22 enero 2024

Culmina una etapa de desencuentros del filósofo y la línea editorial del periódico de PRISA

La directora de EL PAÍS, Pepa Bueno, despide a Fernando Savater como columnista tras más de 30 años en el periódico

Hechos

  • El 22 de enero de 2024 se hace pública la ruptura del periódico EL PAÍS con D. Fernando Savater.
  • El 23 de enero de 2024 D. Fernando Savater confirma su salida en la Cadena COPE.

Lecturas

Las batallas del Sr. Savater:

D. Fernando Savater era de las pocas firmas del periódico EL PAÍS que podía presumir de haber trabajado con todos los directores que ha tenido el periódico desde su creación en 1976. Una de sus primeras tribunas polémicas fue ‘Osadía Clerical‘, un ataque directo publicado por primera vez en un periódico de ámbito nacional en el periodo democrática contra la Iglesia católica. Llegó a ser una persona de confianza de la empresa editora del periódico, el Grupo PRISA, que le puso al frente de una de sus revistas, CLAVES.

Sus tribunas de opinión han sido siempre polémicas y controvertidas, lo que le ha llevado a no pocas polémicas. Siendo célebres sus enfrentamientos con figuras de la derecha mediática como D. Federico Jiménez Losantos (con el que tuvo una gran polémica cuando ambos estaban en EL PAÍS), con D. Luis María Anson (que hizo campaña contra él cuando dirigía el ABC), o contra D. Pablo Sebastián, cuando era – desde EL MUNDO – portavoz de la AEPI, el llamado ‘Sindicato del Crimen’ y al que calificó de ‘golfo’ y ‘chantajista’.

El tema en el que más se posicionó fue la lucha contra cualquier legitimización del terrorismo de ETA en el País Vasco. A pesar de estar amenazado de muerte nunca dejó de tratar de combatir intelectualmente contra aquellos que defendían los posicionamientos de ETA o contra aquellos que defendían la equidistancia ante el conflicto entre ETA y el Estado español. A destacar sus polémicas escritas con D. Alfonso Sastre en 1983 y en 1985, con los hermanos Sádaba en 1988, con D. Ernest Lluch en 1997 y, especialmente, con D. Eduardo Haro Tecglen, con el que empezó a chocar en 1993, y tuvo encendidas trifulcas con él en 2001 o en 2004.

A partir de la llegada de D. José Luis Rodríguez Zapatero al liderazgo del PSOE, D. Fernando Savater comenzó a distanciarse de la línea política de este partido con la que parecía haber sintonizado durante el mandato de D. Felipe González. Ya en abril de 2002 se había enfrentado al dirigente socialista D. Denis Itxaso y, en febrero de 2004, lo hizo con el ideólogo del zapaterismo, Sr. Suso de Toro.

Sus encontronazos con EL PAÍS

Desde la llegada de D. Pedro Sánchez al liderazgo del PSOE y a la presidencia del Gobierno en 2018 y la llegada posterior de Dña. Pepa Bueno a la dirección de EL PAÍS, la posición del Sr. Savater era marcadamente hostil a la política de este Gobierno que, en cambio, era apoyada por la línea editorial de EL PAÍS.

En el momento de llegar la Sra. Bueno a la dirección el Sr. Savater era columnista semanal de EL PAÍS los sábados. La práctica de la Sra. Pepa Bueno consistió en que cada vez que escribiera el Sr. Savater un artículo muy agresivo, se publicara ese mismo día un contra-artículo desacreditando los argumentos del Sr. Savater para paliar el daño que pudiera causar su texto. Lo hizo en octubre de 2022 con un artículo del Sr. Savater sobre el fascismo y el populismo, publicando inmediatamente una réplica de D. Sergio del Molino y lo repitió en noviembre de 2023 en un artículo que comparaba los abusos de la Iglesia con los del Gobierno, donde la réplica corrió a cargo de D. Alejandro Palomas. Dado que salían el mismo día, las réplicas tenían que ser por encargo de la dirección.

En enero de 2023 se vivió otro ejemplo de la distancia entre el Sr. Savater y la línea editorial de EL PAÍS cuando el periódico publicó un editorial y una tribuna calificando de ‘trumpistas’ a los promotores de una manifestación contra el Gobierno de D. Pedro Sánchez en la que había participado D. Fernando Savater y no publicaron su carta de réplica, forzando que este tuviera que defenderse desde el digital THE OBJECTIVE, del que empezó a ser también colaborador semanal.

La ruptura

El día 21 de enero de 2024 el digital EL CONFIDENCIAL publica el adelanto de un libro de D. Fernando Savater en el que este arremete contra la evolución del diario EL PAÍS, convertido, a su juicio, en un medio gubernamental, y hablando en términos despectivos de sus editorialistas y firmas. Ante esto Dña. Pepa Bueno comunicó personalmente a D. Fernando Savater su decisión de poner fin a las colaboraciones de este en el periódico EL PAÍS y, por tanto, el Grupo PRISA.

22 Enero 2024

Fernando Savater: "El País' se ha convertido en portavoz del peor Gobierno de la democracia"

EL CONFIDENCIAL

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Publicamos un extracto de 'Carne gobernada' (Ariel), donde Savater explica el viaje político desde su izquierdismo juvenil hasta sus posiciones actuales, así como sus desencuentros con el periódico en el que publica los sábados una columna

La columna de los sábados que inicié en El País el año mismo que perdí a mi Pelo Cohete (apodo de Sara Torres Marrero, la mujer de Savater, fallecida en 2015) se acoplaba especialmente bien a mi estilo: una columna de trescientas palabras en la última página los sábados, el día que podía tener más lectores. Naturalmente, utilicé esa tribuna para desenmascarar en la medida de mis posibilidades a los nuevos salvapatrias que le habían caído encima a nuestro país y que encontraban partidarios entre personas a quienes yo conocía desde hace mucho y a las que tenía por sensatas. Pero nunca acaba uno de despertar…

Los primeros años mi periódico conservó su línea socialdemócrata habitual, apoyando a los socialistas — recuerden: ¡aquellos socialistas!—, desconfiando algo menos de lo debido de los neocomunistas y oponiéndose aunque sin demasiada acritud a los separatistas. Pero hubo un vuelco en el partido socialista y finalmente ocurrió lo peor que le ha pasado en toda su larga y polémica historia: se encontró sometido al liderazgo caudillista de Pedro Sánchez. Cuando escribo estas atribuladas líneas, ahí seguimos. Uno de los primeros efectos de este pernicioso liderazgo fue el brusco desahucio por motivos indiscutiblemente sectarios (un editorial crítico con Pedro Sánchez) de la cúpula directiva de nuestro periódico: Antonio Caño y su equipo de gente tolerante y muy profesional desapareció por el sumidero del nuevo régimen de un día para otro, sin explicaciones. De ser un diario progresista, de centro izquierda, con las virtudes y defectos propios del caso, pasó a convertirse en un portavoz gubernamental y del peor Gobierno que ha tenido la democracia española desde la muerte del dictador. Eso naturalmente socavó el prestigio del periódico, que de ser el diario de referencia pasó a convertirse en un risible epítome de la prensa al servicio de la política: durante muchos años los dibujos de Forges habían aprovisionado de chistes mil veces repetidos a lectores de toda España (casi tanto como los incomparables de Mingote en ABC), pero poco a poco hemos llegado a que el chiste sea EP y sus disparates sectarios.

Antes había mucha gente que con orgullo decía: «Yo solo leo El País«, como si con eso bastara para estar bien informado urbi et orbi. Desde luego, nunca me bastó un solo periódico, siempre he leído cuatro o cinco (uno de carreras de caballos, claro), pero comprendía la satisfecha limitación de los monodiaristas: si leías bien EP era suficiente. Hoy ya casi nadie comparte esa plácida creencia progre porque con esa dieta exclusiva cojearás informativamente de un pie y probablemente de los dos. Durante muchos años, cuando publicaba un artículo en EP había gente a favor y abundantes personas en contra, pero no pasaba inadvertido: esa tribuna era el ágora de la mayoría ilustrada y políticamente inquieta de nuestro país. Hoy, aunque mis columnas son múltiplemente replicadas en las redes, si quiero asegurarme ciertos lectores imprescindibles (amigos, familiares, rivales necesarios, etc.), debo enviar un aviso circular por WhatsApp para atraer su atención, porque ya prácticamente ninguno lee habitualmente EP. Bastantes compran el periódico solo los sábados, día en que aparece mi columna, y me lo hacen saber a cada paso: «Por tu culpa tengo todavía que comprar…», lo cual desde luego me hace sentir responsable de tal dispendio.

En la evidente decadencia de EP intervienen diversos factores. A mi juicio, el primero de ellos es el mismo que ha roído al PSOE en sus mejores esencias: la colonización ideológica por parte del PSC, que es un elemento cancerígeno allí donde se implanta. El peor nacionalismo es el de los que no se declaran nacionalistas y por eso los socialistas catalanes han sido tan mefíticos. Es lógico que en las elecciones del 23-J hayan cosechado una mayoría de votos, porque han optado por ellos los nacionalistas sagaces, convencidos de que sus intereses separatistas están más seguros con esos representantes ambiguos que en los divididos y poco fiables partidos nacionalistas. Las opiniones del supuesto periódico global están dirigidas en las cuestiones nacionales por una cáfila particularmente estrecha: Jordi Amat, Jordi Gracia, Xavier Vidal-Folch, Josep Ramoneda et alii, cuyo primordial objetivo es demostrar que solo los elementos más reaccionarios se oponen a los nacionalismos periféricos. Por lo demás, fuera de la izquierda sociocomunista todo es Trump.

Otro elemento que empeora este diario otrora prestigioso es una desafortunada invasión femenina. En un momento como el actual, en que los mejores columnistas en todos los medios son mujeres y algunos ya casi no leemos otra cosa (Rosa Belmonte, Emilia Landaluce, Irene González, Lupe Sánchez, Rebeca Argudo, Leyre Iglesias, etc., por no remontarnos al magisterio de Cayetana Álvarez de Toledo), en EP nos ha tocado el lote menos lucido: tanto las de casa como las importadas, salvo las honrosas y escasas excepciones de rigor, son tan sectarias y aburridas como los varones con quienes se codean. Así no hay manera de remontar el partido.

En lo que a mí respecta, pronto empecé a encontrarme bastante solo en la palestra, lo cual no me molesta porque siempre me ha gustado escribir para pinchar a mis lectores, no para halagar sus prejuicios: para eso ya están los demás. A finales de 2021 reuní en un libro ( Solo integral) mis mejores columnas sabatinas de los últimos años. Cada una de ellas iba seguida de un comentario de la misma extensión que actualizaba el tema, confirmando el enfoque primigenio o mostrando sus errores (en general, todas las columnas optimistas estaban equivocadas y las pesimistas se quedaban cortas). Quedé bastante satisfecho con el volumen, que me pareció un buen repaso a las peripecias políticas y culturales de nuestro país en ese período. Dediqué dos o tres días a las entrevistas de promoción, como es la fatigosa pero inevitable costumbre, y acudieron casi todos los principales medios informativos. Casi… porque faltaron la SER y El País, precisamente el periódico donde se habían publicado todas las colaboraciones que formaban el libro. Ni una simple reseña apareció en sus páginas.

Fue una descortesía, desde luego, pero también una imprudencia. Siempre me gustó el escudo de Montresor, el peligroso personaje del cuento de Poe El barril de amontillado, que finalmente castiga al atontado Fortunato poniéndole, digamos, cara a la pared… En su escudo podía verse una víbora que muerde rabiosa el calcañar del pie que la aplasta, con la leyenda: Nemo me impune lacesit (Nadie me ofende impunemente). De modo que la alegre muchachada de EP podía aplicarse el cuento. Para abrir boca perpetré una columna de Año Nuevo que empezaba diciendo «Si ustedes solo se informan por medio de este periódico, no sabrán que he publicado un libro…». Después recordaba que empezábamos la era del tigre según el calendario chino y que esperaba ser digno de ese fiero patrono. Acentué el tono heterodoxo de mis columnas en contraste permanente con las opiniones del resto del periódico, tan previsibles y unánimes como el canto gregoriano salvo honrosas excepciones como Félix de Azúa. Incluso me atreví a cuestionar la inminente catástrofe climática que los humanos irresponsables hemos provocado, el gran Satán de las plagas capitalistas que hay que denunciar con tanto mayor ahínco cuanto menos se sepa de lo que se habla. Llovieron las cartas de los lectores dolidos con mis artículos y tristemente decepcionados al ver que ya no pensaba como era debido (nunca se publicaban cartas cuestionando a otros colaboradores, sino en todo caso poniéndolos como ejemplos ante mi deserción).

Una de las cosas que se nos advertía siempre en EP cuando empecé mis colaboraciones era que podíamos sostener las ideas que quisiéramos aunque sin criticar nunca nominalmente a otros colaboradores del medio. Pero en mi caso, cuando empecé a alejarme de la ortodoxia, se levantó la veda y aparecieron artículos tratando de refutar los míos — con poca maña la verdad—, que eran publicados al día siguiente o incluso por la tarde si el mío había aparecido por la mañana. Obedientes piezas de encargo fabricadas por mindundis serviciales tipo Sergio del Molino y gente parecida. Llamé a la redacción para advertirlos de que tuvieran cuidado, no fueran un día a publicar la refutación antes de mi artículo… Los que creyeron que eso me iba a hacer reventar de cólera o de frustración no me conocen bien: puedo asegurar sin vanagloria que nunca he disfrutado tanto con mis columnas como en estos últimos tiempos, sabiendo a cuántos molestan. Aunque, para ser sincero, debo reconocer que nunca me han faltado testimonios de apoyo por vía pública y sobre todo privada, con firmas bastante más relevantes para mí que las de mis críticos.

Sin embargo, la situación de España es cada vez más patética y mi situación profesional (y personal, porque oponerse con decisión a la izquierda felizmente reinante te deja sin amigos y casi sin familia) es lo de menos. Después de las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, que parecían anunciar un cambio de rumbo político, muchos creímos en la posibilidad de regresar a una cierta cordura incluyente y armonizadora, pero en las generales del 23 de julio — aunque numéricamente ganadas por la oposición a Sánchez— comprendimos que todavía padecemos demasiados conciudadanos dispuestos a votar al diablo más colorado del infierno con tal de no apoyar ni por descuido a la derecha y no digamos a la extrema derecha (que es más o menos la misma derecha, pero vista desde la propaganda denigratoria de los medios de izquierdas). Es cierto que la alternativa derechista a Sánchez que presentó Feijóo fue de lo menos inspirado políticamente que se ha visto: solo entendimos que la izquierda moderada no tenía nada que temer de él, porque se parecía más a ellos que a la derecha radical de Vox.

Sin embargo, siempre he sostenido que en democracia los culpables de los embrollos y disparates son los verdaderos políticos de base, es decir, los votantes (de los que no votan prefiero ni hablar). Un pesimista con tendencia al sarcasmo dijo que en un país democrático gobernado por imbéciles y desaprensivos puede asegurarse que el pueblo está bien representado. Intento no compartir del todo ese dictamen por respeto a mis compatriotas, aunque en el fondo lo considero pavorosamente acertado. Cuando parecía que finalmente los españoles iban a despachar democráticamente a Sánchez y compañía, pasándoles la factura por sus innumerables desafueros de estos últimos años — que ya es hasta aburrido volver a enumerar—, apareció la poción mágica para revivir al maltrecho farsante. ¡Cuidado, que viene la extrema derecha!

Nuestro país ha padecido un separatismo xenófobo y terrorista de la peor ralea en el País Vasco, ha sufrido un intento de golpe de Estado en Cataluña por parte de quienes debían defender las instituciones, ha soportado las geniales ideas populistas de un comunismo ortopédico que ha endeudado el país hasta extremos nunca antes conocidos, sufre la tiranía woke de una fragmentación en grupúsculos identitarios de sexo e ideología que reclaman para ellos patente de corso mientras ejercen la intransigencia contra todo bicho viviente (salvo los animales, claro)… En fin, hay enemigos de la convivencia donde elegir, pero resulta que la única amenaza que cuenta y atemoriza es la extrema derecha, que todavía no ha gobernado y de la que solo hemos oído exabruptos que no favorecen su causa, pero tampoco bastan para derribar por sí solos las murallas de Jericó.

Yo he oído a personas a las que aprecio y que blasfeman contra Vox andanadas contra la inmigración ilegal más radicales que las de Abascal, pero se indignarían si se les señalase ese parentesco: tales diatribas cuando vienen de la derecha demuestran inhumanidad, pero cuando las sostienen ellos son puro sentido común. Durante el período preelectoral antes del 23-J todo el que podía hacerse oír y quería sacarse el certificado de buena conducta lanzaba a grito pelado su ¡caveat! contra los ultras (que según el dictamen del libro de estilo de EP solo pueden ser de derechas). Hubo ciertos casos especialmente sangrantes, nunca mejor dicho. El director del Festival de Cine de San Sebastián, José Luis Rebordinos, en la presentación ante la prensa de la muestra, lanzó una soflama contra la extrema derecha que por lo pronto no venía a cuento, salvo como propaganda ante la próxima cita electoral: él tenía amigos de todos los bandos y banderías, respetaba todas las ideas políticas… menos naturalmente la extrema derecha y quienes se asociaban con ellos. ¡El festival donostiarra, que durante largos y vergonzosos años se entendió con los etarras en un pacto secreto pero evidente para que ellos mataran donde quisieran menos en la alfombra roja! Y todos los años se permitía una aparición de la infame turba el día de la inauguración para que dieran los vivas de rigor y exhibieran sus pancartas reivindicativas, precio que pagar para que después respetaran la fiesta… ¡Ah, pero los ultras — siempre de derechas— no pueden ser consentidos! Luego, el festival comenzó con un falso documental que no era más que una larga entrevista de Jordi Évole a Josu Ternera (como dijo Oscar Wilde de la caza del zorro a caballo: «Lo inefable persiguiendo a lo incomible»).

25 Enero 2024

Carta a los lectores

Pepa Bueno

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En todo este tiempo, el periódico ha publicado, puntualmente, sus opiniones sobre los temas más diversos, acompañando la evolución del pensamiento del filósofo y también de su estilo. Incluso cuando sus ideas generaban una gran controversia con muchos de vosotros y con nuestros propios periodistas, como, por ejemplo, la ocasión en que banalizó con los abusos en el seno de la Iglesia. Lo he defendido, hasta el lunes pasado, porque me preocupa una sociedad que va perdiendo tolerancia a la discrepancia, incluida la que nos provoca dolor o rechazo. No hace falta argumentar la pluralidad de opiniones en El País, basta con leernos. Desde hacía tiempo, era evidente que nuestro autor no estaba a gusto con el periódico, algo que íbamos sabiendo por sus columnas y por sus declaraciones públicas. Nunca vino a casa a comentarlo. El lunes lo expresó en dos medios ajenos en términos intolerables de desprecio personal hacia El País, su credibilidad, su dirección, sus periodistas y sus colaboradores. Tuve claro que era el final del trayecto. Llamé personalmente a Savater para anunciarle el fin de su colaboración con el periódico y después se lo hice llegar por escrito en una nota que terminaba así: ‘Muchas gracias por el camino recorrido hasta aquí, mucha suerte y hasta siempre’.

Las columnas de opinión no son espacios arrendados de por vida en un periódico. Son un espacio vivo por el que los colaboradores van y vienen a lo largo del tiempo. Ahora, la reorganización de la contraportada de la edición de papel mueve de sitio o de día a otros dos autores de la casa. Encontrarás a Manuel Jabois los miércoles en la contra; y a Leila Guerriero, en el mismo lugar donde ya estaba, pero los sábados.