9 enero 2018

Al no ocupar ya ningún cargo público, dado que no iba en las listas de Junts per Catalunya, su renuncia equivale a su retirada política

Artur Mas dimite como presidente del PDeCAT (antigua Convergencia) en lo que supone su aparente retirada política

Hechos

El 9.01.2018 D. Artur Mas anunció su dimisión como presidente del Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT). 

Lecturas

D. Artur Mas ha sido el líder del espacio político convergente desde que en el año 2000 asumió el cargo de secretario general de CDC, para después, en 2012, pasar a ser presidente del CDC, cuando el partido inició su evolución al independentismo y, a partir de 2016, presidente del PDeCAT, la nueva denominación de CDC, pero ahora pone fin a este mando al dimitir como presidente del PDeCAT.

La realidad es que D. Artur Mas había dejado de ser el líder de este espacio político cuando en enero de 2017 la presión de la CUP le obligó a renunciar a seguir presidiendo al Generalitat de Catalunya en favor de D. Carles Puigdemont y  fue este, y no él, quien celebró el referendúm ilegal del 1-O y proclamó la República Catalana el 27 de octubre, tras lo cuál huyó al exilio en Bélgica.

Aún desde el extranjero D. Carles Pugidemont mostrara su poder frente a la dirección de PDeCAT tumbando a Dña. Marta Pascal como coordinadora del PDeCAT o purgando las listas del partido a las generales con aquellos dirigentes con los que no sintonizaba.

09 Enero 2018

Mas da otro paso al lado

EL PERIÓDICO de Catalunya (Director: Enric Hernández)

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Artur Mas ha dado este martes un nuevo «paso al lado» al anunciar que deja la presidencia del PDECat, el partido heredero de la antigua Convergència y que forma parte de la lista Junts per Catalunya con la cual el expresident Carles Puigdemont logró ser la formación independentista más votada en las elecciones del 21-D. Mas abandona la presidencia en pleno debate (alguno diría lucha) en el seno del independentismo sobre quién debe ser el próximo presidente de la Generalitat y tan solo un día después de que admitiera ante la ejecutiva del PDECat que la mayoría absoluta del independentismo en escaños en el Parlament no es suficiente para imponer su proyecto, dado que en votos equivale al 47,5% de la población. Mas reiteró esta idea y ha justificó su marcha en que el éxito de JxCat el 21-D abre una nueva etapa en la que son necesarios nuevos liderazgos en el PDECat, lo que implica que el camino por el que debe transitar a partir de ahora el partido ya no es el mismo por el que el expresident lo llevaría.

La renuncia de Mas a presidir el PDECat (que no a la política, según enfatizó) es un buen reflejo de la situación que vive el independentismo. Por un lado, ejemplifica la disyuntiva abierta tras el fracaso de la vía unilateral: o mantener la confrontación directa con el Estado (que es la línea que desde Bruselas defiende Carles Puigdemont) o, sin renunciar a la independencia, acatar el marco legal y formar un Govern con la intención de gobernar, que es la tesis que ante la ejecutiva de su partido defendió Mas y que sostiene parte de ERC,por ejemplo.

Pero la marcha del expresident de la Generalitat también es un crudo recordatorio del alto precio legal que los líderes del independentismo están pagando por su pulso con el Estado. Mas admitió que el segundo motivo por el que deja la presidencia de su partido es para poder concentrarse en los tres procesos legales que tiene abiertos: el del 9-N en el Supremo y el Tribunal de Cuentas y el del 1-O. La vida política catalana no puede abstraerse del hecho de que el liderazgo del independentismo afronta graves procesos judiciales a causa de la decisión de vulnerar el marco legal. Conviene tener en cuenta que muchas de las decisiones que se están tomando estos días, no solo la de Mas, tienen relación con ello. Y como guinda, el lunes está prevista la sentencia del caso Millet.

10 Enero 2018

Adiós a Artur Mas

EL PAÍS (Director: Antonio Caño)

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La salida de los inspiradores o actores del despropósito puede ser el comienzo de una corrección que hay que celebrar

La dimisión de Artur Mas, el president de la Generalitat que, asediado por la crisis económica y los casos de corrupción en su partido, inició el giro hacia el independentismo hasta situarlo fuera de la ley y estrellarse contra el artículo 155, es el primer signo consistente de desbandada, de visibilización de las fracturas internas que empiezan a asolar el frente independentista y, probablemente, el principio de la retirada de una generación de políticos responsables de la pérdida provisional de la autonomía de Cataluña.

Como líder de Convergencia i Unió comenzó el viraje hacia posiciones radicales cuando se sintió acorralado por los manifestantes que en 2011 rodearon el Parlament en protesta contra los recortes y los casos de corrupción en su partido. Desde entonces cambió su discurso, abandonó el relato de la austeridad y abrazó el del independentismo y el choque con el Estado. Desafío al Estado con una consulta unilateral y despreció la posibilidad de un acuerdo de profundización de la autonomía, planteando un régimen de bilateralidad que el Estado no podía aceptar.

La pérdida paulatina de votos en cada convocatoria electoral no le arredró, sino que le fue radicalizando y sometiendo crecientemente a las exigencias de ERC y luego la CUP. Estos forzaron su salida hace dos años cuando las acusaciones de corrupción contra su partido se extendieron. Artur Mas quedó entonces al frente del PDeCat, el partido sucesor de CiU, tan ninguneado por Carles Puigdemont en la elaboración de su candidatura para el 21-D que apenas ha sobrevivido a la cita electoral.

Condenado por la consulta del 9-N y con su casa embargada por la causa judicial contra él, Artur Mas se retira después de expresar su discrepancia con la estrategia de Carles Puigdemont y a pocos días de la sentencia del caso Palau.

La deserción de Mas es el síntoma más fuerte que exhibe el frente independentista de fractura y posible desbandada de sus líderes. El exconseller Mundó ha renunciado a la primera línea política, Carme Forcadell se resiste a presidir el Parlament, como le están pidiendo quienes quieren sostener simbólicamente las instituciones tal y como estaban antes de la aplicación del 155, y en las negociaciones de futuro está sobre la mesa la renuncia de varios diputados electos procesados o huidos para no perder la mayoría.

En el marco del regreso a la normalidad tras el golpe institucional que intentó dar el independentismo en otoño, la salida de los inspiradores o actores del despropósito puede ser el comienzo de una corrección que hay que celebrar.

10 Enero 2018

Mas, el gran culpable del desastre

LA RAZÓN (Director: Francisco Marhuenda)

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Artur Mas ha anunciado su renuncia a seguir presidiendo el PDeCAT, el partido con el que Convergència quiso esconder su desastre político y de corrupción. Lo ha decidido él, pero de forma obligada: era un estorbo. Su marcha llega demasiado tarde, incluso ni se tenía que haber producido. Es decir, el destino político de Mas estaba decidido la noche del 25 de noviembre de 2012, una vez escrutados los resultados de las elecciones autonómicas que adelantó dos años con el objetivo de que CiU dispusiera de la mayoría absoluta en la cámara y acabó perdiendo 12 diputados.

Desde entonces es un lastre, sobre todo para los catalanes. No sólo no reconoció su fracaso, sino que persistió en la estrategia –ahora se ha demostrado que suicida– y redobló su apuesta por la independencia, poniéndose al frente de las manifestaciones que ya reclamaban un nuevo Estado, anticipo de lo que luego ha venido. Por lo tanto, la dimisión de ahora llega tarde y no es más que la confirmación del desastre al que ha llevado a su partido y al conjunto de la sociedad catalana. Mas es el máximo responsable de la deriva independentista, de la vía unilateral que ha llevado a la Generalitat a situarse en la ilegalidad y a que más de 3.000 empresas dejasen Cataluña. Ese es su legado.

El caso de Mas es canónico para entender cómo se entretejen los intereses políticos de un partido con los de ese «sol poble» parapeto de todo los negocios inconfesable, del que se ha erigido en único portavoz. Mientras el entonces presidente de la Generalitat anunciaba el desafío de hacer un referéndum ilegal el 9 de noviembre de 2014 –engañando con absoluta deslealtad al Estado–, las investigaciones del fiscal anticorrupción habían valorado en 6,6 millones de euros las comisiones ilegales cobradas por Convergència en el «caso Palau». Poco después, el juez ordenó el embargo de 15 sedes. Por lo que pudimos ver ayer en su comparecencia, su fracaso ha sido ya tan asumido, está tan amortizado y tan en la pérdida del sentido de la realidad de los independentistas, que no tiene ningún valor político. Mas se ha convertido en un personaje tan quemado, que los dirigentes de su nuevo partido son capaces de sacrificarlo dos veces.

El propio ex presidente recordó que hace exactamente dos años, el 9 de enero de 2016, anunció su marcha de la presidencia de la Generalitat –se ahorró decir que fue una humillación exigida por los 10 diputados de la CUP– y que nombró a su sucesor –que también fue impuesto-, Carles Puigdemont, quien ha llevado hasta las últimas consecuencias la hoja de ruta que ha acabado con la Generalitat intervenida. El propio Mas ha aceptado que con este último ya son «dos pasos al lado» los que ha dado. Sobre este último planea la próxima y extraña investidura telemática de Puigdemont desde Bruselas, pero previa a ésta, la sentencia, el próximo día 15, sobre el «caso Palau», lo que cerrará definitivamente el ocaso del partido fundado por Jordi Pujol.

El otro aspecto es que Mas está inhabilitado, según la sentencia por su participación en la organización de referéndum del 9-N, que fue prohibido por el TC, además de que ha puesto como garantía de la fianza impuesta por el Tribunal de Cuentas varios inmuebles de su propiedad. Puede que Mas sea el único rostro todavía reconocible de una Convergència que amasó un poder inmenso en Cataluña y que ahora lo ve cada vez más reducido y con la perspectiva de perder su influencia para siempre. Podemos elucubrar sobre si Puigdemont está fuera de control del PDeCAT –aunque los convergentes le sigan votando–, pero lo único cierto es que él y Mas son una anomalía y un verdadero riesgo para la convivencia en Cataluña.

12 Enero 2018

Alto voltaje político

Marius Carol

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Carme Forcadell no repetirá como presidenta del Parlament: renuncia por consejo de sus abogados, al figurar entre los imputados por un proceso judicial que sigue el magistrado Pablo Llarena en el Tribunal Supremo. Eso sí, seguirá como parlamentaria. Hace cuarenta y ocho horas era otro destacado miembro de la lista de ERC, Carles Mundó, quien decidía no tomar posesión de su acta de diputado y abandonar la carrera política. Mundó era uno de los dirigentes más brillantes de su formación: había sido conseller de Justícia y los republicanos habrían querido que ocupara el puesto que deja vacante Forcadell. Antes fue la exconsellera Anna Simó, imputada como miembro de la Mesa, quien declinó ir a las listas de ERC.

En las últimas horas hemos visto como Artur Mas –el hombre que apretó el botón rojo del proceso– daba un nuevo paso al lado y abandonaba la presidencia del PDECat por el calendario judicial que tiene por delante. Otras figuras de este partido, como la exconsellera Meritxell Borràs o los parlamentarios de la Mesa Lluís Corominas y Ramona Barrufet, dieron por finiquitada su carrera política tras sus imputaciones judiciales. Notables independientes soberanistas (Lluís Llach, Germà Bel, Oriol Amat…), que tuvieron un papel protagonista en la Cámara catalana los dos últimos años, han decidido regresar a sus ocupaciones privadas.

Forcadell declaró ayer que la anterior legislatura fue “breve, intensa y excepcional”, atributos que nunca mejoran el trabajo de un parlamento. Y, sobre todo, la aún presidenta definió este periodo como “de alto voltaje”. Un voltaje que ha supuesto serios calambres en la vida política catalana y, sobre todo, ha sacudido las biografías de destacados dirigentes. Todo apunta que estamos ante una nueva etapa menos electrizante, donde el pragmatismo se imponga a los sueños. Un periodo donde seamos capaces de rectificar los errores en lugar de ratificarlos.