27 octubre 1926
25º Congreso del PCUS en la URSS: Stalin consolida su triunfo frente a Trotski, Kamenev y Zinoviev

Hechos
El congreso se inauguró el 26 de octubre de 1926.
Lecturas
El primer congreso del PCUS celebrado tras la muerte de Lenin consolida a Stalin como dictador supremo de la URSS.
Se ha inaugurado en Moscú el XXV congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). El partido, que monopoliza el poder político y económico del país, inició sus deliberaciones en un clima tenso, y una de sus primeras resoluciones consistió en condenar la ‘labor fraccional’ de tres prestigiosos líderes bolcheviques: León Trotski, Lev Kamenev y Grigori Zinoviev, que formaban la llamada ‘oposición de izquierdas’. De esta manera, el secretario general del partido, José Stalin, consolida su postura como hombre fuerte del partido y del Estado. Trotski, Kamenev y Zinoviev ya habían sido excluidos del politburó hace cuatro días; la lucha entre Stalin y sus antiguos camaradas gira en torno al problema de la construcción del socialismo en un sólo país.
Mientras Stalin sostiene que el socialismo debe afianzarse en Rusia, a través de gigantescas transformaciones (la colectivización total de la agricultura y la industrialización a marchas forzadas, entre otras). Trotski y los suyos creen que Rusia tiene el deber histórico de extender el proceso revolucionario a toda Europa, y acusan a Stalin de haber burocratizado la vida del país y de traicionar la revolución mundial.
La polémica resuelta desde hace meses a favor de Stalin se enconó a partir del 18 de diciembre último cuando los periódicos alemanes y británicos publicaron un supuesto testamento de Lenin, fundador del estado soviético. En ese documento fechado pocos días antes de su muerte, Lenin analizaba los defectos y cualidades de Trotski y de Stalin, con resultado favorable al primero y contrario al segundo.
STALIN INICIA SUS PURGAS:
El Análisis
El Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, reunido en Moscú, ha sellado definitivamente la supremacía de Iósif Stalin como líder absoluto del régimen soviético. El gran rival del poder bolchevique, León Trotsky, ha sido apartado de toda función dirigente, y con ello se pone fin a la pugna intestina que agitaba al comunismo ruso desde la muerte de Lenin. Lo que en apariencia podría leerse como un simple reordenamiento interno de un partido único, constituye en realidad un momento de gran relevancia internacional, pues determina la línea que habrá de seguir el Estado soviético y sus influyentes emisarios comunistas en Europa.
Trotsky, el organizador del Ejército Rojo y antiguo favorito de Lenin, ha resultado ser un estratega político menos hábil que su rival georgiano. Mientras Trotsky se concentraba en grandes discursos teóricos, apelando a la revolución mundial, Stalin supo tejer con paciencia la telaraña de los apoyos internos, dominando los resortes del partido, los nombramientos clave y el aparato burocrático. En una maniobra que hoy parece calculada desde el principio, figuras como Zinoviev y Kamenev le ayudaron inicialmente a cercar a Trotsky, creyendo que podrían usar a Stalin como un contrapeso temporal. Pero el líder que hoy gobierna el Kremlin ha demostrado que quien controla el partido controla el país —y que el poder, una vez tomado, no se comparte.
El Congreso también ha evidenciado un fenómeno más inquietante: la creciente influencia de la policía secreta, la NKVD, que se ha convertido en un instrumento esencial del estalinismo. Nombres que empiezan a sonar con fuerza, como Yagoda o Yezhov, representan esa sombra opresiva que empieza a envolver al régimen soviético, cada vez más alejado del idealismo revolucionario inicial y más próximo a una estructura de control absoluto. La URSS, que se presentó al mundo como la vanguardia del socialismo, parece haberse deslizado hacia una forma de poder vertical y despiadado, en la que el culto al líder sustituye a la doctrina, y la obediencia importa más que el pensamiento. Europa haría bien en tomar nota: el comunismo de Stalin no es el de Marx, ni siquiera el de Lenin. Es, cada vez más, un sistema en sí mismo.
J. F. Lamata