18 octubre 2007

Más de dos tercios de los redactores hicieron uso del derecho del 'Estatuto de la Redacción'

La redacción de EL PAÍS protesta contra un editorial del diario en el que se criticaba al guerrillero Che Guevara por su violencia

Hechos

El 10.10.2007 el diario EL PAÍS publicó un editorial crítico al Che Guevara, el 18.10.2007 la redacción de EL PAÍS publicó texto anunciando su discrepancia con aquel editorial.

Lecturas

En octubre de 2007 se produjo el aniversario de la muerte del histórico guerrillero comunista, Ernesto Che Guevara , ante el citado aniversario, D. Javier Moreno, el director del periódico EL PAÍS el más leído de España, considerado de una línea editorial progresista, publicó un duro editorial contra el Che Guevara titulado ‘Caudillo Guevara’ (ver recuadro).

Aquel editorial fue muy mal recibido por la redacción. Y es que aunque la línea editorial de EL PAÍS era de centro-izquierda en la redacción dominaba una línea más izquierdista (algo que denunciarían importantes periodistas de EL PAÍS como D. Hermann Tertsch y D. Alfredo García Francés). El resultado es que el Sr. Moreno tuvo que tragarse que 250 redactores hicieran público un artículo discrepando del editorial del periódico en el que trabajaban.

POR PRIMERA VEZ EN LA HISTORIA DE EL PAÍS, LA REDACCIÓN (250 redactores) HIZO PÚBLICA UNA NOTA DISCREPANDO DE UN EDITORIAL QUE DECÍA ASÍ:

La Redacción de EL PAÍS quiere mostrar su disconformidad con el editorial titulado Caudillo Guevara, publicado el pasado día 10 de octubre. Más de dos tercios de los redactores (250) consideran que el texto publicado no abordaba en su totalidad la figura de un personaje como el Che Guevara que, con sus luces y sus sombras, es lo suficientemente compleja para haberla tratado como si no hubiera una escala de grises.

El Estatuto de la Redacción contempla la posibilidad de discrepar de un editorial siempre que se logren reunir las firmas necesarias, que cifra en un mínimo de dos tercios de los redactores. En ejercicio de este mecanismo de transparencia y democracia interna, único en la prensa española, se ha habilitado este espacio para dejar testimonio de nuestra discrepancia.

Que miembros de una redacción discrepe públicamente del jefe, es algo que se ha visto muy pocas veces. Una de las pocas excepciones sería en el año 1968, director del DIARIO SP, D. Rodrigo Royo, cuya condición de falangista no le impidió en pleno franquismo publicar la carta de unos redactores discrepando de él. En esa ocasión el Sr. Royo mostró ser algo más aperturista que otros directores del franquismo más moderados en lo ideológico pero que nunca permitieron la publicación de críticas a su línea durante su mandato.

En el caso del diario EL PAÍS no se debía tanto a la existencia de un director aperturista, sino a que por primera vez se hizo público lo dispuesto en el Estatuto de la Redacción aprobado, no sin polémica, en el año 1980.

10 Octubre 2007

CAUDILLO GUEVARA

Editorial (Director: Javier Moreno)

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El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que bebían de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios (el comunismo)

El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pretendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible.

En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de La Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.

El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que bebían de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios. Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, desde el Congo de Kabila a la Bolivia de Barrientos. Y todo ello sin contar los muchos países en los que, deseosos de seguir el ejemplo de este mito temerario, miles de jóvenes se lanzaron a la lunática aventura de crear a tiros al «hombre nuevo».

Seducidos por la estrategia del «foquismo», de crear muchos Vietnam, la única aportación contrastable de los insurgentes seguidores de Guevara a la política latinoamericana fue ofrecer nuevas coartadas a las tendencias autoritarias que germinaban en el continente. Gracias a su desafío armado, las dictaduras militares de derechas pudieron presentarse a sí mismas como un mal menor, cuando no como una inexorable necesidad frente a otra dictadura militar simétrica, como la castrista.

Por el contexto en el que apareció, la figura de Ernesto Guevara representó una puesta al día del caudillismo latinoamericano, una suerte de aventurero armado que apuntaba hacia nuevos ideales sociales para el continente, no hacia ideales de liberación colonial, pero a través de los mismos medios que sus predecesores. En las cuatro décadas que han transcurrido desde su muerte, la izquierda latinoamericana y, por supuesto, la europea, se ha desembarazado por completo de sus objetivos y métodos fanáticos. Hasta el punto de que hoy ya sólo conmemoran la fecha de su ejecución en La Higuera los gobernantes que sojuzgan a los cubanos o los que invocan a Simón Bolívar en sus soflamas populistas.

11 Octubre 2007

Sobre Guevara

Francisco Fernández Buey

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No hace falta haber sido guevarista o serlo hoy para considerar su nota editorial de ayer, Caudillo Guevara (EL PAÍS, 10-10-2007), un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso «autorizado por la policía y vedado por la lógica», que decía Marx. Para empezar, es de una ignorancia supina atribuir en exclusiva al romanticismo europeo el prejuicio de que entregar la vida por las ideas es digno de admiración y elogio. Sólo un inculto puede escribir eso. En segundo lugar, es sectario denominar muerte al asesinato de Guevara en La Higuera y encima atribuirle el propósito de dotar al crimen de un sentido trascendente. En tercer lugar, es una manipulación incalificable identificar lo que hizo el internacionalista Guevara con movimientos terroristas, nacionalistas o yihadistas de ahora. En cuarto lugar, es un infundio, digno del peor revisionismo histórico, presentar la vida y la acción de Guevara y de sus seguidores como mera coartada para un autoritarismo de signo contrario, que no germinaba entonces, como dice su editorial, sino que existía ya en el continente americano. En quinto lugar, es absurdo presentar a Guevara como puesta al día del caudillismo latinoamericano: los extremos sólo se tocan en la cabeza del editorialista de EL PAÍS.

Y, por último, es falso, literalmente falso, que hoy ya sólo se conmemore la muerte de Guevara en Cuba, Venezuela o Bolivia. Sobre el uso indiscriminado del término «populismo» dije ya lo que tenía que decir aquí mismo hace unas semanas. Ahora quiero añadir que tanta ignorancia y tanta tergiversación de la historia y del presente me parecen indignas de un periódico que se quiere «global».

02 Noviembre 2007

Actualidad del Che

Gaspar Llamazares Trigo

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El Che sigue levantando pasiones aún hoy. Repasando la prensa de las últimas fechas, con motivo de su aniversario, es evidente que no ha disminuido su capacidad de ser referente, icono, símbolo de un determinado modo de entender el compromiso político y de la adecuación de la vida personal a ese modo de entender la vida pública. Lo peor de estos días, no obstante, es ese empeño de tratar de evaluar una referencia simbólica como la del Che desde parámetros políticos y morales actuales. Y tratar de hacerlo, además, desde una distancia que se presume aséptica en términos políticos.

No es defendible esa presumible neutralidad y lo que se evalúa hoy es también lo que se medía entonces: su actividad revolucionaria. El Che fue ejemplo de integridad política y moral, de denuncia, de consecuencia con unos ideales de emancipación y libertad. Esto es lo sustancial y por eso su figura no se ha empequeñecido con el tiempo. También por eso, en un tiempo de cambio como el que actualmente vive América Latina, el icono del Che sigue siendo enarbolado como estandarte de la emancipación. ¿Por qué molesta esto tanto?

Molesta a los que consideran que las cosas deben seguir igual pese a las evidencias de que el continente latinoamericano sigue siendo el más desigual del mundo en la distribución de riqueza. Y molesta también, y parece que especialmente, a aquellos que han trazado una barrera entre lo permisible y lo no permisible. Para estos últimos, los procesos de cambio que vive América Latina diferencian a una izquierda buena de una izquierda mala, a una izquierda homologable a ciertos estándares europeos y a una izquierda decimonónica y retardataria. Buscan hacer creer que es la izquierda de la modernización frente a la izquierda de la transformación. No hay duda de que la figura del Che cae para estos neoinquisidores del lado de lo viejo, lo refractario y lo inclasificable.

Para entender lo que está pasando en América Latina hay que sacudirse la pereza intelectual y una buena parte de los viejos esquemas interpretativos respecto a los conflictos políticos y sociales. No es posible pensar el hoy sin el acumulado de resistencias de décadas frente a los experimentos económicos y políticos que han producido un verdadero «tsunami social» en esa (y, por cierto, otras) parte del mundo.

Primero fueron las dictaduras al amparo de las lógicas de la «seguridad nacional» que destruyeron la democracia, pisotearon las libertades y fracturaron moralmente las sociedades. Después -o al tiempo, depende de los países- vinieron las políticas del llamado «Consenso de Washington», defendidas con entusiasmo por esos que ahora discriminan entre lo posible y lo impensable.

Aquí radica buena parte de la responsabilidad de las décadas perdidas en este continente herido. Esta pérdida se refiere siempre a lo mismo y afecta siempre a los mismos. Millones de personas instaladas en la pobreza y sin perspectivas, Gobiernos corruptos y/o neoautoritarios, invasión de empresas extranjeras más preocupadas por las ganancias rápidas que por la inversión productiva, y todo ello junto a un sistema político que, en el mejor de los casos, era incapaz de incorporar al contrato social a millones de sus propios ciudadanos. En países como Venezuela, Bolivia o Ecuador, más del 60% de la población han sido, en términos de ciudadanía política, parias para sus propios regímenes, gentes que sobraban.

El cruce conflictivo entre pobreza y exclusión identitaria, especialmente en la zona andina, ha hecho emerger nuevos actores políticos y sociales, nuevas agendas, nuevas perspectivas de reforma política e institucional. Llama la atención que los que con tanta ligereza interpretan contextos que no son los suyos no se hayan percatado de un detalle que no puede pasar inadvertido: los procesos de cambio tienen un innegable pedigrí democrático. ¿Cuántas elecciones más debe ganar Hugo Chávez para que se le trate con el respeto que merece un dirigente democrático? ¿Qué es lo que molesta tanto de procesos de refundación sobre la base de cambios constitucionales y reforma del sistema político? A nosotros nos parece que estos procesos revitalizan la democracia y sus perspectivas, además de mostrar la potencialidad de cambio que llevan implícita y explícitamente los procesos de representación política. Plantean en una nueva dimensión la lógica de la reforma y la transformación, sugieren nuevos modos de organización institucional, ponen en primer plano la fractura social de sus sociedades para primar la agenda de lucha contra la pobreza. Y en esta voluntad rebelde, de resistencia y de propuesta, reconocemos la figura del Che y su aportación. La principal, ser rebelde frente a la injusticia y vivir con coherencia personal el compromiso con los de abajo.

Ésa es, precisamente, la lectura que hoy nos seduce del Che. Es una invitación para observar estos procesos lejos de los viejos clichés y de los anatemas de los de siempre. América Latina nos dice -para los que desde la izquierda se molesten en escuchar- que hay oportunidades para la agenda de la transformación social, que es posible repensar la utopía socialista para el siglo XXI, que es posible reconstruir el contrato social con una agenda diferente y que no hay razones para plegarse a los designios totalitarios sin resistencia.

El Análisis

EL DIOS GUEVARA

JF Lamata

Uno, no sabe mucho de dioses, pero diría que son entidades a las que se coge tal nivel de admiración, que pasan a ser sagradas para un colectivo y, por tanto, para dicho colectivo no es aceptable que nadie diga nada en contra de ellos. Les pasa a los católicos con Jesucristo, que es su totem. Los antisistema o los comunistas, también tienen sus totems. Y uno de ellos es el Che Guevara, que luchó contra tiranías, pero lo hizo usando las mismas armas que los tiranos con los que combatía: la violencia. Aumentando la escalada de violencia entre guerrilleros izquierdista y ejércitos derechistas que tiñeron de sangre latinoamérica. Hubo crímenes en ambos bandos lados, pero la izquierda tenderá siempre – lógicamente – a simpatizar más con las guerrillas, mientras que los conservadoras lo harán con los militaroides.

Lo que no cabe duda es que la figura del Che Guevara siempre ha sido fuente de controversia, lo supo muy bien el columnista Cándido, su primera salida del diario ABC se produjo poco después de que escribiera artículos elogiando al Che en pleno franquismo.

J. F. Lamata