27 junio 2015

Tercer ministro del Gobierno Rajoy que dimite abruptamente tras los casos de Alberto Ruiz-Gallardón y Ana Mato

José Ignacio Wert dimite como ministro de Educación, Cultura y Deporte y es reemplazado por Íñigo Méndez de Vigo

Hechos

  • El 26.06.2015 el Gobierno comunicó el relevo en el ministerio de Educación, Cultura y Deporte, por cese de  D. José Ignacio Wert y nombramiento de D. Íñigo Méndez de Vigo para sucederle.

Lecturas

El 26 de junio de 2015 dimite de manera fulminante D. José Ignacio Wert Ortega como ministro de Educación, Cultura y Deporte. Es sustituido por D. Íñigo Méndez de Vigo Montojo. El Sr. Wert Ortega, que en el pasado fue tertuliano, ha sido uno de los ministros más atacados tanto por la oposición como desde los medios de comunicación. El motivo de su marcha es su deseo a vivir fuera de España con su nueva pareja, la que fuera su secretaria de Estado Dña. Montserrat Gomendio, con quien se casará el 11 de julio.

TERCERA DIMISIÓN DEL GOBIERNO RAJOY

El primer consejo de ministros de D. Mariano Rajoy Brey se había constituido en diciembre de 2011, tras el triunfo del PP en las elecciones generales que pretendía ser el  Gobierno más duradero de toda la historia de la democracia, durando toda la legislatura (2011-2015), pero que está padeciendo una cascada de dimisiones. La primera fue la dimisión de D. Alberto Ruiz Gallardón, al paralizar el Sr. Rajoy su proyecto de limitación del aborto, la segunda fue la de Dña. Ana Mato, salpicada por el caso Gürtel.

La del Sr. Wert es, por tanto, la tercera a la que seguirá D. José Manuel Soria en abril de 2016. El presidente Sr. Rajoy no cambiará su Gobierno hasta que después de las elecciones generales de finales de 2015 y la repetición de elecciones de 2016, tras la cuál habrá un nuevo consejo de ministros.

25 Junio 2015

Respuesta errónea

EL PAÍS (Director: Antonio Caño)

Leer

Es posible que el presidente del Gobierno aborde un día de estos algún cambio o reajuste en su equipo ministerial. Entra dentro de sus competencias llevarlo a cabo cuando quiera o no hacerlo nunca, como recuerdan machaconamente sus colaboradores a falta de mejor argumento que el puramente formal para explicar las dudas y titubeos de las últimas semanas. Resulta extraño cambiar el Gobierno a pocos meses de las elecciones generales, pero, en cualquier caso, Mariano Rajoy debe ser consciente de que se equivoca si introduce cambios en función de los problemas personales del ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert.

Rajoy siempre se ha mostrado reacio a alterar la composición del Gabinete bajo la presión de la opinión pública, en una actitud de rechazo psicológico a verse condicionado por ella. Al día siguiente del batacazo municipal y autonómico del 24 de mayo todavía no había comprendido que las urnas habían emitido un mandato evidente de cambio político. Poco a poco ha variado de actitud, introduciendo alteraciones mínimas en el equipo directivo del Partido Popular. En tres años y medio solo ha decidido cambios en el Gobierno por circunstancias forzadas: la renuncia de Alberto Ruiz-Gallardón, el cese-dimisión de Ana Mato y la sustitución de Miguel Arias Cañete por desplazamiento al colegio de comisarios europeos.

Si el jefe del Gobierno lleva a cabo ahora un reajuste ministerial, de ninguna manera puede limitarse a sustituir a un ministro que solicita el cambio por motivos personales. Sería completamente irreal imaginarse que la ciudadanía va a aceptar ese tipo de relevo como la respuesta adecuada a un tiempo político nuevo. Más le valdría fijarse en comunicar la idea de giro político al centro, como la que transmiten personas del perfil de Cristina Cifuentes, la nueva presidenta de la Comunidad de Madrid, tanto por el tono de sus intervenciones públicas como por la cintura demostrada en la negociación de un pacto de investidura con Ciudadanos.

Es evidente que Rajoy desconfía profundamente de la política de pactos. Había supuesto que el balance económico iba a ser suficiente para la reelección y le parece inconcebible que la sociedad no reconozca sus esfuerzos para enderezar la situación del país. La realidad es tozuda: estos mimbres bastan para retener el voto de los convencidos, pero no para sacar de la abstención a electores desencantados o atraer a los de otros sectores, sin los cuales se arriesga a perder La Moncloa.

No es irrelevante que Rajoy diagnostique “problemas de comunicación” como causa de las derrotas en las elecciones autonómicas y municipales. Sin embargo, la serie de vaivenes a la que hemos asistido a cuenta de la crisis de Gobierno —y los que ayer mismo se produjeron sobre la devolución a los funcionarios de la paga que perdieron en 2012—, evidencian no tanto un problema de comunicación como de fuerte nerviosismo, de coordinación y de autoridad política en el conjunto constituido por el Gobierno y la organización del Partido Popular, que Rajoy se ha declarado dispuesto a dirigir a la vez.

27 Junio 2015

El ministro que no fue ministro

Rubén Amón

Leer

La irrelevancia del Ministerio de Educación y Cultura – o su relevancia para acaparar los recortes- explica que el relevo de Wert se observe como una anécdota. Ni es la espita para una crisis de Gobierno, ni es un revulsivo para estimular la última recta de la legislatura.

Que Wert se quedara o se fuera se había convertido en un asunto personal. Tan personal que se trataba de reagruparse con su pareja en París. Montserrat Gomendio, su mano derecha en Educación, había sido nombrada directora general adjunta en la OCDE, de forma que Wert se propuso a sí mismo como embajador de la misma institución.

Luego nos preguntamos para qué sirve la OCDE. Y sirve para estas cosas, aunque Rajoy ha preservado la estética institucional, rectificando a su ministro la promesa del Arco del Triunfo.

Así es que Wert ha reaccionado con cierto encaprichamiento. Y ha pretendido demostrar que Rajoy no iba a domeñarlo. Se marcha tres meses antes de irse. Y lo hace después de haber desempeñado un papel sumiso y gregario que contradice el despecho del torero viejo.

Wert nunca ha sido realmente ministro de Educación y Cultura. Ese puesto lo ha ocupado Montoro a título encubierto, precisamente porque el dogmatismo de los recortes y la degradación de la cultura al plano del superfluo exigían un titular sin peso en el partido y sin consideración en el consejo de ministros.

Wert se ha comportado como se esperaba de él. Transigió con una descomunal subida del IVA. Amordazó la promesa electoral de la ley de mecenazgo, es decir, una nueva legislación de inspiración liberal que permitiera desgravar las aportaciones a la cultura de la sociedad civil. Y logró total unanimidad en su reforma educativa, unanimidad contraria, pero unanimidad.

Y unanimidad, contraria también, en la percepción de los ciudadanos. Y no por falta de erudición en asuntos sociológicos -su verdadera habilidad profesional-, sino porque Wert nunca supo domesticar su arrogancia y el elevado concepto de sí mismo. Podemos solidarizarnos con él porque provenía de la casta tertuliana. Y compadecernos de un ministro convertido en muñeco de vudú, un fusible de Montoro expuesto a la iracundia de los culturetas, humillado en los Goya, zarandeado por estudiantes, maestros y rectores en las movilizaciones contra el incienso de su reforma educativa.

La prueba está en que la Lomce fue saboteada por las comunidades no gobernadas por el PP. Que eran cinco antes del 24-M y son doce ahora, de forma que el comienzo del curso en septiembre delinea un campo de minas para la iniciación de Méndez de Vigo.

Enternece el entusiasmo del nuevo titular. Enternece porque su gestión empieza a la vez que termina. Y porque Mariano Rajoy le ha entregado la cartera de ministro en Bruselas después de habérsela sacudido de las manos María Dolores de Cospedal como si fuera una bomba de relojería o una degradación.

Yo se la hubiera entregado a Montoro. Así podría desenmascararse. Y terminar el trabajo en primera persona. Todavía quedan teatros y cines abiertos. Y titiriteros en deudas con el Fisco. Y cofrades de la ceja pendientes de purga. Y margen para recortar, porque si algo nos sobra en España es educación y cultura.