29 julio 1981

El congreso se celebra tras el abandono de dirigentes del llamado sector renovador por discrepancias con Carrillo como Ramón Tamames, José María Mohedano y Eugenio Triana, mientras los pro-soviéticos también manifiestan su hostilidad

10º Congreso del PCE – Santiago Carrillo reelegido como líder mientras se multiplican las críticas por falta de democracia interna

Hechos

El X Congreso del PCE reeligió a D. Santiago Carrillo como Secretario General, apareciendo D. Nicolás Sartorius y D. Jaime Ballesteros como sus hombres de confianza.

Lecturas

El 28 de julio de 1981 comenzó el X Congreso del Partido Comunista de España en un momento en que el secretario general del PCE, D. Santiago Carrillo Solares, era víctima de una gran contestación interna. Al contrario que el IX Congreso de 1978, en un clima más cordial, ahora el secretario general está enfrentado a prosoviéticos, aperturistas y las nuevas generaciones del partido.

En el congreso Dña. Dolores Ibarruri Gómez es reelegida presidenta del PCE, D. Santiago Carrillo Solares es reelegido secretario general y D. Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias es elegido nuevo vicesecretario del partido.

Al X Congreso del PCE ya no asistieron dirigentes renovadores como D. Ramón Tamames, D. José María Mohedano y D. Eugenio Triana, que abandonaron la formación denunciando la falta de democracia interna en un partido en que su Secretario General acaparaba todos los resortes de poder.

También dirigentes pro-soviéticos como el sacerdote Sr. García Salve – que fue apartado del Comité en aquel congreso – protestaban contar el ‘ordeno y mando’ – del Sr. Carrillo.

LOS DERROTADOS

FUERA DEL COMITÉ EJECUTIVO

PilarBraboManuelAzacarate Dña. Pilar Brabo, D. Manuel Azcárate y D. Carlos Alonso Zaldívar, cabezas visibles del ‘sector renovador’, han quedado fuera del Comité Ejecutivo del partido después de denunciar los métodos autoritarios de D. Santiago Carrillo de gobernar el PCE con ‘ordeno y mando’.

PÉREZ ROYO DA EL PORTAZO

PerezRoyo D. Fernándo Pérez Royo anunció que dimitía de todos sus puestos en los órganos de dirección del PCE, por considerar que este X Congreso ha significado un paso atrás, al ratificar el liderazgo unipersonal de D. Santiago Carrillo.

LA ETAPA FINAL DEL MANDATO

D. Santiago Carrillo se mantendrá como secretario general del PCE hasta noviembre de 1982 cuando presentará su dimisión, ante la derrota electoral de octubre de 1982.

El siguiente congreso del PCE será el XI Congreso del partido de diciembre de 1983.

29 Julio 1981

El informe de Carrillo

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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El X Congreso del PCE fue inaugurado, respetando la liturgia y los rituales de sus tradiciones, con un informe de su secretario general que ha pasado revista a la situación internacional, al panorama político español, a los problemas de la organización y a los proyectos de futuro. Seguramente las dos secciones iniciales contienen temas dignos de análisis y comentario. Ahora bien, los agitados debates precongresuales y la alianza entre prosoviéticos y renovadores en la conferencia madrileña para legalizar las corrientes de opinión habían centrado la atención en la parte del discurso de Santiago Carrillo dedicado a «los errores en el trabajo del partido y de su dirección». El informe dirige vagas críticas generalizadas a militantes y dirigentes, severas reprimendas específicas a los cargos electos en la Administración local, encendidas loas a los «camaradas modestos» que trabajan en silencio y discretos elogios a los «líderes naturales» y «con carisma» que aseguran la continuidad del aparato y componen la «vieja guardia» del partido.Las corrientes de opinión, a las que Santiago Carrillo equipara con las tendencias organizadas y las fracciones, son condenadas de forma rotunda con argumentos históricos en ocasiones tergiversados -como la referencia a la estructura del partido bolchevique o a la prohibición de las fracciones en el Congreso de 1921 – y con una confusa distinción doctrinaria entre la democracia en la sociedad y la democracia en el seno de las organizaciones partidistas.

No parece sin embargo, que Santiago Carrillo se disponga a jugar con una sola de las corrientes de opinión -e pur si muove- que, efectivamente, existen dentro del PCE. Tal decisión le privaría de la posibilidad de desempeñar el papel de mediador entre las distintas tendencias, basadas en la ideología, la edad, el origen social, la educación o el ámbito territorial, y arruinaría su proyecto de ampliar la base electoral del PCE, conquistando parte del espacio político del PSOE, sin perder, por ello, el terreno ya ganado anteriormente por los comunistas. En ocasiones, de forma explícita, y otras veces, entre líneas, el informe de Santiago Carrillo anuncia que el rechazo frontal delos prosoviéticos y de los renovadores que se han atrevido a discutir su liderazgo y han dado publicidad a sus plataformas no va a significar la marginación de los prosoviéticos más discretos y de los renovadores más prudentes.

Su propuesta de que se produzca «una renovación importante en el Comité Central, mayor aún en el Comité

Ejecutivo y todavía mayor en el secretariado», y su deseo de que «el equipo dirigente sea amplio, representativo y con personalidad» parecen transparentar su voluntad de llevar a cabo una renovación controlada mediante la jubilación parcial de la vieja guardia y lacooptación de aquellos renovadores que ofrezcan garantías de «lealtad» y de «seguridad y firmeza». La clave de esa fórmula mágica se descubre fácilmente en una frase con nombres y apellidos apenas encubiertos: «Es un mal ejemplo cuando un líder del partido abandona éste, y debemos procurar que la selección nos depare las menores sorpresas de ese género».

La última sección del informe, dedicada a «la política eurocomunista en el próximo período», no es sino un denodado esfuerzo por redefinir las señas, de identidad del PCE, en buena parte desdibujadas por las transformaciones sociales y económicas producidas en los países desarrollados durante las últimas décadas y por el irreparable desprestigio del sistema soviético, cuyas promesas de 1917 han dejado paso a la dura realidad de un régimen represivo y policiaco, de una política exterior expansionista, de un aparato productivo, anquilosado e incapaz de distribuir eficazmente los bienes de consumo, y de una burocracia estatal que se autoperpetúa en el disfrute de sus privilegios. Los prosoviéticos viven en la nostalgia de las lealtades perdidas y en el deseo de que el PCE vuelva a definirse como un destacamento más en la lucha del campo socialista, esto es, del bloque soviético, contra los países capitalistas, sean éstos democracias avanzadas o dictaduras autoritarias. Los renovadores viven en la perpetua tentación de llevo hasta sus últimas conclusiones lógicas los planteamientos de la revisión eurocomunista, que pondrían forzosamente en duda la utilidad histórica y política de los partidos comunistas nacidos de la escisión de la II Internacional.

Entre el endurecimiento doctrinario y sectario de los prosoviéticos a ultranza, que condenaría probablemente al PCE a convertirse en un grupúsculo extraparlamentario o en una fuerza con mínimá implantación electoral, y la reflexión crítica de los renovadores más radicales, que llevaría a la disolución del PCE o a su fusión con el PSOE, el eurocomunismo de Santiago Carrillo significa una tentativa para encontrar un espacio político e ideolórgico propio, a caballo entre las pesadas herencias de la III Internacional y el terreno ya ocupado por la Intemacinal Socialista. Ese intento le conduce, forzosamente, a contradicciones tales como predicar la unidad con los socialistas o criticar el modelo soviético, para incluir a renglón seguido, entre las señas de identidad comunista, «la defensa incondicional de la Revolución de Octubre» y la ruptura de los bplcheviques «con una socialdemocracia que cayó en el pantano de la colaboración con sus respectivas burguesías».

La afirmación de Santiago Carrillo de que «el PCE es una necesidad histórica», «no una necesidad coyuntural, sino un instrumento de largo alcance» o «una vanguardia de la sociedad», y su llamamiento a cultivar «el patriotismo de partido» parecen extraídos de los viejos textos de la época estaliniana y cumplen, sin duda, la función de mantener en los militantes la fe en la organización por la que trabajan. Pero las notas con las que el secretario general del PCE define al eurocomunismo,desde su pertenencia histórica a «una Europa industrializada en la que la democracia política ha adquirido un gran desarrollo » hasta la condena de los bloques, el reconocimiento de las libertades como «algo sustantivo» del socialismo y la negación de que exista «un centro revolucionario mundial», ponen de relieve las enormes dificultades teóricas y prácticas con que tropiezan los partidos comunistas para contemplar su pasado como una continuidad armónica y coherente, para garantizar su futuro como fuerza política autónoma y para diferenciar su presente del proyecto defendido por los partidos socialistas.

02 Agosto 1981

El debate libre y la "caja negra"

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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EL DESENLACE del X Congreso del PCE no ha arrojado grandes sorpresas y su desarrollo se ha movido dentro de una banda de comportamientos que resultaban previsibles en función de las lealtades previas de los delegados elegidos para representar a las organizaciones locales en la asamblea.La viveza y el acaloramiento de los debates, la gran mayoría de los cuales han podido ser presenciados con toda libertad por los periodistas, los sitúan a mil leguas, como el propio Carrillo se encargaría de apuntar con ironía al replicar a sus críticos, del hieratismo teatral, la disciplina militar, la unanimidad en el aplauso, la adulación a los dirigentes y el monolitismo ideológico que caracterizaba a los congresos comunistas en los tiempos de Stalin. No es casualidad, sin embargo, que la consigna de luz y taquígrafos, elogiablemente aplicada no sólo en las sesiones plenarias, sino también en los trabajos de, comisiones, quedara inflexiblemente proscrita en la comisión de candidaturas, auténtico sancta sanctórum que discutió en secreto la composición del Comité Central, clave de arco de todo el edificio organizativo del PCE.

Las corrientes de opinión, arrojadas oficialmente por la puerta en el pleno del congreso, regresaron subrepticiamente por la ventana de la comisión de candidaturas, para negociar la formación de los órganos de dirección y el reparto en su seno de sus representantes. Este forcejeo secreto dentro de la caja negra suplantó el eventual funcionamiento de un sistema electoral basado en listas alternativas y en la aplicación de criterios de proporcionalidad al cómputo de los votos. A este respecto, cabe señalar que los sofísticos argumentos normalmente utilizados por las direcciones de los partidos -no sólo el comunista, por supuesto-, a fin de justificar la falta de correspondencia entre lo que predican para la sociedad y lo que decretan para sus organizaciones, no sólo no convenen a nadie, sino que irritan a muchos. Porque defender el sistema de elección proporcional estricta para el Parlamento del Estado, y sofocar, en cambio, dentro de las cuatro paredes de una comisión secreta de candidaturas controlada por una de las tendencias, la composición de la candidatura oficial al parlamento del partido es una contradicción que ningún ejercicio de dialéctica reconciliatoria puede superar.

No se trata, por supuesto, de poner en duda que la mayoría de los delegados al X Congreso del PCE se alineaban, sincera y conscientemente, con las posiciones defendidas por Santiago Carrillo. Parece, sin embargo, un despropósito que fueran los mayoritarios quienes determinaran no sólo el cupo que correspondía en las listas a los minoritarios, sino también el nombre y apellidos de los candidatos que deberían representarlos. Nunca podrá saberse, probablemente, si la sorda negociación en los pasillos influyó sobre quienes se consideraban vencedores de antemano, o si éstos se limitaron a ejercer, con caprícho y autosuficiencia, la virtud feudal de la magnanimidad. En cualquier caso, parece un hecho cierto que los discrepantes están subrepresentados en el Comité Central, tomando como punto de referencia las votaciones en el congreso, y que a la dirección del PCE se le fue la mano en algunas inversiones tan bruscas de la relación de fuerzas como la que ejemplifica, dentro de los comunistas vascos, el regalo de puestos a los adversarios de Roberto Lertxundi, una de las estrellas en los debates.

Por lo demás, la clara victoria de Santiago Carrillo, legitimada por la libertad de discusión a lo largo del congreso y empañada por la dureza de la comisión secreta de candidaturas a la hora de elaborar la lista oficial, mantiene al PCE en la incómoda e inestable situación de una organización que ha abandonado algunas de sus viejas señas de identidad (desde el marxismo-leninismo y la fidelidad incondicional a la Unión Soviética hasta la dictadura del proletariado y la disciplina paramilitar interna), pero que no termina de llevar hasta el final las conclusiones lógicas de sus postulados teóricos. Seguramente, las verdaderas dificultades del comunismo español están en esas irresueltas, y quizá insuperables, contradicciones, que se podrían resumir en la probable inadecuación de un partido nacido de la III Intemacional para realizar tareas propias de un partido socialista y en la segura resistencia de los dihgehtes y militantes veteranos a confesarse a sí mismos y a los demás su dramático fracaso histórico y biográfico.

Santiago Carrillo, que ha desempeñado un papel de sefíalada importancia durante el período de la transición y que ha colaborado de manera indiscutiblemente positiva al establecimiento de la Monarquía parlamentaria en nuestro país, sigue dispuesto, en cualquier caso, a intentar esa arriesgada mutación, que implica la doble tarea de mantener una continuidad parcial con la historia estaliniana del PCE y de realizar una ruptura, también parcial, con el legado ideológico, estratégico y político del pasado. Por esa razón, tanto la vieja guardia como los renovadores resultan necesarios para ese ejercicio de equilibrio inestable, en espera de que la yuxtaposición de esos dos caracteres deje lugar en el futuro a la milagrosa aparición del.retoño eurocomunista, respetuoso con la revolución de octubre pero adversario de sus frutos soviéticos, predicador de la unidad con los socialistas pero rencoroso fiscal de la socialdemocracia europea desde 1917 hasta nuestros días y virulento crítico de los pasos mal dados, bien sea a la derecha, bien sea a la izquierda, por el PSOE.

En cualquier caso, los resultados que obtenga el PCE en las próximas elecciones serán la piedra de toque de los aciertos o de los errores de la asamblea recién concluida, tanto en lo que respecta a su línea política como en lo que concieme a sus cambios organizativos. Sí el PCE mantuviera o mejorara sus posiciones, los renovadores y los prosoviéticos quedarían privados de argumentos contundentes para sus críticas. Pero si los comunistas perdieran buena parte de su electorado en 1983, este X Congreso podría ser el acta de defunción del eurocomunismo y un serio revés para la imagen pública y el futuro político de Santiago Carrillo.