rivales republicanos Richard Nixon – Cabot Lodge.

Lecturas

Después de una etapa de triunfos del Partido Republicano, ganador de las últimas elecciones presidenciales de 1956, ahora le toca el turno al Partido Demócrata.

En las que constituye la victoria más apretada de la historia de Estados Unidos desde 1884, el joven candidato del Partido Demócrata, John Fizgerald Kennedy se ha impuesto a su rival del Partido Republicano, Richard Nixon.

Kennedy ha obtenido el 48,7% del censo electoral (34.221.355 votos) contra el 48,6% (34.109.398 votos) de Nixon.

El sistema electoral norteamericano prevé que la designación del presidente quede a cargo de los llamados ‘votos electorales’, los puntos que se obtiene cuando ganas en cada uno de los estados. En este cónclave Kennedy consiguió 300 votos, contra 219 de Nixon.

Así el anciano presidente Dwight Eisenhower será reemplazado por un hombre de 43 años, que por otra parte será el primer presidente católico de Estados Unidos. El programa electoral de Kennedy se basó en la idea de dar un nuevo impulso a la sociedad norteamericana y lanzar al país hacia ‘Nuevas Fronteras’ (el slogan de campaña de Kennedy).

El nuevo presidente forma parte de una poderosa familia encabezada por su padre, el banquero Joseph Kennedy, de origen irlandés. Durante la presidencia de Roosevelt en la década de 1930, Joseph Kennedy gozó de considerable influencia en el Partido Demócrata. Roosevelt confió al millonario numerosos cargos de confianza, como premio al apoyo que este le había prestado para financiar su campaña electoral.

Joseph Kennedy fue embajador de Estados Unidos en Reino Unido, durante el periodo 1937-1940. Pero la principal preocupación del banquero fue siempre la preparación de sus hijos para una brillante carrera política.

John Fitzgerald Kennedy fue comandante de un destructor en el Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial, y el relato de sus experiencias le valió, en 1957, el premio Pulitzer.

En 1946 fue elegido para la Cámara de Representantes y es senador por Massachusetts desde 1952. Kennedy está casado con una elegante dama de la sociedad de Estados Unidos, Jacqueline, que también ha hecho campaña a favor de su marido.

Hasta el momento el nuevo presidente se ha destacado durante su actuación como senador, por su intervención en problemas de legislación laboral y de relaciones exteriores.

Pertenece al ala liberal del Partido Demócrata; su compañero de campaña, el ahora vicepresidente Lyndon Johnson, pertenece en cambio al sector más conservador, pero mientras que Kennedy pertenece a una familia rica, Jhonson tiene un origen humilde, vinculado al sur, por lo que Jhonson y Kennedy, rivales por la candidatura presidencial, han acabado aliándose.

Otros cargos destacados de la administración de Kennedy son Dean Rusk, de 52 años como Secretario de Estado, Robert MacNamara [Mac Namara], de 44 años como ministro de Defensa. El hermano de John Kennedy, Robert Kennedy ‘Bob Kennedy’, de apenas 35 años, será el Fiscal General del Estado [Ministro de Justicia] mientras que el gobernador de Minesota, Arthur J. Goldberg, será ministro de Trabajo. Clarence D. Dillon será el responsable de Finanzas y Adlai Stevenson será el representante de Estados Unidos en la ONU.

LA VICTORIA MÁS AJUSTADA DE LA HISTORIA

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EL NUEVO VICEPRESIDENTE

johnson Lyndon B. Johnson que fuera rival de Kennedy en la pugna por lograr la candidatura del Partido Demócrata. Tras su derrota en la convención aceptó aliarse a él y ser su compañero de ‘ticket’ como vicepresidente, cargo que ahora ocupará.

Las siguientes elecciones están previstas para 1964, aunque el presidente Kennedy fallecerá antes de estas.

09 Noviembre 1960

John Kennedy: Quien es, por qué ha ganado, que promete

J. L. Gómez Tello

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Seiscientos diecinueve periódicos patrocinaba la candidatura de Nixon y sólo ciento noventa y cuatro la de Kennedy. Pero la primera vez que el candidato demócrata atravesó durante su campaña electoral las brumas otoñales entre los rascacielos de Neuva York había 250.000 personas entre la Séptima Avenida y Times Square, mientras en el mismo espacio Nixon sólo recibió las aclamaciones de ocho mil. De 3.717 directores y redactores en jefe de los periódicos americanos, el 62,3% opinaron, el 3 de octubre, que ganaría el candidato republicano, mientras el 32, 2 por 100 creían en la victoria demócrata y 5,5 por 100 no tuvieron opinión. Pero la segunda vez que Kennedy visitó Nueva York, ya en vísperas de la votación, la lluvia de confeti, de serptentinas y de páginas desgarradoras de las guías telefónicas señalaron el recibimiento de quinientas mil personas en el barrio de las tiendas de confección, núcleo de las comunidad israelita, mientras Nixon, forzando la marcha, sólo vio  veinte mil personas.

Esto indica algo que no es ningún secreto: el divorcio entre el hombre de la calle y la opinión de la Prensa, que siempre se ha advertido en las elecciones norteamericanas. Casi nunca ha ganado le profetizado por los periódicos. El comentarista Schlamm decía recientemente que la característica era que no sucediera lo normal: la victoria del hombre apoyado por las grandes baterías periodísticas y el que señalaban los tantos por ciento del as encuestas periodísticas. La situación del país – apatía ante las elecciones, preocupaciones de más allá de las fronteras – ha hecho que se repita este fenómeno: la victoria del candidato Kennedy contra los augurios de la Prensa. Ha resultado cierta la frase del gobernador de Pensilvania, David Lawrence: “Nunca hubo, ni siquiera en los días de Roosevelt, mejor ambiente, Pensilvania es tradicionalmente republicana, pero el paro y la crisis económica rodearon al senador demócrata de la aureola de un Mesias. Y Pensilvania es, además, uno de los tres Estados claves de estas elecciones por el voto de delegados. Es el Estado de la industria metalúrgica de Filadelfia y Pittsburgh donde de cada diez hombres uno se encuentra parado. Lo que ha sucedido aquí ha sucedido con más razón en Nueva York, otra clave, con sus 45 votos, la sexta parte de los electores y sus 2.600.000 católicos, 2.400.000 judíos, 930.000 negros y 700.000 portorriqueños, cuya decisión estaba decidida de antemano en favor de Kennedy. Del resto de los 16 millones de habitantes del Estado, la proporción de condecidad, que han lucido en la americana el botón blanco, azul y rojo con esta palabra es inferior a ese tres por ciento que en definitiva, inclinan la balanza a última hora. Y su influencia ha sido mayor que nunca esta vez. Los últimos pronósticos de ayer en el clásico ‘gallup’ eran de 48 a favor de los demócratas 47 a favor de los republicanos.

Los factores del éxito

Kennedy ha hecho un gran esfuerzo para ganar, precisamente porque tenía un doble hándicap: el apoyo intenso de Eisenhower – cuya popularidad permanece intacta – a su adversario y el hecho de que el primer candidato católico presidencial, Al Smith, que se presentó en 1928, sentó un mal precedente: la imposibilidad de que un papista ocupe la Casa Blanca. Estos dos inconvenientes han sido superados por otras dos ventajas tradicionalmente los jefes sindicalistas son soportes del partido demócrata. Si se han mostrado excesivo entusiasmo por este patricio millonario no han querido votar a Nixon, cuyo nombre está ligado con la ley Taft-Harley. En cunato a la influencia del electorado católico, del 16,5 por 100 en los tiempos de Al Smith ha pasado al 30 por 100: de 20 millones a casi cuarenta millones. Lo que, teniendo en cuenta que de los 100 millones de electores aproximadamente sólo ejercen su derecho unos setenta, le aseguraba una sólida plataforma. No se peude aún saber en qué medida ha recuperado también el ‘sólido sur’, donde en 1952 se había impuesto el prestigio de Eisenhower. Pero en cualquier caso, su último esfuerzo a través de Tejas, Arizona, Nueva Méjico, Oklahoma, Virginia, Ohio,  y Chicago, no ha sido vano. Desde el 3 de septiembre, el ‘clan Kennedy – el candidato, sus dos hermanos, sus tres hermanas, y dos cuñados – ha recorrido el país en tres aviones, con un centenar de periodistas, durmiendo sól cuatro horas y pronunciando de 12 a 25 discursos diarios. Desde Alaska a Haval se hizo familiar su gesto de tener la mano derecha con el índice acusador.

Este índice acusador se dirigía a los ocho años de Adminsitración republicana. Ante las grandes multitudes, las banderas, los globos y los bosques de transparentes con su retrato y la leyenda “Nosotros queremos a Kennedy”, su figura de deportista – lo que ha decidido el voto femenino, con sus cinco millones de sufragios por encima del de los hombres, como corresponde a la tradición matriarcal de Norteamérica – su cabello alborotado, sus ojos claros y su tez bronceada el senador de Massachusetts representaba una apuesta sobre el futuro frente a Nixon, que era el satu quio. Cuando se presentó en London, en el Ohio, una ciudad de 6.000 habitantes, de los que sólo 780 son demócratas, un partidario alzó en brazos a su hijo y le dijo: “Mira bien a este hombre. Es el futuro Presidente de los Estados Unidos. “I love him, I love him”.

Pedirá sacrificios

Dos cosas son ciertas: Kennedy no promete jornadas de sol a sus conciudadanos, sino esfuerzos tenacidad y sacrificios. Y no puede saberse en qué grado la política que se propugna ante las muchedumbres electorales es aplicable después desde la Casa Blanca. Roosevelt llegó a la segunda presidencia con la promesa de que los Estados Unidos no entrarían en la guerra y os soldados norteamericanos desfilaron por Berlín. Truman era un hombre gris y se decidió a entrar en la guerra de Corea. En la política exterior de Kennedy todo dependerá en gran parte, de quién sea su secretario de Estado, el intelectual Alai Stevenson o el antiguo embajador en la India, Charles Bowles.

También informará el margen de autonomía que deje a su vicepresidente, el tejano Lyndon Johnson, cuya frase favorita es ‘Soy un hombre libre, un norteamericano, un senador nacionalista y un demócrata, por este orden, y defensor de los programas de ayuda militar y de rearme americano para hacer frente a la amenaza de agresión comunista.

J. L. Gómez Tello

10 Noviembre 1960

Apunte de las tres de la madrugada

Manuel Aznar Zubigaray

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Jamás habíamos visto al Nixon inédito y novísimo que ha surgido ante nosotros esta madrugada, al filo de las tres, hora de Nueva York, que equivalía a las doce de la noche en Los Ángeles. Allí estaba el candidato republicano, rodeado de sus colaboradores más inmediatos. Y, como siempre, acompañado de su esposa, la suave y dulce Patricia. Por lo pronto, la derrota nos ha permitido descubrir un Nixon simpático, juvenil, risueño. Nada del empaque y estiramiento que le restan emoción popular. Nada de ceño fruncido, o miradas severas. ¿Por qué no habrá sido así, ni más ni menos que así, durante la campaña electoral?

Un militar de personas, apretadas en los salones del hotel Ambassador de Los Ángeles, le vitoreaban incesantemente, y clamaban: “¡Queremos a Nixon! ¡Queremos a Nixon!”. Deseaba hablar, pero los vítores se lo vedaban. Y él reía gozoso, reía como si hubiese ganado sus duras oposiciones a la Casa Blanca. A su lado, como ya dijimos, estaba Patricia, tan delicada, tan fina. No sabía si reír o llorar. Optaba por sonreír entre lágrimas.

Nixon pudo por fin decir unas cuantas palabras: “Me conmueve vuestra compañía y vuestra adhesión. Hemos perdido, pero aquí estamos, para comenzar de nuevo cuando llegue el momento. Parece ser que ha ganado el senador Kennedy. Le felicito. Todos estaremos detrás del nuevo Presidente para ayudarle, para acompañarle. Es el presidente de los Estados Unidos. Y ahora, me voy a dormir, porque ayer no tuve más que dos horas de sueño; y anteayer otras dos”. No había en esta conversación de Nixon – porque conversación entre amigos era, o entre camaradas y no un discurso – ni una brizna de amargura, ni una sombra lejana de resentimiento. La esposa reclinaba la frente en el hombro del esposo, sin dejar de sonreir y de mostrar brillantes de lágrimas, sus bellos ojos azules. ¡Que hermoso terminar así un combate político como el que acaban de sostener republicanos y demócratas! Y en cerca de 70 millones de votos, medio millón de diferencia para el triunfador.

Alguien muy famoso escribió: “El día de las elecciones es la gran fiesta de la democracia”. Gran fiesta, sin duda; costosísima; carísima de dinero, de distracción civil, de paralización de muchos mecanismos importantes, de consumo de células nerviosas sin que el organismo nacional decaiga, ni se irrite, ni se sobresalte; y sin que se incendie en vano el ánimo popular. Estas elecciones presidenciales han sido un extraordinario lujo que se permite un pueblo riquísimo, rodeado de abundancia por todas partes, sin inquietudes económicas inmediatas y urgentes en el hogar, fácil el lujo, viva la lumbre, seguro el colegio de los chicos; y una constante ahora de esperanzas tras la sombra de cada noche. Un lujo, querido lector, que los pueblos pobres apenas pueden catar, sino en proporciones bien medidas, porque si no lo hacen así, amanecen un día arruinados y en quiebra.

Kennedy debía estar está madrugada más cansado que Nixon, porque anduvieron los operadores de la televisión rondando su residencia en el Estado de Massachusetts para que respondiera a la salutación de Nixon, pero no lograron que les abrieran las puertas. Es una de las ventanas se reflejaba un pocos de luz. Y en toda la mansión reinaba un gran silencio. El nuevo Presidente nos podía más, sin duda, tras el inmenso esfuerzo que ha desplegado. Y, por añadidura, Jacqueline, su esposa, está a punto de dar a Kennedy otra infanta o infante para la Casa Blanca.

La elección ha terminado. Ahora empezará lo importante: el ejercicio de una nueva jefatura en el mundo libre. El Cielo ilumine al joven bostoniano victorioso. Y a todos los demás nos acompañe siempre con su protección.

Manuel Aznar